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El año pasado en Hong Kong

O por qué el Gran Turismo Chino no pasa por España
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El año pasado, una tarde noche, en el pequeño universo o mundo aparte conocido como Hong Kong se anunciaba la primavera y al doctor Kevin Latham, profesor de antropología social en la universidad de Londres, le pareció una buena idea meterse a cenar en uno de los restaurantes que la cadena Pizza Express tiene en la ex colonia británica. Reinaba una gran animación, grupos de chicas y chicos jóvenes removían la espuma de los días en torno a un montón de mesas redondas y el doctor se dio cuenta de que lo que había encima de todas esas mesas era un rosario de platos pequeños y compartidos donde escaseaban los ingredientes habituales de la comida italiana, y luego pasó un rato estudiando –ningún antropólogo es inocente– la carta de aquella así llamada pizzería y llegó a la conclusión de que la pizza era un concepto elástico allí en Hong Kong. Aquello no tenía nada que ver con el ideal mediterráneo de «un plato, una frasca de vino y un mantel a cuadros». Eso hubiera sido angustiosamente aburrido para un chino, sostiene el doctor, y la pizza en realidad no era otra cosa que una coartada dentro de un, digamos, contexto de ocio cosmopolita y restauración fragmentaria: muchos platos pequeños de comida supuestamente extranjera.

El caso es que unos meses después, el doctor Latham daba con sus huesos en Barcelona –una ponencia, una cena en algún celler del Barrio Gótico, la vida– y enseguida se activó una conexión neuronal debajo de su cabellera rubia, casi pelirroja, de antropólogo británico y de mediana edad, y esa conexión cristalizó en la siguiente pregunta: «¿Saben los chinos algo acerca de las tapas?». El jueves pasado, el doctor Latham se hacía esa misma pregunta en Madrid, pero esta vez se la hacía en voz alta y con el trasfondo de la Feria Internacional de Turismo, Fitur –otra ponencia, otra vez la vida trepidante del antropólogo– y bajo la coartada de un curso sobre Turismo Chino en el que la cuestión palpitante era: «¿Qué hay que hacer para que los turistas chinos se acuerden de pasar por España cuando se deciden a dar una vuelta más allá del País del Centro?».

Hagamos números. Según ha explicado unos minutos antes el director general de Casa Asia, Ramón María Moreno, cada año pasan por España un millón de turistas asiáticos, de los cuales la mitad son japoneses. Sólo un cuarto de ese millón de turistas son chinos. Es verdad que los japoneses viajan proporcionalmente más que los chinos, pero hay muchísimos más chinos que japoneses en el mundo, y en un futuro no muy lejano no habrá proporciones que valgan: el trozo más grande de la tarta será el turismo chino. Francia, Alemania, Italia, Suiza y Austria son los destinos preferidos por el turista chino cuando pasa por Europa. España es la décima posibilidad. «¿Qué tienen ellos que no tenga yo?». Bueno, de manera velada y muy diplomática, el doctor Latham nos da entender que lo que Francia, Alemania, Italia, Suiza y Austria tienen es, precisa y respectivamente, eso: Francia, Alemania, Italia, Suiza y Austria. Es decir, tienen una identidad incrustada en el imaginario colectivo chino y además tienen todas esas montañas que se recortan contra el cielo y esas cumbres coronadas, y esas marcas de relojes y de bolsos caros, y esos lugares icónicos que todo el mundo sabe localizar en el mapa.

Y hablando de mapas: todos esos países están en un puño dentro del mapa de Europa. No parece viable cambiar el mapa de Europa –al menos el mapa físico, España como víctima de la geografía– así que hay que buscar otras soluciones. De eso va todo esto. Latham apunta algunas ideas, como por ejemplo incorporar comida china a los menús de los hoteles (sobre todo en el desayuno), ofrecer zapatillas de andar por casa y camas individuales. También habla de fútbol –el fútbol en España y España en el planeta fútbol– como reclamo, y de los toros, y alguno de los concurrentes baja los párpados y cabecea ligeramente (estamos en un saloncito con capacidad para unas cien personas y arrancamos la sesión con un aforo casi completo), pero enseguida Latham se lava las manos y nos aclara que la cuestión no es lo que él opine de España sino la idea que los chinos tienen de España, cuando la tienen.

Sobre la importancia de las marcas y sobre el carácter aspiracional del consumo en la nueva China, Latham cuenta que muchos ususarios de WeChat, el whatsapp chino, se sintieron la mar de ofendidos cuando comprobaron que no se les enviaba publicidad de BMW porque los algoritmos no los consideraban compradores potenciales. El turismo también es aspiracional: viajar para contarlo, y para propagarlo en las redes sociales. Pero esto no es privativo de China. Los occidentales también viajamos para contarlo aunque la literatura publicitaria se anda con mucho ojo y, de manera refinada y sibilina, prefiere hablar de viajes interiores –el viaje interior que por lo visto son todos los viajes– y autoconocimiento, y agota las posibilidades de la palabra TÚ (el reverso de YO) en eslóganes como los que flotan por ahí abajo, en los pabellones de Fitur: «Tu mejor tú (Andalucía)», «Eso que no sabías de ti, vive en Perú» o «Imagine your Korea».

