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Las tres mitades de Guillermo Arévalo

Entrevista con el chamán en las puertas del cielo
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"Pasa como con ustedes. Algunos tienen voluntad de idioma pero carecen de boca. Yo podría decirte muchas cosas y no escucharías ninguna. Y si escuchas alguna será siempre a tu modo. La oirás como árbol (...) El asunto más difícil no es querer. Es el tiempo. Con el tiempo, acaso, tú podrás escuchar y caminar. Y con el tiempo yo te escucharé, caminaré tu camino sin desandar el mío. Todo, con el tiempo, volverá a ser de todos. Podremos existir en nuestra vida y en la vida de todas las personas que antaño fueron cosas, y en la vida de las cosas que habrán de ser personas"
(Las tres mitades de Ino Moxo. César Calvo)

En el tiempo de preparar estas entrevistas, realizadas a lo largo de tres años y charlas en varios lugares del mundo (en sus centros Anaconda Cósmica y Baris Betsa, en la selva, a unos 30 kilómetros de Iquitos; en España o en un hotel de Lima) a Guillermo Arévalo le ha dado tiempo a vivir muchas cosas: primero a aspirar a ser congresista del gobierno de la República del Perú; a retirarse durante la campaña y convocar inmediatamente apoyos para volver a intentarlo en 2021. Pero haya conseguido o no aún los propósitos políticos que buscaba para lograr que su cultura indígena tuviesen más visiblidad y programas de apoyo, lo cierto es que hace un par de meses se declaraba al kené, los diseños geométricos de su pueblo shipibo, esa líneas que se ven durante las visiones de ayahuasca y que forman parte de toda su artesanía y cultura, patrimonio cultural del Perú. Y hace apenas una semana, por primera vez en la historia de su país y de su pueblo, el Banco Central de la Reserva acuñaba una moneda de un sol en cuyo reverso figuran dos cántaros con diseño antropomorfo y una viviendas nativas shipibo-konibo. Como sucede muchas veces con este hombre menudo, sonriente, sereno y recio, a su alrededor siempre pasan cosas inesperadas.

La primera vez que oí hablar de Guillermo Arévalo fue por teléfono. Un amigo yerbero y viverista, practicante de la alquimia vegetal, acababa de tener el día anterior una sesión de ayahuasca —la medicina, tal y como se le suele llamar en los círculos occidentales— con este chamán shipibo. No salía de su asombro:

— Mira, todo lo que hemos hecho antes con la planta ha sido como estar en parvulitos. Con este hombre es como si de repente entraras en la Universidad. ¡Madre mía, qué bestia!

Intercambiamos información. Me contó de su sesión, de las visiones, de las enseñanzas recibidas, de los ícaros que cantaba Arévalo durante las ceremonias. Porque es con el canto que los chamanes o médicos indígenas canalizan la energía y vibración del brebaje ayahuasca y de todas las plantas que han ido dietando durante su vida y que les confieren el poder de identificar los males, restablecer los equilibrios físicos, energéticos y espirituales del paciente y acabar sanándolo según su tradición.

— Me han dicho que suele viajar a España. Es la bomba, hermano.

Cinco meses después, tras haber tenido un par de sesiones con una discípula española suya, que me insistió en que si yo quería curarme de los desajustes físicos, energéticos y emocionales que sufría —y era verdad que los sufría— debía ir a verlo al Perú. Esta discípula, una profesional ejemplar en su trabajo a la que nadie adivinaría su doble vida de chamana, llevaba trabajando casi una década con él, después de aparecérsele durante bastante tiempo en sueños. La confianza en su maestro era absoluta. "Yo no tengo el poder suficiente, Héctor. Creo que te servirá muchísimo. Infórmate. La decisión es tuya".

