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Iker Jiménez, lo Misterioso y la Realidad Velada

Conversaciones con el director de ‘Cuarto Milenio’
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Todo el mundo conoce a Iker Jiménez. En buena medida porque ha logrado que un programa en el que se habla de lo paranormal, los visitantes de otros mundos o la Atlántida sea un clásico de las noches del domingo. Me da la impresión —no he hecho un sondeo— de que tiene parejo el número de partidarios y de detractores. Yo, digámoslo sin medianías, veo Cuarto Milenio cada semana; menos movido por el tema concreto del que me hablan, que porque los que me lo cuentan creen que aquello de lo que hablan es verdad. Ésa es la impresión que tenía de Iker Jiménez: que se cree lo que hace. Pero quería saber cómo y hasta cuánto. Y al fin he tenido la oportunidad de preguntárselo.

¿Qué es el «misterio»?

—Es la esencia de la vida. La verdadera realidad. La muestra de lo poco que sabemos de la existencia.

¿Qué es un escéptico?

—Alguien como yo ante las verdades dogmáticas que a veces nos intentan insertar.

¿Son los escépticos unos reduccionistas?

—Depende. Los que piensan que todo tiene una lógica y que no existe el misterio o lo trascendente, creo que sí.

Con respecto a los temas clásicos del «misterio», ¿no le parece que algunos están planteados de una manera que es imposible darles solución? Me explico: hay asuntos en los que claramente hay un atrincheramiento, como el alunizaje, y por muchas pruebas y muy contundentes que se den siempre se recurre a un testimonio de alguien de cuarta fila (una señora de la limpieza que pasaba por allí) para poder seguir guardando la posición. Y otros que, por la propia estructura del razonamiento que plantean, son conjeturas que no pueden resolverse; pensemos en los reptilianos, por ejemplo. Esta teoría no puede ser comprobada de ninguna manera, y todo se sujeta en argumentos de fe.

—Creo en el alunizaje, claro, y en los reptilianos menos. Aunque profundizando, que es lo que no se suele hacer, creo que los reptilianos no son sino otra máscara sociocultural popular para intentar explicar la presencia de Lo Otro. Una presencia que sigue inalterable en el tiempo. Y que creo que se refiere a una realidad exógena que interactúa con la nuestra. A mí no me cuesta nada cambiar de posición y de trinchera. En eso consiste aprender constantemente. Las ideas fijas son anquilosantes. Ése es el juego. Lo que hagan los demás no me preocupa. Yo pienso y actúo para mi particular viaje vital.

Uno de los asuntos de los que usted se ha ocupado particularmente es el de los avistamientos ovni. Estas investigaciones, hasta donde sé, dan un enorme peso al testimonio de testigos. Creo que aquí se plantea un problema: sin dudar de su sinceridad, ¿cómo sabemos que realmente han visto lo que afirman? Es decir, ¿cómo se descartan alucinaciones o malas pasadas de la percepción en un momento de estrés?

—Yo creo que muchas cosas no son alucinaciones ni estrés. Y lo creo tras toda una vida asomándome a estos testimonios. Y no tengo dudas. Sólo pueden hablar de alucinaciones quienes no han investigado. O quienes no lo han vivido. Yo lo he vivido, y lo tengo clarísimo. Y, por cierto, no acaba nadie de saber qué son las alucinaciones. A lo mejor son una porción de la verdad que habitualmente no se ve. Pero que existe. Me parecen casi igual de misteriosas que Lo Otro.

Estoy leyendo el libro de Oliver Sacks sobre las alucinaciones. Justamente él dice que, aunque desconocemos mucho del funcionamiento del cerebro, una alucinación es, por definición, ver, oler, oír, etc., algo que no está ahí. Los fenómenos alucinatorios han jugado papeles muy diversos a lo largo de la historia; religiosos incluso. Lo que quiero decir es que no son algo a no tener en cuenta; me sorprende que esté tan seguro…

—Yo creo que la alucinación es parte de la Realidad Velada. Ese término lo acuñó uno de los físicos franceses más importantes de los últimos cien años y fundador del CERN, Bernard d’Espagnat. La Realidad Velada es tan real como lo que consideramos real. Pero descartar su naturaleza profunda es mucho más sencillo. Pasamos el borrador y ya está. Con los sueños sucede algo parecido. Y nos lo hemos creído.

¿Cree usted que nos visitan seres de otros planetas?

—Creo que Algo convive con nosotros desde siempre. Es como el ojo de lo imposible. Cuando te mira, y no sé de qué depende, todo varía. Y el hombre, desde las cavernas, se ha preguntado por qué, mediante un sinfín de fenomenologías, ese Lo Otro ha interferido en nuestra visión de la realidad. Pienso que los extraterrestres, aunque pueda haberlos, nos son sino otro disfraz de esa realidad distinta y chirriante. Me gusta pensar en lo Daimónico como conjunto de anomalías que trasforman la vida del testigo y, por ende, generan pequeños cambios mentales y de perspectiva en la raza humana. En el fondo es como el goteo de una enseñanza. No sois dueños de la realidad. Hay otras cosas trascendentes que os superan. Ese sería mi resumen de algo que quizá sea imposible de resumir.

