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El dardo y la diana (fábula)

Cosas que hacer y no-hacer en una localidad costera
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Una vez doblado el cabo de Buena Esperanza o Día de la Virgen, el verano avanza hacia su gloriosa disolución y se acumulan en la agenda las cosas que preferirías no hacer o no haber hecho (en la localidad costera): gala de elección de los personajes del carnaval del verano, mercado medieval, espectáculo musical a cargo del Ballet Estatal de Ucrania, visita teatralizada al castillo, excursión al cementerio inglés, conferencia sobre la producción de salazones en la localidad costera durante la época romana, vino español para conmemorar el viajero 5.000 de la línea férrea que une la localidad costera con Madrid, clases de yoga en la playa. Y Día del Esparto.

¡Ah, maldita sea! Resulta que todo tiene un límite, por lo visto, y resulta que no se puede hacer todo, pero tampoco se puede no hacer nada o, mejor dicho, no hacer todo. Es más: resulta que también hay un así llamado open benéfico a favor de la asociación local de diabéticos. Ah, maldita sea otra vez: ¿Open de qué?, ¿por qué no? El cartel dosifica sabiamente la información, el cartelista sabe cómo mantener el suspense hasta la última página. ¡Qué demonios! Un día es un día y un open siempre será un open, sobre todo si se trata de un open benéfico.

Así que son las cinco de la tarde y la localidad costera y su bahía son como un caldero gigante y los veraneantes pueden elegir – ¡libre albedrío! ¡libre albedrío!– entre cocerse fuera o dentro del agua, y en los bordes de ese caldero hay un pequeño pub que luego será la sede del gran open benéfico de lo que sea. Digamos que el pub tiene una barra, dos estancias, muchos arcos, barandillas forjadas, columnas dóricas, mesas de falso mármol, sillas de respaldo redondeado, pantallas de televisión repartidas por las esquinas y, sobre todo, máquinas para jugar a los dardos. ¡Por ahí van los tiros! Open de dardos, esa es la cuestión ahora. Las paredes están pintadas color salmón (tiene que haber una palabra menos antipática: rosa anaranjado, pastel de cabracho, puesta-de-sol). Han festoneado el pub con guirnaldas de papel y hay dos tipos de personas, los que han venido por los dardos y los que han venido por la diabetes. Medio centenar de almas, alma arriba, alma abajo. Los que han venido por la diabetes creen en la cocina saludable y en los adelantos médicos que harán más llevadera la vida de los diabéticos. Los que han venido por los dardos creen en los dardos y en las rondas de los campeonatos de dardos, en sus respectivos clubes de dardos y en su giro de muñeca.

Suele decirse que lo importante es creer en algo. Algunos de estos jugadores de dardos creen que a las seis de la tarde va a empezar una barra libre y miran la hora en su teléfono móvil. Pero nadie ha hablado de barra libre en ningún momento. En los carteles que anunciaban este open benéfico se decía que la organización del evento invitaría a un aperitivo y a una cerveza o a un refresco: nada de barra libre. El dueño del pub tendrá que aclarar los términos de esta invitación por medio de un micrófono y su voz, amplificada por el sound-system, reverberará por toda la sala en una catarata de promesas menos interesantes que la barra libre: entrega de premios, sorteo de regalos, palabras de agradecimiento. Todo esto generará un leve desasosiego que los jugadores de dardos subsanarán de la única manera posible, es decir, bebiendo, aunque no sea gratis.

–Se hace así –le dice el chico a la chica, y gira la muñeca, y la chica gira el cuello hacia una pantalla de televisión.

También genera desasosiego el hecho de que los vídeos musicales que pasan por la televisión NUNCA coincidan con la música ambiente. Las estrategias narrativas de estos vídeos son susceptibles de análisis. Pasan muchas cosas dentro de estas canciones, ya nadie se conforma con que los artistas meneen el trasero o vocalicen sus propios temas subidos a un acantilado. Por ejemplo: Chico conoce chica, chico y chica se dan un tiempo o se separan por un malentendido, chico y chica vuelven para quedarse. Pero también: Chico se lo monta con muchas chicas en una fiesta por todo lo alto en una casa de dos pisos, chico se fija en una chica que no se lo está montando con él, una patrulla de policía irrumpe en el piso de abajo y se acaba el vídeo. Hay, por tanto, una hegemonía del tradicional planteamiento-nudo-desenlace en la narrativa de los actuales vídeos musicales o vídeo-clips. Por lo demás, también la gente que usa la palabra hegemonía cree en algo o parece creer en algo: creen en la palabra hegemonía.

Hay, en el open de dardos, un individuo que lleva camisa de jugador de bolos (no hay que descartar que sea en realidad una camisa de jugador de dardos) como las que se pusieron de moda hace unos años. También lleva gorra de béisbol. Es evidente que este hombre cree en algo. Cree en su camisa, cree en su gorra, cree en los dardos. Tal vez crea incluso en sí mismo. Gasta mucho estilo a la hora de sacar los dardos de la diana. Es una operación delicada a la que hay que prestar atención. Traza un semicírculo con el brazo y suspira o incluso gruñe para indicar que no está del todo satisfecho con el resultado: Él esperaba más.

– ¡Aaaagggh!

El problema de llevar una camisa como la de este hombre es que te significas como individuo, pero no te identificas como miembro de un club. La mayoría de los participantes en este gran open lucen camisetas que los señalan como miembros de algún club de dardos. Estas son algunas de las ventajas de cultivar una afición y, sobre todo, de hacerlo en grupo: te educas en la perseverancia, te acostumbras a competir, sales de tu pequeño mundo y, en el caso de los clubes, afianzas el sentido de pertenencia.

Han cortado la calle y han puesto un castillo hinchable a la entrada del pub para que los niños pierdan el miedo a la gravedad. El hombre que recoge los boletos para entrar en el castillo hinchable lleva una camiseta de un campeonato de volley-playa. Esa misma tarde, y en esa misma localidad costera, no muy lejos del pub, se celebrará un campeonato de rugby-playa. También habrá megafonía y sound-system. También habrá equipos, sentido de pertenencia y camaradería: ¿Cómo no va a haber sana camaradería si es rugby?

Pero volvamos al cartel que anuncia la celebración del open. En realidad era un cartel para avisar a los ya avisados, donde no aparecía la palabra dardos pero había referencias especializadas que los conocedores sabrían interpretar. Aparecía el número 180. 180 es una especie de número mágico para los jugadores de dardos. No llegarás muy lejos en el universo de los dardos si no sabes sumar –tres dianas suman 150 puntos y, por tanto, te faltan 30 para llegar a 180: nunca llegarás a nada– ni te fijas en ciertas franjas que doblan la puntuación. 

–No se trata sólo de dar en el centro.

Es decir, que hay muchas maneras de acertar (en los dardos como en la vida) y no todas consisten en dar en la diana, lo cual resulta muy consolador. ¿Equivocarse para acertar? A lo mejor el open benéfico de dardos ha sido un pequeño error que contenía un gran acierto en su interior. Círculos concéntricos, diana. ¡Bingo! La tentación de convertir un comentario técnico-deportivo en una metáfora de lo que sea –la vida, el matrimonio, la política, el verano– aguarda agazapada a la vuelta de la esquina y no tiene sentido oponer resistencia: «Lo que sea es una partida de...». ¡Fin de la partida!