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El límite de la visión

Ciclo de cine apocalíptico y filosofía en la Filmoteca de Cataluña
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El ciclo "Pensar el fin: cine apocalíptico y filosofía", que se desarrollará entre el 17 y el 28 de noviembre en la Filmoteca de Cataluña, quiere abordar la relación entre ambas cosas a través de una selección de títulos representativos del género y de las intervenciones de Peter Szendy, Jorge Fernández Gonzalo y otros académicos que han dedicado parte de su trabajo al estudio del cine apocalíptico. El objetivo último del ciclo, que se enmarca en el programa de la segunda edición del festival de filosofía Barcelona Pensa, es invitar al público a reflexionar sobre algunas de las múltiples cuestiones de carácter filosófico que plantean los títulos del género.
 

Prepara unas palomitas, acomódate en la butaca, relájate… porque el Apocalipsis ha comenzado. Como apuntaba acertadamente el filósofo Slavoj Žižek, «adoptar la postura apocalíptica apropiada es, hoy más que nunca, el único modo de mantener la calma». ¿Zombis, extraterrestres, meteoritos o un holocausto nuclear? ¿Qué será esta vez? Cuando la debacle es inminente, la única forma de sobreponerse a la catástrofe consiste en tomar asiento y disfrutar en pantalla grande del Apocalipsis…

El pensador alemán Peter Sloterdijk concebía el mito hebreo del Apocalipsis como un espectáculo mucho más poderoso que todas las representaciones que tenían lugar en el mundo grecorromano. Ni los heroicos juegos olímpicos, ni la tragedia griega, ni tan siquiera las violentas gestas de los gladiadores podían superar el esplendor desbordante de la imagen bíblica del Fin del Mundo. Frente a los mitos griegos, el mito final, definitivo, es el mito hebreo de la destrucción apocalíptica. Todos los relatos parecen superponerse y destruirse ahí donde el desastre tiene lugar. El Apocalipsis nos ofrece, sin lugar a dudas, el mayor espectáculo visual que pueda imaginarse, tanto que ni siquiera nosotros, meros mortales conectados a nuestros dispositivos móviles o extasiados a este lado de la pantalla, somos capaces de concebirlo hasta sus últimas consecuencias, de domesticarlo o comprenderlo en toda su extensión, porque el Apocalipsis constituye un espectáculo destinado a los Dioses.

La destrucción absoluta sólo puede ser contemplada por la divinidad. Por ello mismo, hemos de concebir el Juicio Final como la Obra definitiva, la cima de nuestras representaciones simbólicas, el punto límite en el que ya nada más puede ser dicho o pensado por nosotros los mortales. El poeta y premio Nobel T. S. Eliot hablaba de un hipotético Día del Juicio en el que no hubiera ninguna explosión solemne, y por lo tanto ninguna forma de espectacularidad, por lo que sólo podría escucharse un tenue lamento. Muy al contrario, el Apocalipsis nos postra ante la incertidumbre de la totalidad de las imágenes, constituye la plenitud del archivo apareciéndose en una explosión inconmensurable, el cumplimiento terminante de nuestras ensoñaciones visuales.

El propio Sloterdijk no parece ser consciente de las consecuencias que derivan de su tesis: ¿acaso la renuncia de las religiones semíticas a la posibilidad de representar el rostro de Dios no guarda cierta relación con la «imagen total» del Apocalipsis? La dimensión monstruosa del Dios hebreo escapa a toda forma de representación; la fantasía apocalíptica, de este modo, ha de ser vista como el intento, siempre frustrado, siempre inacabado, inabarcable e imposible, por obturar la imagen divina, por completarla y tocar su extensión suprema. El Apocalipsis se construye a través de todas las representaciones, por un amasijo de formas, de perspectivas, mediante infinitas imágenes superpuestas entre sí, entrechocando y destruyéndose por su propia superabundancia, mientras que la imagen imposible de Dios constituye el vacío que sustenta todo nuestro universo visual, un espacio que no puede ser completamente llenado y que, por ello mismo, podemos saturar indefinidamente con nuestras ensoñaciones cinematográficas.

El cine apocalíptico, por tanto, constituye un intento por elaborar la imagen definitiva. Se trata de intentar tocar, sea como fuere, el límite de la visión, su exterioridad constitutiva; si Hölderlin decía aquello de que el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa, hoy, en nuestro universo visual posmediático, debemos decir que nuestros sueños no nos han convertido en dioses, sino todo lo contrario: soñamos para obturar la insoportable falta de Dios. Producimos imágenes para suturar la brecha que la divinidad escarba en nuestro horizonte simbólico; soñamos, imaginamos, inventamos el cine, Internet o las pantallas para colmar un vacío indecidible. El cine total coincide, de este modo, con el Apocalipsis: nuestro archivo filmográfico pone en tensión todas las imágenes, registra la infinitud de representaciones, el retablo definitivo de nuestras fantasías, en un Juicio Final posmediático.

