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Cannes: lo social vs. lo estético
Entre lágrimas, Carol le pide a Therese que le pregunte cosas. La invita, por así decirlo, a desvelar sus secretos. Lo hace con un susurro. Por teléfono. Cuando quizá pensaban que no se volverían a ver. Todd Haynes, director de Carol, la adaptación cinematográfica de la novela de culto de Patricia Highsmith, filma la escena con un primer plano de Cate Blanchett, que interpreta a la mujer que da título a la película. A lo largo de la película, Haynes insiste en mostrar a sus personajes arrinconadas en uno de los márgenes del cuadro, pues así es la sociedad que retrata el autor, conservadora, retrógrada, opresiva.
Carol fue la mejor película de la Sección Oficial del festival de Cannes. Sólo se alzó con un premio, a la mejor interpretación femenina, para Rooney Mara, que encarna a Therese, en un papel sutil, de presencia silenciosa, de gestualidad callada, que contrasta con el liderazgo de su partenaire Cate Blanchett. Como Carol, Blanchett fue obviada del palmarés. Mara compartió el premio con Emmanuelle Bercot, protagonista de Mon roi y directora de la película de inauguración La tête haute. Bercot compone una interpretación diametralmente opuesta a la de Mara, de gestos gruesos, llantos desbocados y frases rimbombantes. Mon roi se envuelve del manto del cine social para terminar erigiéndose en una película que retrata con ambigüedad la relación de una mujer con un maltratador. La película de Maïwenn encierra lo peor del festival: se trata de una propuesta epatante y moralmente discutible.
Con la obra de dos autores de peso como Arnaud Desplechin y Philippe Garrel en la Quincena de los realizadores, resulta incomprensible por qué la Sección Oficial del festival acogió hasta cinco títulos franceses, de los cuales, tres, son sendos filmes de carácter social y de discurso dudoso. No deja de resultar contradictorio que un festival que se sustenta sobre una imagen opulencia y de glamour se vuelque hacia películas que, a partir de un trazo grueso, pretenden erigirse en manifiestos políticos o sociales.
Cannes adora la desigualdad, con una paleta de acreditaciones que segrega a los periodistas a la hora de poder entrar en las proyecciones. Es un festival de castas y de fronteras; pero no pasa nada, porque este año, más que cualquier otro, el festival se ha volcado al cine de denuncia.
La estética parece haber quedado relegada a un segundo plano en beneficio del discurso social. Está representada en los 16 milímetros en que filmó Haynes su retrato opaco de la Nueva York de los años cincuenta, en la mezcla entre acción y pausa dialogada de The Assassin de Hou Hsiao-hsien, en la emoción íntima que dibuja Nanni Moretti en Mia madre, en el cambio de formato que sirve para describir el paso del tiempo en Mountains May Depart.
El dispositivo estético es también el eje en torno al que gira The Son of Saul, en la el debutante László Nemes plantea una puesta en escena tremendamente rigurosa, con una cámara que se pega a su protagonista, Saul, un judío preso en un campo de exterminio, encargado de tareas especiales. A lo largo de la película vemos cómo Saul intenta dar un entierro digno a un niño, justo en un lugar donde la dignidad ha desaparecido por completo. Esta premisa sirve al cineasta para retratar el lugar. Lo hace a partir de los sonidos, del fuera de campo y de un encuadre opresivo, que se cierra sobre el protagonista pero que deja intuir el horror.
The Son of Saul es una película húngara que surge en un momento en que el antisemitismo (el hecho de considerar a unos por encima de otros, por cierto) está a la orden del día en Hungría. El filme elabora la memoria histórica y sirve de respuesta al presente político. Asistente de Béla Tarr en El hombre de Londres, el debutante László Nemes plantea una película experiencial, que sitúa al espectador dentro de la narración. De fondo, se abren diferentes líneas de reflexión, que ahondan en la imposibilidad de descendencia después del Holocausto o en la figura de aquellos judíos que colaboraban en los campos. Tarr construyó su filmografía sobre la herida abierta en Hungría tras los años de dominio soviético. Nemes plantea una primera película que pone el foco sobre otro momento histórico, el de la Segunda Guerra Mundial y los campos de exterminio, un periodo que Hungría aun está en proceso de elaborar.
