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Mamá, quiero ser político

De Jón Gnarr a Juan Carlos Monedero
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Ars política

En su libro Cartas sobre la educación estética del hombre, Schiller afirmaba que el arte hace humano al hombre, y propone una limpieza afectiva para que las emociones se vuelvan más sensibles. Su afán (contra la decadencia del espíritu) es fungir razón y sensibilidad; y ello a través del arte: del mismo modo ingenuo que un niño juega entusiasmado, alegre y descubre algo, nos dice Schiller, así el hombre habrá de reaccionar frente a la belleza de la naturaleza para, posteriormente, recrearla con el arte. De este modo formulaba el ilustrado poeta alemán la primera tentativa para una teoría estética del juego. Pero no es meramente estético el ideario de Schiller, sino que atrás tiene un transfondo moral. Para él, el juego no es un puro capricho de la subjetividad imprudente.

La utopía schilleriana se quería tónico y garantía para la libertad moral. Un modo de hacer las cosas tal como se debe, según el decir de Huizinga, así: jugando “por encima del umbral de la vida seria”. Para el cómico islandés Jón Gnarr (Reikiavik, 1967) esto se corresponde con una idea surrealista de la vida: se trata de tener un sueño y, a sabiendas de que no se va a cumplir, estar dispuesto a dedicarle todo el tiempo y las energías. Este sueño fue para Gnarr, durante los cuatro años que estuvo en la alcaldía de Reikiavik, el de promover una democracia participativa. El de crear una política más interesante, emocionante y cool. Y a fe que lo consiguió.

Héte aquí la dimensión política del juego, que reside en la idea de una actividad que no se subordina completamente a su factor utilitario, sino que no sobrepasa los límites de su propio universo constitutivo: el del disfrute. Y a este mundo es al que pertenece Jón Gnarr, al de los que “se recuestan relajados y simplemente, disfrutan del viaje”, los que piensan que “cuando algo deja de ser divertido, resulta inútil, vacío de sentido y dañino”, nos cuenta Gnarr en De cómo me convertí en alcade y cambié el mundo (Capitán Swing, 2015). Pero también consiguió Gnarr logros reales: fusionó escuelas, hizo más sostenible el funcionariado (despidiendo trabajadores públicos), creó un plan de rescate para la compañía energética de la ciudad y le dio la espalda a la OTAN. En definitiva: consiguió que Reikiavic no cayera en la bancarrota. Eso sí, subió el precio de las toallas de las piscinas públicas (y había prometido que las daría gratis).

¡Somos mejores que los demás!

Gnarr es hijo de un policía de ideas comunistas y una madre de derechas, camarera de la cafetería de un hospital, aunque con poco interés por la política. En la casa de Gnarr, de niño, entraban dos periódicos: el Morgunblaðið (conservador de derechas y de orientación cristiana) y el Þjóðviljinn (liberal de izquierdas).  No es extraño, pues, que el hijo les saliese anarquista, después de descubrir el punk a los trece años, y desear una sociedad sin clases. Decidió creer incondicionalmente en sus sueños, y uno de ellos era el de ser payaso de circo. Así que deja la escuela y acaba trabajando, con el tiempo, de taxista nocturno en Reikiavik, después de haberse independizado y formado una familia. Pero, entretanto, hacía una carrera paralela como cómico, hasta que llegó un momento que tenía todos los fines de semana ocupados con los bolos que hacía junto a su amigo Sigurður Björn Blöndal. Y, poco a poco, se fue haciendo un nombre.