Sólo a través de la catástrofe el ser humano puede sentirse un dios. Orfeo se gira hacia Eurídice y su sola mirada basta para que ella desaparezca, para que la realidad se desdibuje al intentar aferrarnos a ella. En palabras de Maurice Blanchot, «el error de Orfeo parece ser entonces el deseo que lo lleva a ver y poseer a Eurídice; él, cuyo único destino es cantarle». En la medida en que únicamente puede alabar la ausencia de mundo, la imposibilidad de aferrarse a las presencias, de sustraerlas y captarlas en toda su extensión, Orfeo aún representa el universo humano prefílmico, en donde nuestro escenario de referencias no deja de ocultarse a través del lenguaje o de sus imágenes, impidiéndonos tocar la pulpa de su fruto prohibido. La imagen de Dios asistiendo al Juicio Final es, por su parte, la de un espectador que asiste cómodamente tras la pantalla a la deflagración de todo lo creado; el Apocalipsis es, por decirlo con Kant, el ejemplo máximo de lo sublime, el modo en que Dios goza de sí mismo, se congracia de su obra, y decide ponerla fin en un acto glorioso, epifánico, de destrucción total.

Gilles Deleuze afirmaba que el cine es capaz de pensar con imágenes; en consecuencia, el punto en el que imágenes y pensamiento se tocan para destruirse mutuamente ha de situarse, como no puede ser de otra forma, en el Apocalipsis. Toda forma extrema de pensamiento, toda filosofía que pretenda llegar hasta el límite de lo que puede o no pensarse, tiene que tocar en algún punto la imagen suprema de la debacle apocalíptica. La paradoja aquí es que, cuanto más lejos llega el pensamiento filosófico, mayor es su coincidencia con la gramática visual del cine. Gracias al cine podemos atisbar mínimamente lo que sentiría un dios ante su obra; pensemos en la imagen de Ozymandias, el personaje de Watchmen, el reconocido cómic «apocalíptico» de Alan Moore, sentado ante un cúmulo de pantallas mientras conspira secretamente por hacerse con el poder total. «Just me and the world», son sus palabras. El cine apocalíptico nos presenta esta misma relación íntima entre el sujeto observador y un mundo abocado a la destrucción, quebrándose espectacularmente ante nuestras pantallas. Para Peter Sloterdijk, la gramática visual del Apocalipsis constituye una suerte de expresión religiosa de la manifestación del mundo que sitúa a los asistentes ante la imponente imagen de la lucha por el poder llevada a cabo por fuerzas superiores. Los actuales espectadores de nuestras pantallas hipermediáticas reproducen el mismo modelo de fidelidad pasmosa: sienten, conectados a los aparatos de reproducción de imágenes, que algo más allá de sí mismos está sucediendo; que una borradura, una falta, los difumina y disminuye; que sólo las imágenes tienen lugar, y nada más ocurre en ese instante, ni tan siquiera el lugar mismo.

En cierto modo, podemos decir que nuestra condición de espectadores se consuma en la espera de esa imagen imposible que no acaba de llegar. Pero ¿cuál es esa imagen? ¿Se trata de la imagen de la depravación, la voluptuosidad, el asco? ¿Es acaso la imagen de la infamia, del dolor, o la imagen de la certeza y la verdad? ¿Podemos pensar la imagen del Apocalipsis, o el Apocalipsis es el último bastión que logra resistirse al pensamiento? Mientras tanto, la ficción nos enfrenta a cientos de productos en donde los desgarros visuales no dejan de sucederse, el mundo se quiebra por todos lados, la humanidad sucumbe y las identidades se destruyen. Y sin embargo, seguimos aguardando aún esa imagen…

Todos sabemos que el Apocalipsis no llegará inmediatamente, ni en estos momentos ni en los años venideros, y sin embargo volver a oír el anuncio de su llegada siempre es motivo de alivio. Cada vez que somos increpados con la proximidad inminente del Fin del Mundo hemos de congraciarnos por la buena noticia, pues significa que todo funciona correctamente. Ya sean zombis, una plaga vírica, un holocausto nuclear o un meteorito, la mera mención del Juicio Final nos indica que aún queda mucho por pensar… y qué mejor para hacer filosofía que echar mano de una buena película sobre el Fin del Mundo.

 

De arriba abajo, fotograma de Sacrificio (Andréi Tarkovski, 1986), fotograma de ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick, 1964), viñeta de Watchmen, de Alan Moore.  

El ciclo de cine Pensar la fi se inaugura mañana en la Filmoteca de Cataluña, como parte del programa delsegundo encuentro "Barcelona Pensa".