Y así, unas semanas después, tras sopesar dudas y temores, tras librar un feroz combate entre la lógica cartesiana y la intuición, tras decidir que con las informaciones que sobre Arévalo se sucedían en internet —desde la mixtificación absoluta a la crítica y maledicencia más feroz— no iba a sacar nada en claro, decidí romper el cerdito y perderme en el río solo, experimentar por mí mismo una aventura que hasta entonces sólo había intentado con manguitos y en piscina pequeña. Iba a entregarme a un poderoso chamán ayahuasquero en medio de la selva, sin colegas ni parejas, con mi fina piel caucásica dispuesta a que los mosquitos, arañas e isangos hicieran de mí un festín de picaduras, con el ánimo preparado a ir más allá en las experiencias que hasta entonces había tenido con la ayahuasca. Por mi profesión, estoy entrenado para dudar. Como el apóstol Tomás, yo soy de los que necesita meter el dedo en la llaga. Y en este caso, la llaga era yo mismo. Lo más que podía pasar era que cogiera mi petate a los dos días y me regresara a España con una historia que contar.

No regresé hasta que se me acabó el dinero. Desde entonces y hasta la fecha de hoy he trabajado bastantes veces con Guillermo Arévalo y otros chamanes shipibos, he regresado a la selva y he viajado a algunas comunidades shipibas con la intención de conocer, ya como periodista, cómo viven actualmente los "hombres-mono", que eso quiere decir shipibo. He visto y sentido cosas que ni con mil años de psicoanalista y training coachs iba siquiera a imaginar. Me he puesto en sus manos, he bebido de los vasitos de yagé o ajo sacha que me ha puesto por delante, he seguido sus consejos de dieta antes de las tomas —control alimentario, serenidad, silencio y abstinencia sexual— y he recibido durante las ceremonias sus cantos sanadores. Puedo dar fe de su poder, energía y capacidad chamánicas. Este hombre cuya edad oficial es incierta —según un certificado oficial que leí en su centro de Baris Betsa tendría 64 años; según él, 71—, de pelo ya casi completamente blanco, sonrisa fácil, humor socarrón y voz aguda, que usa gafas para leer y se maneja con habilidad por las redes sociales, que viaja por todo el mundo tratando a centenares, miles de personas y que fue condecorado por el congreso del Perú con el Premio Amazonía Sostenible 2015 por su constante labor de ayuda en el desarrollo sostenible del pueblo shipibo, logró, aliándose con su vasto conocimiento del poder de las plantas sagradas del Amazonas, que yo —y como yo cientos, miles de personas— me pusiera en el camino de recuperar la energía suficiente para desear seguir avanzando, seguir trabajando, seguir amando, seguir latiendo.

Antes de seguir necesito confesar que, por más hazañas místicas que se le atribuyan, por más actividades certificadas de filantropía hacia sus compatriotas shipibos que atesore, por más sanaciones probadas que acumule, por más que sea un infatigable explorador y un pionero en las luchas asociativas de un pueblo generoso y muy explotado, por más que sea un tremendo chamán que entrega hasta su último átomo de energía en hacer que tus demonios se disipen, que tu corazón llore o se ilumine, por más que sea empresario sagaz y un hombre de respeto, no puedo dejar de verlo como un hombre al fin y al cabo. Nada más ni nada menos. A los occidentales, a los gringos, nos gusta darle poderes divinos a las personas para luego juzgarlos y apedrearlos.

Un día le pregunté directamente:

— ¿No ve a veces el peligro de que mucha gente le atribuya poderes sobrenaturales, que lo vengan a tratar como un profeta o un semidiós?

— Bueno, sí. Eso pasa. Hay gente que me trató así y le hice ver que soy un hombre como todos. Sólo soy un hombre, no me siento superior a nadie. Si acaso quiero ser un poco menos que los demás porque es mejor para poder ayudarles con sus enfermedades.

Su nombre completo es Guillermo Arévalo Valera. En shipibo Kestenbetsá, que significa Eco Universal. Le llamaron así en memoria de uno de sus bisabuelos, que era un chamán de respeto e importancia dentro del pueblo shipibo. En esa comunidad son las mujeres las que ponen el nombre a las personas unos meses antes del nacimiento. Y un nombre es siempre una responsabilidad. Nació en un lugar que ya no existe. Como sucede en el mundo de los espíritus y las visiones de la medicina amazónica: hay cosas que están pero no todos pueden verlas. Su pueblo de nacimiento fue engullido por las aguas del río Ucayali.

