Contenido

Camilo Sesto: un posmoderno entre tinieblas

Modo lectura

Llega la noticia de que Camilo Sesto pone fin, una vez más —ya lo hizo en 1987, 2001 y 2013, ¡como si fuera Antoñete!—, a su carrera musical. La noticia la ha traído el viento, o quizá los abanicos negros de uno de sus poemas inmortales, porque tengo el latido de que Camilo Sesto nunca fue de carne, nunca existió. Se apareció siempre como un espectro, una figura fantasmal ajena al mundo al que nunca perteneció. No es casualidad que en 1975 Camilo asombrara al planeta encarnando a Jesucristo en el musical ideado por Andrew Lloyd Webber, quien confesó que había sido la más fabulosa interpretación de todas las versiones que se hicieron de su obra en el mundo. Una creación revolucionaria, libre, misteriosa que sacudió los espíritus de los creyentes y alumbró el alma de los escépticos. El reino de Jesús no era de este mundo y a partir del estreno de esa obra empezamos a entender que el de Camilo tampoco lo era. La letra de Getsemaní es una puñalada de barrio alto al corazón de la tradicional fe cristiana que tanto nos subyugó. Jesucristo, clavado en la cruz, acepta con resignación su fatal destino pero saca coraje pidiendo explicaciones al Ser Supremo, a su Padre:

“Quiero saber, quiero saber, Señor,

si he de morir dime si es porque he de ser mejor de lo que fui,

dime si mi vida con la muerte he de cumplir.

¿Por qué he de morir?

¿por qué?

Dime por qué quieres que me claven en su cruz,

muéstrame el motivo, dame un poco de tu luz,

di que no es inútil tu deseo y moriré,

me enseñaste el cómo, el cuándo, pero no el por qué…”

Y remata Camilo con un trincherazo que quebraría la cabeza del burel más bravío de la dehesa. El desafío al Padre es demoledor, sangre negra de venas freudianas:

“Muy bien, yo moriré

pero, por favor,

cuando muera, cuando muera, mírame

Por favor, mira mi muerte…

Dios, yo no empecé, fue tu voluntad

dame el cáliz de amargura,

clava, azota, rompe, mata

pero pronto, hazlo pronto, o yo

me voy a arrepentir”.

¿Tendría lo que hay que tener el Padre para darle una explicación a tiempo? Parece que no se la dio, ni tampoco tuvo los arrestos para arrimarse, para mirar de cerca la muerte de su hijo. Para mirar con sus ojos divinos los ojos sanguinolentos y mortales de su hijo, que se cerraban para siempre. No puede haber grito de rebeldía más grave, no existe más amarga soledad. ¡No, no!, se lamenta Camilo ensangrentado en el cuerpo de Jesús: ¿quién me dijo a mí que aquí vine a redimir, a dar mi sangre por los hombres? ¿Dónde está escrito eso? ¡Oh Dios, gran padre omnipotente, explícamelo! Balazo letal a las escrituras sagradas, el mito de la muerte de Cristo se diluye en el vaso al instante, como un azucarillo y el hielo de las tiendas chinas. Bajonazo sin miramientos a la idea del Mesías redentor, el Hijo de Dios hecho hombre que vino al mundo a salvarnos. Y, sin embargo, ahí estaba Camilo/Jesús pasándolas canutas en la cruz. El individuo desarmado, aniquilado, vencido de agonía por la autoridad del Otro, el Gran Jefe, su padre. Freud ya se despachó en su día con el asunto. Cuánta cercanía de aliento existe entre el quebranto de Jesús en el dichoso Gólgota y la amarga ausencia del padre que perturbó de tal manera al tío Freud. Y si no, que venga Dios y lo vea. Y Camilo dio voz a todo eso entre las brumas de su figura. Camilo reina en el vuelo de las mismas tinieblas que atormentaron el mundo tras la muerte de Jesús. 

Así que los fantasmas existen. Ficciones paranormales de ayer y de hoy. Camilo, un fantasma sin sexo, en el caso de que tengan sexo los fantasmas. O un fantasma con un sexo nuevo, un sexo posmoderno que se anticipa a la posmodernidad, que vendría después. Y la verdad y la mentira, ocultas entre los velos blancos de sus trajes blancos. En ocasiones, el fantasma llegó a hacerse carne y se manifestaba y comunicaba como si fuera un humano. Y le veíamos por la tele. Y el incauto entrevistador, quizá embelesado, víctima de un truhán embriagador, le trataba como a un humano y entonces estallaba el delirio, el genial disparate observando a Camilo disfrutar como un niño e incapaz de contener la risa entre las deslumbrantes luces del plató.

