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Candidatas en bicicleta, mecanismos de la ficción
–Han venido en bicicleta por todo Madrid Río– dice Maribel.
Maribel bordea los sesenta, probablemente por fuera, y tiene un brazo en cabestrillo. Aunque lo que dice Maribel no es verdad en absoluto, hablar en términos de mentira sería un error. Desde luego, sería muy chocante que el presidente y las candidatas hubieran venido “en bicicleta por todo Madrid Río”: no tendría sentido. El hecho de que en realidad sólo hayan recorrido unos cientos de metros no altera el fondo de lo que dice Maribel, que no es verdad ni es mentira sino, simplemente, ficción. La campaña electoral avanza, los límites de la ficción se ensanchan y el caso es que ahora todo es ficción, en Madrid Río como en la vida.
–Sí, sí: los tres –insiste Maribel, y señala con la barbilla hacia el otro lado del río.
Bueno, de acuerdo: María tiene carnet del Partido Popular –es decir, el partido del presidente y de las candidatas– desde 1995 y dice que nunca ha votado a otro partido (antes votaba a Alianza Popular) y lo más probable es que nunca lo haga, así que para ella ha sido bastante fácil suspender la incredulidad y dar carta de naturaleza a la ficción, y por eso no se ha preguntado qué hacía toda esa gente tan principal encima de esas bicicletas eléctricas, una mañana de diario en Madrid Río.
En cuanto ha tenido ocasión, Maribel ha abordado a Esperanza Aguirre y le ha enseñado su carnet amarilleado por el paso inclemente de las legislaturas. Estamos –ya se ha dicho– al borde del Manzanares, en la Arganzuela, y Aguirre es la más solicitada por los miembros de la agrupación popular del distrito.
–Esperanza es Esperanza –dice Maribel.
–¿Y Cristina?
–También, pero no tanto.
Los hechos o, en su defecto, la película de los hechos: A eso de las diez de la mañana, a la altura del café Toledo, en la parte de allá de Madrid Río, todo está listo para que el presidente y las candidatas se suban a unas bicicletas y pedaleen hasta que, unos minutos después, y a la altura del puente de Toledo, alguien les dé el alto. Entonces los fotógrafos les harán las fotos y los camarógrafos grabarán unas imágenes que luego se convertirán en cápsulas informativas y recorrerán las televisiones de toda España. Primer amor, primer dolor. El sitio no satisface a la mitad de los reporteros gráficos, es decir, a los fotógrafos, que se quejan de que el puente les hará sombra.
–Van a salir siluetas.
–¿Qué queréis que hagamos? –dice un hombre de la oficina de prensa del Partido Popular-: ¿queréis que movamos el puente?
El hombre de prensa no bromea. Lleva una camisa de cuadros, un pantalón de pinzas azul oscuro y habla a voces, hace aspavientos y dice tacos. Al final, la organización decide mover el punto en el que se dará el alto a los políticos y ahora hay unos pocos gráficos que se quejan de un árbol que estropeará el plano, su plano. Pero todo tiene un límite. Hay que empezar y, de hecho, ya hemos empezado: ya están aquí. Son ellos –Cifuentes, Aguirre y Rajoy–, arropados por un pelotón de actores secundarios o gregarios de lujo.
El presidente luce camisa blanca remangada y corbata roja con motitas grises. Las dos candidatas gastan pantalones vaqueros. Aguirre ha escogido un polo amarillo y Cifuentes, una blusa blanca que completa con una americana también blanca. El presidente y las candidatas avanzan, aletean en la ribera y los mensajes no verbales se acumulan: eficacia, trabajo bien hecho, remangarse, saber estar, avanzar, hacer, crecer (edad de oro del infinitivo electoral).
Al fin, una mujer que trabaja en la oficina de prensa del Partido Popular les da el alto y ellos obedecen. Explosión fotográfica, hombres de seguridad que hacen desplazamientos diagonales con los brazos abiertos, amontonamientos humanos. Entonces el presidente y las candidatas sueltan las bicicletas –por supuesto, se trata de las bicicletas que alquila el ayuntamiento– y traban conversación con una chica que va en silla de ruedas. Se hacen más fotos, la chica sonríe y sonríe bien y puede decirse que sabe lo que hay que hacer para salir sonriente en una foto: sonreír mucho, sonreír todo el tiempo y sin desmayo, sonreír hasta que el fotógrafo haya desenroscado el objetivo y haya empezado a buscar las llaves de la moto en los bolsillos de su chaqueta Garibaldi. Después, el presidente y las candidatas –muy pronto, el presidente será a su vez candidato: ¿qué habrá sido entonces de las candidatas?– se sientan en una mesa donde hay varias jarras de zumo de naranja natural y hablan de «los problemas de la bicicleta» con profesionales del sector.