— ¿Cuál es su profesión, Guillermo?

— Bueno, soy enfermero, pero me dedico más al chamanismo que a la enfermería académica, dice con una sonrisa.

El deseo de curar a las personas fue siempre su objetivo, añade. Fue uno de los primeros enfermeros titulados de su etnia, profesión que ejerció hasta que cayó en la cuenta de, que con los medios que el gobierno ponía en sus manos en los puestos de salud de las comunidades, poco podía hacer por sus semejantes. Fue entonces, con veintitantos años, que decidió aprender el arte de la medicina vegetal de sus ancestros y comenzó la ardua tarea de hacerse chamán: años y años de dieta y soledad que conjuntaba con la divulgación internacional de las propiedades curativas, entonces muy desconocidas para el mundo occidental, de las plantas amazónicas.

— Ahora le pregunto como padre, ¿cuáles han sido sus mayores desafíos y preocupaciones con respecto a sus hijos?

— Bueno. Yo soy el único hijo de mi papá y mi mamá [su madre, María, le suele acompañar muchas veces en las ceremonias de sus centros]. Mi mamá me tuvo a muy temprana edad y luego se trató con una planta para ya no tener más hijos. Claro que es bueno que un muchacho se críe con hermanos. Yo he tenido 12, con tres madres diferentes. Y me he sentido muy feliz con ellos. Tengo 38 nietos y seis bisnietos. Donde yo me he sentido impotente es al ver cuando algunos han muerto. No sólo ellos, sino niños shipibos. Por, pensando cómo podían morir tantos niños teniendo la farmacia de la selva al lado y una tradición riquísima en mis manos, me decidí aprender a sanar. Ahí fue cuando decidí aprender a hacerme chamán y seguir mi camino que es valorar, revitalizar y aplicar la medicina natural, trabajando con la parte psicomágica que las plantas abren: la parte espiritual.

— Uno de los objetivos suyos es que la medicina amazónica llegue a tener un reconocimiento internacional dentro del grupo que conforman las otras dos grandes medicinas tradicionales del mundo, la china y la ayurvédica. ¿Cómo se consigue eso?

— La idea que tengo es llegar al congreso primero. Y tengo cuatro propuestas para eso: los derechos indígenas (medio ambiente y biodiversidad), educación, salud y medicina indígena. Habría que crear un Instituto de Medicina Indígena. Y desde ahí, una Escuela de Formación con médicos y terapeutas. Una vez que se reconozca en Perú se podría empezar a tomar otros caminos dentro de la OMS.

— Eso a la vez tendría un efecto en la protección y cuidado del medio ambiente, supongo, ya que la base de la medicina amazónica son las plantas que crecen en la selva...

— Exactamente. Porque no se trata de arrancar masas de selva para extraer algo, sino usarlas como siempre hemos hecho: coger estas hojas, usar las flores o las raíces, cortar estas ramas... Los indígenas siempre hemos sabido proteger la naturaleza para que siga dándonos lo que necesitamos.

— En los últimos años los científicos occidentales (farmacéuticos, etnobotánicos, psiquiatras, terapeutas, neurocientíficos...) están mostrando un gran interés por la ayahuasca y sus efectos y propiedades. ¿Cree que se están adelantando en el control de la ayahuasca, teme algo por ahí?

— Para nosotros la ciencia siempre ha existido. Los chamanes son científicos a su manera. Desde muy niño fui amigo de los buenos chamanes. Me llevaban a pescar y a cazar. Y puedo decirle que con la ayahuasca no sólo se ven visiones bonitas, terribles o coloridas. Mire, yo veía mucho colores, rojo, amarillo, violeta, verde... Qué simbolizan estos colores, le pregunté a la madre ayahuasca un día. Y entonces me presentó el panorama: esos colores se formaron en los diseños shipibos. Y estos diseños tomaron símbolos de fórmulas. Mira la fórmula química de la ayahuasca: está en los diseños shipibos. Sólo son formas diferentes de representar lo mismo. A mí me enseñó de donde venía yo como ser: y yo bajaba de una flor. Y entonces entendí que todo estaba encerrado en el mismo lugar, en nuestra conciencia, en el ADN...

