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El ritmo perpetuo
Justo es que las cosas maravillosas se guarden en lugares maravillosos. En el Palacio de Cristal de Madrid, protegida de los retorcidos árboles sin hojas, se puede visitar una destartalada roulotte donde personajes que parecen objetos y objetos que parecen personajes, como animados por la resurrectina de Martial Canterel, repiten sus sencillas acciones.
Hay una bailarina en camisón que se contonea trágica delante de una lata de judías oxidada, un caballo de melena erizada que aún no ha decidido a dónde ir, un guitarrista que ensaya obnubilado un riff, un polvoriento escenario donde una prima donna canta un aria acompañada por un viejo pianista, un velero que sube y baja al ritmo de las olas del encaje de un vestido de novia, una pianola de teclas lentas, el claro de un bosque de tamarindos temblorosos, ídolos indios que se lanzan en vuelo circular, quimeras y ratones atónitos…
En uno de los extremos de la caravana, una mujer de nuestro tamaño yace con los ojos cerrados.
-¿Está muerta de verdad la chica?-, pregunta un niño.
-No-, se apresura a contestar su padre.
¿Qué es esto? El Museo Reina Sofía lo presenta como El hacedor de marionetas, una instalación de Janet Cardiff y George Bures Miller, pero más bien parece una conjura de lo aparentemente inanimado, que reclama con modestia su lugar. Todas las pequeñas marionetas descritas arriba se aplican a su acción a la voz de salida de la banda sonora proyectada por los altavoces colocados sobre la roulotte. Coronados por un paraguas abierto, recuerdan a un murciélago mecánico que orquestase toda la operación.
¿Son las pequeñas marionetas los sueños de la mujer que duerme? Con sólo observarlas un rato uno se da cuenta de que la pregunta sobra. Lo que es importante es que en medio de todo ese desbarajuste, en el interior de la caravana llena de cachivaches, de cuyo techo cuelgan hatillos de libros y revistas y todo tipo de figuras fantasiosas, con las paredes forradas de láminas de mil épocas diferentes, cada vez que la banda sonora recomienza su letanía cada pequeño ser se aplica con denuedo a su actividad perpetua y siempre igual, como si de ello dependiese un orden fundamental.
Escribió Edward Gordon Craig en su libro Del arte del teatro:
Revelaréis en adelante las cosas invisibles, aquellas que percibe la mirada interior por medio del movimiento, de la divina y maravillosa fuerza que es el Movimiento. Hay una cosa que el hombre aún no ha aprendido a dominar; una cosa que ni siquiera sospecha que está ahí, presta a ser abordada con amor, invisible y sin embargo siempre presente, magnífica de seducción, y pronta a huir; una cosa que espera la llegada de los hombres apropiados, dispuesta a remontarse con ellos por sobre el mundo terrestre: y esto no es más que el Movimiento.
Las marionetas de Janet Cardiff y George Bures Miller estarán moviéndose en el Palacio de Cristal hasta el 16 de marzo.
El ritmo perpetuo
Justo es que las cosas maravillosas se guarden en lugares maravillosos. En el Palacio de Cristal de Madrid, protegida de los retorcidos árboles sin hojas, se puede visitar una destartalada roulotte donde personajes que parecen objetos y objetos que parecen personajes, como animados por la resurrectina de Martial Canterel, repiten sus sencillas acciones.
Hay una bailarina en camisón que se contonea trágica delante de una lata de judías oxidada, un caballo de melena erizada que aún no ha decidido a dónde ir, un guitarrista que ensaya obnubilado un riff, un polvoriento escenario donde una prima donna canta un aria acompañada por un viejo pianista, un velero que sube y baja al ritmo de las olas del encaje de un vestido de novia, una pianola de teclas lentas, el claro de un bosque de tamarindos temblorosos, ídolos indios que se lanzan en vuelo circular, quimeras y ratones atónitos…
En uno de los extremos de la caravana, una mujer de nuestro tamaño yace con los ojos cerrados.
-¿Está muerta de verdad la chica?-, pregunta un niño.
-No-, se apresura a contestar su padre.
¿Qué es esto? El Museo Reina Sofía lo presenta como El hacedor de marionetas, una instalación de Janet Cardiff y George Bures Miller, pero más bien parece una conjura de lo aparentemente inanimado, que reclama con modestia su lugar. Todas las pequeñas marionetas descritas arriba se aplican a su acción a la voz de salida de la banda sonora proyectada por los altavoces colocados sobre la roulotte. Coronados por un paraguas abierto, recuerdan a un murciélago mecánico que orquestase toda la operación.
¿Son las pequeñas marionetas los sueños de la mujer que duerme? Con sólo observarlas un rato uno se da cuenta de que la pregunta sobra. Lo que es importante es que en medio de todo ese desbarajuste, en el interior de la caravana llena de cachivaches, de cuyo techo cuelgan hatillos de libros y revistas y todo tipo de figuras fantasiosas, con las paredes forradas de láminas de mil épocas diferentes, cada vez que la banda sonora recomienza su letanía cada pequeño ser se aplica con denuedo a su actividad perpetua y siempre igual, como si de ello dependiese un orden fundamental.
Escribió Edward Gordon Craig en su libro Del arte del teatro:
Revelaréis en adelante las cosas invisibles, aquellas que percibe la mirada interior por medio del movimiento, de la divina y maravillosa fuerza que es el Movimiento. Hay una cosa que el hombre aún no ha aprendido a dominar; una cosa que ni siquiera sospecha que está ahí, presta a ser abordada con amor, invisible y sin embargo siempre presente, magnífica de seducción, y pronta a huir; una cosa que espera la llegada de los hombres apropiados, dispuesta a remontarse con ellos por sobre el mundo terrestre: y esto no es más que el Movimiento.
Las marionetas de Janet Cardiff y George Bures Miller estarán moviéndose en el Palacio de Cristal hasta el 16 de marzo.