Los escenarios también solía frecuentarlos, y en las noches más oscuras la voz de Camilo, potente y majestuosa, hacía estremecer al más sieso. Esa voz, su voz, no era mundana, una voz del Más Allá. Sus registros son inescrutables, como aquellos caminos del Señor al que dio vida. Y sobre las tablas, el holograma actuaba con una gracia extraordinaria, movimientos invisibles que llenaban todo el espacio y desprendían una extraña energía, muy poderosa.

La obra de Camilo es vasta y apabullante, inalcanzable. Ha publicado más de 20 discos y él se lo ha hecho todo: autor de la letra, la partitura y la interpretación de todas sus canciones. No todos pueden decir lo mismo. Sin ir más lejos, Frank Sinatra no escribió una sola canción en toda su vida, pero eso es otra historia. Esa inmensa capacidad da que pensar viniendo de un tipo al que le entraba la risa floja cuando le hacían una entrevista.

Hay canciones que te persiguen toda la vida, y Camilo ha compuesto varias con esa carga solemne. Es verdad que algunas otras no alcanzaron la talla del inmenso talento del maestro, aunque por qué no pensar que ese “desliz” formaba parte de su ingenioso repertorio de artista. Además, ya lo avisaba Borges, “no se puede ser sublime sin interrupción”. O no se debe, eso lo añado yo. Y en el atolondramiento de los primeros años 80, aires frescos de pop y movida, Camilo, desde su luminosa sombra, brindó una faena memorable a la gran Melina Mercouri, valiente y bella mujer griega que se atrevió a escupir a la cara a los coroneles fascistas que habían ensuciado su sagrada tierra. Y con la vuelta de la democracia se convirtió en la primera mujer en Grecia en ocupar el puesto de ministra de Cultura. Camilo estaba ahí para rendirle honores a la dama: “Eres fuego de amor / volcán y tierra / por donde pasas dejas huella… tu vida y tu razón es tu país / donde el mar se hizo gris / donde el llanto ahora es canto… has vuelto, Melina / tus ojos reflejan el dolor / y tu alma el amor…”.

Pero entre todas sus maravillas hay una canción que me derrota y me eleva sobre todas las demás y mantiene mi temple afilado desde el primer momento que la escuché: Amor, amar. Poema excelso para sonrojo de los nuevos simbolistas:

“Yo no tengo alas para decirte

mis heridas.

Y en el cielo pasan nubes,

el pájaro de nieve”.

Así arranca el asunto y no te queda otra que echar mano de un cigarro porque la cosa promete. Y Rimbaud, Baudelaire y Mallarmé, de haberlo escuchado desde el oscuro rincón de una taberna, habrían carraspeado de perfil, apurado de un trago su vaso de absenta y pedido otra ronda de inmediato. Seguimos.

“Amor, si tu dolor fuera mío

y el mío tuyo,

qué bonito sería.

Amor, amar.

No tengo ventana para asomar

mi soledad

y hasta los cristales del silencio

lloran silencio.”

Si me lees, te leo, que decía aquel. Fantasma y simbolista, a Camilo solo le falta ser de Carabanchel. Aquellos simbolistas franceses que manifestaban una profunda crisis de identidad en sus obras y abordaban aspectos como la soledad y el desarraigo, la crisis de valores y la quiebra de los soportes que dan sentido a la existencia se reflejan en estos dos versos de Camilo como quien no quiere la cosa. Pero hay más.

“Yo voy por las calles

con tu nombre

cerrado en mi puño

Y voy arrastrando

una bufanda

con recuerdos

hacia el olvido.

Cabalgando en la noche

se acerca tu nombre….

Yo no tengo llanto

ni caricias

y en el aire

muchos abanicos negros

me anunciaron tu llegada.”

Metáfora y símbolo, trastos clave del simbolismo, y la música, en la que toda la cuadrilla de aquellos poetas franceses al componer sus melodías, veía reflejados el arte supremo y la mejor forma de ver el cambio de los distintos estados del alma. Abanicos negros que anunciaron tu llegada, aroma, también, al Lorca más negro, al piano entre dos luces de los dramas sombríos y de encaje del artista granadino. Meter en este saco a Santa Teresa excitaría lo suyo y alargaría el suspense y el enigma del argumento, aunque, bueno, es preferible no liar más la cosa.

Pero ese verso de Baudelaire: “Oh, mujer peligrosa, oh seductores climas / ¿Acabaré adorando vuestras nieves y escarchas / Y, al cabo, arrancaré del implacable invierno / placeres más agudos que el hielo y que la espada…” Si me lees te leo, entonces, va Camilo y dispara: “cabalgando en la noche se acerca tu nombre. Y hasta los cristales de silencio lloran silencio”. 

Ahora, como otra de sus bromas negras, Camilo Sesto, espectro, fantasma, poeta y maldito, vuelve a asomar su cabellera envuelta en esencias de azufre y rosas para despedirse otra vez del mundo que nunca habitó. Mantiene vivo su juego de abalorios, fuego fatuo e irracional que ilumina los paraísos artificiales en los que sigue siendo el rey.