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Encrucijada espiritual en Lugo

Noche de sábado
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–Nos tenemos que ir porque hemos pedido un taxi y.... ¡adiós!

El camino hacia la curación (del espíritu) por el espíritu está erizado de dificultades, como por ejemplo la falta de fe o el desconocimiento de la oferta. Las prisas tampoco ayudan. Antes de meterse en un taxi y desaparecer en la noche de piedra del último sábado, Victoria y su grupo de amigos han entrado en la iglesia de San Pedro, en Lugo, guiados por la curiosidad, y a la salida han dicho: «Todo esto es muy raro, toda esta gente es tan joven».

Todo esto es una campaña de evangelización nocturna que ha puesto en marcha la delegación de juventud (obispado) y toda esta gente tan joven son los así llamados centinelas y hay varios tipos de centinelas: los que se quedan en la iglesia rezando, los que se encargan de que no pare la música, los que acogen a los viandantes que se animan a entrar en el templo y les dicen «¿Quieres conocer al Santísimo?» y, por último, los que salen a la calle con el propósito de que la gente deje lo que esté haciendo –beber cerveza, dilatar el tiempo– y se asome a la iglesia.

En la puerta de la iglesia de San Pedro han colocado una lona donde se anuncia el evento –Una luz en la noche– bajo el lema «Te ama, Te perdona», pero muy poca gente repara en ella. Hay velas repartidas por el suelo, así que Victoria y sus amigos han dicho: «¿Qué es esto?, ¿un chill out?», y han entrado. El caso es que ni Victoria ni sus amigos necesitaban ser salvados, o al menos ellos no tenían esa impresión. Nunca volverán a ser jóvenes (el problema es la edad) y son eso que suele llamarse gestores culturales, así que es probable que la cultura los salve cada día o, al menos, una vez al mes. Han participado en un congreso sobre migración, género, arte y museos, y por eso pasarán la noche en Lugo (son de La Coruña). Una vez dentro de la iglesia, los centinelas de acogida se han ofrecido para llevarlos ante la imagen del Santísimo y ellos han declinado la invitación. Los centinelas les han dicho que de todos modos podían escribir algún deseo en un papel. Tal vez tuvieran algo que pedir al Santísimo. Y entonces, en el camino de salvación de estos hombres y mujeres se ha cruzado un taxi o, al menos, ellos han pensado que era la única manera de salir de allí sin herir sensibilidades y, una vez fuera, antes de subirse al coche, se han tenido que frotar los ojos y han hecho todas esas consideraciones sobre la edad de los centinelas.

La edad es la clave. Se supone que esto es un asunto de jóvenes: jóvenes que acercan a otros jóvenes a la iglesia en un sentido físico y, en último término, también espiritual. Los centinelas de calle corren con la parte más espinosa. Salir, interrumpir la conversación de sus iguales y preguntarles «¿Crees en Dios?». El principal obstáculo parece ser la indiferencia. Los muchachos a evangelizar no acaban de darse cuenta de que una antorcha espiritual atraviesa la noche oscura de su juventud. En realidad es una llama muy tenue, un temblor de luz. Las parejas de evangelizadores se desplazan por la Rúa Nueva –la calle de los vinos, un trenzado de bares con mucha gente joven que fuma y bebe sin ocuparse, en apariencia, del infinito–, y difunden la palabra en voz baja y, si la conversación evoluciona favorablemente, trazan un semicírculo con el brazo para indicar el camino hacia la iglesia de San Pedro y a la adoración nocturna.

–¿Qué es esto?

La palabra también se difunde por escrito. Son los flyers evangelizadores, octavillas que a primera vista se confunden con la propaganda de un bar de copas y con otras publicidades volanderas. A unos pocos metros, unos cuantos bares más allá, hay una chica que reparte flyers de una exposición científica e itinerante que acaba de instalarse en el centro comercial As Termas. Pero en la confusión terrenal de la Rúa Nueva no hay choque de trenes ni batalla dialéctica entre ciencia y fe y, de hecho, las hojas que los evangelizadores deslizan entre las manos pequeñas de los evagenlizables combinan una cita de Einstein, «Dios no juega a los dados», con otra extraída del salmo 119 (118): «Tus manos me hicieron y me plasmaron».

–Es un poco raro, no sé qué es esto.