Entre tanto, la organización pastorea a los gráficos hasta la pasarela Perrault, un puente peatonal y tubular, para que hagan unos planos picados del presidente y las candidatas, que de nuevo se habrán subido a la bicicleta. Pero la conversación con los profesionales del sector se demora y los gráficos, para combatir el tedio de vivir, hablan sobre baloncesto –uno recuerda el debut de Oso Pinone y otro, la mala iluminación del polideportivo Magariños y la época en que hacía fotos para Gigantes del Basket– y fuman tabaco de liar. Alguien silba la melodía de Verano azul.
Se produce entonces un fenómeno paradigmático del gran bazar de la información de importancia relativa. Otra persona-de-prensa, esta vez se trata de Icíar, empieza a remover Roma con Santiago para conseguir el nombre de la chica de la silla de ruedas y facilitárselo a los periodistas, aunque nadie parece muy interesado en el asunto. Lo importante de la chica era la sonrisa, y el hecho mismo de que fuera en silla de ruedas. Todos lo han entendido a la primera, salvo Icíar, que considera de vital importancia que los periodistas conozcan el nombre exacto de la chica (Eva Moral) y su condición de deportista paralímpica. Al final, flota en el aire la sensación de que lo único que pretende Icíar es sentirse útil. Los reporteros lo comprenden y anotan el nombre. Es un detalle sin importancia que serviría para aportar verosimilitud al relato en caso de que hubiera relato, y no solamente foto (o fotorrelato). A fin de cuentas, es un “acto para gráficos” y empieza a cundir el desánimo entre los redactores, que comprenden que ninguno de los tres participantes va a decir nada de interés. Nadie va a sacar los pies del tiesto. Se supone que el acto cuenta con la tensión dramática añadida de la rivalidad interna entre Rajoy y Aguirre, o entre Aguirre y Cifuentes, o entre Aguirre y Aguirre, pero no habrá nada de eso.
–Ya vienen, ya vienen.
Efectivamente, vienen, y como la idea es que doblen y suban por esa misma pasarela Perrault, la gente de prensa empieza a dar palmadas y se levanta el segundo campamento. Los gráficos corren hacia el otro lado del río y se sitúan en la boca de la pasarela, donde los tres ciclistas harán el último posado. Los gráficos se arraciman y nada les parece suficiente. Todo les molesta: un micrófono, una persona de la organización, una señora que pasaba por allí, otros gráficos. Hay un fotógrafo que guiña el ojo constantemente, tal vez sea un tic adquirido, una deformación profesional. Riñe a los compañeros que se interponen en su camino hacia la gran foto de la campaña.
Y a este lado de Madrid Río, el pequeño mitin ante unas sesenta personas. Han levantado un pequeño estrado al que se subirán, por este orden, Aguirre, Cifuentes y el presidente del gobierno. Dirán cosas. La gente aplaudirá. Hay jóvenes de Nuevas Generaciones con la camiseta azul turquesa y afiliados de la agrupación de Arganzuela con mochilas y pulseras. Entusiasmo, algún arrebato.
Las candidatas leen sus discursos, sus breves elogios de la bicicleta, y el presidente recita de memoria. Ideas fuerza: desarrollo económico, futura alcaldesa, futura presidenta, ganar, uso combinado, alcanzar la meta, un país arruinado, la senda de la recuperación, caducas y trasnochadas políticas socialistas, acto bonito, acto hermoso, personas con otras capacidades, y las más esotéricas y celebradas: «Nosotros pensamos en las personas» y «la gente hará más deporte y será más feliz». La candidata Aguirre pide un abanico a un colaborador y lo despliega y lo recoge y se sacude la melena durante unos minutos: ¿estará lanzando señales?
