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Barcelona, la ciudad devorada
‘Guiris go home’ y el extractivismo económico como modelo turístico de la capital catalana
Una cola apretujada para entrar y un intenso olor a gamba chamuscada. Podría ser una escena habitual en la puerta de cualquiera de las “atracciones” que ofrece Barcelona a sus casi ocho millones de visitantes anuales. Pero es la entrada del Antic Teatre, donde se estrena Guiris go home, título de la obra en la que el director Marc Caellas observa la ciudad y su fiebre turística desde una escenografía en la que reina un señor que prepara una paella.
“¡Guiris go home!”, le espetan los actores a un grupo de extranjeros seleccionados y puestos entre el público a los que se les pregunta a qué han venido a la ciudad. “A ver a mis amigos”, dice una. “Quiero conocer el mundo”, contesta otro. “A buscar marido”, responde la última inquirida después de una diatriba en la que los intérpretes demuestran al respetable que cualquier movimiento es turismo. Si vas a un balneario, turismo termal. Si vas a beber vino, turismo enológico. Que vas a ligar, turismo sexual. Vayas donde vayas, querido visitante y también autóctono, las estadísticas, los poderes y la industria te catalogarán como turista.
Los vídeos, relatos, noticias y canciones que componen la obra resumen la situación de una ciudad que ya construye pistas con nieve artificial para que el turista tenga de todo, que cuenta con un tercer hotel cápsula y que lucha con denuedo para superar los ocho millones de turistas al año cuando en 1990 apenas recibía dos. La obra de Caellas no niega que el turismo sea una fuente de ingresos. Lo que se cuestiona es el modelo. El director es tajante: no ve beneficio en el hecho de que un turista compre ropa de lujo en una multinacional con sede en el Paseo de Gràcia. Menos aún si esa multinacional explota a sus trabajadores. Con lo que queda clara una cosa nada más empezar la obra: la culpa no es sólo del guiri.
INGRESOS, MOLESTIAS Y ALGO DE HIPOCRESÍA
Unos días antes del carnaval, saltó la noticia de que en Venecia un grupo de personas había ocupado el ayuntamiento. Eran funcionarios que se habían instalado en las dependencias del consistorio para protestar por los recortes de sus salarios y para advertir de que el ayuntamiento amenazaba con declararse en bancarrota. ¿Qué hacen con el dinero que gastan los 27 millones de turistas que nos visitan cada año?, se preguntaban los reclamantes. Pero la respuesta, por desgracia, se la tragó el carnaval.
En Barcelona, ciudad que se mira en Venecia y en otros casos de turismo masivo, muchos se hacen la misma pregunta. Según datos oficiales, el 25% de lo que genera el sector se invierte en la ciudad y en sus ciudadanos. La cuestión no es si eso es mucho o poco. La cuestión es a dónde nos lleva este modelo voraz y si merece la pena tanta molestia.
Algunas asociaciones de vecinos, como los de La Barceloneta, ya hace tiempo que protestan por el lamentable espectáculo con el que los turistas toman sus calles en cualquier época del año, pero sobre todo en verano. SOS Carrer Enric Granados surgió en agosto de 2014 en un distrito, el Eixample, que no tiene fama de ser especialmente protestón, pero los cinco hoteles y veinte bares, con sus respectivas terrazas, que hay en menos de 200 metros lineales de calle colmaron la paciencia de un barrio acostumbrado a la tranquilidad.
Enric Granados es el ejemplo de lo que sucede en Barcelona, donde el radio de acción de los turistas cada vez es más amplio. Ahora, además de Ciutat Vella, Eixample, Gràcia y Sant Martí son distritos que también sufren la “invasión.” Aunque no hay que engañarse: muchos se benefician de ella. Apartamentos turísticos ilegales, Bed&Breakfast sin licencia y otros negocios clandestinos son fuente de ingresos para algunos que se quejan de lo mal educado que es el guiri pero del que se aprovechan para hacer su pequeño negocio sin pagar impuestos. Ahora la crisis justifica esta práctica, pero lo cierto es que esto ya se hacía antes de entrar en recesión. Al turista se le critica en público, pero se le sangra en privado. Lo dicho: la culpa no es sólo del guiri.
