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La verdadera seducción del programa

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AÑO 2012. Yo sólo me he roto un dedo, pero eso no impide que el Sistema Público de Salud me utilice como excusa para explorar las posibilidades de las nuevas tecnologías. Al llegar, mi médico de cabecera me hace una larga lista de preguntas mientras apunta las respuestas en su computadora. A continuación, me mira la falange de reojo y anota su diagnóstico casi al vuelo. Me da una receta para calmar el dolor, le dice a una enfermera que me vende, y me manda a rayos para que me hagan una radiografía. Luego, la administrativa me da cita con el traumatólogo.

Pasados tres días, noto que el traumatólogo también prefiere su pantalla. Contempla la radiografía digital y teclea todo lo que ve en una casilla situada bajo la imagen. Mientras, comenta:

—Bien… Sí… Bien… Sí, esto está roto… Sí, parece roto.

Después de hacerle el amor a la pantalla, me mira y añade:

—Vaya a la enfermería y que le pongan yeso en ese dedo. Buenos días.

Tres semanas más tarde le comento lo sucedido a mi suegra. Es médico y me contesta que no son ellos sino el Sistema, es decir, el Sistema Público de Salud. Cada vez deben atender a más pacientes con la condición de no dejar de escribir, hasta el punto de que es la relación entre el número de pacientes atendidos y la cantidad de informes tecleados lo que usan en gerencia para contabilizar su productividad.

AÑO 2013. Me he apuntado a un curso de inglés. El centro al que voy se llama Wall Street. Las clases no están mal, aunque noto diferencias con otros cursos recibidos anteriormente. En Wall Street la presencia del ordenador es mayor. No sólo utilizan la web para que podamos hacer ejercicios desde casa. ¡Es que se vanaglorian de ser la primera escuela de inglés con multimedia interactiva en las aulas! La verdad es que estoy encantado porque la publicidad resulta ser cierta: los horarios son flexibles y ellos se adaptan. Además, sus tests online me permiten comprobar en cualquier momento si voy mal o sólo regular.

Intentando saber más de sus métodos para aplicarlos con mis alumnos, investigo quién me está enseñando y descubro que mi centro forma parte de la mayor red de escuelas de inglés para adultos del mundo. Me sorprende saber que la mía sólo es una entre cuatrocientas cincuenta. Pero, de lo que leo, me llama la atención otra cosa. Wall Street English fue comprada por Pearson Education en 2010. De repente, caigo en la cuenta de que mi pequeño centro de inglés forma parte de algo mucho, mucho más grande.

La noticia me deja tan descolocado que unos días más tarde se lo comento a un amigo editor:

—Oye —le digo—, ¿sabes que voy a clase de inglés a la escuela más grande del mundo?

Él me responde que está al tanto y, a cambio, me cuenta algo que a mí también me suena: que, tras hacerse con Penguin en 1970, Pearson se convirtió en el Vicens Vives británico y que, aunque hasta hace veinte años se dedicaba a publicar manuales en papel para colegiales, desde entonces se ha concentrado en la educación digital para ir sustituyendo los viejos libros por los nuevos modelos interactivos.

Como alumnos de aburridas clases de inglés que hemos sido y como padres que seguimos siendo, tanto mi amigo editor como yo coincidimos en que el cambio no sólo es bueno, sino hasta necesario.

—Los manuales clásicos, incluso con imágenes en color, son menos entretenidos que los programas interactivos —añade.

Yo me acuerdo de que también en mis clases de inglés del centro Wall Street priman la interactividad y, a raíz del comentario, mi interlocutor sigue rajando.

Efectivamente, Pearson ya no sólo está interesado en el software. De hecho, fue internet lo que les abrió los ojos a todo un mundo de posibilidades:

—Al principio, sólo se trataba de crear tests para que los alumnos inscritos en sus cursos se autoevaluasen desde sus hogares. A través del sistema Pearson VUE, la empresa se convirtió en el líder mundial del negocio de las pruebas y los métodos de evaluación computarizados y deslocalizados, alcanzando una cifra de varios millones de estudiantes registrados. Pero, últimamente, han empezado a explorar las ventajas del uso de las redes sociales en la educación[1].

AÑO 2014. Mi universidad ha pactado con la de Las Palmas. Se trata de ofertar un máster que pueda ser cursado al tiempo por los alumnos de ambas instituciones. Llego a clase y una cámara me enfoca. Mientras me veo en una pequeña ventana, compruebo cómo en la grande los matriculados canarios esperan ansiosos mis primeras palabras. Como la cámara que me mira es fija, debo permanecer en mi silla para que me puedan ver desde las islas. Procuro hablar lento, alto y claro para evitar las interferencias pero, al apostar por los mensajes expeditivos “tipo Skype”, noto que los alumnos que se sientan a mi lado comienzan a bostezar.

