Contenido

Intro

Modo lectura

Vivimos en la sensación de que un ciclo del mundo, de nuestro propio mundo, pero también del mundo imaginable, se ha acabado, y hay en ello una señal de envejecimiento colectivo. Las sociedades jóvenes, las tribus emergentes, no tienen conciencia de los ciclos, ni les importa un rábano cómo terminan las cosas. Pero a nuestras viejas sociedades sí les importa, porque supone una enorme pérdida de tiempo -—tiempo de vida— y un aburrimiento mortal el tener que convivir con estructuras políticas y formatos vitales obsoletos.

El viejo mundo que se resiste a morir es nuestro mundo. No podríamos fácilmente alejarnos y mirarlo como un lugar ajeno, un lugar simplemente dominado por fuerzas hostiles y del que no somos en absoluto responsables. El panóptico que permite ver la dimensión del sinsentido es la mejor construcción de nuestra conciencia colectiva. 

Hemos agotado hasta sus límites lo superficial, lo horizontal, lo navegable, lo comprensible, lo aceptable, lo vendible. En apariencia divididos y jerárquicos, es posible que en en el fondo estemos hartos de ser todos iguales. No se sabe. Las señales se esconden ahora en el interior del individuo, convertido en una torre inexpugnable que guarda en lo profundo un secreto que no recuerda bien. 

Lo profundo, esa vieja nostalgia de lo humano: las cosas importantes, las grandes sensaciones, lo bueno. O al menos la aspiración de vivir una vida que merezca la pena ser vivida. Ya que estamos, un poco de sentido: dormir bien, descansar de la máscara, entender el mundo. Entender, como primer capítulo de un programa revolucionario. Ya que no en la superficie, quizá las cosas tengan sentido en lo profundo. Puede que haya llegado la hora de sumergirse en las profundidades. No sabemos cómo, pero ésa es la acción que proponemos.