Belleza versus mal gusto
“Barcelona ha hecho de la belleza su mejor negocio”, dice la voz en off del vídeo con el que se abre Guiris go home, un vídeo promocional de la ciudad con el que se quieren mostrar los atributos de la marca Barcelona. Quien escribió la frase debió pensar en su día que era muy resultona, pero escuchada con cierta distancia suena a anuncio de contactos. Entre las cualidades que se han destacado de la ciudad están su legado cultural, la gastronomía, cierto cosmopolitismo o la cercanía con Europa, rasgos elegidos para construir la marca Barcelona.
Del tema de la marca se han ocupado desde diversos frentes artistas, periodistas, urbanistas y pensadores. El documental Bye Bye Barcelona, de Eduardo Chirbás, es un ejemplo. La cinta retrata la degradación que ha experimentado la ciudad con la afluencia masiva de visitantes y el poco cuidado que han puesto las autoridades en evitarla. Lugares emblemáticos como la Rambla o la Sagrada Familia se han convertido en escenarios de cartón piedra donde comprar castañuelas de mentira, sombreros mexicanos o souvenirs abominables. Nada que ver con la cultura o el cosmopolitismo.
La idea del parque temático es recurrente. Como lo es la falta de respeto que muestran muchos visitantes llegados en cruceros o vuelos baratos. No hay más que echar un vistazo a Tourist Walk, el proyecto del fotoperiodista Marc Javierre-Kohan en el que da cuenta de lo que hacen muchos en Barcelona: beber hasta caer, ir de putas por la Rambla, liarla parda por las calles a cualquier hora, celebrar despedidas de soltero que duran días y pasearse desnudos como si estuvieran en el salón de su casa, entre otras cosas. Viendo esas tomas, viene a la cabeza la frase que Caellas emplea para definir el turismo: “Consiste en transportar a gente que estaría mejor en su casa a lugares que estarían mejor sin ellos”.
Decir que todos los turistas no son así sobraría, pero bueno es recordarlo para que nadie se ofenda. Algunos ni pasan del puerto en el que atracan, otros son educados y también los hay que vienen con agencias de lujo que les ahorran el mal trago de compartir espacio con tanto bárbaro, ya sea extranjero o autóctono.
Una pregunta asalta sin remedio al mirar las fotos de Javierre-Kohan o al darse una vuelta por la Rambla cualquier día de la semana: ¿es ésta la ciudad inspiradora que promociona el Ayuntamiento de Barcelona?
Abundancia a corto plazo
Precisamente esa imagen idílica de ciudad creativa, sol, playa, cultura y buena vida es la que empieza a desmoronarse. Marina Garcés, filósofa y profesora en la Universidad de Zaragoza, asegura que la capital catalana es ya el cuarto destino turístico del mundo que más defrauda a sus visitantes. “Desmarcando Barcelona” es el título de una conferencia que ofreció en 2014 en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) en la que reflexiona sobre el asunto. En su exposición, Garcés aplica el modelo que en economía se conoce como extractivista al modelo turístico de la ciudad.
Se habla de extractivismo en sociedades en desarrollo. Es un sistema colonizador que saca el máximo provecho de un territorio, que genera dependencia económica, que no piensa en las consecuencias que puede acarrear la voracidad con la que consume los recursos. Barcelona no es una ciudad en desarrollo y no son árboles ni minas lo que se desgasta, pero el paralelismo que plantea Garcés es elocuente: “La industria turística, que no el turista, no coloniza pero sí expropia la ciudad a los ciudadanos, a quienes se les arrebata su espacio de convivencia”. Además, el desarrollo que plantea no sólo es empobrecedor porque desgasta la ciudad y es cortoplacista, sino también porque corroe la democracia. “Economía y política no van separadas. Esta industria genera unos interlocutores privilegiados”, dice la filósofa, “que arrebatan a los ciudadanos la decisión sobre las cosas que atañen a su ciudad”.
La misma semana del estreno de Guiris go home, a las casas de los barceloneses censados llega una carta del ayuntamiento. Podría ser propaganda electoral pues falta poco para las municipales, pero lo que hay dentro es más irritante que una petición de voto. Lo que propone el folleto al ciudadano es que se registre como #Barcelover para, entre otras cosas, entrar al Parc Güell. Una vez registrado, con hora previa e identificación mediante podrá acceder gratis. Eso o pagar los siete euros que vale la entrada a un recinto público que regaló la familia Güell a la ciudad de Barcelona. ¿No es eso una expropiación?
