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Andalucía entre el tic y el tac

Mucho lirili y poco larala
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Ahora que dicen que hasta las plantas son inteligentes, ¿cuál será el privilegio que defina a nuestra acosada especie? Pronto descubriremos que el universo entero se ríe de nosotros y no nos quedará otra que reírnos también de nosotros mismos; tal vez ahí encontremos solaz a tanta memez. Mientras tanto, seguiremos a lo nuestro, a esa cosa tan humana de querer encontrarle un sentido a lo que pasa, esa forma de disimular la impotencia a fuerza de fingir que entendemos lo que nos rodea, por ejemplo, los resultados de las elecciones andaluzas.

Por mucho que se valore la ciencia, nos explicamos la historia y el mundo sin atender a la causalidad científica, haciendo uso de la lógica de la narración. Sabemos lo que pasa y lo que nos pasa en la medida en que somos capaces de amoldar los sucesos al esquema de un cuento. El acontecer del mundo y la propia vida tienen un carácter abierto que nosotros acorralamos en historias con principio, nudo y desenlace, tejiendo una trama que satisface nuestra necesidad de control. Nos sentimos más seguros en el cuento que en la vida, porque la ficción nos da una ilusión de sentido del que la realidad carece. Lo que pasó ayer, si me permiten el apunte metaliterario, fue el encontronazo entre la novelita que nos venimos contando y la realidad de los hechos, siempre tan grosera y tan poco literaria.

Podemos y el relato del cambio

Por no retroceder al 15M, desde que Podemos sacó 5 escaños en las pasadas europeas venimos tramando el cuento del cambio. Podemos, con sus golpes de efecto mediático, su interpretación de la historia reciente de España, sus movimientos de masas, su identificación con la “gente” y la identificación de una figura antagonista en la “casta”, se ha convertido en el protagonista narrador de este cuento lleno de promesas de regeneración democrática. El suspense de este relato está en ver si a lo largo de este año se confirman las expectativas, si, voto mediante, la gente –ese trasunto de pueblo 2.0 en el que cualquiera puede sentirse incluido– refrenda la fábula propuesta o por el contrario la desautoriza. Ahora algunos achinamos los ojos ante el primer episodio electoral tratando de forzar lo sucedido para que encaje en ese relato donde los malos se van marchando y otros menos malos, o simplemente distintos, toman el poder e invierten el curso de los acontecimientos.

El problema está en que lo que pasó ayer domingo no es ni el comienzo de algo nuevo ni el final de lo viejo, sino la perpetuación de ese otro cuento que ya no hay quien se lo crea, o sí, dado la cantidad de gente que ha salido de casa, ha entrado en el colegio electoral y ha introducido una papeleta que ha vuelto a dar una victoria al PSOE y una derrota no tan estrepitosa como se preveía al PP.

Sin embargo, todavía queda tiempo como para sentenciar a muerte a Podemos y el relato del cambio. Es verdad que 15 escaños, 5 por debajo de lo que le daban muchas encuestas, no cumple ni de lejos con el vuelco electoral que prometían, ni con las urgencias –“¡Ahora o nunca!”– ni con el horizonte de expectativas que habían sembrado. “Por apuntar demasiado lejos la flecha no da en la diana”, dice el libro chino de las mutaciones, el mejor consejero que uno pueda escuchar si de cambios se trata y si los consejos sirven para algo. En todo caso y por mal que lo haya hecho Podemos, Andalucía no es una plaza fácil y estos resultados pueden servir tanto para marcar la tendencia de lo malo conocido como para conjurarla empujando en la dirección opuesta.

Entre el tic y el tac

Cuando Pablo Iglesias lanzó el ultimátum a Rajoy diciéndole que su tiempo se había acabado con aquella referencia al tictac, aparte de sentir vergüenza por la teatralidad del gesto –una vergüenza que, ya que estamos, también he experimentado con Teresa Rodríguez cada vez que hablaba de los emigrantes o se ponía a cantar el himno de Andalucía como si estuviera en trance– recordé lo que decía Frank Kermode en El sentido de un final. Kermode ponía el tictac del reloj como ejemplo de trama narrativa, de cómo los humanos nos apropiamos narrativamente de las cosas. Cuando decimos que un reloj hace tictac estamos otorgando al ruido del segundero una estructura ficcional, que diferencia entre dos sonidos que físicamente son iguales, de modo que tic sea un principio y tac sea un final. “El tictac del reloj me parece ser un modelo de lo que llamamos trama, una estructuración que da forma al tiempo y así lo humaniza”, escribía Kermode.

No sé si el relato que entre todos estamos tramando sigue siendo el del cambio, pero de estar en algún lugar, después de las elecciones de ayer, estaríamos entre el tic y el tac, en ese espacio en blanco donde las cosas no están todavía decididas y la peripecia empieza a enmarañarse. Habrá que esperar a las generales para ver en qué queda tanto afán, tanta esperanza y tanto frenesí.

Lirili, larala

De momento mucho lirili y poco larala, eso es lo único que se me ocurre. Temo que mucho lirili y poco larala puede ser el estribillo que deje el 2015 en la memoria, un año que puede pasar a la historia como el año de la gran decepción, con el PSOE mandando en Andalucía por los siglos de los siglos, con Rajoy o Sánchez o Susana Díaz de presidente de España, con Esperanza Aguirre de alcaldesa de Madrid y etcétera, etcétera. También puede suceder lo inesperado y que Podemos o Ciudadanos gane las generales y la decepción sea otra.

El año que viene por estas fechas tal vez recordemos con nostalgia la inocencia perdida, esta candidez de pensar que la gente es buena y sabe lo que hace, que la democracia es el mejor de los sistemas posibles y que sí se puede. Será una gran decepción que los anarquistas vuelvan a tener la razón de su parte. A ver qué cuento nos contamos entonces para seguir creyendo que sí, que somos animales racionales distinguidos por su inteligencia y no los más tontos de la creación.