Pero, ajá, entonces vino el crack financiero y Gnarr, que había cogido en su infancia una aversión total a la política, ya que la encontraba fastidiosa, enervante y sosa, de repente, tomó la decisión de meterse a político. Acababa de dejar un trabajo en una agencia de publicidad como director creativo y su futuro era borroso. Y un buen día, zas, le vino una idea así como de improviso: el Partido Mejor. Aunque el germen estaba en un sketch que Gnarr había ideado algún tiempo atrás para la televisión: un personaje que era “un político simplón con modos autoritarios y las promesas de campaña más absurdas posibles”. Así , se dijo: me procuraré un trabajo con sueldo fijo y, al mismo tiempo, militaré por algo bueno. Lo que se dice “matar dos pájaros de un tiro”. Pero, cómo se hace eso, se preguntarán Vds. De qué modo se crea un partido político. Pues muy fácil: te vas a la Agencia Tributaria, pagas cinco mil coronas (unos treinta euros) y lo registras como asociación sin ánimo de lucro. Ya está. ¿Y el programa? Eso está chupado: copias fragmentos de los textos de los programas electorales de los otros partidos y los mezclas. Lo subes a una página web (con la tipografía más fea y la combinación de colores más horrible que puedas encontrar), y luego utilizas Facebook, Youtube y Blogspot para desarrollar tu campaña política. Ah, y no desaproveches ni una sola invitación de los medios convencionales para soltar las extravagancias más insólitas de las que seas capaz. ¿Y esto funciona? Desde luego que funciona. Medio año antes de las elecciones, las primeras encuestas le daban al Partido Mejor un cero coma casi nada en intención de voto. Cuatro semanas antes de las elecciones ya eran la primera fuerza política del país y en las elecciones de 2010 sacaron un 34,7% de los votos, con lo que consiguieron la alcaldía de Reikiavik, el centro de poder islandés.

Que entre el payaso

Al principio a Gnarr le llaman el payaso, y muchos no lo acababan de ver claro. Pero, pronto se dan cuenta de que muchas de las decisiones que se tomaban desde la alcaldía eran justas y necesarias, así que el histerismo inicial que no acababa de concebir que un cómico (¡un payaso, por dios!) fuese el alcalde de Reikiavic, se fue apaciguando.

A Gnarr, en cualquier caso, en su partido le nombran “pantalla de humo”. Lo que significa que su cometido es el de atraer la atención de los opositores, de hacer de señuelo y pararrayos contra los ataques, dejando así que los otros se pongan tranquilamente el traje de faena y se apliquen con las decisiones de gobierno. Pero ya estaba acostumbrado, pues la comedia, dice Gnarr, es una “batalla contra el rechazo, la extrechez de miras y el desprecio humano”. Su truco es la transparencia sostensible o el Wu Wei, un principio de la filosofía china que consiste en “dejar ser” o en “no acción”. En términos prácticos significa que, en lugar de combatir las energías negativas, se ha de dejar que pasen por encima, no oponerles resistencia, esquivarlas o acaso tratar de atrapar esa energías destructivas para re-dirigirlas contra el adversario. Vaya, agotar al adversario hasta que se rinda.

Porque el bien siempre es más fuerte.

La actividad de un alcalde, como pronto descubrirá Gnarr, es mucha y muy variada. Puede pasar cualquier cosa y los planes se trastocan cada dos por tres. Es un estado continuo de agobio, estrés, prisa y falta de sueño que Gnarr combate a fuerza de pacifismo y diálogo. Pero también vistiéndose de mujer. Sí, tal cual, dice que le libera. Incluso llegó al punto de utilizar el pintalabios y la laca de uñas de su madre. Y no para su vida privada, sino que apareció en varias ocasiones en el Ayuntamiento con los labios y las uñas pintadas. También se le ha visto, a Gnarr, vestido de drag queen en el desfile por la celebración del Día del Orgullo Gay. Pero es que todo forma parte de lo mismo: ese impacto que se fundamenta en la imprevisión de la sorpresa. Y ya se sabe que un juego, cuando se repite, es aburrido. Igual que un chiste.

Por esta misma razón, y a pesar que, al poco de las elecciones de 2014, al Partido Mejor las encuestas de daban un 35% de apoyo para la segunda legislatura, decidió Gnarr no presentarse a la reelección. Y es que, cuando se instrumentaliza una idea genial, estamos frente a un juego de suma cero. O peor: enfangados en una negociación. Y la cosa ya no tiene ninguna gracia.

Cuando estos días pasados veíamos a Juan Carlos Monedero lamentándose de la deriva de su partido y de su institucionalización, de su alejamiento de aquella cosa fresca, impremeditada, genuina y nueva que era al principio, entendimos esto mismo: que el juego iba en serio y, por lo tanto, había perdido toda su gracia. Dejando a un lado las múltiples y groseras razones que suelen confluir en las decisiones que tienen que ver con el poder, la marcha de Monedero deja al descubierto lo que ya sabíamos, que la cosa va de conformar estrategias para ganar cuantos más votos mejor. Y eso, sí, qué duda cabe, es un rollo. Monedero no es Gnarr, ya lo sé, pero al verlo despedirse no puedo dejar de preguntarme dónde estarán los payasos que nos salven de este rollo de democracia.