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Homo píxel

Masas que hacen formas ilusionantes
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Cuenta la leyenda que, en los últimos días de los madrileños cines Luna, la taquillera se entretenía sentando a los espectadores de acuerdo a caprichosas formaciones geométricas que se le iban ocurriendo —un cuadrado, una estrella, una simple fila india— y que iba dibujando a distancia, desde la pantalla de su ordenador. Más documentado está que, en octubre de 2000, en el estadio Rungrado 1º de Mayo de Pyongyang, el mariscal Kim Jong Il daba la bienvenida a la diplomática estadounidense Madeleine Albright, máxima responsable de Exteriores de su país, con la exhibición magistral de un mosaico humano cuyo momento culminante era la representación del lanzamiento de un misil Taepodong. La alineación de una veintena de personas en un enigmático polígono en un patio de butacas y el colosal dibujo animado de un torpedo de largo alcance por parte de cien mil homo-píxels podrían abarcar distintos episodios de una misma rama de la Historia del Arte Raro: ese de hacer formas con el cuerpo.

Dame una E, dame una E, dame una M…

El estudio de tal disciplina bien podría empezar por su unidad mínima, esto es, el carácter. No el carácter como “conjunto de cualidades o circunstancias propias de una persona, cosa o colectividad” —dejamos eso para el final— sino “el signo de escritura o imprenta”: la letra. Eso implica un viaje en el tiempo y el espacio. Podemos empezar con los ideogramas chinos: 人 —pronúnciese rén— significa “persona” y representa el perfil de un hombre que camina; 囚 —se dice qiú— significa “prisionero”. Si cambiamos de cultura y latitud y vamos a la Cábala —donde más allá de darle forma a escrita a un sonido se asocian las letras al ser humano, pues se considera que estas tienen cuerpo, alma y espíritu—, interesa fijarse en el divino tetragrama contenido en el Aleph:

 

La primera imagen, que pertenece al Ɵedipus Aegyptiacus (A Kircher, Roma, 1652), se corresponde con la contigua: el árbol de los zefirotes contemplado por Moisés. Ahí el esquema corporal está constituido por tres ejes verticales: la columna vertebral, pilar central o columna del medio, corresponde al sendero Kether-Malkhuth, que une la Corona al Reino, la cabeza a los pies; los dos costados del cuerpo o pilares laterales corresponden respectivamente al pilar de Rigor a la izquierda y al de Misericordia a la derecha. Sobre estas estructuras verticales se basan tres triángulos: el triángulo superior corresponde a la cabeza; el primer triángulo invertido corresponde al complejo cardiopulmonar y el segundo triángulo invertido, al plexo urogenital (bajo vientre y pubis)... Se puede superponer a esta representación cabalista la imagen del celebérrimo Hombre de Vitruvio de Da Vinci, cuyas 16 combinaciones refieren geometrías primordiales en torno al ombligo —que es el centro y permanece inmóvil— y al menos cuatro letras de nuestro alfabeto: la I, la T, la X, la K; igual alguna más.  

Quizá a partir de esta última imagen los humanos nos lo pasamos bien haciendo alfabetos con el cuerpo. Una broma como otra cualquiera que sido capaz de poner de acuerdo a El Greco, Leonard Nimoy y Joaquín Reyes, que en las imágenes que siguen rinden tributo a la cultura griega, semítica y cinematográfica insinuando las letras ε (epsilón), ש (shin) y V (de Lars Von Trier). Perdón por la simpleza: sé que vamos rápido. Tenemos ganas de llegar al final.

 

 

Historia mínima de la gimnasia masiva

De camino pasamos por la llamada gimnasia masiva, manifestación tradicionalmente asociada a regímenes fuertes. Se trata de mover a grandes masas humanas para satisfacer el doble fin de contentar al Líder y observar, bajo coartada estética, si hay alguien entre los participantes que no se cree del todo la película. La denominación de este deporte —hm, ¿deporte?— se relaciona al teólogo y profesor de educación física alemán Friedrich Ludwig Jahn (Lanz, 1778–Freiburg, 1852), quien acuñó el método Massenturnen bajo la doble consigna de tonificar los músculos y enardecer la conciencia (inter)nacionalista. Vemos la aplicación práctica en las filmaciones de Leni Riefehnstal, particularmente en Olympia, recuento de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 producido en dos partes: Olympia 1. Teil — Fest der Völker (Festival de las naciones) y Olympia 2. Teil — Fest der Schönheit (Festival de la belleza).

El método gozó de la simpatía de otros movimientos de sentimiento nacionalista, caso del sokol checo —otra opción considerable en el ámbito del deporte politizado: una gimnasia fundada por Miroslav Tyrŝ y Jindřich Fügner en 1862, en Praga, bajo inspiración de un nacionalismo moderno y de los antiguos guerreros griegos—; y pegó fuerte, fundamentalmente entre trabajadores de fábricas, en otras regiones de la cultura eslava, de Polonia a Rusia y de ahí a los Balcanes.

