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La distancia necesaria

(Una postal)
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A veces uno imagina lugares durante toda una vida y de pronto los encuentra. Colisión entre fantasía y realidad. Creo que podría pasar gran parte de mi pensamiento fetiche en este molino (no aparece en la foto) del siglo XVIII donde estamos pasando el verano. Centro de Francia. El caudal violento del río chocando con la rueda parada desde hace décadas. La hiedra recorre los muros, alrededor verde intenso claro fosforescente verde agua verde castaño. Geranios rojos en las ventanas, vacas pastando, etc. Un sitio inspirador. Leo muy rápido cosas como Stoner o Sukkwan Island y subrayo despacio a Tsvietáieva y a Carson, intento ejercitar el músculo, sí, vine a escribir, esa atrevida fanfarronería.

Dicen que la marabunta va contigo adonde vayas. Que la aguja no es la circunstancia sino el orificio de tu corazón, bla bla. Pero, queridos estadomentales, tengo que reconocer que a veces es más fácil vivir (al menos respirar), es más fácil caminar (al menos), estar, es más “posible”, cuando sacamos la cabeza de la burbuja, nos bajamos de la puta noria y todo eso. Ya sé que el mundo sigue allá afuera con lo fétidamente político y las sucesivas posiciones encontradas y nuestros conflictos y renuncias y tristes avaricias. Y sé que no todo aquí es felicidad, porque las infinitas arañas tienen un tamaño considerable y hay un lirón que grita sobre las vigas y se come la comida por las noches y el suelo cruje demasiado cuando hay tormenta y además uno no puede desterrar sus manías, neuras e inseguridades por un simple e idílico verano (su pequeña podredumbre cotidiana, su vacío). Pero durante un tiempo, durante una pequeña ficción, queridos amigos de El Estado Mental, qué contenta estoy de no saber nada de vosotros.

Con todo el amor,

Lara

Agosto 2014, en el Molino de Belladart.