— Existe una teoría de que las famosas visiones de la serpiente [Ronin es el Dios Original Serpiente que creó todo en la cosmogonía shipibo] que se ven durante las tomas de ayahuasca no son más que representaciones simbólicas del ADN...

— Exactamente. La realidad se manifiesta a través de símbolos que podemos entender. Pero una fórmula y un diseño son la misma cosa. Algún día todo el mundo le dará importancia a la ayahuasca.

— Y ustedes llaman a algunos espíritus guía que a veces invocan "los científicos"...

— Sí, son espíritus de mucho conocimiento. Son guías que según la categoría que tengas como curandero [hay onayas y murayas, vegetalistas; según el tiempo de dieta y el número de plantas que hayas dietado] puedes invocar para que te ayuden a realizar una cura. Mire, ni los chamanes ni los espíritus que nos guían negamos el valor ni los conocimientos de la medicina occidental. De hecho yo creo en complementar los tratamientos entre ambas medicinas. Nosotros respetamos la medicina occidental. La que no respeta a nadie es la enfermedad, no hace distingos. La tierra nos traga y ampara a todos y todos podemos aportar a ella. Porque tanto en la medicina y la farmacia occidental como en la nuestra el origen es el mismo: las plantas. La medicina en origen es para todos: para el pobre, el medio rico o el millonario. Es el hombre el que no sabe la mayoría de las veces reconocer lo que hay en la naturaleza para su beneficio.

— ¿Y qué es lo que hace que nos perdamos?

— El ansia de poder, la ambición, hace que el hombre sea infiel a la naturaleza y cometa tantos errores. Pero lo cierto es que la planta no juzga: siempre está ahí y siempre perdona.

— ¿No existe el peligro de que el negocio que rodea la ayahuasca pervierta su uso y se acabe prohibiendo o pasando cosas como lo que le sucedió al LSD en los EEUU en los años 60?

— Existe el negocio y el dinero. Ese es nuestro mundo y así funciona. Pero todo es bueno o malo dependiendo del uso que le des. Si haces algo con espíritu solidario, eso dará buen resultado. En este negocio —que existe— no se oculta nada. No es como otros negocios donde sólo hay un objetivo: ganar dinero. Si yo fuera individualista y mano cerrada, yo tendría mucho dinero. Pero no lo tengo porque mi interés principal es compartir con el pueblo. Si algún pueblo me pide un generador de luz, tengo que darlo. Mi abuelo me dio ese ejemplo. A él y a mi papá les querían porque se volcaron con su pueblo. Y esa es la herencia de amor que yo he recibido.

Arévalo fue siempre un muchacho tenaz y comunicativo. Se relacionaba muy pronto con los blancos, que en su infancia aún eran vistos como demonios dentro de su pueblo y, como reconoce, los misioneros le ayudaron mucho en su formación. En sus primeros años, sólo quería salir de su entorno, prosperar, estudiar. Sus habilidades negociadoras, sus relaciones y dotes de persuasión llevaron desde muy jovencito a tener lugares de privilegio y organización en las comunidades donde vivió. De alguna manera siguió la herencia de su padre y abuelo "personas muy queridas por los suyos". Pero cuando las plantas amazónicas, que de alguna manera había rechazado en su infancia, se pusieron en su camino como el único posible para ayudar a la salud de su gente, surgió como un rayo del tronco de su linaje toda una tradición. Y la ayahuasca, blanca, negra, colorada o amarilla, la renaquilla, la marosa, la suelda consuelda, el mururé, la boahuasca, el piñón blanco o el colorado, el piripiri, el toé, el chiric sanango, la chacruna y tantas plantas fueron marcando el camino de formación del futuro chamán en el que se acabó convirtiendo.

