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Las lágrimas de Veronika

De la liberación femenina a la sumisión en la ficción audiovisual
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En estos últimos días del verano comienza a escribirse en mi cabeza un texto que pivota entre las imágenes de Masters of Sex, Trainweck y La mama y la puta. Intento darle forma, intento saber qué quiero decir, pero frente al primer borrador compruebo que he creado un gran interrogante y probablemente nada más.

Suelo emplear el verano en ponerme al día con series que no he podido ver a lo largo del año y este me ha tocado Masters Of Sex (que se centra en las figuras del ginecólogo William Masters y la psicóloga Virginia Johnson, ambos pioneros en el estudio de la sexualidad humana durante los años 60), de la que está emitiéndose ahora su tercera temporada. Tiene algo que ha llegado a fascinarme: la figura de Virginia Johnson. No voy spoilear la serie, solo voy a reflexionar sobre algunas sospechas que se han acrecentado después de ver Trainweck (comedia de Judd Apatow que explora las relaciones de pareja). Ficciones en las que sigue siendo habitual representar a las mujeres bajo un esquema que se repite sin descanso y que pasa indefectiblemente por un absurdo patrón. Ficciones donde los propios comportamientos de las mujeres acaban resultando incoherentes e ilógicos. ¿Realmente somos así? ¿Realmente el Johnny Depp preferido de una mujer libre y liberada es Eduardo Manostijeras? En palabras de la protagonista de Trainweck, Eduardo se sentiría tan culpable de hacerle daño con las tijeras que se quedaría con ella para siempre solo por compensarla.

LAS PUTAS SOBRE LA TIERRA

Reflexionando sobre esto me acordé de las lágrimas de Veronika en La maman et la putain [1973]. Reconozco que yo siempre había pensado que esas lágrimas de Veronika habían supuesto una nueva genealogía para las mujeres, y quizá también para los hombres. Un monólogo llorado, a veces susurrado en el que nuestra Eva rubia pretendía dinamitar un esquema mental que nos esclavizaba y esclaviza aún hoy también en la ficción. Palabras para matar a Alexandre, que es todo palabras; palabras y lágrimas para dinamitar el yugo del patriarcado en el que las mujeres debían ser madres y/o putas. Si ya no hay putas sobre la tierra como anunciaba Veronika en la resaca del mayo del 68, ¿por qué nuestras mujeres siguen encorsetadas en ello y moviéndose en la mayoría de las ficciones en ese espectro?

Y muchos hombres me desearon por eso, no me vieron a mí, desearon el vacío. Besaron el vacío. Follaron el vacío. Me besaron como a una puta.

Siguiendo  la idea del historiador de cine Marc Ferro, igual que El acorazado de Potemkim decía más sobre la URSS de 1925 y Napoleon de Gance, más sobre la Francia de los años 20 que la Napoleónica, Virginia, prestigiosa psicóloga, encarna, durante las primeras temporadas de Masters of Sex, los interrogantes de una mujer actual. No quiero decir que exista un único modelo de mujer y ni mucho menos que todas aspiremos a lo mismo, hablo de un personaje que traslada a la pantalla cuestiones que, surgidas hace tiempo, se mantienen sobre nosotras como una espada de Damocles. Virginia es una mujer que sabe lo que no quiere, algo tan importante cómo saber qué se quiere, algo que extrapolado a lo sexual la convierten en un ser capaz de verbalizar lo que desea. Un ser que pide, que demanda ser satisfecha y que además, indica cómo quiere que se lo hagan. Tras el primer polvo de Virginia con un médico en el capítulo piloto, él define el sexo con ella así: “Es el tipo de sexo que tienes cuando estás casado, o en la luna de miel supongo. O como tener sexo con una prostituta”. La fantasía de esos hombres de los años 50 es una mujer liberada de las convenciones sociales en lo privado, una puta, pero una “mamá” en lo público, una mujer-contenedor de todo eso que representa una madre. Ethan, la pareja sexual de Virginia durante esos capítulos, no entenderá jamás la frase que ella le dice en el umbral de la puerta de su casa, una puerta-umbral del sexo, por lo tanto una frase previa a la penetración: “quizá lleguemos a ser amigos, solo tengo lugar para eso en mi vida en este momento”. Ethan no tiene problemas en “someterse” a Virginia en la cama pero el deseo de controlarla le lleva a golpearla en público: “los amigos no follan así y al final del día solo eres una puta”, le grita, mientras ella sangra y no da crédito.

