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Conversaciones con el inquisidor escéptico

Luis Alfonso Gámez habla de pseudociencias, ovnis, terapias alternativas y otras creencias que no pasan las pruebas del “escepticismo científico”
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En la sociedad del espectáculo, las explicaciones sensatas son siempre más aburridas. Pensar que la Luna es una nave alienígena es más entretenido que tener claro que es un pedrusco que da vueltas alrededor de la Tierra. Los anglosajones, que del show business saben un rato, tienen a sus profetas del ateísmo (con las contradicciones que esto puede conllevar); nosotros, a gentes más discretas. Como saben ustedes, tengo gran afición a la cuestión conspiranoica, pero tenía ganas de conversar con un profesional de estos temas. Luis Alfonso Gámez, historiador de formación y periodista de oficio, ha demostrado en los últimos años que nos cuelan, como sociedad, más goles de los que el pudor nos debería permitir tolerar.

Aunque te dedicas cotidianamente a otras cosas (publicas en las secciones de Cultura y Sociedad en el Correo), se te conoce principalmente por escribir sobre asuntos que tienen que ver con las pseudociencias, los ovnis, el espiritismo, etc. Sobre esto, tienes tu blog, Magonia, presentaste la serie Escépticos y ahora eres colaborador en Órbita Laika. Todo esto se engloba dentro de algo que se da en llamar el «escepticismo científico». Así que, para empezar, ¿qué cosa es un «escéptico»?

—Pues no lo sé. Sé cuál es mi experiencia y la de muchos otros que se llaman «escépticos» respecto a las afirmaciones extraordinarias; y suele ser que siendo muy joven empiezas a creer que hay algo en alguna cosa (me da igual que sea la parapsicología, la ufología, el espiritismo…) y en un momento determinado, por influencia de alguna persona o alguna lectura, te das cuenta de que aquello que a ti te interesa no es como te lo han contado. Y a partir de ahí es como quitar una carta de un castillo de naipes: empieza a caer todo el resto.

Yo sabía que esto les había pasado a mis amigos más íntimos, con los que de joven iba a investigar «casos ovni», pero no sabía que era tan común hasta que se publicó Odiseas escépticas, un libro en el que, por ejemplo, un escéptico de los ovnis confesaba que había creído en la parapsicología, y el escéptico en la parapsicología confesaba que él también había creído que podía haber algo en los ovnis. «Hasta que nos encontramos», decían, «y nos dimos cuenta de que todo era lo mismo». Una vez que cae tu creencia sometes al mismo nivel de prueba al resto y te das cuenta de que no existen evidencias: que todas se sustentan sobre la falta de pruebas y la fe o el deseo de creer. Y a partir de ahí empiezas a pedir pruebas a todo lo que te dicen: eso sería el «escepticismo científico».

Entonces, de alguna manera, todos sois gente desengañada: un chasco de juventud.

—No sé si todos, seguramente habrá gente que no, pero sí muchos. A mí me apasionaba eso de «hay cosas que se ven en el cielo y nadie sabe lo que son». Y había gente muy fiable que decía que esas cosas eran misteriosas. Pero nos ocultaban una parte de las pruebas, y la gente de buena fe se confunde. Lo más humano que hay es buscar explicaciones a las cosas, y cuando encuentras cosas que no cuadran, pues resulta apasionante. Pero tan apasionante como eso es enterarte de cómo te han estado engañando. Yo era muy ingenuo: cuando leía algo en el periódico, lo veía por la tele, lo escuchaba por la radio o lo leía en un libro, pensaba que nadie iba a ser tan sinvergüenza como para mentir a propósito. Para mí supuso un descubrimiento de juventud saber que esto no era así.

¿Tú crees que los periodistas o los divulgadores del «misterio» son unos farsantes?

—Creo que hay varios tipos de personajes. De un lado los «creyentes», de los que no voy a hablar, porque me parece que es un error insultarlos: lo que tienes que intentar con quien está confundido es explicarle por qué lo está, no llamarlo imbécil.

Dentro de los que llaman «estudiosos de lo paranormal» conozco a dos tipos de personas. Conozco a personas sinceras, que las hay. Esas personas generalmente no son famosas y admiten de buen grado el debate. Luego están las estrellas mediáticas del misterio: cuanto más famosos son, menos hay que fiarse de ellos. El que se hace famoso vendiendo misterios sabe que vende leche aguada. Eso, o es muy tonto.

No sale bien por ningún lado.

—O se la daría con queso un niño o es alguien que no tiene ninguna vergüenza y lo único que le importa es hacer negocio. Y todos los que he conocido entran dentro de estas dos categorías. Los más famosos de hoy día tienen una desvergüenza total: ponen caras de asombro que sabes que son fingidas, porque hablan de un misterio que tú sabes que ellos mismos han creado.

¿Te parece que es igual de peligroso el tipo que vende reiki, homeopatía o pseudociencias de esta ralea que quien dice que en Roswell se estrellaron unos marcianos?