Es preciso explicar para quien no esté familiarizado con ello cuál es el proceso de formación de un médico amazónico. No hay ninguna universidad que te ofrezca créditos y cursos con los que ir adquiriendo tu sabiduría y pericia. Sí, los hombres-medicina, las mujeres, los curanderos y tus familiares y ancianos de las tribus podrán explicarte y enseñarte cual es tal planta y qué propiedades medicinales tiene, cómo identificarlas y prepararlas. Pero el verdadero médico está dentro de ti, dormido, esperando a crecer, gracias a las plantas vayas tomando, y, gracias a los cantos que vas aprendiendo durante las dietas, los sueños y las visiones, cantos que te son revelados, ser capaz de ordenar el espíritu del paciente y expulsar el mal concreto de su cuerpo.

"La base de la medicina amazónica es la dieta. Cada planta guarda una sabiduría. Y cada planta precisa de una dieta concreta. Unas son más duras y largas que otras. No puedes pasar a una planta sin haber hecho otras anteriores", puntualiza Arévalo. Una dieta consiste, básicamente en un período de aislamiento con restricciones alimentarias, sociales y sexuales. Por regla general, si bien hay algunas aún más restrictivas, no se puede comer carne roja, no se puede tomar sal ni azúcar refinado, no se pueden tomar picantes, alcohol ni excitantes. No se puede practicar sexo, salvo en ciertas ocasiones y con tu mujer. Y durante ese período que puede durar meses o años, según la planta en cuestión, estás tomando casi a diario decocciones o infusiones de la planta cuya conocimiento debes adquirir. "Ahora hay gente que toma tres veces, se trae la ayahuasca de mi país y se viene a sus países diciendo que es chamán. Eso es imposible, y además puede ser muy peligroso. Una persona tiene que estar dietando al menos dos años con supervisión de chamán para poder invitar a otro en una ceremonia", añade Arévalo, que tiene en proyecto abrir un centro entre Atalaya y Pucallpa específico para la formación chamánica, que complemente a los que ya tiene de tratamiento y divulgación cerca de Iquitos.

Es a través de los sueños y de las visiones durante la dieta que algunas plantas pueden provocar que vas accediendo a ese conocimiento. En cada proceso, las plantas te enseñan cantos concretos que ayudarán al chamán a identificar el mal del paciente y la manera de sanarlo. ¿Y cómo se sana? Son los cantos bewá, o ícaros, los que durante las ceremonias ayudan a restablecer el equilibrio. ¿Cómo se aprenden estos cantos? Durante las dietas y ceremonias con cada planta. Es música revelada. Música obtenida en el trance. Y esos cantos son como el instrumental quirúrgico o el botiquín de un médico: unos sirven para proteger de los malos espíritus, otros para abrir el corazón, otros para abrir la memoria antigua, otros para la melancolía, otros para el renacimiento, otros para la soledad, otros para la pérdida... ¿Y qué es lo que funciona de la música, exactamente? La vibración. La sanación o el reequilibrio se logran mediante el efecto que determinadas melodías y cantos sincopados producen en el campo energético del paciente que se ha amplificado y vuelto extraordinariamente sensible a ellos tras la toma de las plantas. Es como si hubiese una música callada interior que se integrase dentro de una orquesta sobrehumana. Ellos hablan de espíritus: del agua, del bosque, de las plantas, de las aves, de los animales, de los muertos, de la luz y la oscuridad. A nosotros nos gusta medirlo todo. Es como esta gente que dice "mira, las personas cuando sueñan activan ciertas zonas cerebrales porque hay un experimento de una tomografía que lo muestra". Como si antes de que existiesen las tomografías la gente no soñara.

Hay muchos conceptos e ideas que a nuestra mirada occidental le resulta muy sencillo tomarse a chufla. Pero cuando uno comprueba in situ de qué se está hablando, cuando prueba, aunque sea en una versión ligera, los efectos de una dieta o de los cantos de un auténtico chamán durante una ceremonia, la soberbia intelectual occidental suele avergonzarse. Sí, es cierto: hay muchísimo cantamañanas en este mundillo. Cada vez abundan más los tipos que ven una oportunidad de lucrarse suministrando vasitos de ayahuasca durante un fin de semana a un grupo de gringos ávidos de alguna experiencia cumbre. Y la ayahuasca es un potentísimo brebaje visionario, de eso no cabe duda. Y su ingesta per se, sin chamán alguno, tiene efectos físicos, emocionales y oníricos indiscutibles. Pero esto es, como un amigo me decía hace poco acertadamente como las carreras de Fórmula 1: si no tienes un buen coche (ayahuasca), no podrás llegar primero a la meta; pero si no hay un buen piloto (chamán) que conduzca un coche potente podrás estrellarte a la primera curva.

