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El tiempo como problema

Cuarenta minutos en la cola de un youtuber
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Sólo hay una pregunta: ¿Qué es el tiempo? Y hay millones de respuestas, lo cual es como decir que ninguna de ellas es del todo satisfactoria. No es lo mismo veinte minutos que cuarenta minutos. Tampoco es lo mismo veinte minutos para Alba, que cuarenta para Álvaro y Eva. Cuando eres joven tienes una idea extraña del tiempo: te preocupa repetir curso o elegir la carrera equivocada (luego piensas: qué tontería) pero no te importa emplear unas cuantas horas de tu única e irrepetible juventud —hablamos de la verdadera juventud, y no de cuando tienes veintitantos años y dices: “bueno, yo todavía soy joven”— en llegar hasta el Retiro y guardar cola para arrancarle una firma con dedicatoria a alguien, por ejemplo a un youtuber, en la Feria del Libro. Cuando ya no eres joven también tienes una idea extraña del tiempo y piensas “es demasiado tarde para hacer esto y el tiempo vuela” y entonces no haces nada porque consideras que tienes muy poco tiempo y no puedes perder un minuto y el caso es que, cuando no haces las cosas, el tiempo, en lugar de volar, permanece suspendido en el metatiempo y se expande y de pronto te das cuenta de que ESTÁS PERDIENDO EL POCO TIEMPO que presumiblemente te quedaba. El caso es que las personas jóvenes hacen esas colas enormes y las personas que nunca volverán a ser jóvenes no las hacen, o hacen colas mucho menores, porque tienen muchas otras cosas que hacer, que se pueden resumir en una sola: darse importancia:

—¿Quién es ÉSE?

En la Feria del Libro hay mucha gente —demasiada— que se lo cree todo, y hay gente —también demasiada— que ya no cree en nada. Estos últimos caminan por el Paseo de Carruajes y, cuando se tropiezan con un tumulto, preguntan:

—¿Dónde está el famoso?

Y cuando alguien les dice: “Ahí está el famoso”, ellos estiran el pescuezo y suben el tono y preguntan:

—¿ASÍ QUE AHORA HA ESCRITO UN LIBRO?

Es decir, que ponen en duda que esa persona haya escrito realmente el libro. La idea de que los famosos, lo cual incluye a los youtubers, no escriben sus libros, sino que se los escriben otros, es saludable desde el punto de vista intelectual por lo que tiene de desconfianza. No hay que fiarse nunca de nadie, y mucho menos de los famosos, y muchísimo menos de las editoriales que publican libros a los famosos (ni de las que no los publican). Pero parece ser que algunos escritores no youtubers tampoco escriben sus libros: de hecho, algunos de estos escritores aseguran que son los libros los que los escriben a ellos, y dicen que los temas los persiguen allá donde van —mis obsesiones por aquí, mis obsesiones por allá— y que sus personajes tienen vida propia y, finalmente, admiten que están un poco cansados porque han convivido con ellos, con sus propios personajes —¿pero qué broma es ésta?—, durante un par de años: todo ese “laberinto de estupideces” en el cual se pierden, cada cierto tiempo, los escritores no youtubers. Pero esa teoría (los famosos no escriben sus libros, y los youtubers tampoco) cojea por un lado: da por hecho que escribir un libro, bueno o malo, es una cosa muy difícil, un acto casi mágico que sólo le es dado a unos pocos. Es decir, se mitifica el proceso de elaboración del libro, empezando por el principio: la propia escritura.

Los escritores no youtubers también comparecen en las casetas de la Feria del Libro, pero hay mucha menos gente interesada en arrancarles una firma. Los medios generalistas publican artículos, cómo decirlo, sociológicos sobre este hecho diferencial y hablan de fenómeno, o de verdadero fenómeno, y los escritores no youtubers lloran o hacen chistes (da lo mismo) y al final dan a entender que lo suyo es diferente. A veces, ciertas personas —y los escritores no youtubers también son personas— deslizan la idea de que el problema no está en la cola (la cola en sí) sino en el principio (o final) de la cola. Es decir: el problema está en que la gente haga cola para que un youtuber (o un cocinero, o un presentador de informativos) le firme un libro. ¿Qué pasaría si en lugar de un youtuber estuvieran Aristóteles o Confucio? No pasaría nada, y el escritor no youtuber lo sabe y se siente muy halagado por ello y, de pronto, un sofisma la mar de reconfortante se adueña de su cerebro y se expande por todo su cuerpo: resulta que su caso es muy parecido al de Aristóteles y al de Confucio, quien se preguntaba, hace más de dos mil quinientas ferias del libro: “¿Qué es lo que haré yo para ser famoso? ¿Me tendré que hacer arquero?, ¿o tal vez auriga? ¡A lo mejor me hago auriga!”.