Garcés no defiende que haya que resistirse y conservar a toda cosa “lo auténtico” porque, en realidad, las ciudades son resultado de mezclas y convivencias en evolución constante. Es absurdo resistirse a esa evolución, viene a decir, lo que no quiere decir que cualquier cambio valga.
Países y continentes dependientes del turismo
Marina Garcés y otros muchos hablan ya de “desmarcar” Barcelona y dejar de plantear el turismo como la única salida económica y de negocio que tiene la ciudad. Pero a pesar de que cada vez son más las voces críticas que se expresan en este sentido, el rumbo que marcan las instituciones locales, estatales e internacionales no tiene visos de cambiar. Mientras en España el grupo de presión Exceltur busca más y más apoyos entre los políticos para conseguir llegar a los 60,4 millones de turistas en 2015, Marino Rajoy, presidente del Gobierno español, asegura que el sector es “el mascarón de proa de la economía”. Sí, a eso se le llama fomentar la dependencia de un sector, tal como dice Garcés.
Fuera, en instancias internacionales, se jalea a la industria de manera similar y se la espolea para que vaya aún más deprisa. No hay más que hacer una batida por las declaraciones oficiales de la Organización Mundial del Turismo (OMT) para ver como urgen a África a “construir una marca fuerte para el continente” con el objetivo de pasar de los 56 millones de visitantes actuales a 132 en 2030. O cómo de los conflictos bélicos o de los ataques a la vida salvaje les preocupa sobre todo que vayan a mermar las ganas de los turistas por viajar al continente.
Este tipo de cosas son las que se desgranan, a veces con humor y otras con rabia, en Guiris go home. En la función, al menos, lo que empezó oliendo a gamba se convirtió en un rico arroz negro del que comió todo el público. En la Rambla y en tantas otras calles de Barcelona lo que se lleva el turista voraz es un sucedáneo. No sólo de la gamba, claro, también de Barcelona, una ciudad devorada en la que a sus habitantes se les obliga a conformarse con los restos.
Barcelona, la ciudad devorada
Una cola apretujada para entrar y un intenso olor a gamba chamuscada. Podría ser una escena habitual en la puerta de cualquiera de las “atracciones” que ofrece Barcelona a sus casi ocho millones de visitantes anuales. Pero es la entrada del Antic Teatre, donde se estrena Guiris go home, título de la obra en la que el director Marc Caellas observa la ciudad y su fiebre turística desde una escenografía en la que reina un señor que prepara una paella.
“¡Guiris go home!”, le espetan los actores a un grupo de extranjeros seleccionados y puestos entre el público a los que se les pregunta a qué han venido a la ciudad. “A ver a mis amigos”, dice una. “Quiero conocer el mundo”, contesta otro. “A buscar marido”, responde la última inquirida después de una diatriba en la que los intérpretes demuestran al respetable que cualquier movimiento es turismo. Si vas a un balneario, turismo termal. Si vas a beber vino, turismo enológico. Que vas a ligar, turismo sexual. Vayas donde vayas, querido visitante y también autóctono, las estadísticas, los poderes y la industria te catalogarán como turista.
Los vídeos, relatos, noticias y canciones que componen la obra resumen la situación de una ciudad que ya construye pistas con nieve artificial para que el turista tenga de todo, que cuenta con un tercer hotel cápsula y que lucha con denuedo para superar los ocho millones de turistas al año cuando en 1990 apenas recibía dos. La obra de Caellas no niega que el turismo sea una fuente de ingresos. Lo que se cuestiona es el modelo. El director es tajante: no ve beneficio en el hecho de que un turista compre ropa de lujo en una multinacional con sede en el Paseo de Gràcia. Menos aún si esa multinacional explota a sus trabajadores. Con lo que queda clara una cosa nada más empezar la obra: la culpa no es sólo del guiri.