Al volver a casa intento saber cómo resuelve Pearson estas situaciones y, al entrar en su web, me encuentro con Embanet (su modelo específico de enseñanza online para niños) y con sus servicios online para la ASU (la Universidad Estatal de Arizona, la mayor universidad pública de Estados Unidos). Sea como fuere, lo que más se acerca a mi problema son sus proyectos más recientes.

Como se explica en los últimos balances anuales, el gigante ha comenzado a ofrecer a centros públicos y privados opciones que, de contratarse, los afectan íntegramente “mejorando los resultados del aprendizaje a un coste menor”. En estos casos, Pearson propone hacerse cargo de las escuelas al completo (no sólo virtualmente, sino también físicamente), proporcionando a los alumnos un entorno de aprendizaje totalmente integrado. Por ejemplo, en Brasil, gestiona el Sistema COC que ofrece una solución educativa completa que mezcla aprendizaje tradicional con red social, instrumentos computarizados de evaluación y apoyo pedagógico, y que, a día de hoy, ya implica a un total de ciento sesenta mil estudiantes de primaria y secundaria. Y, a nivel universitario, está haciendo lo mismo en los campus de la red CTI, muy presente en países como Sudáfrica. Por supuesto, intentan asegurarles a los propietarios originales de las escuelas e instituciones un porcentaje anual fijo de beneficio sin contratiempos y, para ello, no sólo se informatizan los colegios, sino que se garantiza una menor inversión en personal[2].

Al final comprendo que lo que imita torpemente mi universidad es lo mismo que Pearson ofrece con mayor inversión y calidad. Con la red digital, menos profesores abarcan a más alumnos más dispersos. No cabe duda de que el resultado da que pensar pero, en el caso de Pearson, no dejo de apreciar ciertas mejoras.

La experiencia de la empresa pone de manifiesto que para los alumnos más jóvenes los métodos interactivos tipo gameworld resultan más divertidos. Además, su sistema combinado de clases online, redes sociales y test de autoevaluación no funciona mal. Por eso me parece normal que en los colegios para niños el modelo se extienda sin parar.

Por la noche compruebo los avances de la computarización en red cuando en el peaje del periférico le pago a la cajera con mi tarjeta. Mientras, ésta le comenta a la de enfrente:

—… no, qué va, la semana pasada no vine porque me dio un “brote psicológico” [sic.].

AÑO 2015. Llevo un curso impartiendo clases online y la cosa va tan mal que estoy a punto de escribirle una carta de ayuda al personal de Pearson. Buscando un teléfono, descubro algo más. Pearson no sólo se dedica a expandir la educación digital, sino que, años después de comprar Penguin, se ha convertido en el mayor grupo editorial mundial.

La perspectiva de un doble monopolio capaz de aunar tanto al sector educativo como al editorial me empieza a inquietar. Pero la inquietud se convierte en malestar cuando compruebo con quién trata Pearson para repartirse el bacalao.

Hace poco que el emporio Penguin Random House está participado por Pearson (47%) y Bertelsmann (53%)[3], y los números no tendrían importancia si, buscando datos sobre este último, no descubriese el oscuro pasado del monstruo alemán.

—Mamá —exclamo en la comida del fin de semana—, ¿sabes que el mayor grupo educativo del mundo se ha asociado con un antiguo nazi?[4]

Y, tras charlar un rato entre alborozos, añade ella con un respingo:

—Pues, paradojas del destino, si lo que dices es cierto, 1984 de Orwell está en manos de un siniestro monopolio.

—Pero, ¿quién lo publica en castellano? —pregunta mi padre.

—Pues, no sé…, yo lo tengo en Lumen —respondo.

—¡Ah! Claro… —concluye mi madre—, es que, por lo que leí en la prensa hace un tiempo, Lumen es una de las editoriales españolas adquiridas por Penguin Random House en los últimos años[5].

 
Ilustraciones de Xiana R. Cobo.

[4] La transparencia como rasgo de la posmodernidad: Saul Friedländer, Norbert Frei, Trutz Rendtorff y Reinhard Wittmann, Bertelsmann im Dritten Reich [Bertelsmann en el Tercer Reich], Bertelsmann Verlag, 2002.