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...será en verdad prudente quien, sabiéndose mortal, no quiere conocer más que lo que le ofrece su condición; se presta gustoso a contemporizar con la muchedumbre humana y no tiene asco a andar errado junto con ella.

                                                                                                Erasmo de Rotterdam

 

Hay un festival de cine del que siempre saco conclusiones. Conclusiones sobre la situación del mundo, sobre las distintas comunidades que lo pueblan y sobre el pulso del universo. Incluso −admitiendo tal vez algún desliz en la interpretación de los signos− tengo la seguridad de llevarme una idea más o menos clara acerca del futuro; al menos del cercano. Es cierto que es el único festival al que voy, y casi el único que conozco, pero esta circunstancia no empaña en ningún grado la exactitud de mi juicio. El otro día le escuché gritar a una camarera que nada era sin medida, y ésta, según creo, es la medida justa. También podría decir que es un sitio donde uno puede ver un puñado, más o menos variado, de películas. Pero evitaré esa clase de apreciaciones con la rauda deferencia con la que saludo a quien padece psoriasis.

El festival al que me refiero es el de Rotterdam, que este año tuvo lugar entre el día 21 de enero y primero de febrero pasados.

Había una idea, o más bien un espíritu, que circulaba incansable y fantasmal por los pasillos y las salas del festival, y que al cabo de unos días invadió, con la contundencia de la fiebre, la retina y el aliento de los allí congregados. Después de indagar reflexivamente sobre lo que veía a mi alrededor descubrí que, lo que de una forma u otra estaba presente en todas las películas era un tema: la Razón.         

En esta edición del festival logré ver veinticuatro películas, de las cuales cuatro o cinco, como siempre sucede, serán justamente ignoradas. Lo curioso es que las restantes diecinueve coincidieran en la forma de ver aquel tema. Con espíritu ecuánime parecían decirnos "Mira, fíjate por dónde...", con una distancia similar a la que muchas veces utilizan los documentales sobre plantas o animales.

A modo de ejemplo voy a enumerar algunos de los argumentos: Una escuela de enseñanza libre inaugurada con el propósito de acoger a niños que han tenido problemas en otros centros y brindarles una orientación democrática y personalizada; una mesa donde un grupo de mujeres que trabajan como dominatrix comentan anécdotas surgidas durante el ejercicio de su profesión; las decisiones de los principales organismos de inteligencia mundial, a partir de los años sesenta, en relación a Afganistán; la trepidante búsqueda de diversión por parte de un grupo de mujeres; personas que exponen su intimidad física y emocional en Internet; los puntos de vista de alumnos y profesores israelíes y palestinos cuyas escuelas están ubicadas en las zonas de mayor tensión militar... Y otras propuestas de contenido variado pero cuyo punto de convergencia situaré en esa zona elástica y sensible que llamamos Razón, ya que esto nos conduce, a su vez, al aspecto a mi entender más interesante de la edición: el enfoque.

En muchas de las historias apuntadas antes, las iniciativas fracasaban: los profesores de la escuela abierta claudicaban, los conflictos diplomáticos no se resolvían sino que empeoraban, la diversión terminaba en muerte, y la relación inocente en abuso...

No obstante, uno no tenía la impresión de estar presenciando un fracaso: ni los profesores se deprimían, ni los diplomáticos parecían arrepentidos, ni las asesinas vivían su desenlace con remordimiento. Las aventuras no se legitimaban en el resultado, ni argumentalmente ni a nivel emocional. Si bien los arcos dramáticos eran generalmente negativos −las situaciones empezaban mejor de lo que acababan−, aquello se experimentaba como una posibilidad más, no necesariamente injusta o destructiva, dentro del galimatías existencial, como si el traspié fuera una posibilidad natural y casi esperable durante el curso vital. Es cierto que esto suena a resignación, y quizás hubiera algo de eso; pero en ese caso la derrota se transmitía con un grado de aceptación que se aproximaba, en su laxitud, al alivio. La chica a quien su ligue en Internet convence de hacer un vídeo porno para sacarse un dinerillo, superado el resquemor, parece entenderle. El tipo obeso que se grababa a diario con la cámara de su ordenador, festejaba la claridad y la limpieza del supermercado con verdadera devoción.

Las historias fluían con liviandad, sobrevolando los hechos narrados con paciencia, contemplando el Gran Disparate con desconcierto, pero también con empatía. Así, las decisiones de cada uno de los personajes encontraba su justificación, y lo hacían en el corazón de su propia existencia; y las razones verbales y morales se convertían en algo subsidiario, casi anecdótico. En las pocas películas donde el mal jugaba un papel protagónico, la forma de presentarlo podía parecer expiatoria, pero sólo si las juzgamos con ojo cínico. No evitaban el castigo, sino la culpa.

El otro día leí una frase que, pese a mi empeño, aún no he podido vencer. Decía que "a los hombres les importa un bledo la felicidad, buscan el placer. Buscan incluso el placer contra su interés, contra sus convicciones y su fe, contra su felicidad".

Según recuerdo, en anteriores ediciones del festival abundaban propuestas donde el acento estaba en la austeridad argumental o en la sordidez de personajes y dramas. Durante unos años preponderaron los diálogos lacónicos, herméticos, y las pequeñas historias. En esta edición parecía haber otra premisa. Las historias podían ser grandes en su épica o en el tamaño de los acontecimientos, escarpadas en el tono; pero la mirada era suave.

Rotterdam fue, antes que nada, una presa; y las gaviotas y los pájaros vuelan a ras del suelo y hacen un agradable ruido marítimo.

Por supuesto que la templanza en el enfoque, las contradicciones expuestas en las historias, y el tratamiento sutil y complejo de los conflictos −atributo de casi todas ellas− no son mérito de la ciudad, pero corresponden a la mirada de un observador maduro.

 

                                             

Los fotogramas corresponden a las siguientes películas, exhibidas en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam 2015:

Melody, de Bernard Bellefroid

Heaven Knows What, de Ben y Joshua Safdie

Fathers and Sons, de Fu Yu Zi

No Place for Fools, de Oleg Mavromatti

Alive, de Park Jung-Bum