Al principio parece que el medio (de transporte) es el mensaje, pero enseguida se comprenderá que hay algo más –“Es el deporte, imbécil”– y, de hecho, la velada de Madrid Río marcará el inicio de una semana de gran exaltación deportiva en la que las candidatas prometerán, además de unos cuantos kilómetros de carril bici, cursillos de natación para los menores de nueve años y la apertura de nuevos recorridos para corredores, a los que sus jefes de campaña llamarán runners en sus comunicados, de forma que la prensa electoral repita la palabra runner («ella repite la palabra runner») y, entonces, la palabra runner se confundirá con el éter de los distintos distritos de Madrid hasta que, por fin, una noche cualquiera, en un distrito cualquiera, un corredor cualquiera hundirá la cabeza en su almohada y, antes de caer dormido, susurrará: “entonces, yo también soy runner...”.
Principio del fin. No hay declaraciones, nadie suelta ninguna golosina para la prensa y la masa militante se cierra sobre sí misma para manosear mejor a los dirigentes. Pero falta una cosa. Aguirre vuelve al estradillo, alarga el brazo y recuerda a la concurrencia que la empresa de cárnicas Norteños –remarca que es una empresa madrileña– invita a hamburguesas, y el Partido Popular a refrescos. Son, pues, dos furgonetas distintas que avanzan en una misma dirección: el piscolabis de filiación política al borde del río. Dado que es un acto de partido, la gente engulle las hamburguesitas sin la menor conciencia crítica aunque no son las mejores hamburguesas del mundo (¡manipulación!, ¡manipulación!), y ni siquiera de Madrid.
Cuando ya sólo quedan las hamburguesas y los refrescos y la camaradería, una periodista habla con teléfono con su redacción:
–La Espe no ha dicho nada.
Y Carlos Floriano –porque también ha venido Carlos Floriano: “nos ha faltado darle un poco de piel a cada cifra positiva”– mueve la cabeza y hace gestos con la mano. Da la impresión de que intenta ser agradable con la periodista, vagamente irónico.
La promesa de las hamburguesitas ha desplazado el centro de gravedad hacia el mostrador de la furgoneta de la empresa Norteños y los cocineros no dan abasto. Se produce una pequeña crisis. Irrumpe Aguirre, que quiere hacerse con una bandeja de hamburguesas, pero el cocinero, que se llama Basilio (verídico), se resiste a sacar bandejas hasta que estén llenas. Entonces Aguirre aclara que no necesita una bandeja llena. Alguien que parece y se comporta como un jefe, o incluso un dueño de la empresa Norteños, empieza a meterle prisa a Basilio y dice cosas poco estimulantes sobre su capacidad de trabajo, cosas que no lo ayudarán a crecer como empleado. Basilio no levanta la cabeza de la plancha de quemar hamburguesitas. Cuando finalmente consigue la bandeja, la candidata Aguirre culebrea entre los admiradores y se hace carne ante el presidente y le ofrece una hamburguesita (y también a Cifuentes). Así que era eso. En la furgoneta de las bebidas sólo dan Coca Cola (con y sin) y botellines de agua. Los dan de uno en uno y eso genera aglomeraciones y descontento. A una señora le da un golpe de calor.
Las candidatas y el presidente abandonan juntos la arena de Madrid Río. En el camino, hablan de sus asuntos:
–Mucha gente se va a ir al Rocío.
–Bueno, bueno, bueno: creo que la han llamado zorra.
–No sé por qué Carmona se empeña en hacer el payaso.
–Y la otra dice que ella no es de Podemos.
–¿La Carmena?
–Sí, la Carmena.
El último acto se desarrolla en la acera, los coches oficiales o de partido aguardan a las candidatas y al presidente. El presidente se mete en un Audi con matrícula par (detalle gratuito que aporta verosimilitud al relato sin poner en peligro la vida de nadie), Cifuentes ha desaparecido y ya sólo queda Aguirre. Hace un calor insoportable, los pájaros chillan y Aguirre les explica a sus seguidores que Cifuentes le ha hecho una faena al calzarse tacones para subir al estrado de los discursos. Aguirre se queja de los medios, lanza pullas a La Sexta, y una mujer con el brazo en cabestrillo, es decir, Maribel, le pregunta:
–¿Por qué no echáis a...?, ¿por qué no echáis a...?