¿Hay inflación en el «misterio»? ¿Cabe todo en él? ¿Cómo puede distinguirse entre misterios legítimos y simples salidas de tiesto?

—Para mi cabe todo. Cada día que pasa soy consciente de que no sé nada. Vivimos en un espejismo de control. Pero sabemos, en cuanto a las preguntas clave, lo mismo que nuestro hermano de las cavernas. Cada vez me maravillo más de la célula, de la estrella, del ojo, de la mente, del viento, de la armonía invisible de las cosas. Para mí el misterio es todo. Y cada vez más. Empiezo a ser consciente del extraño ensueño en el que vivimos. E intento encontrarle algún sentido. Nada me ha enseñado más y me ha hecho evolucionar que la pasión por conocer… al darme cuenta de que el misterio es todo lo que me rodea.

¿No le parece preocupante que los principales investigadores del «misterio» opinen sobre todo? ¿No le parece que resta credibilidad que un mismo señor sepa sobre pueblos precolombinos, naves espaciales, inteligencia y espionaje o cristianismo primitivo?

—Se da la circunstancia de que hay verdaderos sabios. Yo conozco algunos. Han pasado décadas documentándose con pasión sobre todo lo heterodoxo. Y curiosamente, cuando convivo con periodistas “serios y respetados”, me doy cuenta de que esos sabios son realmente excepcionales. Tienen la verdadera sed de conocimiento que no he visto en muchos gremios, incluido el mío. La persona que quiere aprender con entusiasmo se convierte en multidisciplinar. Pero, ojo, me pasa lo mismo con psiquiatras o neurocientíficos. Te pondría como ejemplo de Sabio al Maestro Enrique de Vicente. Pero al Doctor Gaona, al Doctor Cabrera o al Profesor Martín-Loeches te los pondría como ejemplos de científicos que pueden hablarte de mil temas. Tras algunas experiencias recientes, compartiendo muchas horas con el periodismo oficialmente serio por ciertos motivos, soy más consciente del valor de estos sabios. El autodidacta es así. Como Félix Rodríguez de la Fuente, que te podía hablar de mil temas, porque amaba lo que hacía y aprendía con pasión. No me parece nada preocupante. Más bien al revés.

Menciona usted la heterodoxia. ¿Qué es la ortodoxia? ¿Recela de ella?

—Recelo de casi todo. De la ortodoxia dogmática y de una gran parte de la supuesta heterodoxia que carece del mínimo sentido.

Y esos sabios que menciona, ¿qué ocurre cuando entre ellos tienen posiciones diametralmente opuestas?

—Nunca he conocido a un sabio que piense exactamente igual a otro. Y aquí añado científicos ultraortodoxos. Cuando profundizas, surgen divergencias y disparidad de criterios. En las áreas del pensamiento, la creatividad, la filosofía o las humanidades, yo creo que el calco mental es difícil. Si existe, es porque no se ha profundizado. Cuanto más saber acumula un sabio, más complejo para él es poseer un corpus de evidencias inamovibles. Todo se vuelve más permeable precisamente al ser consciente del inútil empeño de alcanzar algunas verdades eternas. Por tanto es lógico que entre personas con deseo de saber y filosofar, de pensar y reflexionar, haya pareceres muy distintos.

Volviendo a los investigadores que se manejan en tantas disciplinas, ¿no cree que un conocimiento más preciso sobre los temas que se tratan disiparía mucho lo misterioso? No digo que no haya asuntos misteriosos, digo que quizás se eliminarían sospechas o teorías infundadas.

—No lo sé. Por Cuarto Milenio, por poner un ejemplo, han pasado trescientos científicos de diversas disciplinas. A mí la impresión sincera que me da, es que se sabe poco de casi todo. Hay aproximaciones. Se sabe poco del origen de las cosas y los fenómenos. De las materias clave ya no digamos. Pero esto lo afirman curiosamente los científicos más rigurosos y reconocidos. Los que no tienen miedo al qué dirán.

¿Se la han «colado» alguna vez? ¿Cómo se evita eso?

—Sí, claro. Aunque el deseo de hacer un fraude es menos masivo de lo que se cree. Priman las malas interpretaciones y no el querer engañar. Investigando personalmente, sólo un caso en un cementerio con unas fotos, y con la familia dando su palabra, es el que más recuerdo. Nunca entendí por qué inventaron aquella historia. El ser humano es inescrutable. Pero la gente, la inmensa mayoría, es noble.

¿Es el hombre, por naturaleza, conspiranoico?

