La muerte del padre en negativo
Hay escenarios que piden un crimen. Eso decía Robert Louis Stevenson. Imaginemos una suculenta escena de terror gótico, con sus amenazas latentes, sus criaturas incógnitas y sus insondables peligros. ¿Qué sería de todos ellos sin la acertada elección de una cripta misteriosa, un castillo encantado, un detalle truculento, una tormenta desatada y, sobre todo, sin la presencia narcótica y catártica de la noche, ese manto terrible que anula el juicio y todo lo sumerge en las profundidades del relato legendario y fantástico?
¿Qué sería de Walpole, de Radcliffe, de Polidori? ¿Qué sería de Poe? ¿Qué sería de Lovecraft? Ni siquiera es necesario que sigamos avanzando hacia el presente, ni que recorramos los senderos del terror, pues no hay escritor que escape a lo que Ruskin llamó la “falacia patética”. A saber: la adecuación del escenario a la historia, la adecuación de la climatología a la historia, la adecuación del sonido y la luz y el silencio y la oscuridad a la historia. No se trata de un error, no es una falacia lógica. Es sólo una trampa, y no hay literatura sin trampa. Es una argucia vinculada con el sabio manejo del pathos, con el contagio de una emoción, que salta del texto e invade al lector. Por eso los amantes se separan en un día lluvioso. Por eso los amantes se dan su primer beso en un día soleado. Porque no basta la separación ni basta el beso. Ni siquiera bastan los amantes. Porque la lluvia y el sol, la cripta, la tormenta y la noche están ahí no sólo para apoyar, sino para crear.
Hay géneros literarios que parecen indisociablemente unidos a un cierto tono. El relato de la víctima de una atrocidad bélica o histórica es uno de ellos. La II Guerra Mundial ha generado un importante corpus de literatura testimonial que, tanto desde la ficción como desde la no-ficción, nos permite acceder a ese contacto con la muerte y la crueldad desde el punto de vista de quienes sufrieron las consecuencias. A nadie extraña que, debido a las características de la historia que se refiere, y en su amplio espectro de matices, el tono de la narración oscile aquí entre lo atroz y lo siniestro, la gravedad y la amargura, el destino y la injusticia. No obstante, siendo el tono más natural, no es el único en que se ha trabajado este género. El escritor norteamericano Kurt Vonnegut, por ejemplo, fue víctima de la II Guerra Mundial. Sirviendo en la 106 División de Infantería de los Estados Unidos, cayó preso del ejército nazi y estaba confinado en Dresde cuando, en los últimos compases de la contienda, la ciudad alemana fue bombardeada por las fuerzas aliadas y reducida a cenizas. Es así como el soldado norteamericano Kurt Vonnegut fue atacado, casi aniquilado, por el ejército norteamericano. Pero salió con vida, y con esta experiencia como base escribió su novela Matadero 5. Contra todo pronóstico, y sin dejar por ello de proponer una ficción autobiográfica basada en haber vivido los hechos en primera persona, el lector de Matadero 5 se las ve con un relato lleno de elementos de ciencia-ficción, de literatura del absurdo e incluso de surrealismo, donde juegan un papel fundamental los así llamados tralfamadorianos, una raza extraterrestre que concibe el tiempo de un modo muy distinto a los humanos. La novela no es en absoluta ajena al dolor de la catástrofe ni deja tampoco, por contar entre sus mimbres con el humor, de funcionar como obra de arte antibélico.
La muerte del padre es otro género literario. Los padres mueren. Los escritores tienen padres. El dolor, la muerte, el intento del ser humano por entender hechos fundamentales que escapan a su comprensión es uno de los motores de la literatura. Hay quien dice que el más poderoso. Juan Rulfo aseguraba que sólo existen tres: el amor, la vida y la muerte. De nuevo nos encontramos con un género naturalmente asociado a un tono. De nuevo, debido a las características de la historia que se refiere, y en su amplio espectro de matices, el tono de la narración oscila aquí entre el desconsuelo y el pesar, el tormento y la gravedad. De nuevo, resulta del todo comprensible. Pero otra vez, es posible la disidencia. Es lo que sucede en la novela Los últimos días de Roger Lobus, del escritor Óscar Gual, recientemente publicada por Aristas Martínez.
Junior es un joven drogadicto que lleva unas Reebok Pump porque se las compró cuando salieron al mercado, no ahora que la moda retro las ha vuelto a poner en escena, y que se desengancha de sus múltiples adicciones al saber que a su padre, a quien no ve desde hace mucho, le quedan pocos meses de vida. La novela nos cuenta sus disparatadas desventuras en el mundo del jaco, su amistad con un compañero de fatigas convencido de que Kurt Cobain es el responsable de su adicción, su obsesión por intentar controlar los sueños lúcidos, por el juego masturbatorio del ahorcado o por la película de Bruce Lee Juego con la muerte. Pero no sólo eso, hay un grupo terrorista llamado Enfermos Terminales & Anarquistas (ETA). Hay mafiosos y criminales propios del relato negro. Hay robots de cartón cuya conciencia evolucionada lleva a lamentarse tristemente por no mecer el atributo de humano, en un mundo que manejan ellos pero en el que, a la manera de despotismo ilustrado, prevalecen los cuerpos hechos de carne, de huesos y de mierda. Hay un tierno encuentro entre Calderón de la Barca y Freddy Krueger. Hay drogas para parar un tren, historias de la puta mili, reflexiones sobre el heavy metal y batallas épicas construidas con ceros y unos. Hay un ácido sentido del humor que atraviesa la novela de costado a costado, pero que no por ello desactiva, más bien cataliza de un modo extrañamente hermoso, un sentido ejercicio de duelo, en el que el protagonista transita, como es de ley en el género, la memoria común y la individual, los puntos de encuentro y los momentos de tensión con un padre moribundo con el que nunca supo comunicarse. Y así, busca refugio en relatos religiosos y científicos, escatológicos y sentimentales. Plantea el acercamiento al padre pero también la lucha implacable con el padre. Es decir, se acoge al género en la mayor parte de las convenciones, y trata de sacarles provecho en su propio territorio. El único matiz es que este territorio, fundamentalmente interesado en la reflexión sobre la identidad (así las dos novelas anteriores del autor, Cut and Roll, 2008, y Fabulosos monos marinos, 2010), no está sólo poblado por dolor —que lo está—, por violencia sentimental —que lo está—, por memoria e incomprensión —que lo está—, sino también por dealers chiflados, robots conspiradores y chinos karatekas. Por un humor que algo tiene que ver con el del Vonnegut de Matadero 5. Por una construcción autoficcional donde la falacia patética está presente, sí, pero en negativo.
Robert Juan-Cantavella
Robert Juan-Cantavella (Almazora, 1976) es escritor, traductor y periodista. Ha publicado un libro de poesía, uno de relatos y, entre otras, las novelas Otro, El Dorado y Asesino cósmico.