Maribel no se acuerda del nombre de la persona a la que hay que echar (del partido) y eso da paso a unos segundos de expectación que son casi mágicos: tal vez diga una verdadera barbaridad, tal vez pase algo.
–¿Por qué no echáis al gurú?
Aguirre sonríe y no dice nada, pero tampoco pregunta quién es el gurú (nota para los lectores de dentro de doscientos años: el gurú es Pedro Arriola, asesor electoral del Partido Popular a quien algunos medios de comunicación llaman el gurú en términos despectivos). Si la candidata hubiera dicho “No hay ningún gurú” o, mejor aún, “El gurú en realidad es bueno”, lo más probable es que Maribel lo hubiera dado por válido. Pero no todo el mundo es Maribel. A veces pasa por allí algún deportista que, en lugar de firmar el pacto de lectura y zambullirse en la ficción, la cuestiona:
–Esperanza: ¡Aquí tienes mi voto! –Y hace una peineta.
Entonces se produce una disputa entre partidarios y detractores:
UN DETRACTOR: Esperanza: ¡Vete a la mierda!
UNA PARTIDARIA: ¡Falso!
UN DETRACTOR: Facha.
UN PARTIDARIO: No necesitamos tu voto.
La disputa es fugacísima y no llega a oídos de la interesada, que recuerda a todos la importancia de votar. Dice que necesita los veintinueve concejales para gobernar en mayoría sin tener que pactar, y hace cálculos con los dedos. También le pide a la gente que no se vaya al Rocío, porque la romería coincide con las elecciones.
–Cada voto cuenta– insiste la candidata antes de dar por concluida la reunión.
No parece que nadie tuviera planes de marcharse al Rocío, y la petición se recibe con extrañeza. Una vez que se cierran las puertas del monovolumen negro con matrícula par (o impar, pero negro metalizado en cualquier caso) de Esperanza Aguirre, el grupo empieza a dispersarse y los militantes caminan hacia sus casas con la mirada distraída. Se acerca la hora de comer, los pájaros chillan todavía y abajo, en el parque, las hormigas abren laboriosas y distópicas galerías subterráneas donde nunca pasa nada y donde puede pasar cualquier cosa.
Fotos cedidas por el PP de Madrid.
Candidatas en bicicleta, mecanismos de la ficción
–Han venido en bicicleta por todo Madrid Río– dice Maribel.
Maribel bordea los sesenta, probablemente por fuera, y tiene un brazo en cabestrillo. Aunque lo que dice Maribel no es verdad en absoluto, hablar en términos de mentira sería un error. Desde luego, sería muy chocante que el presidente y las candidatas hubieran venido “en bicicleta por todo Madrid Río”: no tendría sentido. El hecho de que en realidad sólo hayan recorrido unos cientos de metros no altera el fondo de lo que dice Maribel, que no es verdad ni es mentira sino, simplemente, ficción. La campaña electoral avanza, los límites de la ficción se ensanchan y el caso es que ahora todo es ficción, en Madrid Río como en la vida.
–Sí, sí: los tres –insiste Maribel, y señala con la barbilla hacia el otro lado del río.
Bueno, de acuerdo: María tiene carnet del Partido Popular –es decir, el partido del presidente y de las candidatas– desde 1995 y dice que nunca ha votado a otro partido (antes votaba a Alianza Popular) y lo más probable es que nunca lo haga, así que para ella ha sido bastante fácil suspender la incredulidad y dar carta de naturaleza a la ficción, y por eso no se ha preguntado qué hacía toda esa gente tan principal encima de esas bicicletas eléctricas, una mañana de diario en Madrid Río.
En cuanto ha tenido ocasión, Maribel ha abordado a Esperanza Aguirre y le ha enseñado su carnet amarilleado por el paso inclemente de las legislaturas. Estamos –ya se ha dicho– al borde del Manzanares, en la Arganzuela, y Aguirre es la más solicitada por los miembros de la agrupación popular del distrito.
–Esperanza es Esperanza –dice Maribel.
–¿Y Cristina?
–También, pero no tanto.
