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Bambino y Barcelona, nostalgia sin bohemia

IV Festival Internacional de Boleros
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“Bambino vendía lo que cantaba. Lo expresaba con las manos, con la cara. Lo escuchabas y te imaginabas al hombre, a la mujer, la escena de amor o desamor, la pasión, el deseo, la tristeza...” Manuel de Angustias es sobrino de ese torbellino gitano que interpretaba las canciones vestido de frenesí. Está en Barcelona para clausurar el IV Festival Internacional del Bolero en el Jamboree y lo hará esta noche cantando temas propios y un puñado de los que hicieron famoso a su tío en toda España. A alguien puede parecerle raro que un festival de boleros se cierre en honor del flamenco más gamberro que parió Utrera. Pero Moncho, el que todo lo sabe del género, saca de dudas al que aún tenga alguna. “Bambino cogió el bolero, de capa caída, y le dio vida al meterlo por rumbas y por bulerías.”

Efectivamente, el bolero es la base sobre la que se manejaba Bambino, criado con el cante de su familia, entre quienes se cuentan las legendarias Bernarda y Fernanda de Utrera. Manuel y Moncho, los periodistas y los organizadores del festival de boleros hablan de todo esto en el Bar Leo, donde enseguida salen a relucir las noches de farra que se pegaba el homenajeado en la Ciudad Condal. “Teníamos un pacto: ir a vernos actuar el uno al otro pero sólo beber los días alternos”, cuenta Moncho riendo. Eso pasaba en la Barcelona de los años sesenta y setenta, años en los que Bambino alcanzó su gloria después de haber pasado por todos los tablaos importantes de Madrid y Sevilla.

Todo, esto y lo de entonces, sucede en un bar donde encontró el cantante a su mayor fan. Leo es una andaluza emigrada de chiquita a Barcelona que hoy ofrece calamares y coloca boquerones en vinagre sobre el pan con tomate para darle algo de picar a los clientes. “Aquí viene gente de mi edad, de la tuya y muy jóvenes. Vienen porque se oye flamenco y porque este sitio refleja como era la Barceloneta antes.” Ella lleva 60 años detrás de la barra, los mismos que tiene esta taberna empapelada con fotos y recuerdos del que fuera su ídolo y su amigo. Hace 17 años que murió el cantante pero su devoción sigue intacta. “Barcelona ya no es así”, dice en una letanía que repiten muchos de los presentes. “Así, ¿cómo?”, le preguntan. “Como este bar.”

La Barcelona discreta
“La Barcelona en la que triunfó Bambino era bohemia. Se decía que era secreta pero en realidad, era discreta”, dice Moncho, el bolerista más reputado de España. “Bohemia”, ha dicho, y no “canalla”, como se dice y se repite desde hace un tiempo sin recordar que “canalla” viene de perro y habla del ruin, no del buscavidas, del juerguista, ni del chuleta, que era lo que abundaba y quizás abunde todavía en esta ciudad. Barcelona no es canalla. Quizás es torpe, quizás precisa un ajuste, quizás sea tarde, pero no es mala.

“Bohemia” ha dicho Moncho y ha puesto la morriña a funcionar. Hasta Manuel, que no conocía el local, la siente y la hace palabra. “Me da la sensación de estar en La Peña Bambino de Utrera. ¡Pero en la de hace veinte años!” La nostalgia se adhiere al corazón como el rebozado al calamar que sirve Leo. Se engancha y no se despega. Y tiene la cualidad de contagiarse. Le ha pasado a Manuel, que nunca ha vivido aquí y no conoce el referente, la Barcelona que los demás relatan. Les pasa también a los más jóvenes, que a fuerza de repetir “esto ya no es lo que era”, acaban creyendo que hubo un tiempo en que había algo mejor que lo que ellos beben, comen y votan.

Algunos de los que vienen a la presentación de Manuel de Angustias no conocían el local de Leo. No son chavales, son de Barcelona, del mundo artístico, gente en el mundo, gente con calle. No pasa nada, qué va a pasar por no conocer a la Leo y su altar. Pero un día cerrará, Bambino no lo quiera, y alguno comentará la noticia usando como muleta una nostalgia aprendida.

Amar lo nuevo
“En los años ochenta empezó a decaer un poco la fama de mi tío”, explica Manuel, “y cuando murió su madre, se volvió a Utrera.” El sobrino cuenta los últimos años de la estrella y explica que era un hombre de carácter, un poco tartamudo, muy gracioso, que soltaba un insulto por menos de nada y por menos de nada también volvía a templarse. Sabe de lo que habla y entrando en el recuerdo de sus navidades y su familia, se relaja y se va pareciendo cada vez más al hombre del que está hablando. Aún así, hay en sus descripciones algo aprendido y asumido, lugares demasiado comunes para ser ciertos. Tampoco en esa fisura del relato se pierde nada importante y es algo que pasa siempre con las descripciones de la gente célebre, también con las de las ciudades importantes.

“No imito a Bambino, pero su manera de entender la música es la que a mí me llega. Cojo sus temas y los hago a mi manera.” Manuel dice esto para separarse de su tío, para ser él. Alguien le pide que cante un poco, pero él no puede ponerse en un segundo a la temperatura que precisa la sangre para decir frases como éstas:

Te estoy queriendo tanto que

te estoy acostumbrando mal.

Te estoy queriendo tanto que                                     

no sé vivir si tú no estás…

Alguien le insiste y él, educadamente, se zafa. Quien le aprieta quiere saber si, en realidad, Manuel es tan distinto de su tío. Quizás no quiere que lo sea. Quizás desea que cuando cante esta noche Manuel le suene al Bambino de la Barcelona bohemia que ya no existe. Que se parezca al que ya conoce, al que ya adora, al que ya no está. 

 

 

 

Fotografías de la autora del artículo.