La gimnasia masiva fue muy popular en la Rumanía de Ceausescu, pero también en el Japón de 1925, año en que llegó a existir una suerte de campeonato, el Meiji Jingū Kyōgi Taikai, o Competición del Templo Meiji. También prendió en Corea, no solo del Norte; también en Seúl, durante las feroces dictaduras de generales surcoreanos como Syngman Rhee o Park Chung Hee, pero sobre todo, ciertamente, en Pyongyang. En su discurso Sobre el Desarrollo de la Gimnasia Masiva del 11 de abril de 1987, Kim Jong Il habló así: 

“El desarrollo de la gimnasia masiva es importante para formar a los niños en su pleno desarrollo como comunistas. Para ser un comunista íntegro hay que adquirir una ideología revolucionaria con el conocimiento de muchos campos, ricos logros culturales y un físico saludable y fuerte. Estas son las cualidades básicas que se requieren de un hombre de tipo comunista. La gimnasia masiva juega un papel importante en la formación de los escolares para adquirir estas cualidades comunistas. La gimnasia masiva brinda físicos saludables y fuertes, un alto grado de organización, la disciplina y el colectivismo en escolares. Los niños en edad escolar, conscientes de que un solo desliz en su acción puede estropear su rendimiento gimnástico de masas, hacen todo lo posible para subordinar todos sus pensamientos y acciones al colectivo”.

Se refería a esto:

Arte y multitud

Bajo inspiración de este peculiar formato, numerosos artistas contemporáneos han recurrido al procedimiento multitudinario del crowd art. Entre los más renombrados y fieles al formato está Melanie Smith (Pool, Inglaterra, 1965), para cuya pieza Aztec Stadium (2010) reunió a 3.000 escolares en el famoso estadio, dotándoles de grandes postales con las que representar personajes icónicos de la cultura mexicana (y al final, en el césped, el famoso cuadro rojo de Malevich). El trasfondo de la pieza era, claro, reivindicativo: en el Jumbotron del estadio se podía leer The revolution will not be televised, celebérrimo lema del poeta y músico Gil Scott-Heron, denuncia de la matanza estudiantil de Tlatelolco que en 1968 se saldó con un número de 20 o 300 muertos (según los contara el gobierno o distintos medios de prensa). Aunque no sea tan espectacular como el Arirang norcoreano antes enlazado, merece la pena echarle un ojo al vídeo antes de seguir:

También en México realizó algunas de sus piezas más renombradas el artista belga Francis Alÿs. En Zócalo (1999) por ejemplo, una veintena de personas se alinea bajo la sombra de la gigantesca bandera de la gran plaza capitalina. En la pieza el sol calienta intensamente y la fina lengua de sombra es la única clemencia para el grupo. Según el explicó el artista, se invitaba “a reconsiderar lo poético como el punto de confluencia de una diversidad de formas de investigación y experiencia eminentemente políticas, en tanto replantean la noción de la ciudad como comunidad”. Merece la pena quedarse en Alÿs: en su pieza Cuando la fe mueve montañas (2002), producida en Lima para la bienal de la misma ciudad, medio millar de personas traslada una duna, con palas, hasta una distancia de apenas diez centímetros de su emplazamiento original. En otro proyecto, Seven Walks (2005), Alÿs ahonda en su interés por las formaciones y el movimiento, poniendo en marcha pequeños contingentes humanos en distintas localizaciones británicas; aquí el mapa trazado es clave, y resuena la teoría —mejor, la práctica— de la psicogeografía a lo Iain Sinclair (ver revista #EEM4).

 

En la sensibilidad artística multitudinaria, tan capaz de generar antropografía megalómana y sutiles tapices humanos, anidan muchos otros ejemplos. Uno es el de la donostiarra Maider López, cuya obra Puzzle de toallas (2006) juntó a centenares de bañistas, todos y todas sobre toallas de playa rojas, y que en 2007 se propuso forrar de “láminas humanas” el Guggenheim bilbaíno. Otro es el de Spencer Tunick, fotógrafo neoyorquino que lleva dos décadas retratando multitudes de hombres y mujeres desnudos; su serie Nude Adrift (“Desnudo a la deriva”) incluye piezas en Melbourne, Montreal, Londres, Viena, Caracas o México DF, ciudad esta última en la que —volvemos al Zócalo— pulverizó en 2014 su record al reunir-desnudar-fotografiar a 19.000 personas. Todas ellas se llevaron una copia de la foto digital: su píxel de la foto.

 

Luego diréis que somos cinco o seis

En su estudio Social Performance: Symbolic Action, Cultural Pragmatics, and Ritual (Cambridge University Press, 2006), Jeffrey C. Alexander, profesor de Sociología en Yale, parte del siguiente razonamiento: “En las sociedades tribales los distintos elementos de performance cultural fueron fusionados y empleados en rituales colectivos que todo miembro de la tribu experimentó de primera mano”. Más adelante añade: “En las sociedades modernas, estos elementos se disgregaron según la diferenciación de las esferas de Weber —teoría en la que la sociedad se estratifica en tres dimensiones diferentes: económica, social y política, y no se produce en clases, como propone Marx— y por este motivo los actores que quieren aparentar autenticidad deben actuar sobre varios repertorios”. Y por fin agrega: “‘Fusión’ es el momento de la performance en que los distintos elementos hacen click, generando una performance efectiva, llevan al público a una identificación psicológica y finalmente mueven a este a una identificación psicológica con los actores”.

Sugerente imagen la de esa fusión; clave ese momento de click proverbial. Coinciden lo viejo y lo nuevo en las imagénes multitudinarias entre las que se dirimen nuestros destinos; no hay público ni actores sino aglomeraciones sujetas a una única simbología. Cómputo y volumetría, verdad y manipulación. En la foto del día aparecen 30.000, 100.000, 153.000 o 300.000 homo píxeles; el nivel de compresión depende de quienes interpretan las imágenes aéreas. Unos y otros utilizan los datos para sumar o restar importancia al macroselfie. Semiótica drone. Solo ignora la emoción de la foto aquel que no es parte de la misma. Son masas que hacen formas ilusionantes.

 

 

 

Agradecimientos a Fernando Castro.