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El pensamiento anticipado

Sobre "El cristal se venga", de José Luis Brea
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“Escribir mañana.” Con esta imagen introduce María Virginia Jaua la obra de José Luis Brea (1957-2010), un pensador que nos habla desde el futuro, a través de una escritura que tuerce el tiempo y se adelanta a su presente para enviar desde allí mensajes al pasado. Una escritura anticipada, situada en un tiempo por venir, iluminadora. Creo que hay pocas maneras mejores para describir el pensamiento una de las mentes más lúcidas y brillantes que ha dado la teoría y la crítica de la cultura en el ámbito hispano.

José Luis Brea fue un cartógrafo de lo contemporáneo. Sus libros, entre los que destacaría Las auras frías (1991), El tercer umbral (2003), Cultura_RAM (2007) o Las tres eras de la imagen (2010), observan con perspicacia muchas de las transformaciones radicales del arte y la cultura en la contemporaneidad. Un ejercicio que realizó en tiempo real, incorporando a su propia obra aquellas mutaciones de las que daba cuenta: apostó como nadie por la creación de comunidades-red y el surgimiento de nuevas formas de producción y distribución del conocimiento y fue pionero en un gran número de proyectos como El Aleph, Arts.zin, w3Art, Agencia crítica o Salonkritik, plataformas todas para el desarrollo y la difusión de la crítica del arte y la cultura a través de las herramientas que permitían las nuevas tecnologías. Un compromiso con la transmisión del conocimiento que también estuvo presente en la puesta en marcha de revistas como Acción paralela o Estudios visuales, y colecciones editoriales que han contribuido, entre otras cosas, a la formación del campo los estudios de cultura visual.

Cuatro años y medio después de su muerte, llega este libro y uno tiene la sensación de que realmente ha sido escrito en un tiempo que aún no ha llegado del todo. El cristal se venga. Textos, artículos e iluminaciones (edición a cargo de María Virginia Jaua, México, Fundación Jumex Arte Contemporáneo) compila textos escritos entre 2007 y 2010, artículos y ponencias, muchos publicados en Salonkritik, pero también otras intervenciones aún no recogidas en libro alguno. Y junto a todo ello, el texto Los últimos días, escrito en 1992 con motivo de la exposición que comisarió en la Expo de Sevilla y republicado en Salonkritik en agosto de 2010, pocos días antes de su muerte. Un texto que ya anticipaba gran parte de su pensamiento: la conciencia de habitar tiempos de cambio y la necesidad de ir más allá del lamento y el sentimiento apocalíptico para encontrar en el sentido de efimeridad, en ese habitar “el instante de peligro”, la energía para un tiempo nuevo.

El libro se adentra en todos los temas que de modo sincrónico han presidido la reflexión de Brea, muchos de los cuales están sintetizados en su último ensayo, Las tres eras de la imagen —una de las obras seminales de la cultura visual de nuestros días—, y que aquí se modulan y se aplican a casos de estudio concretos —productos visuales, prácticas artísticas, instituciones museísticas o políticas culturales, con un especial énfasis en el contexto español—.  Aunque muchos de los textos estén en circulación desde hace unos años, la publicación en papel materializa el sentido de pertinencia, de urgencia, de este pensamiento y constituye, en puridad, un verdadero acontecimiento. Uno se da cuenta de que es ahora cuando el libro es necesario, cuando la carta parece comenzar a llegar a su destino. La inminencia de la realización en México del coloquio internacional Las tres eras de la imagen: Actualidad y perspectiva en los Estudios Visuales nos habla también de esta actualidad de un pensamiento que regresa una y otra vez para decir aquello que no ha sido escuchado aún.

De modo inteligente, María Virginia Jaua ha decidido estructurar los ensayos del libro como modulaciones de las distintas paradas de uno de sus textos fundamentales, RAM_critique: la crítica en la era del capitalismo cultural. Esta decisión da un sentido a todas las intervenciones y las articula en torno a temas y cuestiones nodales. Y sobre todo rescata una de las obsesiones centrales del pensamiento de Brea: la necesidad de encontrar una forma verdadera de crítica de la cultura visual.

Por supuesto, lo primero que uno observa es la precisión y potencia de la escritura. Una escritura que no es aquí una mera transposición de ideas, un medio transparente, sino un fin en sí mismo. Y es que Brea era, por encima de cualquier cosa, un escritor, un prosista sutil y minucioso que pensaba a través del propio acto de escribir.

Aunque sería terriblemente pretencioso reducir su planteamiento a una idea, se podría decir que bajo todos los textos de este libro late un argumento común —modulado y articulado de modo complejo—: 1) se ha producido una transformación en la cultura y la visualidad del presente; 2) las fuerzas del pasado no dejan que ese acontecimiento tenga lugar; 3) la crítica debe contribuir, con su análisis y desmantelamiento de la ideología, a que dicho acontecimiento se haga efectivo.

