Contenido

¡Esta psique es buena!

The Divine Comedy y un jardín botánico al fondo
Modo lectura

–¡Ueeeeeeeh!

–¿Por qué has gritado «Ueeeeeeh»?

–Lo hago siempre, desde que tengo quince años.

Pero eso no es del todo cierto. Han pasado más de treinta años desde que Miguel tiene/no tiene quince años, y en todo este tiempo el mundo no ha dejado de dar vueltas y Miguel ha hecho muchas cosas, cosas que no siempre consistían en gritar: «Ueeeeeeeh».

Y ahora, un poco de clima: un gran escenario recortado contra la monstruosa facultad de Biología de la Universidad Complutense, recortada a su vez contra un cielo móvil que primero es azul fuerte y luego rosa chicle y que, al final, se funde a negro. El calor dilata las pupilas de la gente (el olor de las hamburguesas de diez euros dilata sus fosas nasales). Los acomodadores acomodan, los músicos prueban sonido.

Entonces irrumpe Neil Hannon.

–¡Ueeeeeeh!

Neil Hannon hace unas primeras bromas climatológicas que todo el mundo celebra como si fueran agudezas de Oscar Wilde. El primero que diga la palabra crooner desaparecerá de este plano de la realidad y se verá de pronto en una isla desierta, rodeado de tiburones, pecios de un galeón español del siglo XVIII y puntas de espuma.

–«Todo el mundo sabe que te quiero excepto túúúúú...»

Entretanto, un hombre de cierta edad («define cierta edad») sale dando tumbos del cuarto de baño y dice: «Una cosa es segura: he meado más cerveza de la que he bebido en un mes».

–¿Qué quieres decir con eso?

–La verdad es que no quiero decir nada.

Lo que este ex gran bebedor de cerveza y aficionado al pop de altura quiere decir es que, de un tiempo a esta parte, sus visitas al cuarto de baño son cada vez más frecuentes y a veces basta el estímulo de un simple trago de cerveza para que él se vacíe sobre un mingitorio. De eso se trata. Esto era algo que no (le) ocurría hace, por ejemplo, diecinueve años.

–Ahora voy a cantar una canción que compuse... ¡hace diecinueve putos años!

Todo el mundo suspira. Diecinueve putos años es mucho tiempo. Todo el mundo hace la misma pirueta espacio temporal, que puede sustanciarse en los siguientes pasos: 1) Preguntarse en qué año estamos ahora mismo y responderse: 2015. 2) Restar veinte años a 2015 y murmurar: 1995. 3) Sumar un año a 1995 y decir: ¡1996! 4) Visualizarse a uno mismo en 1996.

–¿Crees que todo era mejor en los noventa?

Julia pega un manotazo a la libreta y dice que no, y lo fundamenta:

–En los noventa todavía no conocía a mi chico –hoy es su marido y es informático, igual que ella– y todo era un coñazo.

Bueno, el caso es que Neil Hannon tiene cuarenta y cuatro y esta misma noche su hermano da una fiesta de cumpleaños: nada menos que medio siglo. Neil va a ser el gran ausente en esta fiesta y parece que eso le ha ocasionado un pequeño disgusto familiar. Así que Neil se saca un teléfono móvil del bolsillo y llama a su hermano y la primera vez no consigue conectar, pero a la segunda –«aquí lo tenemos»– se oye una voz al otro lado del hilo telefónico y Neil Hannon le pide a la concurrencia que cante Happy Birthday en español. Tal vez esto apacigüe los ánimos del hermano mayor.

–No es fácil contentar a mi hermano –dice Neil, hermano menor.

Y todo el mundo canta: «Cumpleaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaños feliiiiiiiiiiiiiz».

Hace diecinueve (putos) años, Neil no hubiera hecho una cosa así. En primer lugar, porque su hermano mayor sólo cumplía treinta y un años y la ocasión no lo hubiera merecido. En segundo lugar, porque en aquella época el mundo no estaba tan acostumbrado a los teléfonos móviles y, en ese caso, la broma hubiera sido otra broma: hubiera sido una reflexión en torno a los teléfonos móviles que ahora ya no tendría sentido, o tendría otro sentido, dado que a fin de cuentas, ahora mismo, hoy en día, todos somos teléfono móvil.