Los hechos o, en su defecto, la película de los hechos: A eso de las diez de la mañana, a la altura del café Toledo, en la parte de allá de Madrid Río, todo está listo para que el presidente y las candidatas se suban a unas bicicletas y pedaleen hasta que, unos minutos después, y a la altura del puente de Toledo, alguien les dé el alto. Entonces los fotógrafos les harán las fotos y los camarógrafos grabarán unas imágenes que luego se convertirán en cápsulas informativas y recorrerán las televisiones de toda España. Primer amor, primer dolor. El sitio no satisface a la mitad de los reporteros gráficos, es decir, a los fotógrafos, que se quejan de que el puente les hará sombra.
–Van a salir siluetas.
–¿Qué queréis que hagamos? –dice un hombre de la oficina de prensa del Partido Popular-: ¿queréis que movamos el puente?
El hombre de prensa no bromea. Lleva una camisa de cuadros, un pantalón de pinzas azul oscuro y habla a voces, hace aspavientos y dice tacos. Al final, la organización decide mover el punto en el que se dará el alto a los políticos y ahora hay unos pocos gráficos que se quejan de un árbol que estropeará el plano, su plano. Pero todo tiene un límite. Hay que empezar y, de hecho, ya hemos empezado: ya están aquí. Son ellos –Cifuentes, Aguirre y Rajoy–, arropados por un pelotón de actores secundarios o gregarios de lujo.
El presidente luce camisa blanca remangada y corbata roja con motitas grises. Las dos candidatas gastan pantalones vaqueros. Aguirre ha escogido un polo amarillo y Cifuentes, una blusa blanca que completa con una americana también blanca. El presidente y las candidatas avanzan, aletean en la ribera y los mensajes no verbales se acumulan: eficacia, trabajo bien hecho, remangarse, saber estar, avanzar, hacer, crecer (edad de oro del infinitivo electoral).
Al fin, una mujer que trabaja en la oficina de prensa del Partido Popular les da el alto y ellos obedecen. Explosión fotográfica, hombres de seguridad que hacen desplazamientos diagonales con los brazos abiertos, amontonamientos humanos. Entonces el presidente y las candidatas sueltan las bicicletas –por supuesto, se trata de las bicicletas que alquila el ayuntamiento– y traban conversación con una chica que va en silla de ruedas. Se hacen más fotos, la chica sonríe y sonríe bien y puede decirse que sabe lo que hay que hacer para salir sonriente en una foto: sonreír mucho, sonreír todo el tiempo y sin desmayo, sonreír hasta que el fotógrafo haya desenroscado el objetivo y haya empezado a buscar las llaves de la moto en los bolsillos de su chaqueta Garibaldi. Después, el presidente y las candidatas –muy pronto, el presidente será a su vez candidato: ¿qué habrá sido entonces de las candidatas?– se sientan en una mesa donde hay varias jarras de zumo de naranja natural y hablan de «los problemas de la bicicleta» con profesionales del sector.
Entre tanto, la organización pastorea a los gráficos hasta la pasarela Perrault, un puente peatonal y tubular, para que hagan unos planos picados del presidente y las candidatas, que de nuevo se habrán subido a la bicicleta. Pero la conversación con los profesionales del sector se demora y los gráficos, para combatir el tedio de vivir, hablan sobre baloncesto –uno recuerda el debut de Oso Pinone y otro, la mala iluminación del polideportivo Magariños y la época en que hacía fotos para Gigantes del Basket– y fuman tabaco de liar. Alguien silba la melodía de Verano azul.
Se produce entonces un fenómeno paradigmático del gran bazar de la información de importancia relativa. Otra persona-de-prensa, esta vez se trata de Icíar, empieza a remover Roma con Santiago para conseguir el nombre de la chica de la silla de ruedas y facilitárselo a los periodistas, aunque nadie parece muy interesado en el asunto. Lo importante de la chica era la sonrisa, y el hecho mismo de que fuera en silla de ruedas. Todos lo han entendido a la primera, salvo Icíar, que considera de vital importancia que los periodistas conozcan el nombre exacto de la chica (Eva Moral) y su condición de deportista paralímpica. Al final, flota en el aire la sensación de que lo único que pretende Icíar es sentirse útil. Los reporteros lo comprenden y anotan el nombre. Es un detalle sin importancia que serviría para aportar verosimilitud al relato en caso de que hubiera relato, y no solamente foto (o fotorrelato). A fin de cuentas, es un “acto para gráficos” y empieza a cundir el desánimo entre los redactores, que comprenden que ninguno de los tres participantes va a decir nada de interés. Nadie va a sacar los pies del tiesto. Se supone que el acto cuenta con la tensión dramática añadida de la rivalidad interna entre Rajoy y Aguirre, o entre Aguirre y Cifuentes, o entre Aguirre y Aguirre, pero no habrá nada de eso.