Cannes: lo social vs. lo estético
Entre lágrimas, Carol le pide a Therese que le pregunte cosas. La invita, por así decirlo, a desvelar sus secretos. Lo hace con un susurro. Por teléfono. Cuando quizá pensaban que no se volverían a ver. Todd Haynes, director de Carol, la adaptación cinematográfica de la novela de culto de Patricia Highsmith, filma la escena con un primer plano de Cate Blanchett, que interpreta a la mujer que da título a la película. A lo largo de la película, Haynes insiste en mostrar a sus personajes arrinconadas en uno de los márgenes del cuadro, pues así es la sociedad que retrata el autor, conservadora, retrógrada, opresiva.
Carol fue la mejor película de la Sección Oficial del festival de Cannes. Sólo se alzó con un premio, a la mejor interpretación femenina, para Rooney Mara, que encarna a Therese, en un papel sutil, de presencia silenciosa, de gestualidad callada, que contrasta con el liderazgo de su partenaire Cate Blanchett. Como Carol, Blanchett fue obviada del palmarés. Mara compartió el premio con Emmanuelle Bercot, protagonista de Mon roi y directora de la película de inauguración La tête haute. Bercot compone una interpretación diametralmente opuesta a la de Mara, de gestos gruesos, llantos desbocados y frases rimbombantes. Mon roi se envuelve del manto del cine social para terminar erigiéndose en una película que retrata con ambigüedad la relación de una mujer con un maltratador. La película de Maïwenn encierra lo peor del festival: se trata de una propuesta epatante y moralmente discutible.
Con la obra de dos autores de peso como Arnaud Desplechin y Philippe Garrel en la Quincena de los realizadores, resulta incomprensible por qué la Sección Oficial del festival acogió hasta cinco títulos franceses, de los cuales, tres, son sendos filmes de carácter social y de discurso dudoso. No deja de resultar contradictorio que un festival que se sustenta sobre una imagen opulencia y de glamour se vuelque hacia películas que, a partir de un trazo grueso, pretenden erigirse en manifiestos políticos o sociales.
Cannes adora la desigualdad, con una paleta de acreditaciones que segrega a los periodistas a la hora de poder entrar en las proyecciones. Es un festival de castas y de fronteras; pero no pasa nada, porque este año, más que cualquier otro, el festival se ha volcado al cine de denuncia.
La estética parece haber quedado relegada a un segundo plano en beneficio del discurso social. Está representada en los 16 milímetros en que filmó Haynes su retrato opaco de la Nueva York de los años cincuenta, en la mezcla entre acción y pausa dialogada de The Assassin de Hou Hsiao-hsien, en la emoción íntima que dibuja Nanni Moretti en Mia madre, en el cambio de formato que sirve para describir el paso del tiempo en Mountains May Depart.
El dispositivo estético es también el eje en torno al que gira The Son of Saul, en la el debutante László Nemes plantea una puesta en escena tremendamente rigurosa, con una cámara que se pega a su protagonista, Saul, un judío preso en un campo de exterminio, encargado de tareas especiales. A lo largo de la película vemos cómo Saul intenta dar un entierro digno a un niño, justo en un lugar donde la dignidad ha desaparecido por completo. Esta premisa sirve al cineasta para retratar el lugar. Lo hace a partir de los sonidos, del fuera de campo y de un encuadre opresivo, que se cierra sobre el protagonista pero que deja intuir el horror.
The Son of Saul es una película húngara que surge en un momento en que el antisemitismo (el hecho de considerar a unos por encima de otros, por cierto) está a la orden del día en Hungría. El filme elabora la memoria histórica y sirve de respuesta al presente político. Asistente de Béla Tarr en El hombre de Londres, el debutante László Nemes plantea una película experiencial, que sitúa al espectador dentro de la narración. De fondo, se abren diferentes líneas de reflexión, que ahondan en la imposibilidad de descendencia después del Holocausto o en la figura de aquellos judíos que colaboraban en los campos. Tarr construyó su filmografía sobre la herida abierta en Hungría tras los años de dominio soviético. Nemes plantea una primera película que pone el foco sobre otro momento histórico, el de la Segunda Guerra Mundial y los campos de exterminio, un periodo que Hungría aun está en proceso de elaborar.