Además es también necesario recordar que no por el hecho de tener conocimiento de los secretos del uso de estas plantas uno se transforme en un buen médico. "De cada diez chamanes ocho o nueve son brujos, eso es así", admite Guillermo Arévalo. Aclaremos que un brujo no es más que aquel que usa sus capacidades para alcanzarle cosas al que paga con malas artes. Esto es, un mercenario del encargo por muy mal intencionado que este sea. Un ‘quiero que fulanita se enamore de mí’ o ‘que a zutanita le caiga un mal encima porque se ha ido con el hombre que a mí me priva’. No es un tipo frente a un caldero invocando a Satanás y vestido de negro con las uñas largas como Fumanchú y tres calaveras como pisapapeles.

Como se ha dicho, una de las cosas que más ha tenido a Arévalo implicado en el último año ha sido la política. Finalmente, se retiró de su aspiración a ser uno de los primeros shipibos que entraran en el congreso del Perú. Pero apenas unas semanas después volvió a pensar en ello para las próximas elecciones. Es un hombre de paciencia.

— ¿No teme que su vida política merme o influya en su vida chamánica?

— Voy a estar compartiendo, no lo voy a perder. También recuerdo que no sólo busco el voto de los indígenas sino de todos los hispanohablantes y personas que viven en el Ucayali.

— Imaginemos que está ya en el congreso. ¿Cuáles son sus objetivos?

— Alfabetización y educación, desarrollo económico, salud accesible y ser independientes desde el desarrollo de nuestros recursos naturales y culturales. Yo no pretendo buscar regalitos ni de organizaciones filantrópicas ni del gobierno. Queremos producir y entrar a un mercado comercial de productos que se producen en nuestras tierras y se pueden comercializar y exportar. Lo que busco es un acuerdo comercial o de ayuda al desarrollo. No podemos estar de brazos cruzados esperando ayudas: necesitamos convenios y acuerdos estratégicos con otros países.

— La historia entre españoles y los indígenas no fue ejemplar precisamente. Arrasamos, asesinamos, robamos lo que pudimos. Usted pretende darnos una oportunidad a los herederos de los pueblos que en su tiempo les engañaron. ¿No teme que nos pasemos de listos como casi siempre ha hecho el hombre blanco con ustedes?

 — Hay muchos que en Perú recuerdan continuamente que los españoles y otros pueblos que han pasado por nuestras tierras nos deben muchas cosas históricamente, que no debemos fiarnos de ustedes. Pero yo siempre digo que ese no es el camino. Hay que hablar, llegar a  acuerdos. Espero que un día los campesinos puedan beneficiarse.

— Siempre se ha dicho que viajar mucho vacuna contra la intolerancia. ¿Qué opina de eso usted, que es el shipibo que más ha viajado?

— Una de las cosas que tengo en mi visión es la necesidad de que los shipibos jóvenes —y no sólo shipibos, sino tantos indígenas o campesinos que viven en tan pobres condiciones de vida— se formen y puedan salir al extranjero. Mire, yo no tuve una vida fácil. Mis padres se separaron cuando yo era pequeño. Y fue difícil encontrar recursos económicos para lograr prosperar y estudiar. Yo he sido el primero que he vivido de proyectos. Recibiendo ayuda de proyectos que ya existían o montando yo mismo esos proyectos: con el gobierno peruano, con el gobierno sueco... Yo he sido promotor de recursos humanos y desarrollo con la UNESCO. Gracias a ese tipo de proyectos pude vivir y empecé a conocer el mundo. Y cuando ya me dediqué al chamanismo eso ya se disparó. Y por eso trabajo como consultor y promotor de los conocimientos de mi pueblo. Eso me ha permitido conocer a muchas personas valiosas en el mundo, a muchas instituciones, he participado en congresos internacionales, he hecho muchas ponencias. He debatido sobre enfermedad y muerte en muchos lugares. Últimamente cada vez doy más conferencias entre los jóvenes indígenas sobre cómo afrontar la muerte, porque cada vez les cuesta más entender que es una parte del ciclo universal y hay que aprender a convivir con ella.