–Ya vienen, ya vienen.
Efectivamente, vienen, y como la idea es que doblen y suban por esa misma pasarela Perrault, la gente de prensa empieza a dar palmadas y se levanta el segundo campamento. Los gráficos corren hacia el otro lado del río y se sitúan en la boca de la pasarela, donde los tres ciclistas harán el último posado. Los gráficos se arraciman y nada les parece suficiente. Todo les molesta: un micrófono, una persona de la organización, una señora que pasaba por allí, otros gráficos. Hay un fotógrafo que guiña el ojo constantemente, tal vez sea un tic adquirido, una deformación profesional. Riñe a los compañeros que se interponen en su camino hacia la gran foto de la campaña.
Y a este lado de Madrid Río, el pequeño mitin ante unas sesenta personas. Han levantado un pequeño estrado al que se subirán, por este orden, Aguirre, Cifuentes y el presidente del gobierno. Dirán cosas. La gente aplaudirá. Hay jóvenes de Nuevas Generaciones con la camiseta azul turquesa y afiliados de la agrupación de Arganzuela con mochilas y pulseras. Entusiasmo, algún arrebato.
Las candidatas leen sus discursos, sus breves elogios de la bicicleta, y el presidente recita de memoria. Ideas fuerza: desarrollo económico, futura alcaldesa, futura presidenta, ganar, uso combinado, alcanzar la meta, un país arruinado, la senda de la recuperación, caducas y trasnochadas políticas socialistas, acto bonito, acto hermoso, personas con otras capacidades, y las más esotéricas y celebradas: «Nosotros pensamos en las personas» y «la gente hará más deporte y será más feliz». La candidata Aguirre pide un abanico a un colaborador y lo despliega y lo recoge y se sacude la melena durante unos minutos: ¿estará lanzando señales?
Al principio parece que el medio (de transporte) es el mensaje, pero enseguida se comprenderá que hay algo más –“Es el deporte, imbécil”– y, de hecho, la velada de Madrid Río marcará el inicio de una semana de gran exaltación deportiva en la que las candidatas prometerán, además de unos cuantos kilómetros de carril bici, cursillos de natación para los menores de nueve años y la apertura de nuevos recorridos para corredores, a los que sus jefes de campaña llamarán runners en sus comunicados, de forma que la prensa electoral repita la palabra runner («ella repite la palabra runner») y, entonces, la palabra runner se confundirá con el éter de los distintos distritos de Madrid hasta que, por fin, una noche cualquiera, en un distrito cualquiera, un corredor cualquiera hundirá la cabeza en su almohada y, antes de caer dormido, susurrará: “entonces, yo también soy runner...”.
Principio del fin. No hay declaraciones, nadie suelta ninguna golosina para la prensa y la masa militante se cierra sobre sí misma para manosear mejor a los dirigentes. Pero falta una cosa. Aguirre vuelve al estradillo, alarga el brazo y recuerda a la concurrencia que la empresa de cárnicas Norteños –remarca que es una empresa madrileña– invita a hamburguesas, y el Partido Popular a refrescos. Son, pues, dos furgonetas distintas que avanzan en una misma dirección: el piscolabis de filiación política al borde del río. Dado que es un acto de partido, la gente engulle las hamburguesitas sin la menor conciencia crítica aunque no son las mejores hamburguesas del mundo (¡manipulación!, ¡manipulación!), y ni siquiera de Madrid.
Cuando ya sólo quedan las hamburguesas y los refrescos y la camaradería, una periodista habla con teléfono con su redacción:
–La Espe no ha dicho nada.
Y Carlos Floriano –porque también ha venido Carlos Floriano: “nos ha faltado darle un poco de piel a cada cifra positiva”– mueve la cabeza y hace gestos con la mano. Da la impresión de que intenta ser agradable con la periodista, vagamente irónico.