—Son peligrosos los dos. Evidentemente es más nocivo quien vende reiki, homeopatía, acupuntura, miedo a las ondas electromagnéticas o el contacto con los muertos. Quien vende enfermedades inexistentes y curas para ellas pone en riesgo la salud física y mental de la gente que se lo cree: puede afectar a decisiones vitales, interrumpir procesos de duelo o dejar enfermedades sin tratar. Me parecen un colectivo despreciable.

Sobre los que creen en Roswell, aunque son aparentemente inofensivos, creo que cuando uno pierde las defensas ante una afirmación pseudocientífica, cuando empieza a aceptar las cosas porque sí (sea que los extraterrestres abducen humanos, sea que hay un joven israelí que dobla cucharas con la mente o que un tipo puede ir con una varilla por el campo y detectar agua) abre la puerta a aceptar todo.

De cualquier modo, la ignorancia es mala por sí misma, ¿no?

—¡Claro, ésa es la clave! La ignorancia es mala y no exigir las pruebas es malo per se.

En la serie Escépticos dedicabais un capítulo a la religión. ¿Consideras que las creencias religiosas son similares a estas otras de las que estamos hablando?

—Creo que sí, pero es una visión personal. Me parece que la religión no es un beneficio para el ser humano. Es posible que evolutivamente haya jugado un papel importante, por ejemplo, para aglutinar grupos sociales, pero ahora está claro que la religión es una fuente de conflictos; la religión se basa en ideas no demostradas.

Todo el rato hablamos de «escepticismo científico». La ciencia se ocupa de cosas mensurables, y Dios o la existencia de Dios no puede ser medida. Otra cosa es la crítica de la religión, que es algo que ha hecho la filosofía largamente. Es decir, ¿qué dicen los cristianos de su Dios? Pues vamos a ver si la idea que tenemos de Dios se compadece de esto que dicen.

—Claro. Los científicos de verdad, que pueden ser creyentes, te dicen que Dios no es necesario para explicar la realidad. Mientras la gente mantenga las ideas religiosas en el ámbito privado no tengo problemas. Creo que es un error que se enseñe Religión en la escuela, junto a Física, Matemáticas, Historia, Lengua, etc.

Bueno, en esto siempre surge la discusión sobre si es necesario el conocimiento cultural de las religiones.

—Como mitos. Tenemos que saber de dónde vienen las creencias de nuestra sociedad. Si hablamos del talón de Aquiles y no sabes lo que es…

Como quien va al Prado y no tiene los códigos para enterarse de lo que está viendo.

—Efectivamente. Además, culturalmente, las religiones son interesantísimas. Yo, que soy ateo, disfruto mucho leyendo el pasaje del nacimiento de Jesús de Nazaret, y de cómo se fue construyendo el mito y fue apropiándose de fechas de otras religiones y terminó universalizándose. Creo que hay que conocer las religiones, y creo también que cada cual puede creer en lo que quiera. Pero insisto en que no deben entrar en vida pública; por ejemplo, no debe haber capellanes en los comités de ética de los hospitales. Otra cosa es que yo sea creyente y que después de lo que decida el comité de ética pida la opinión de un capellán. Volviendo al principio: la ciencia no tiene que meterse en la religión, porque son terrenos distintos, como no tiene que meterse, por decir algo, en la liga de fútbol profesional (salvo cuando necesitan instrumentos para saber si un gol es válido, como cuando se quiere comprobar si Dios inundó el mundo). Y tú puedes creer en un dios mágico como si crees en las hadas o en las brujas.

Espera, ¿crees que creer en Dios es como creer en las hadas?

—Sí, son seres igual de mágicos. Las religiones tienen construcciones más complejas, pero son seres igual de imaginarios. Además, son ideas que se repiten. Yo siempre digo que las hadas son los extraterrestres del pasado: raptan a gente, vuelven y ha pasado mucho más tiempo en la Tierra, si comen se quedan allí, etc. Nos hemos rodeado de seres imaginarios para explicar la realidad hasta que tuvimos herramientas más eficaces para hacerlo. Los fenómenos meteorológicos, por ejemplo, se explicaban a través de divinidades. Pero el papel de la divinidad ha ido retrocediendo y ahora, incluso cuando uno habla con científicos católicos, se reduce a poner en funcionamiento el Universo.

Volviendo a cuestiones más terrenales, cuando pienso sobre los afanes de los conspiranoicos me resulta fascinante su capacidad para creer en ideas estrambóticas: ¿cómo alguien puede llegar a creer que unos seres reptiloides se han infiltrado en las esferas de poder y desde ahí dominan el mundo? Puedo entender que haya quien caiga en trampas de las terapias alternativas porque está enfermo; leía hace unos días un libro sobre las vacunas, Inmunidad, de Eula Biss, en el que la autora dice que una ventaja enorme de las pseudociencias es que frente al lenguaje invasivo y contundente de la medicina tradicional, ellas usan expresiones más tranquilizadoras: hay que “armonizarle” esto, hay que “reequilibrarle” aquello, hay que “limpiarle” cual energía. Pero, ¿que la Luna es una nave alienígena?