El escritor no youtuber dice: “¡A lo mejor me hago youtuber!”.

Y todo eso.

Álvaro y Eva —por fin— son novios y jóvenes y da la impresión de que van a seguir siéndolo (novios y jóvenes) durante una buena temporada. Hacen una cola de cuarenta minutos para que el youtuber AuronPlay les firme un ejemplar de su libro AuronPlay, el libro. Como han traído un solo libro, sólo podrán hacerse una foto con AuronPlay. Los dos juntos y AuronPlay. Alba es todavía más joven que Álvaro y Eva, y ha hecho una cola de media hora para que el youtuber Dalas Review le firme un libro:

—Me ha tocado, me ha tocado.

¿Qué son veinte minutos y qué son cuarenta minutos cuando eres joven? Es decir: ¿Qué es el tiempo?, ¿en qué consiste ser joven? También hay chicas jóvenes que han venido para protestar por el hecho de que Dalas Review firme libros. Despliegan una pancarta donde se dice: “En esta caseta firma un machista”. Estas chicas sostienen que los contenidos de los videos que Dalas cuelga en Youtube son machistas. Las chicas, y chicos, que hacen cola para que Dalas les firme un libro sostienen que los videos de Dalas no son machistas:

—En realidad son críticas al machismo.

—Son vídeos de broma.

—Las feminazis le tienen manía, eso es lo que pasa.

Las chicas de la pancarta contra Dalas sostienen que los guardias de seguridad de la editorial las han echado de allí de malos modos. El libro de Dalas Review se llama, precisamente, Fugitivos en el tiempo. ¿Y qué pasa con el tiempo y con el sentido del tiempo de los guardias de seguridad? Es muy fácil hablar del tiempo y del paso del tiempo desde una cátedra de literatura latina o desde el departamento de física cuántica de una universidad escocesa. El tiempo bla, bla, bla. El tiempo bli, bli, bli. El tiempo blo, blo, blo. Y, muy probable-ble-blemente, el tiempo blu, blu, blu. Pero cuando eres guardia de seguridad el tiempo no pasa así como así y el tiempo es un verdadero problema (un problema de verdad y no un asunto científico o académico). Por lo general, cuando eres guardia de seguridad te visten como un policía de juguete, o como un paramilitar de juguete, y te adjudican una baldosa para que le saques brillo durante unas cuantas horas y en eso consiste tu trabajo, en ver cómo pasa el tiempo hasta el siguiente turno. Sin embargo, a veces te sacan de tu baldosa y te mandan fuera en una especie de misión especial y, si se trata de poner orden en la firma de libros de un youtuber, lo primero que hacen es cambiarte el uniforme y vestirte como a un oficinista de juguete o, más bien, como un enterrador de juguete. Repartes tickets para que nadie se salte la fila ni se pase de listo, mueves vallas de seguridad, dices una palabra más alta que otra. Haces cosas y, mientras tanto, el tiempo resbala por tu cuerpo como el agua de la ducha. Una vez acabada la firma, acompañas a los youtubers, que salen de la caseta dando tumbos —parece que descendieran del Apolo XIII: una experiencia alunizante— y se arrastran por las alamedas del Retiro hasta llegar a la avenida de Menéndez Pelayo. Al fondo, en los jardines de Cecilio Rodríguez, los pavos reales hinchan el pecho, cepillan el firme con su cola estrellada y, apoyados en su sintaxis de plumas azules, sostienen:

—¡Ñeeeuh! ¡Ñeuuuhhh!

 

Foto de portada: cortesía de la editorial Planeta + capturas de los canales de YouTube de AuronPlay y Dalas Review.