La promesa de las hamburguesitas ha desplazado el centro de gravedad hacia el mostrador de la furgoneta de la empresa Norteños y los cocineros no dan abasto. Se produce una pequeña crisis. Irrumpe Aguirre, que quiere hacerse con una bandeja de hamburguesas, pero el cocinero, que se llama Basilio (verídico), se resiste a sacar bandejas hasta que estén llenas. Entonces Aguirre aclara que no necesita una bandeja llena. Alguien que parece y se comporta como un jefe, o incluso un dueño de la empresa Norteños, empieza a meterle prisa a Basilio y dice cosas poco estimulantes sobre su capacidad de trabajo, cosas que no lo ayudarán a crecer como empleado. Basilio no levanta la cabeza de la plancha de quemar hamburguesitas. Cuando finalmente consigue la bandeja, la candidata Aguirre culebrea entre los admiradores y se hace carne ante el presidente y le ofrece una hamburguesita (y también a Cifuentes). Así que era eso. En la furgoneta de las bebidas sólo dan Coca Cola (con y sin) y botellines de agua. Los dan de uno en uno y eso genera aglomeraciones y descontento. A una señora le da un golpe de calor.
Las candidatas y el presidente abandonan juntos la arena de Madrid Río. En el camino, hablan de sus asuntos:
–Mucha gente se va a ir al Rocío.
–Bueno, bueno, bueno: creo que la han llamado zorra.
–No sé por qué Carmona se empeña en hacer el payaso.
–Y la otra dice que ella no es de Podemos.
–¿La Carmena?
–Sí, la Carmena.
El último acto se desarrolla en la acera, los coches oficiales o de partido aguardan a las candidatas y al presidente. El presidente se mete en un Audi con matrícula par (detalle gratuito que aporta verosimilitud al relato sin poner en peligro la vida de nadie), Cifuentes ha desaparecido y ya sólo queda Aguirre. Hace un calor insoportable, los pájaros chillan y Aguirre les explica a sus seguidores que Cifuentes le ha hecho una faena al calzarse tacones para subir al estrado de los discursos. Aguirre se queja de los medios, lanza pullas a La Sexta, y una mujer con el brazo en cabestrillo, es decir, Maribel, le pregunta:
–¿Por qué no echáis a...?, ¿por qué no echáis a...?
Maribel no se acuerda del nombre de la persona a la que hay que echar (del partido) y eso da paso a unos segundos de expectación que son casi mágicos: tal vez diga una verdadera barbaridad, tal vez pase algo.
–¿Por qué no echáis al gurú?
Aguirre sonríe y no dice nada, pero tampoco pregunta quién es el gurú (nota para los lectores de dentro de doscientos años: el gurú es Pedro Arriola, asesor electoral del Partido Popular a quien algunos medios de comunicación llaman el gurú en términos despectivos). Si la candidata hubiera dicho “No hay ningún gurú” o, mejor aún, “El gurú en realidad es bueno”, lo más probable es que Maribel lo hubiera dado por válido. Pero no todo el mundo es Maribel. A veces pasa por allí algún deportista que, en lugar de firmar el pacto de lectura y zambullirse en la ficción, la cuestiona:
–Esperanza: ¡Aquí tienes mi voto! –Y hace una peineta.
Entonces se produce una disputa entre partidarios y detractores:
UN DETRACTOR: Esperanza: ¡Vete a la mierda!
UNA PARTIDARIA: ¡Falso!
UN DETRACTOR: Facha.
UN PARTIDARIO: No necesitamos tu voto.
La disputa es fugacísima y no llega a oídos de la interesada, que recuerda a todos la importancia de votar. Dice que necesita los veintinueve concejales para gobernar en mayoría sin tener que pactar, y hace cálculos con los dedos. También le pide a la gente que no se vaya al Rocío, porque la romería coincide con las elecciones.
–Cada voto cuenta– insiste la candidata antes de dar por concluida la reunión.
No parece que nadie tuviera planes de marcharse al Rocío, y la petición se recibe con extrañeza. Una vez que se cierran las puertas del monovolumen negro con matrícula par (o impar, pero negro metalizado en cualquier caso) de Esperanza Aguirre, el grupo empieza a dispersarse y los militantes caminan hacia sus casas con la mirada distraída. Se acerca la hora de comer, los pájaros chillan todavía y abajo, en el parque, las hormigas abren laboriosas y distópicas galerías subterráneas donde nunca pasa nada y donde puede pasar cualquier cosa.
Fotos cedidas por el PP de Madrid.