–«La generación del sexo respeta los derechos de las chicas...»

Pero hay un pequeño grupo de espectadores para los que diecinueve años no es tanto tiempo o, mejor dicho, no es mucho tiempo sino que es TODO EL TIEMPO (todo el tiempo que conocen) y por eso no les cabe en la cabeza y por eso no son capaces de verse a sí mismos en el año 1996, puesto que no existían o si existían no eran más que uno de esos trozos de carne rosada que en lugar de pedir las cosas se dedican a perforar el oído de sus padres.

–¡Esta sí que es buena!

Pues bien: estos cuatro individuos (un chico, tres chicas) no tararean las canciones, no hacen caso de los chistes de Neil Hannon y parlotean sobre asuntos que no guardan relación con el concierto ni con el año 1996. Habrá que decir que ahí arriba, sobre el escenario, algunas canciones son más íntimas y recogidas que otras y que aquí abajo, en la platea, la mayoría de la gente está sentada en sillas de plástico blanco unidas por abrazaderas o bridas y que, por tanto, se espera que todo el mundo guarde las formas y contenga el aliento en determinados momentos, cosa que estos muchachos no hacen. Han llegado a ese estado de gracia en el que uno deja de ser consciente del volumen de su conversación.

–Silencioooooooo...

Se ha roto el paisaje: se ha desplazado una nube, se ha evaporado un lago, alguien le ha retorcido el pescuezo a un pajarito. ¿En qué momento te conviertes en alguien que manda callar a otro en un concierto? Bueno, bueno: en realidad este agitado cuarteto sí que ha tarareado una canción, pero no formaba parte del repertorio de Divine Comedy sino del cancionero de Ray Davies y los Kinks. Era Lola, y resulta que Lola –¡atención, atención!– se grabó en el simpático año de gracia de 1970 y por aquel entonces Neil Hannon no había nacido o acababa de hacerlo (es uno de esos chicos listos de noviembre) y era, por tanto, uno de esos trozos de carne rosada que en lugar de pedir las cosas se dedican a perforar el oído de sus padres.

–«La conocí en uno de esos clubes que hay por el viejo Soho...»

Pero esto no es una canción, esto es sólo una pequeña broma, así que la gente ya puede dejar de mover los brazos de un lado para otro.

Risas.

Hannon se balancea con una guitarra acústica en el regazo. Hannon ha traído un grupo (en el argot de los entendidos se dice: «Ha venido con banda»), se ha metido dentro de un traje y se ha atado una corbata al cuello. Lo cual nos mete de lleno en el fastidioso asunto del estilo y la voluntad de estilo. Tener estilo o no tener estilo y toda esa porquería. La gente se esfuerza por tener estilo propio y en lugares como este se producen auténticos picos de tensión. Nada es casual, ningún estilismo es inocente. Se produce un colapso del estilo –no hay estilo para todos y, al final, no habrá estilo para nadie– porque nadie tiene la grandeza de renunciar a su idea de estilo y los pocos que lo hacen lo hacen (ahora) por política: la moda política de no tener estilo, porque también la política es una moda y también la política está de moda.

–Vaya, no ha tocado En la disco indie.

Hay, repartidos por toda la sala (no es una sala, es un jardín botánico: el mundo es la sala), periodistas más o menos especializados que toman nota de las canciones que el artista ha traído consigo y de las que se han quedado en la aduana. La parte más exigente de su trabajo consiste en acabar el artículo sin hacer juegos de palabras con el nombre del grupo: «El divino comediante lo vuelve a hacer» (¡TACHAR!), «Neil Hannon: divino y humano» (¡TACHAR!), «Una Divina Comedia sin pasar por el infierno» (¡TACHAR!). ¡Pero es tan difícil resistirse a la tentación! El juego de palabras opera en nuestra psique –¡esta sí que es buena!– con la eficacia de la palabra que se dice a sí misma y que no necesita explicación, porque se explica sola. Nuestros voluminosos e incompetentes cerebros están programados para confundir los versos de rima consonante, la belleza de ciertas melodías y los juegos de palabras con manifestaciones de la verdad absoluta: «Comedia humana en un jardín botánico» (¡TACHAR!¡TACHAR!¡TACHAR!).