Algo parecido sucede en Trainweck con el personaje de Amy. Ella parece tener el control sexual, incluso emocional de su vida. Independiente y joven, no se engancha, no se involucra. En este sentido el personaje de Amy mantendrá multitud de encuentros sexuales y no mostrará culpabilidad por ello. A lo largo de la película, Apatow intercambia los roles asociados a mujeres y hombres en la relación que Amy y Adam inician. Casi todas las situaciones que tienen lugar entre ellos son una muestra perfecta de ello: Adam es quien insiste en quedar tras la primera cita, él es quien la abraza y se muestra tierno tras el sexo (vemos la cara de desagrado de Amy cuando esto sucede), él es quién parece querer continuar la relación y comprometerse.


Aunque Amy, que ha aprendido a través de la figura de su padre (el punto de partida de la película es ese speech del padre a sus hijas) un comportamiento que no es “propio” de mujeres y que parece ser más libre que las demás mujeres de su entorno, acaba bromeando sobre sí misma llamándose puta.

LA CULPA

Virginia no es una puta, es una mujer no diré adelantada a su tiempo: es una mujer plenamente de su tiempo, asomada al tiempo que simplemente (y en esta simpleza reside todo su “heroinismo”) parece saber lo que quiere. Virginia es secretaría, investigadora, madre soltera de dos hijos, estudiante en la universidad… una mujer que a lo largo de los capítulos tendrá siempre que elegir, como si la decisión tomada definiera quién es, como si ser no residiera sobre todo en las opciones, en las posibilidades, como si el ser mujer no fuera algo caleidoscópico más que unitario. Sobrevuela en casi todos los capítulos la culpa. Primero ella vivirá sus relaciones sexuales libremente pero después, en el avance del tiempo en la ficción, irán asociándoselas al trabajo, a la investigación, a su compañero de laboratorio, y finalmente a curarle a él la impotencia. Su sexo, su sexualidad, su trabajo, supeditado a levantarle la polla a su jefe, su colega, su amante en el amor. El camino que traza el personaje de Virginia va de la liberación a la sumisión. Según gana en prestigio como trabajadora y como persona pública, pierde autonomía en lo privado. Tras haber poseído el control de lo sexual, Virginia acaba perdiendo el control de lo emocional, algo que en la serie tampoco aparece plenamente desarrollado (work in progress), pero ese desequilibrio se hace más patente a medida que la figura de Virginia, ser social, va ganando reconocimiento.

En Trainweck, Amy acabará sintiéndose como una mierda, como un tren descarriado. La forma en la que está escrito el arco emocional que recorre su personaje vuelve a encorsetar la figura femenina principal en el esquema mamá/puta. Kim, su hermana, representa la figura de madre, contenedora de todos esos valores hacia los que se irá desplazando el personaje de Amy. Kim es su contrapunto: una mujer casada y con hijos que está en una relación totalmente monógama, una relación sobre la que Amy bromeaba e ironizaba. Por una parte la madre y por otra parte la puta, de tal forma que cada una de ellas estaría continuando (genealógicamente): por una parte a la madre de las niñas en la ficción (Kim), y por otra al padre libertino (Amy). Apatow no podría ser más conservador; incluso la banda sonora se desplaza en este sentido de Miley Cyrus cantando “Every single night and every single day / I'mma do my thing, I'mma do my thing / So don't you worry about me I'll be okay” a Billy Joel: “She’s getting tired of her high class toys/ Shes got a choice”.

En la tercera temporada, Virginia solo recibe reproches: de sus hijos, de su jefe, de su amante. Amy se pasa media película sintiéndose culpable. Mujeres que en la ficción han conquistado el orgasmo (o dicho con más propiedad, mujeres a las que en la ficción se les ha permitido conquistar sus propios orgasmos) siguen siendo representadas emocionalmente perdidas, descarriadas, deudoras, culpables. Hoy ya sabemos decir tócame aquí y házmelo así, incluso hemos aprendido cómo Virginia afirmaba que no necesitamos a nadie que nos provea de placer; nos tenemos a nosotras mismas, si es que es eso lo que queremos. Pero conquistado el orgasmo, responsabilizadas de nuestro propio placer, ¿de verdad estamos tan perdidas como Apatow insinúa en Trainweck y cómo lo insinúan tantas ficciones?

Voy a Youtube y veo la escena del monólogo. Las lágrimas resbalan por el rostro pixelado de François Lebrun. No por el de Veronika: por el de François.

Para mí no hay putas. Para mí, una chica que se deja follar por cualquiera no es una puta. No hay putas. Se la puedes chupar a cualquiera y no serás un puta por eso. No hay putas sobre la Tierra, compréndelo”.