— ¿Y el papel de las mujeres? Dentro de la cultura shipibo ellas son las que hacen la cerámica, el kené, los vestidos, las cuidadoras...

— La mujer es el brazo derecho del hombre. La esencia de amor de una cultura porque ellas te cuidan, te alimentan y preservan todo. Para mí, los diseños, el kené son la esencia de nuestra cultura: ahí está encerrado todo. En clave geométrica. Los números, las enseñanzas, las historias, los cantos.

— Y también son muy guerreras, que las he visto ser las que tiran para adelante en las asociaciones y en las asambleas...

— Mi jefa de campaña es una chica. Y los colaboradores de campaña que van a hablar a los comunidades también, en su mayoría.

— ¿Confía más en las mujeres que en los hombres para el cambio?

— Bueno, sí. Pero es algo que debemos hacer juntos.

— Durante mis estancias en las comunidades del Perú le pregunté a varios chamanes cuáles eran las enfermedades más comunes que traíamos los occidentales y cuáles las de los shipibos. Todos me dijeron lo mismo: "los gringos sufren porque viven en sus mentes y los hombres shipibos padecen el ansia de mujeres".

— Jajaja. Bueno, sí. Los occidentales tienen las guerras en su pasado. Los miedos, la depresión necesidad de control, las paranoias, incluso la esquizofrenia, se transmiten a partir de generaciones y se olvida el origen: el terror a las guerras. Pero es cierto, la mayoría de sus enfermedades son de origen psicológico, es verdad. Y los shipibos una de las obsesiones del indígena es la lujuria, pero en tanto a la enfermedad son enfermedades locales: el cutipado. El cutipado es un síndrome que se transmite de padres a hijos; el susto, que no tienen nada que ver con lo que ustedes entienden. Según el nivel del susto, nosotros creemos que su espíritu puede perderse y ser robado.

— ¿Ustedes piensan que cada persona tenemos un espíritu?

— Sí. Pero yo siempre diferencio, porque así es en nuestra cultura: el espíritu es shinaá, y está con la conciencia; y el alma es la energía vital que tenemos. El alma sería una especie de caparazón y dentro vive el espíritu. Si a uno se le va el espíritu, vive deprimido.

— ¿O sea que el espíritu no muere nunca?

— No, en general, no muere. Los espíritus tienen sus mundos y pueden vivir ahí eternamente. Pero, aunque usted no me crea, hay gente de mala fe que puede matar el espíritu de una persona. Son capaces de atraer al espíritu y eliminarlo. Apenas dos o tres horas después el cuerpo de esa persona enferma y muere.

— Así que gran parte de su trabajo consiste en proteger y protegerse de ataques.

— Así es...

— ¿Alguna vez le han cogido desprevenido y le han atacado los brujos?

— No sólo una vez. Varias veces. Por suerte tengo a mis guías que me protegen y me he librado de ellas.

— Ahora, si entra en política, imagino que le van a atacar por todos lados porque usted me dijo una vez que la proporción entre brujos y buenos chamanes es muy desfavorable a estos como dos buenos por cada ocho brujos...

— Ya. Eso va a pasar. Pero estoy preparado y siento que es mi misión.

— ¿Recuerda su primera vez con la ayahuasca, cuando experimentó las primeras visiones, maestro? Porque comprendo que esto es como el primer beso, que nunca se olvida.

— No, nunca se olvida. Fue la segunda vez que tomé. De pronto, algo se apoderó de mí y empecé a escuchar una voz y a ver unas palabras. Eran en castellano. Me decían: "reciba, aprenda, comparta". Yo entendí que era un mandato para ejercer la medicina. Y lo seguí. Y es lo que yo repito a la gente cuando me preguntan si tengo alguna enseñanza.

— ¿Y las cualidades para ser un buen chamán?