INGRESOS, MOLESTIAS Y ALGO DE HIPOCRESÍA
Unos días antes del carnaval, saltó la noticia de que en Venecia un grupo de personas había ocupado el ayuntamiento. Eran funcionarios que se habían instalado en las dependencias del consistorio para protestar por los recortes de sus salarios y para advertir de que el ayuntamiento amenazaba con declararse en bancarrota. ¿Qué hacen con el dinero que gastan los 27 millones de turistas que nos visitan cada año?, se preguntaban los reclamantes. Pero la respuesta, por desgracia, se la tragó el carnaval.
En Barcelona, ciudad que se mira en Venecia y en otros casos de turismo masivo, muchos se hacen la misma pregunta. Según datos oficiales, el 25% de lo que genera el sector se invierte en la ciudad y en sus ciudadanos. La cuestión no es si eso es mucho o poco. La cuestión es a dónde nos lleva este modelo voraz y si merece la pena tanta molestia.
Algunas asociaciones de vecinos, como los de La Barceloneta, ya hace tiempo que protestan por el lamentable espectáculo con el que los turistas toman sus calles en cualquier época del año, pero sobre todo en verano. SOS Carrer Enric Granados surgió en agosto de 2014 en un distrito, el Eixample, que no tiene fama de ser especialmente protestón, pero los cinco hoteles y veinte bares, con sus respectivas terrazas, que hay en menos de 200 metros lineales de calle colmaron la paciencia de un barrio acostumbrado a la tranquilidad.
Enric Granados es el ejemplo de lo que sucede en Barcelona, donde el radio de acción de los turistas cada vez es más amplio. Ahora, además de Ciutat Vella, Eixample, Gràcia y Sant Martí son distritos que también sufren la “invasión.” Aunque no hay que engañarse: muchos se benefician de ella. Apartamentos turísticos ilegales, Bed&Breakfast sin licencia y otros negocios clandestinos son fuente de ingresos para algunos que se quejan de lo mal educado que es el guiri pero del que se aprovechan para hacer su pequeño negocio sin pagar impuestos. Ahora la crisis justifica esta práctica, pero lo cierto es que esto ya se hacía antes de entrar en recesión. Al turista se le critica en público, pero se le sangra en privado. Lo dicho: la culpa no es sólo del guiri.
Belleza versus mal gusto
“Barcelona ha hecho de la belleza su mejor negocio”, dice la voz en off del vídeo con el que se abre Guiris go home, un vídeo promocional de la ciudad con el que se quieren mostrar los atributos de la marca Barcelona. Quien escribió la frase debió pensar en su día que era muy resultona, pero escuchada con cierta distancia suena a anuncio de contactos. Entre las cualidades que se han destacado de la ciudad están su legado cultural, la gastronomía, cierto cosmopolitismo o la cercanía con Europa, rasgos elegidos para construir la marca Barcelona.
Del tema de la marca se han ocupado desde diversos frentes artistas, periodistas, urbanistas y pensadores. El documental Bye Bye Barcelona, de Eduardo Chirbás, es un ejemplo. La cinta retrata la degradación que ha experimentado la ciudad con la afluencia masiva de visitantes y el poco cuidado que han puesto las autoridades en evitarla. Lugares emblemáticos como la Rambla o la Sagrada Familia se han convertido en escenarios de cartón piedra donde comprar castañuelas de mentira, sombreros mexicanos o souvenirs abominables. Nada que ver con la cultura o el cosmopolitismo.
La idea del parque temático es recurrente. Como lo es la falta de respeto que muestran muchos visitantes llegados en cruceros o vuelos baratos. No hay más que echar un vistazo a Tourist Walk, el proyecto del fotoperiodista Marc Javierre-Kohan en el que da cuenta de lo que hacen muchos en Barcelona: beber hasta caer, ir de putas por la Rambla, liarla parda por las calles a cualquier hora, celebrar despedidas de soltero que duran días y pasearse desnudos como si estuvieran en el salón de su casa, entre otras cosas. Viendo esas tomas, viene a la cabeza la frase que Caellas emplea para definir el turismo: “Consiste en transportar a gente que estaría mejor en su casa a lugares que estarían mejor sin ellos”.
Decir que todos los turistas no son así sobraría, pero bueno es recordarlo para que nadie se ofenda. Algunos ni pasan del puerto en el que atracan, otros son educados y también los hay que vienen con agencias de lujo que les ahorran el mal trago de compartir espacio con tanto bárbaro, ya sea extranjero o autóctono.