—Oh, lo de la Luna es precioso… Lo que tiene la pseudociencia es que frente al lenguaje del conocimiento, que exige estudiar mucho y donde hay explicaciones muy complejas, es que da explicaciones «claras». Los tipos que viven de vender remedios para la salud lo que hacen, generalmente, es tratarte con más primor que el médico. Nuestra sanidad pública, que es la mejor del mundo, tiene el problema de que exige que a los pacientes se les atienda en un tiempo determinado. Esto provoca que a veces, más allá del diagnóstico o la prescripción del tratamiento, no haya empatía ni transmisión de afecto personal. Y a todos nos gusta que nos traten con cariño. En las «medicinas alternativas», como pagas, te dan más afecto y sales más satisfecho. Además, te hablan de cosas que «tú puedes entender»: purificación, energía, etc. Y te venden un mensaje optimista. El médico te dice: si sale bien, quizás te cures.

Sí, pero todo esto entra dentro de lo comprensible, más cuando se habla de la enfermedad. En momentos de tribulación uno puede venderse a las cosas más peregrinas. Pero, insisto, ¿y las ideas atrabiliarias?

—El ser humano puede creer en cosas muy raras. Volviendo al asunto de la religión: creer que el hombre ha sido hecho a partir del barro no parece una cosa muy sensata…

Bueno, pero esa idea surge en un contexto histórico concreto que le da sentido. Es comprensible que el hombre, solo y en mitad de un mundo que desconoce, busque consuelo en la figura de un creador providente. Pero, ¿en qué me completa que haya reptiles en las esferas de poder o que la Luna sea una nave?

—Una de las ventajas de internet y la comunicación instantánea es que todo llega a todos: el conocimiento puede llegar a todos, pero también la ideas conspiranoicas. Somos 7.000 millones de seres humanos y hay gente que cree en cosas muy raras; y siempre vamos a encontrar un colectivo de gente que pueda compartir esas ideas disparatadas. Las ideas estrafalarias, que siempre han estado ahí, antes no eran visibles y ahora sí lo son. Ésa es una de las razones. Otra es que los humanos somos conspiranoicos. Nos gusta creer que hay cosas que nos ocultan sobre… ¡que el hombre no llegó a la Luna! Y en vez de situar el hecho en su contexto, lo aíslas y empiezas a decir que si se fue en 1969, ¿por qué no se ha vuelto a ir? Si lo desvistes de todo lo que localiza la llegada del hombre a la Luna, es lógico pensar esto. No creamos que tenemos una sociedad capacitada para preguntarse cosas, tenemos una sociedad bastante inculta en general, y eso es un problema muy serio. Sólo hace falta una cosa para darse cuenta de esto: pasearse por las calles de las grandes ciudades.

¿Qué quieres decir?

—Cuando oigo y veo cosas en la calle se me ponen los pelos de punta. La gente con inquietudes es una minoría y hay una gran masa de gente que es susceptible de caer en cualquier trampa. Y los medios de comunicación van destinados a esa masa de gente, y te encuentras con mensajes como que el limón cura el cáncer. Y ese mensaje, dicho en un programa de la televisión pública con una audiencia razonable, llega a millones de personas; muchas más que el mensaje racional que explica que eso no es así.

Además, es preferible pensar que el limón cura el cáncer que que no lo cura.

—¡Claro! Es que es muy duro ser conscientes cada día de que somos seres finitos y que nos vamos a morir. A mí no me apetece dejar de existir, y esto les pasa hasta a los muy creyentes. Volviendo a lo anterior, el pensamiento conspiranoico está muy arraigado en nuestra condición humana: que nos están ocultando la verdad. El pensamiento de Fox Mulder: «la verdad está ahí fuera». Luego, hay cosas que me parecen un insulto; por ejemplo, creer que las grandes obras de la antigüedad las hicieron humanos con ayuda de extraterrestres. Porque siempre son los humanos que no son europeos.

Las catedrales las hicimos nosotros.

—Sí, las catedrales son nuestras, y los megalitos estilo Stonehenge también. Pero si te vas no muy lejos, a Malta por ejemplo, ya no. Hay una visión racista que entiende que todos los pueblos antiguos que no fueron europeos o blancos fueron estúpidos.

Para terminar, ¿no te causa ningún tipo de conflicto que tu actividad profesional esté tan vinculada a las mismas cosas que consideras estúpidas y que promueve gente a la que desprecias?

—Yo me dedico a hablar de estas cosas porque me divierte. En el momento en que me deje de divertir y deje de aprender, lo dejaré. He aprendido muchísimas más cosas estudiando como periodista el fenómeno de los antivacunas o sobre las medicinas alternativas que las que me podrían haber enseñado en el colegio o en la universidad. He aprendido muchísimas cosas del ser humano viendo por qué creemos en la astrología o en los videntes. A mí lo que me apasiona es ver lo que hay detrás de las historias sorprendentes.

 
Retrato de Luis Alfonso Gámez. © Magonia.
Portada del Roswell Daily Record, periódico de dicha ciudad en el estado de Nuevo México, dando cuenta del llamado «incidente Roswell» del 10 de junio de 1947.
Programa de Escépticos dedicado a las terapias alternativas.