—Algo cambió. Hay una duda permanente de todo lo oficial. Es el legado de la red y del 11-S. Y eso no es ni bueno ni malo. Es nuevo. Pero, en general, el hombre es un ser que quiere lógica, rutina y certeza. Es por naturaleza una res domeñada que no quiere asomarse a la libertad de pensar por sí mismo.

¿Cuáles son, a su juicio, los grandes «misterios»?

—El nacimiento de la conciencia humana. La naturaleza de la conciencia. El alma y su naturaleza. El nacimiento del arte y el simbolismo en las cavernas rupestres francocantábricas. El nacimiento del universo en su primer instante. El nacimiento de la vida en la Tierra. La armonía visible e invisible de las cosas, desde la célula al universo. El poder de la creatividad humana. La existencia de un relojero cósmico. La muerte y la vida en su conjunto.

Creo que la lista no está nada mal. O sea, todo lo verdaderamente importante para mí es un misterio.

De los temas que trata en sus programas, ¿a cuántos les da crédito? ¿Los trata simplemente porque hay quien cree en ellos o porque también le interesan a usted?

—Desde niño sólo hago lo que me interesa. Jamás he tocado un solo tema que no me interese. Nunca he hecho nada de cara al público. Trabajo para mi interés personal. Si mañana me quitan el programa, yo seguiré igual. Leyendo lo mismo. Preguntándome lo mismo. Lo que he hecho siempre. Yo no vivo esto como un oficio. Es mi vida a tiempo completo. A veces me asombro de la libertad que he tenido para hacer lo que he querido. Cómo se han ido dando las cosas es un misterio. Me pregunto mucho por este enigma. No sé cómo ha sido. Yo me he limitado a indagar en los temas que me gustan. Me parece increíble.

Se expresa usted en términos muy poco precisos: lo Otro, el misterio, Algo, etc. Quizás es una manía profesional (aquello de las ideas claras y distintas), pero ¿no cree que un lenguaje más afinado ayudaría a resolver más fácilmente las preguntas que ustedes se plantean?

—Lo inefable se refiere a cuando el lenguaje no llega. Por eso lo desafinado de mi lenguaje. A mí, en 2009, me pasó una cosa a solas en Altamira que cambió mi vida de raíz y me hizo ser una persona interesada hondamente en lo trascendente. Fue un shock totalmente distinto a todo lo vivido anteriormente. He intentado hacer nueve veces un escrito sobre lo que viví. Y el lenguaje y la escritura no me han servido. Ha sido imposible. Hay verdades que se resisten a la horma de nuestro lenguaje conceptual. Hay emociones tan enormes y luminosas, como la catarsis del arte, que son imposibles de plasmar con el filtro de nuestros parámetros convencionales. Ése es el mayor misterio que me he encontrado. Lo más hondo del fenómeno de Lo Otro, como sabían y saben genios de la talla de Campbell, Mircea Eliade, Jung, Culianu, Bucke, Kingsley, Harpur, Rof Carballo o Bernard d’Espagnat, por citar unos pocos de las más variadas ramas del saber y la ciencia, es precisamente su carácter inefable, inaprensible, pero absolutamente certero, influyente y real.

Supongo que tendrá noticia de las «terapias alternativas». ¿Qué opinión le merecen?

—Aquí no puedo serle de gran ayuda. No es un tema del que tenga un conocimiento real. Me fío de la ciencia médica y de sus estructuras lógicas. Porque dan resultado. No descarto, por supuesto, que haya potencialidades que aún desconozcamos, pero este tema no es mi fuerte, sinceramente.

¿Por qué cree que tanta gente ve Cuarto Milenio o sigue sus programas de radio?

—Porque creo en lo que hago. Porque amo lo que hago. Y eso llega incluso a nivel inconsciente al receptor. Porque no leo ni tengo un guión. Y porque eso es un enorme misterio en una tele donde la mayoría lee lo que le escriben otros. Y, además, y quizá sea lo importante, porque las preguntas eternas, ¿quién soy?, ¿qué hago aquí?, ¿para qué vivo?, ¿qué es la muerte? , ¿a dónde iré tras la vida?, siguen sin resolverse. Tenemos iPads y satélites. Nos creemos en posesión de la verdad y en la cúspide de la existencia. Pero las preguntas básicas siguen tan lejanas como en Altamira. Eso es lo asombroso. Y ese eco está en el Alma de muchas personas. Y por eso conectan. Porque un loco a contracorriente está preguntándose por esas cosas todos los domingos.

¿Qué tal lleva las críticas?

—Muy bien. Yo sólo encuentro afecto allá adonde voy. He sido muy afortunado. Las críticas, si son de alguien que me pueda enseñar, fantástico. Hay que aprender de todo y de casi todos. Por lo general muchas críticas son de personas que están en mis antípodas. Por tanto me alegro. Lo horrible y espantoso sería que determinadas personas, determinados arquetipos, determinadas formas de pensar, estuvieran alabándote.

 
Fotografías de Pablo Albacete.