El punto de partida pasa, por supuesto, por las radicales transformaciones de la cultura en la era del capitalismo cultural. El paisaje de acontecimientos, el fondo de contraste, ha mutado, y nuestra experiencia del mundo, nuestro archivo escópico —pero también epistemológico— se ha transformado drásticamente. En este nuevo paisaje, las prácticas artísticas y las formas de visualidad también han sufrido una serie de metamorfosis: cambios en la materia, en el tiempo y en el espacio —una “napsterización”— que hacen que ya nada vuelva a ser como antes. «Que a lo que quede después de ello sigamos llamándole arte —dice Brea— es quizás lo menos relevante». Lo fundamental es dar cuenta de la transformación. Y, sobre todo, enviar una pregunta: «¿estamos preparado para ello?»

La respuesta que ofrece Brea —y esta es una de las claves de su pensamiento— es contundente: Sí lo estamos, pero sólo si conseguimos desarticular los elementos que no permiten el cambio. A pesar de que las condiciones lo permitan, hay ciertas fuerzas que presentan resistencias al cambio. Las prácticas artísticas especialmente están dominadas por modos de hacer y tener que se encuentran anclados en un tiempo pasado, en otra era de la imagen; fuerzas zombis, modalidades de experiencia residuales que, sin embargo, lastran su potencia de transformación.

Por esa razón, el presente sigue siendo una promesa. Y la labor del crítico es contribuir al cumplimiento y al desarrollo de las posibilidades lastradas. ¿Cómo? No siendo cómplice con su objeto, emancipándose de él y liberándose de las fuerzas que lo atenazan.

Una de las ideas más polémicas del libro —y uno de los puntos nodales del pensamiento de Brea durante los últimos años— es la denuncia de las falsas retóricas de resistencia. Las cosas cambian y ciertas fuerzas de preservación —sobre todo económicas e ideológicas— no las dejan cambiar. Este es el punto de partida; eso está claro. Pero el problema es que esas fuerzas que no permiten que las nuevas experiencias tengan lugar no son tan fácilmente identificables: no se presentan bajo la forma evidente del pensamiento hegemónico, sino a través de su contrario, transmutadas en su opuesto, mediante retóricas de emancipación, progreso, revolución y subversión.

Esta falsedad actúa sobre todo en ciertas formas de arte político y de crítica al sistema. Según Brea, el verdadero peligro del doble juego de estas retóricas de la resistencia se encuentra en su sentido autolegitimador: al construir un interior blindado que integra la propia crítica en la institución, se convierten en el sistema perfecto para la dominación. El hecho de que, en un escenario —como el actual— de politización absoluta del arte, estos textos no hayan producido un debate mayor, da buena cuenta de lo poco que han sido leídos o, al menos, comprendidos.

Partiendo de estas ideas, Brea realiza una fuerte crítica a la institución museística y a su deriva crítica y epistemológica —la intención de producir conocimiento “neutro” desde el museo o la exposición—. “Tolerancia cero al espectáculo” —escribe—: la crítica no debería realizarse ni desde la curaduría ni desde el suplemento cultural; ni siquiera desde la Historia del Arte. En todos los casos hay una complicidad con el objeto de crítica. Complicidad institucional, económica y de creencia. La crítica verdadera debe suspender la creencia en su objeto, desconfiar de su promesa de verdad.

Es quizá esto lo que hace a Brea fijarse en los Estudios Visuales como lugar de análisis no cómplice, como puesta en suspenso de la verdad del arte. La única posibilidad para la crítica se encuentra en el afuera. Por supuesto, sabemos que no hay un afuera del capitalismo, del gran sistema; pero sí un afuera parcial: hay modos de conocimiento no cómplices. Y esos modos de conocimiento son los que no forman parte del espectáculo y de las formas de entretenimiento de la industria cultural. La universidad, la academia, el saber no banalizado por el espectáculo, es uno de los lugares posibles para ejercer esta crítica.

A través del ejercicio crítico Brea pretende desmantelar todo un sistema para conceder en última instancia libertad al pensamiento, emancipándolo de su vicaría respecto al objeto de estudio. Y es este pensamiento libre el único capaz de pensar más allá, desde un tiempo por venir, considerando la posibilidad de lo posible, hablándonos desde un lugar que aún no ha llegado y que sin embargo ya está aquí.

Escribir mañana, por tanto. La escritura y el pensamiento como acontecimiento capaz de trastornar el tiempo, de darle la vuelta al pasado desde un futuro. Porque, en el momento en que se nos revele que todo es ya posible, el “será” se convertirá en un “fue” y la posibilidad del “todavía no” se transformará inmediatamente en el “ya siempre aquí”.