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Cuando aterra el poder de las máquinas

Cerebro y ordenador. ¿Mundos convergentes?
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Cae la tarde a plomo de una primavera imberbe en Madrid y las recientes caricias del sol dejan paso a una brisa fría y seca, traicionera. Los paisanos se estremecen en las terrazas, y yo con ellos, quizá algo más, mientras repaso algunos apuntes en los que se asegura que los ordenadores están capacitados para crear vida humana. No retozarán excitados sobre la hierba fresca o un mullido colchón para reproducirse mientras se susurran cosas dulces o sucias al oído, pero estarán dotados de algoritmos superinteligentes que facilitarán procesos para crear organismos vivos. Un trago de saliva más espesa de lo normal me levanta de la silla y me conduce al refugio del interior del bar. También leo que, transformando nuestro cerebro en un software, seríamos capaces, entre otras posibilidades delirantes, de burlar a la muerte, alcanzar la eternidad. Estoy esperando al culpable de esa turbación crepuscular con el fin de que me descifre algunas de las claves asombrosas que contiene el libro que acaba de publicar: El Cerebro y el Ordenador. ¿Mundos convergentes? El hombre se llama Antonio Orbe y es psicólogo y experto informático en la compañía IBM.Empieza a oscurecer y la noche promete.

El bar tiene un aire decadente que no me disgusta, la luz es tenue, rumor mortecino de la tele en un rincón del fondo mientras el aire adormece con un aroma mezcla de refrito y amoníaco. No pasa nada y me detengo en la espuma de la cerveza que acabo de pedir. Un chamán en mi cabeza me hace sentir que estoy en mi sitio. El instante helado de la punta de los tenedores de Burroughs. Espero en paz al hombre que me va a guiar en el viaje hacia el misterio del cerebro. Reverberan las conexiones de la máquina de mi cuerpo que desde la nada más absoluta ha creado una mente superior que a su vez sería creada por otra mente más avanzada y así sucesivamente hasta enredarnos en un delirio obsesivo de turbio desenlace. Lo primero fue la nada, después el verbo, y luego el cerebro. Fábrica de sueños y de ideas, verdades y mentiras, fantasías de ayer, hoy y mañana. El cerebro, el gran computador, el jefe de la máquina que es el cuerpo humano.

“Llegará un momento en que los ordenadores estén dotados de la posibilidad de la conciencia. […] dentro de no mucho tiempo serán más inteligentes que los humanos”

Todo puede tener sentido en un instante y al siguiente segundo convertirse en un caos trágico. Ahí reside el enigma de los mecanismos que manejan nuestra conducta. Bailan en mi mente, danzan malditas las cuestiones que quiero discutir con el sabio que espero. El hombre y la máquina, juntos y alborotados frente a la delgada línea de la frontera que establece el dominio de uno sobre la otra. O al revés. Entre trago y trago de cerveza se cruza el lamento del neurobiólogo francés Jean Pierre Changeaux: le inquieta que el hombre no esté dominando bien al mundo ni a su cerebro: condiciones negativas del trabajo, subalimentación en muchas partes del planeta, amenazas bélicas de destrucción total. En su certero análisis subraya que todo eso no ayuda al funcionamiento equilibrado del cerebro como se ve por el uso excesivo de tranquilizantes. Es decir, que el hombre moderno pretende dormirse para soportar un ambiente adverso del que es responsable. Otro suave golpe de amoníaco me pone enfrente a Spinoza, que ya en su tiempo advertía que hace falta todavía construir en nuestro encéfalo una imagen del hombre, una idea que sea un modelo que podamos contemplar y que corresponda a su porvenir.

El profesor Orbe entra en el local, espigado, de porte elegante, con el flequillo encanecido y algo alborotado por el viento de la tarde. Nos saludamos y decidimos trasladarnos de lugar para entablar nuestra charla. Mi casa está cerca y hacia allí nos dirigimos. Cigarrillos y agua con gas. No hay prisa, pero se impone mi interés por iniciar cuanto antes la partida. Entre neuronas anda el juego. Por aquí empezamos, veremos adonde llegamos.

BURLAR A LA MUERTE CON UN SOFTWARE

La neurona –dice–es una especie de procesador de la información. El enorme lapsus del conocimiento actual es saber cómo están unidas todas estas neuronas –el 100.000 millones–, y esto es determinante. Cada conexión tiene su sentido. Si uno desconecta todos los cables de un ordenador y luego se vuelven a conectar a voleo, eso no va a funcionar.

¿Cómo afectaría al comportamiento una conexión errónea de una neurona?

