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Agosto y otros días “de guardar”

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Ya está, como si lo viera, a estas alturas de agosto te “separas”, o te encuentras “separada” del todo, o “divorciada” exprés, expresamente “botada” de tu casa o no menos expresamente “abandonada” en tu casa (utilizo el femenino enmareado, que es lo último desde hace ya algún tiempo, pero no se pierdan, en realidad aquí se habla de todas y de todos: las separaciones de pareja igualan mucho, o no).

Agosto es una trinchera, una bomba lapa, una mina antiparejas. Un francotirador dispara desde el sol a los enamorados-con-antigüedad. Un yihadista con disfraz de papa frita siembra el terror entre las familias. Todos a sufrir lo no sufrido durante el resto del año. Cada verano, por estas fechas, se cosecha lo que en septiembre recogen los abogados matrimonialistas, los juzgados y sus estadísticas: un aumento considerable de las separaciones y los divorcios.

Pero agosto no es el problema, sino nosotros, nuestro “aburrimiento” vacacional. Thomas Bernhard despotricaba literariamente contra los sábados domésticos de su infancia, durante la posguerra de la 2ª, en Salzburgo. Decía que, los sábados, todos intentaban descargar en otro su insatisfacción y su infelicidad: “El fin de semana es el homicidio de todo individuo y de toda familia”, afirmaba, “el sábado ha sido siempre el día de los suicidios, y quien ha frecuentado alguna vez durante cierto tiempo los tribunales sabe que el ochenta por ciento de los asesinados lo son en sábado”. Y todo debido a que la insatisfacción y la infelicidad, aplazadas durante la semana, se encuentran de pronto “otra vez presentes”. Cesa lo obligatorio, aparece lo que viene sucediendo: el dolor obviado, el rencor soslayado, el llanto contenido, todas las querellas habidas –y hasta las por haber, pues a poco, sin mucho esfuerzo, se suman otras nuevas. 

Y si era así en un simple sábado (día de descanso solo a medias en un Salzburgo deprimente), ¿qué no será en todo un agosto vacacional, con tiempo por delante para ir sacando el daño de pareja, que es “a plazos”, como los frigoríficos, los ordenadores y los billetes de avión de algunas agencias, porque es un dolor que se hace y se aplaza de fin de semana en fin de semana y resto de “días de guardar” (como se decía antes)? Es más, y si era así en la mitad de un sábado de los años cuarenta, ¿qué no será en todo un agosto nuestro –sin lo acuciante de la posguerra aquella—, agosto de consumo y frustración por no poder consumir o por consumir lo que no se quiere o por haber consumido ya lo que se quería; y las dos cosas al mismo tiempo porque una cosa (consumo) no va sin la otra (frustración)?

El caso es que uno entra en agosto creyendo saber cómo entra pero nunca sabe cómo sale. Y tú, “querida amiga” (vuelvo al femenino enmareado, opuesto del masculino gramatical), seguro que has cometido el error de tocar aquello –que está, y lo sabes, bastante aquellado—, quizá solo por ver cómo iba la cosa, como quien hace una cata en la relación, como quien toma una orientativa muestra de la íntima putrefacción de lo nuestro, o, quizá, tan solo, como el extranjero de Albert Camus: porque hacía calor.

“Saqué el tema porque hacía calor”.

Calor hace, claro que sí, nos agostamos. Y el existencialismo era, también, ese aburrimiento: “así son todos los días”, decía Meursault a lo largo de la novela, “hace 8 años que ocurre lo mismo”, “no tenía nada que hacer”, “nada ha cambiado”. El aburrimiento es contumaz y ahí ya no están los viejos valores de la religión para que podamos aferrarnos a ellos; porque ya no queremos agarrarnos a nada de eso y menos para seguir engañados en donde no. Pero es que además has decidido enviar a los niños a un campamento de verano, o con unos familiares que viven cerca de la playa o tienen piscina, y lo has hecho “para poder estar solos” –a quién se le ocurre—: esto es, lo has hecho por simple y llana inconsciencia, ¿no?

Eso jamás es una buena idea: los niños mejor en medio; niño, ven, tú aquí, entre papá y mamá; qué mono y que listo es, ¿verdad cariño? Los niños en medio y los Juegos Olímpicos en la tele; qué es eso de que no te gustan. Engánchate a las olimpiadas. O engancha a tu pareja y ponte a cubierto con los niños. Que corran el aire y la ociosidad.

Agosto es “de guardar”. Curioso, ahora que lo pienso, que lo de de guardar se dijera por aquello de la religión y no por esto. Por guardar el pan y no por guardarse uno de la trinchera y la bomba lapa del estar ociosos, con tiempo para “nosotros” y lo que sentimos y nuestros sueños. Aunque, bien mirado, guardar el pan, o ir a misa, etc., es una actividad –para el espíritu— bien distinta que la contemplación de la íntima infelicidad y, por lo tanto, interesante de explorar.

Pero en nuestro caso, además de guardar el pan atea o laicamente, podemos también, desgraciadamente –no hay nada que nos lo impida—, hurgar con el palito en lo que no de las emociones de la pareja.

Tate, deja eso. No tocar.

Aunque a lo peor es lo mejor porque lo peor es lo que quieres.

Guárdate de agosto.

 

Imágenes: "Kramer contra Kramer", Robert Benton, 1979 (Portada); "Una historia de Brooklyn", Noah Baumbach, 2005.