Una pregunta asalta sin remedio al mirar las fotos de Javierre-Kohan o al darse una vuelta por la Rambla cualquier día de la semana: ¿es ésta la ciudad inspiradora que promociona el Ayuntamiento de Barcelona?
Abundancia a corto plazo
Precisamente esa imagen idílica de ciudad creativa, sol, playa, cultura y buena vida es la que empieza a desmoronarse. Marina Garcés, filósofa y profesora en la Universidad de Zaragoza, asegura que la capital catalana es ya el cuarto destino turístico del mundo que más defrauda a sus visitantes. “Desmarcando Barcelona” es el título de una conferencia que ofreció en 2014 en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) en la que reflexiona sobre el asunto. En su exposición, Garcés aplica el modelo que en economía se conoce como extractivista al modelo turístico de la ciudad.
Se habla de extractivismo en sociedades en desarrollo. Es un sistema colonizador que saca el máximo provecho de un territorio, que genera dependencia económica, que no piensa en las consecuencias que puede acarrear la voracidad con la que consume los recursos. Barcelona no es una ciudad en desarrollo y no son árboles ni minas lo que se desgasta, pero el paralelismo que plantea Garcés es elocuente: “La industria turística, que no el turista, no coloniza pero sí expropia la ciudad a los ciudadanos, a quienes se les arrebata su espacio de convivencia”. Además, el desarrollo que plantea no sólo es empobrecedor porque desgasta la ciudad y es cortoplacista, sino también porque corroe la democracia. “Economía y política no van separadas. Esta industria genera unos interlocutores privilegiados”, dice la filósofa, “que arrebatan a los ciudadanos la decisión sobre las cosas que atañen a su ciudad”.
La misma semana del estreno de Guiris go home, a las casas de los barceloneses censados llega una carta del ayuntamiento. Podría ser propaganda electoral pues falta poco para las municipales, pero lo que hay dentro es más irritante que una petición de voto. Lo que propone el folleto al ciudadano es que se registre como #Barcelover para, entre otras cosas, entrar al Parc Güell. Una vez registrado, con hora previa e identificación mediante podrá acceder gratis. Eso o pagar los siete euros que vale la entrada a un recinto público que regaló la familia Güell a la ciudad de Barcelona. ¿No es eso una expropiación?
Garcés no defiende que haya que resistirse y conservar a toda cosa “lo auténtico” porque, en realidad, las ciudades son resultado de mezclas y convivencias en evolución constante. Es absurdo resistirse a esa evolución, viene a decir, lo que no quiere decir que cualquier cambio valga.
Países y continentes dependientes del turismo
Marina Garcés y otros muchos hablan ya de “desmarcar” Barcelona y dejar de plantear el turismo como la única salida económica y de negocio que tiene la ciudad. Pero a pesar de que cada vez son más las voces críticas que se expresan en este sentido, el rumbo que marcan las instituciones locales, estatales e internacionales no tiene visos de cambiar. Mientras en España el grupo de presión Exceltur busca más y más apoyos entre los políticos para conseguir llegar a los 60,4 millones de turistas en 2015, Marino Rajoy, presidente del Gobierno español, asegura que el sector es “el mascarón de proa de la economía”. Sí, a eso se le llama fomentar la dependencia de un sector, tal como dice Garcés.
Fuera, en instancias internacionales, se jalea a la industria de manera similar y se la espolea para que vaya aún más deprisa. No hay más que hacer una batida por las declaraciones oficiales de la Organización Mundial del Turismo (OMT) para ver como urgen a África a “construir una marca fuerte para el continente” con el objetivo de pasar de los 56 millones de visitantes actuales a 132 en 2030. O cómo de los conflictos bélicos o de los ataques a la vida salvaje les preocupa sobre todo que vayan a mermar las ganas de los turistas por viajar al continente.
Este tipo de cosas son las que se desgranan, a veces con humor y otras con rabia, en Guiris go home. En la función, al menos, lo que empezó oliendo a gamba se convirtió en un rico arroz negro del que comió todo el público. En la Rambla y en tantas otras calles de Barcelona lo que se lleva el turista voraz es un sucedáneo. No sólo de la gamba, claro, también de Barcelona, una ciudad devorada en la que a sus habitantes se les obliga a conformarse con los restos.