Provocaría un fallo del sistema inmediato. Las neuronas no se regeneran. Se van muriendo al cabo del tiempo y, más o menos, es un esquema parecido en todas las personas. Piensa que empezamos a perder neuronas a partir de los dos años. Cuando un niño empieza a andar da pasos torpes porque tiene demasiadas conexiones. Solo las que son efectivas se mantienen y las que no lo son, mueren. Solo sobreviven las neuronas funcionales. A partir de ese momento ya solo mueren las neuronas al ir degenerándose.

El Proyecto Conectoma es una iniciativa clave para conocer la conexión de todas las neuronas y arrojará luz sobre muchos trastornos del cerebro, como la esquizofrenia o el autismo. ¿En qué fase se encuentra?

Los neurocientíficos no creen que el primer mapa del Conectoma esté listo antes de 50 años, aunque es posible que, entre tanto, puedan surgir otras tecnologías que faciliten la tarea como la inteligencia artificial. Se supone que cuando dispongamos de un conocimiento exacto del funcionamiento de las células nerviosas y las conexiones sinápticas podremos descargar nuestra personalidad como si fuera un programa informático en otro soporte, ya fuera biológico, mecánico o virtual. Tendríamos así, al alcance de la mano la posibilidad de burlar a la muerte.

 

Tras esta afirmación siento un estremecimiento neuronal, por decirlo de alguna forma que venga al caso. ¿Será posible burlar a la muerte? Ciencia ficción al alcance de la mano humana. La eternidad como un concepto real. Los transhumanistas ya se han ocupado de ello con devoción. La conquista de la muerte sería posible cargando la mente o la conciencia humana a un dispositivo de ordenador cuyos componentes podrían ser reemplazados permanentemente para, de esta forma, eludir la guadaña del tiempo. El término que usan es mind uploading.

El profesor Orbe liga su discurso con un temple inquietante pero para mí ha llegado el momento de cambiar el agua con gas por otro trago de más calibre. Aguanto el tirón y no quiero ir tan deprisa en mi ansia de conocimiento. Volvamos a las neuronas.

¿Por qué no se regeneran?

Porque una neurona tiene su propia historia. No se crean nuevas neuronas pero sí se crean nuevas conexiones. Aprender es crear nuevas conexiones, reforzar las conexiones existentes. ¿Qué ocurriría si sustituyéramos una neurona por otra? pues que la nueva neurona no sabría que conexiones emprender. Alguien o algo debería enseñarle, y eso no va a ocurrir.

¿Adonde van las neuronas que mueren?

Cuando una neurona se muere, se muere y ya está. Pero una de las inmensas cualidades del cerebro es su plasticidad, es capaz de suplir un determinado déficit con un proceso de adaptación. Cuando uno pierde una mano, esa función se puede sustituir con la otra mano, o con la boca o los dedos de los pies, por ejemplo. Eso no es capaz de hacerlo todavía un ordenador, que fuera configurable, tolerante a fallos. Los ordenadores no lo son y los cerebros sí. En el cerebro se crean nuevas conexiones, cambia todo el rato, cada segundo. Mueren unas conexiones y nacen otras o se refuerzan. Es un laboratorio en permanente funcionamiento.

 

¿Y somos mejores o peores en función de la calidad de las conexiones de nuestras neuronas?

Es un asunto distinto. En este caso el cerebro es como una máquina, como un ordenador. Que la máquina sea mejor o peor depende, sobretodo, de un juicio moral. Como especie tenemos la tendencia a ser buenos, solidarios, a tener empatía, a cooperar. Considerar la bondad o la maldad de las acciones es, más que nada, un aspecto moral. Otra cosa es que sí es posible que, desde el origen, haya cerebros que tengan déficit de empatía o sean más sensibles a determinado tipo de adicciones, como las drogas.

AL CIELO NO VAN LOS BUENOS, VAN LOS INTELIGENTES

La idea del origen biológico del bien y el mal, asunto grave en el que han reparado pensadores de todos los tiempos. Se cruza ahora el análisis del filósofo francés Julien La Mettrie (1709–1751) cuando aseguraba que la naturaleza nos ha creado a todos únicamente para ser felices. Por este motivo ha dado a todos los animales una porción de la ley natural: un sentimiento que nos enseña lo que no debemos hacer porque no quisiéramos que se nos hiciera a nosotros. Pero en el recuerdo también revolotea Terence Mckenna, uno de los grandes catalizadores de la conciencia sicodélica, quien, sacudido de preceptos morales, aseguraba que no son los buenos los que van al cielo sino los inteligentes. Puro transhumanismo, tener la ciencia al lado de uno otorga cierto poder. En este momento crucial enlazo con uno de los capítulos del libro de Antonio Orbe, el que se refiere al cerebro criminal.

 ¿Qué procesos lo configura?