— La compasión, la tolerancia y la paciencia. La impaciencia te hace perder energía. Como quieras curar a alguien en poco tiempo, no podrás. Hay que estar conectado con el paciente. cada cual necesita su tiempo. Hay que trabajar con intención. Es como el canto. Da igual la melodía y el idioma en el que cantes. Lo importante es la intención y tener la limpieza suficiente y la preparación para que este llegue al paciente. Si no eres bueno de espíritu no podrás curar.

— ¿Todas las enfermedades se pueden curar?

— No. Las que tienen causas genéticas no podemos curarlas desde esta medicina. Las que tienen causas externas, sí. Sin saber la causa no se puede saber si se cura o no. Imagínate que una enfermedad de carácter mental o emocional ha estado causada por una causa externa: alguien abusó de ti o te violó. Eso sí se puede curar. Y algunos cánceres provocados por acusas externas y otras enfermedades.

— Usted ha tomado muchas plantas sagradas con cualidades visionarias, no sólo las amazónicas...

— Yo he tomado de todo. De Europa he tomado la mandrágora, a la que considero la madre de todas las solanáceas. De gran poder. Es similar pero incluso está por encima de nuestras daturas, del toé, que es una planta muy poderosa. También he tomado cactus peyote. Pero ahí son similares al San Pedro y a algunos cactus que hay en la selva que llamamos tuna. Cada cultura tiene sus plantas sagradas. Lo malo es que ustedes han olvidado gran parte de su cultura.

— ¿Todo el mundo puede tomar ayahuasca?

— Aunque esté de moda yo tras muchos años he aprendido una cosa: la ayahuasca no es para todos, sino para unos cuantos, como tampoco lo es la ingeniería industrial. El negocio que hay detrás está perjudicando mucho. La gente cree que esto es sólo tomar y tener visiones. Y esto es un proceso difícil y largo. La ayahuasca es un taxi-medicina que te lleva por todos los mundos. Pero no todos pueden subirse a él.

Después de un año sin asistir a ceremonias de ayahuasca, tuve una con Guillermo Arévalo y más personas hace un par de semanas. Nos saludamos. Me alegró tanto volver a verlo, volver a coincidir con viejos marineros. Pero fue una ceremonia extraña. Casi nadie levantó el vuelo y entró en la mareación acostumbrada. Ese día vi más que nunca al hombre que se dejaba el alma para intentar curar en cada ceremonia.

Al día siguiente regresé a casa después de haber escuchado a un hombre sabio y experimentado admitir que se había quedado a las puertas del cielo. Allí estaba yo con él y con otras personas, varios amigos y compañeros de viaje, rodeados de jardín y estanque, escuchando al guía, mirándole de frente. Allí estaba yo al mediodía del sábado, oyendo esas palabras del cantor mágico que confesaban que la luz que portaba en su zurrón de la selva no había sido suficiente para podernos elevar más allá de nuestras propias sombras como tantas veces. El maestro, acostumbrado a hacer de guía y psicopompo de almas perdidas, tan ducho en cruzar, volar, hundirse y regresar de mundos invisibles y sutiles, tan infalible hasta entonces para mí en el arte de transitar, llevarte y regresarte por esa zona que llamaban bardo los tibetanos, tan artista en rescatar de lo oscuro a espíritus dañados, estaba allí humildemente sentado ante nosotros, permitiendo entender al que quisiera hacerlo, cómo la maravilla nunca puede ser un hábito de costumbre. La maravilla es un regalo, es una conjunción. No es una prerrogativa. Aún así, nos prometió que a la noche siguiente habría una nueva oportunidad más de cruzar las puertas del cielo o del infierno —tanto da— de entrar al Jardín de las Delicias. Pero yo, sabiendo que así sería y cumpliría su palabra, cogí mi petate, agradecí el viaje frustrado que tanto me había enseñado, me sonreí con el canto nocturno de las ranas y el ícaro del corazón que él me había cantado la noche en la que no cruzamos las puertas del cielo y regresé a casa. Sólo la aspereza y realidad de la tierra nos hace entender la profundidad del mar, la dimensión del cielo. La enorme dificultad del vuelo.

 

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