Latham sostiene que una palabra amable (en chino) por parte de los empleados de un hotel bastará para que vuelvan. La profesora Yuan Gao, que enseña chino en la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid y además es consultora, abunda en esta idea cuando se sube al estrado. Dice que hay una frase mágica para conseguir que un chino se sienta en deuda contigo durante el resto de tu vida o, al menos, para que vuelva a tu tienda y te abra su billetera: «¿Cómo se dice esto en chino?», donde esto no es en realidad esto sino una blusa, un brazalete o un par de zapatos de dos mil euros.  Antes de seguir adelante, la profesora Yuan mide sus fuerzas e interpela al público. Dice que quiere saber quiénes trabajan en instituciones y quiénes son proveedores de servicios y se levantan unas pocas manos (la primavera avanza, ha habido unas cuantas deserciones). Así que quiere saber por qué estamos allí, aunque es probable que en realidad no quiera saber nada y que todo sea uno de esos trucos escénicos de los oradores, una meditación metateatral: «vosotros estáis allí y yo estoy aquí». En las ponencias, los ponentes están ahí porque eso forma parte de su trabajo: les pagan por ello. Pero también hay gente a la que le pagan por escuchar las ponencias de otros. Bueno, bueno: las razones por las que estamos aquí reunidos son muy variadas: sinofilia, búsqueda de un nicho de mercado, ocasión para intercambiar tarjetas de visita, desempleo y, en última instancia, la necesidad de que nos cuenten historias alrededor del fuego, en este caso anécdotas sobre chinos fuera de China. La profesora Yuan y el doctor Latham saben que por encima de todo está la anécdota, y cada vez que dejan a un lado las estadísticas y nos cuentan una de esas historias de conferenciante/entretenedor, se origina una sensación colectiva de acabamiento o cosa cumplida. Dar a la gente lo que la gente quiere. La anécdota funciona como celebración de la vida y mucho más, porque resulta que sin anécdotas no hay categoría, y sin categorías ¿cómo podríamos ordenar el mundo?

Hace unos meses, la profesora Yuan acompañaba a un grupo de ejecutivos chinos en un viaje de negocios a Madrid y, llegado el momento de la verdad, los llevó a una de esas tiendas donde venden jamón ibérico con denominación de origen y uno de ellos o, mejor dicho, el jefe de todos ellos, pidió al empleado que le cortara una pata de jamón en cuatro trozos para poder meterla en la maleta. El empleado dijo que de ninguna manera. No, no y no. No se puede cuartear una pata de jamón ibérico como si fuera un bloque de jamón de york. Al ejecutivo jefe se le incendiaron los ojos. Aquel empleaducho de jamonería: ¿qué se había creído?, ¿en qué mundo vivía? El jefe contó hasta diez, giró sobre sus talones y buscó la salida, y sus subordinados le siguieron con la cabeza inclinada. Aquello fue muy embarazoso para la profesora Yuan (y para cualquiera que no hubiera nacido con los ojos almendrados). Hasta aquí, la anécdota. Ahora, las enseñanzas. Primero: nunca hay que decir que no a un cliente chino. Hay que decirle cualquier otra cosa aunque la respuesta sea no. Segundo: nunca hay que desautorizar a un jefe delante de sus empleados (o a un abuelo, a un padre o a un hermano mayor), y decirle a alguien que no, es desautorizarlo.

La profesora sigue pasando las páginas del Libro –figurado, está todo en su cabeza– de Casos del Turismo Chino y explica lo que debemos hacer si queremos ganamos el corazoncito de uno de sus compatriotas. Conviene evitar el contacto físico, los colores chillones y los escotes. Dice la profesora que el silencio en China no es una situación incómoda, así que no debemos inquietarnos por ello ni apresurarnos a tapar el silencio con nuestras palabras inconvenientes.

Cada vez que se aborda el tema de las supersticiones, una corriente de electricidad recorre la sala. Siempre es agradable hablar sobre las supersticiones de los demás. ¿Son supersticiosos los chinos? Latham ha dicho antes que los de Hong Kong lo son especialmente, y la profesora Yuan abunda en esta idea (una y otro están de acuerdo en casi todo, es obvio que no han venido aquí para discutir) y desaconseja el número cuatro. Dado que en realidad esa famosa manía de los chinos –su problema con el número cuatro o tetrafobia– responde al hecho de que cuatro y muerte se pronuncian igual, tal vez sea una pequeña injusticia seguir hablando de superstición: ningún occidental querría bajarse de un ascensor en la planta Muerte. Pero todos asentimos y dibujamos muecas de inteligencia, y hacemos lo mismo cuando se habla del esquema de valores confuciano, y de la piedad filial y de la importancia de los ritos. Ah, los ritos: Latham ha asegurado que el turista chino es más aficionado a comer en los restaurantes de los hoteles que otro tipo de turistas, y esto tendrá sus consecuencias. En el turno de preguntas, que se hace de manera conjunta y con Latham y Yuan sentados a uno y otro lado de la mesa de ponentes, una ejecutiva de mediana edad preguntará si esa inclinación hacia los restaurantes de los hoteles se refiere a las cenas o a las comidas. Así que Latham, que es experto en Asia aunque no es exactamente un sinólogo, y da clases de Antropología en la universidad de Londres pero no puede saberlo todo, emite varios parpadeos en un mismo compás y se lleva un dedo a los labios y entonces se abre un silencio incómodo y occidental y por momentos parece que Latham se va a dar por vencido y va a decir «la verdad es que no lo sé», pero finalmente se levanta y explica, o casi podríamos decir que deduce, que los turistas suelen usar el día para recorrer la ciudad, lo cual incluye la hora de comer, y por tanto la respuesta correcta es:

–La cena, me refiero a la cena.

El doctor Latham ha salido del paso pero se le nota algo cansado –todos lo estamos, después de una mañana entera entre la cifra y la anécdota– y no parece descabellado pensar que, precisamente ahora que se habla de las cenas de los chinos fuera de China, en la cabeza de nuestro antropólogo se ha activado cierta conexión neuronal y Latham ya no está entre nosotros, en este saloncito mediano de la primera planta del Auditorio Norte de Ifema, sino de nuevo en ese restaurante de la cadena Pizza Express, una tarde noche en el corazón de Hong Kong.