En este caso me refiero a la sicopatía en la que no tienes la capacidad de empatía, de ponerte en el lugar del otro, de no sufrir con el otro. Si alguien disfruta con el dolor ajeno –sadismo– su cerebro está viciado y sus procesos no funcionan como debieran. Esto tiene que ver mucho con el aprendizaje, no está claro que sea una condición genética, sino más bien tiene que ver con el desarrollo del individuo en un entorno determinado de crueldad y abusos.

 

En este momento, ante el estridente dilema del bien y del mal y del poder del cerebro para imponer el destino, dulce o siniestro, de nuestra existencia me dejo llevar dulcemente narcotizado por el pensamiento poderoso y rotundo, divino, fuera de la carne, con trazas de hereje y punky de un escritor rumano que se llama Mircea Cartarescu del que rescato un apunte asombroso y clave de entre las páginas de su magnífico libro Cegador que, sin duda, te deja ciego: “Clasificarlo todo, arrojar las neuronas inviables allí donde están las lágrimas y el crujir de dientes y construir con las neuronas perfectas un nuevo cerebro fantástico, universal, cegador gracias al cual, inconscientes y felices, subiríamos un escalón más en el fractal del ser eterno. ¿Pero y las inviables? ¿Y el espíritu y el alma y las sensaciones de los criminales y los pecadores? ¿No formarían también un cerebro infinitamente depravado, un monstruo a la vista del cual el de Leonardo, compuesto por las partes más horrorosas de las criaturas de las tinieblas, tendría la belleza de un arcángel? ¿Y no se prolongaría así, también en el mundo superior, la bestia antigua, la bestia de siempre? Porque la tortura eterna, el tormento infinito que es la maldad, las lágrimas y el crujir de dientes debidos a la incapacidad de ser buenos ¿no son también una existencia? ¿Y como existencia no son también de inconmensurable belleza?”

Si estuviera peleando habría sentido la cita como un crochet de plomo que estalla en la mandíbula, el cerebro bailando entre las paredes del cráneo, pero solo beso a chicas guapas y la lona del ring no lo es. Así que me mantengo en pie, bailando ciego como una mariposa. Y siempre suena una campana.

¿Cómo individuos que somos, en cada uno de nosotros las moléculas influyen de una manera distinta?

Cada uno de nosotros tiene sus propias conexiones, las conductas son distintas y reaccionamos y aprendemos de forma diferente. Los niveles de organización son importantes, pero entender la conducta en términos de moléculas –neuronas y sinapsis– es imposible. En términos muy básicos se puede entender fácilmente que si tomas alcohol o drogas la conducta se altera, lo que ocurre es que no es posible explicar la conducta en términos moleculares.

¿El cerebro es el ordenador de nuestras funciones, pero a la hora de fabricar un ordenador se siguen las reglas y los procesos del funcionamiento del cerebro?

El cerebro, nuestro cuerpo, es una máquina complejísima. Cuando el hombre empezó a crear ordenadores éstos hacían funciones sencillas y según se van complicando empezamos a comprobar las analogías con el cerebro humano. Es cierto que ambos –ordenador y cerebro– son procesadores de información, en ese sentido son similares, pero ¿en qué medida los ordenadores copian al cerebro? Difícil cuestión porque aún esto no está ocurriendo. Pensemos que los ordenadores no hacen nada que los humanos no les hayamos dicho que hagan.

 

COPIADORES DE CEREBROS

Según se complica el asunto crece su interés. El profesor Michael Anissimov escribe en la revista H Plus un provocador artículo sobre los beneficios de subir una mente a una computadora. Y ahí tenemos el ambicioso proyecto (Human Brain Project) liderado por Henry Makram. Se ha impuesto lograr que uno de los pasos conducentes para crear una copia de un cerebro específico es copiar un cerebro humano con toda su complejidad. El escalofrío aumenta su carga con los beneficios que, según Anissimov, se obtendrían de poder cargar una mente a una computadora. Cito algunos de ellos:

  1. Crecimiento económico masivo: eliminación de la pobreza –no se necesitarían alimentos.
  2. Aumento de la inteligencia.
  3. Mayor bienestar subjetivo.
  4. Tiempos de vida indefinidos: si nos convertimos en un software podemos tener siempre un respaldo que sea restaurado. La llave para trascender la enfermedad, el dolor y hasta la muerte, como indicaba antes. Un tecno-coqueteo con la inmortalidad que para algunos detractores entreabre una caja de Pandora que amaga robar el fuego de Prometeo e invoca al engendro del Dr. Frankenstein.

Vuelvo con el profesor Orbe que sigue tan tranquilo, fumando con pausa y al que le divierte la inquietud que suscitan en mí el torrente de posibilidades futuras, ¿imposibles?, que nos brindan los progresos de la neurociencia.

“Espero que no se nos vaya de las manos la tecnología y los ordenadores cumplan las leyes de Assimov y sirvan para nuestro beneficio y no nos hagan daño”

¿Los ordenadores llegarán a ser más inteligentes que los humanos?