No muy lejos de allí, y por tanto a esa misma hora –«era de noche y, sin embargo, llovía»–, en un salón de la hotel Méndez Núñez, los participantes en las XI jornadas de la Asociación Española de Constelaciones Familiares Bert Hellinger (AEBH) apuran sus copas de vino, reúnen migas de pan sobre el mantel y hacen cálculos acerca del precio de las cosas: 35 euros la cena de despedida (había también un menú vegetariano, incluso vegano). El precio de las inscripción en las jornadas es de cuarenta euros (gratis para los asociados) y la habitación individual en el hotel Méndez Núñez sale a 55 euros, y la doble a 60 (más IVA en ambos casos). La cuenta de los miembros de la junta directiva se pagará por un lado y la de sus acompañantes por otro. Es decir, los acompañantes tendrán que correr con sus gastos y eso originará, cuando llegue la hora de los adioses y las facturas, algún que otro conflicto en el sentido menos emocional del término. Este malentendido llenará el aire de electricidad durante unos segundos.

Todo esto no tiene mucho que ver –en apariencia– con la curación por el espíritu pero tiene que ver con las prioridades de la vida y con el orden de las cosas –el amor también es una cosa– y con un concepto clave para la gran familia de los consteladores: la colocación. El lema de las jornadas es «Cada uno en su lugar, con el amor que sana» y una de las ideas centrales de este modelo terapéutico consiste precisamente en ayudar a cada uno a encontrar su lugar dentro de la familia y, por añadidura, también en el mundo. Colocación y orden, y la familia como fuente de problemas y también como solución. El programa no incluye demostraciones prácticas –«Así se constela»– sino charlas –el mismísimo Joan Garriga– y talleres: «Himno al Amor en las relaciones de pareja» o «Constelaciones familiares y proceso de individuación: encontrando el camino personal de cada uno».

Antes de cenar, algunos consteladores han paseado por la muralla romana y luego se han hecho una fotografía en la puerta del hotel Méndez Núñez y esto no ha sido del todo fácil. Ha habido que cambiar varias veces el orden en que los participantes se colocaban para la foto hasta que, por fin, todos se han sentido a gusto.

Sara Corredoira –psicóloga colegiada y organizadora de las jornadas, un echarpe sobre los hombros y algunos mechones de pelo azul sobre la frente– explica el funcionamiento de las constelaciones familiares pero pasa por alto una cuestión importante: la capacidad de incomprensión de su interlocutor.

–Entonces, ¿podría decirse que las constelaciones son como una especie de psicodrama?

Corredoira aspira hondo y dibuja con las cejas un gesto de cansancio postcongresual. No dice nada que el otro pueda comprender a la primera, con la esperanza de que el otro, de repente, lo comprenda todo: 

–Hay un canal que traduce la energía específica de la persona que es representada.

–Ajá. 

De nuevo en la iglesia de San Pedro y en la noche de piedra, el delegado de juventud es un hombre alto y delgado y tarda en atender a los medios (hipérbole) porque está confesando, dado que es un auténtico cura dentro de un auténtico hábito en una auténtica iglesia románica –reformada en estilo gótico– dentro, a su vez, de una auténtica capital de provincias: así que no es un actor –todos somos actores– ni un sacerdote con la nariz redonda dentro de una comedia irlandesa cuya acción gire en torno a la cerveza negra, la muerte y el desempleo. Cuando acaba de confesar, el delegado de juventud avanza entre los bancos con la imagen del Santísimo al fondo –adoración nocturna– y los faldones de su casulla espejean en medio de la oscuridad relativa. El delegado dice que lo importante de todo esto son los testimonios de fe y explica que todo empezó en Verona y, sobre la posibilidad de hablar con los evangelizadores y preguntarles qué opinan de esto y qué opinan de aquello –¿qué tipo de música les gusta?, ¿se consideran millennials?, ¿qué se siente al evangelizar? –, no dice nada concreto pero mueve la cabeza y junta las manos. De modo que no se puede hablar con los evangelizadores salvo que quieras ser evangelizado.

–Rezaré por ti.

Para más información, el delegado remite a cierta página web. Un momento, se supone que el misterio es ahora, el misterio es todo esto. Cada vez que un proveedor de información –un empleado de una oficina de turismo o un funcionario municipal, un delegado de juventud o una psicoterapeuta– remite a una página web, se acaba el mundo (se apaga una vela en Lugo y se muere un marinero en China). Entre tanto, la luna redonda irradia un cerco de luz que dificulta la contemplación de las estrellas y de las constelaciones. La sensación de resbalar sobre la superficie de las cosas se acentúa a medida que pasan las horas y entonces resulta consolador acordarse de que no hay nada más íntimo, ni más superficial, que la piel. Así que la noche romana, o románica, tiembla, los taxis avanzan con el taxímetro encendido y la posibilidad de comprender algo empieza a desvanecerse (hasta que se haga completamente de día).