Una vez más ahí entramos en el terreno de la ciencia ficción que tiene que ver con la filosofía cuando se plantean experimentos mentales a los que, por el momento, la ciencia no puede dar solución. ¿Qué ocurrirá si….? Mira, existe el problema de los celos, los celos del hombre ante la máquina. Cuando Gary Kasparov jugó contra la máquina Deep Blue, el campeón de ajedrez jugaba con la bandera rusa y la máquina jugaba con la bandera americana. El duelo se celebró en Estados Unidos, pues bien, todos los americanos que asistieron al acontecimiento iban con el ruso. ¿por qué? Porque Kasparov era un humano y la gente recelaba del ordenador. En alguna medida tenemos miedo a las máquinas porque son capaces de hacer cada vez más cosas. ¿Y hasta qué punto las seguirán haciendo? No le veo límite. Tendríamos que ser capaces de controlar su poder porque el asunto se nos podría ir de las manos. Hay un momento clave, en el que todavía no estamos, en que los ordenadores puedan ser autónomos, que puedan tomar decisiones propias. Aunque, ojo, debe llegar un momento en que sea preciso que las máquinas tomen sus propias decisiones sin supervisión. Por ejemplo, el coche que circula sin conductor. A este coche hay que aplicarle una cierta moral porque hay unas reglas que hay que respetar, la decisión de frenar según en que momento, por ejemplo. Si se cruza un perro en la carretera se recomienda no frenar porque se puede originar un choque en cadena o algo peor. Pero ¿y si se cruza un ser humano? Ahí está el dilema moral, tan subjetivo. Ni siquiera los humanos tenemos claro los mecanismos por los que transita la moral.

Reparemos en el título de su libro: Cerebro y ordenador. ¿Mundos convergentes?

Creo que no son convergentes. ¿Cómo va a ser el futuro? Los ordenadores cada vez van a ser más inteligentes. Llegará un momento en que estén dotados de la posibilidad de la conciencia. Y más que convergentes con el cerebro yo creo que los ordenadores tendrán un viaje paralelo. La inteligencia humana no crece, evolucionamos a un ritmo lento. Estoy convencido de que nos van a ganar en un número creciente de tareas y puedo decir que dentro de no mucho tiempo serán más inteligentes que los humanos.

¿Llegarán los ordenadores a tener la capacidad de crear vida humana?

 Sin duda, teóricamente no le veo ninguna complicación. La creación de cadenas de ADN ya es cortar y pegar, podremos crear bacterias con un diseño de ordenador y los humanos ya estamos empezando a crear organismos que antes no existían. Cuando exista un ordenador que sea suficientemente capaz de hacer ese mismo proceso, creará una cadena de ADN y luego evolucionará como humano.

¿Las máquinas dominarán el planeta?

No lo sé, es ciencia ficción de nuevo pero tendremos que ponerle coto nosotros. Hay algo que con frecuencia olvidamos, estamos en 2014, ¿Cuándo serán los ordenadores más inteligentes que los humanos?, no sé, ¿en el 2040, 2060..? pero después llegará el año 2100 y el 2150 y sí, ocurrirá, aunque nosotros no lleguemos a verlo. Lo que está claro es que no somos tan inteligentes en la misma proporción que lo están siendo los ordenadores. Somos seres biológicos que estamos sujetos a leyes biológicas y no hay forma de cambiar esto. Espero que no se nos vaya de las manos la tecnología y los ordenadores cumplan las leyes de Assimov y sirvan para nuestro beneficio y no nos hagan daño.

 

Llegados a este punto, uno con menos resuello que el otro, me levanto y me asomo al balcón. Es noche estrellada y sopla viento fresco de la sierra, una calada honda al cigarrillo acentúa el hormigueo que recorre todo mi cuerpo. En la calle la gente pasea tranquila y de un bar cercano escapa un ritmo de cha-cha-cha mientras dos amantes se besan a lo lejos. Me despido del profesor y antes de dar un paso decido refugiarme –casi acurrucarme– en unas notas del doctor Gelernter, de la Universidad de Yale: “La brecha entre la computadora y el ser humano es permanente, nunca se salvará. Las máquinas seguirán haciendo la vida más fácil, más saludable, más gratificante e interesante. Pero los seres humanos seguirán preocupándose en última instancia por las mismas cosas de siempre: por ellos mismos, por los demás, y en el caso de muchos, por Dios. En lo que a esto respecta, las máquinas nunca conseguirán dominarnos. El cerebro es una máquina capaz de crear un YO. El cerebro puede imaginar, y las computadoras no”.

Y yo voy y me lo creo.

Imágenes: Esenkartal, Neuronas espejo de Andrés Marín y Frankenstein (James Whale, 1931)