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Autores que ladran

Debo admitir que si hay algo en lo que se me podría considerar especialista es en llegar tarde. Fui tardía en casi todo. Me refiero a las típicas cosas que se hacen cuando eres adolescente. Sí, las típicas cosas que hacen hoy en día los que nacieron a mediados y últimos de los noventa y yo las empecé a hacer ya crecidita. Hablo del amor, de escuchar a Nirvana con más de veinte, de visitar el ciber más cercano de casa para hablar con cualquiera y no sentirme sola. 

Modo lectura

Como era de esperar, no hablaba de literatura. Si lo hacía, el silencio invadía la ventana que dejaba al instante de ser naranja y emergente. Aprendí pronto a disimular. Me fijé en los temas top para ser una adolescente normal, pero todo terminaba siendo un desastre. Escribía en cualquier parte, en los apuntes, en la mesa de la biblioteca, rayaba alguna pared, el suelo de la azotea, los libros… pero nunca lo guardaba. No tenía Facebook, no tenía Twitter, y ni siquiera teníamos internet en casa. Yo pertenezco a esa generación en la que lo que decía la Encarta iba a misa. No culpo a mis padres de llevarme a un psicólogo siendo pequeña por leer demasiado. Por decir que los libros eran mis amigos. Por esconderme libros como Yerma. Por refugiarme en la literatura en lugar de empezar a pintarme los rabillos y pedir como loca unos pantalones de campana. “Ya espabilará.” Fui de las que entró en la universidad pensando que me cambiaría la vida. Que al fin encontraría con quien hablar de literatura. Respuesta equivocada, my dear. Leer cualquier libro entre clases fue sinónimo de algo parecido a “esta tía es una flipada”. Sacar el nombre de algún poeta en cualquier conversación se convirtió en desencadenante de mirada-hecatombe. Porque, inocente de mí, ¿qué hace una estudiante de veterinaria llevando libros en el bolso y leyendo tirada en el césped con todo lo que se tiene que estudiar? Menos mal que llegó al fin internet a casa. Novata, empecé a registrarme como loca en foros de cualquier tipo. Me hice asidua del de Extremoduro, en el cual teníamos un rincón de literatura donde compartíamos nuestros poemas, hablábamos de nuestros libros favoritos y nos recomendábamos lecturas. Luego vino el blog, la cuenta en Facebook, el ansiado Erasmus. Skype se convirtió en mi cruz porque mis padres querían hablar conmigo TODOS los días. Mi portátil, una especie de refugio en la que almacenaba exámenes, apuntes de otros, vídeos porno, miles de fotos de cabras y poemas. Nunca se me pasó por la cabeza hablar con alguien de lo que escribía. Nunca podría imaginar por entonces que un grupo de personas desde diferentes partes del mundo se conectaran a la vez, leyeran sus poemas y que cualquiera, haciendo clic en una dirección pudiera ser partícipe de todo eso. Porque internet es una fiesta, y aquí, en lugar de llevar todos los mismos vasos americanos de cartón, llevamos la barra del buscador en blanco tatuada en la palma de la mano. Qué significa estar solo si tienes un grupo donde compartir al instante lo que acabas de escribir, si puedes hacerle una foto a ese poema que te acaba de marcar, si la inmediatez también es una captura de pantalla a un estado de 140 caracteres que puede convertirse perfectamente en literatura. Un millón de cables retorcidos, conexiones simultáneas y ventanas emergentes hablando de literatura. Un grupo de jóvenes repartidos entre mediados de los ochenta y los noventa haciendo uso de la red para compartir lo que les mueve. ¿Son los hijos de Bolaño?, ¿los sobrinos cafres de Foster Wallace?, ¿los bisnietos de Cravan o MacLane dando el cante y haciendo de las suyas?... ¿Por qué no podrían serlo?

Tenemos veinte años y estamos locos. Tenemos veinte años y tenemos internet. Podría ser una perfecta definición. Algo conciso y punzante para esta bonita epidemia que nació de un chat entre Didier Andrés Castro, Luna Miguel y Kevin Castro. Tres puntos cardinales haciendo de detectives salvajes que quizás sí eran conscientes de lo que vendría después. Hangouts, antologías en línea, recitales a rebosar en distintas partes del mundo, traducciones… una nueva forma de transmitir al resto del mundo lo que estaba pasando por ejemplo, en Estados Unidos con la alt lit, una celebración no sólo de la literatura, un sí absoluto también a la vida, a la amistad, a la red. 

Y es que todo lo que conlleva Los perros románticos no puede reducirse a movimiento, corriente o generación. Un grupo de personas de diversas partes del mundo que da cabida y difunde diferentes y múltiples estilos de escribir haciendo uso de la red es algo que no puede habitar un solo término o definición. La lista de autores, revistas y tumblrs que ladran crece cada día y advertimos que evitar el contagio es imposible. Caterina Scicchitano, David Meza, Aleida Belem Salazar, Jesús Montoya, Alexandra Espinosa, Oriette D´Angelo, Ana Carrete, Yaxkin Melchy, Jesús Carmona-Robles, Daniela Prado, Martín Rangel… hijos de la alt lit que propagan el ladrido y hacen que resuene aquí y en todas partes desde el otro lado del charco. Pero también en nuestro país. ¿Herederos de la alt lit en español?, ¿los enfants terribles de la literatura?... quizás es un poco temprano para saberlo, pero lo que sí tenemos claro es que se están saltando las normas del juego, están cambiando la forma de hacer literatura. Ellos escriben y ladran. Ellos, Los perros románticos.

— 1—

María Yuste 
(Murcia, 1988)

La señorita María Jesús tenía un tío que se había suicidado. Era viejo y vivía solo y se había ahorcado. O se había ahorcado porque era viejo y vivía solo.

La señorita María Jesús nos dijo:

Dios está en todas partes.

Y yo me lo imaginé expandido por toda la habitación como el aire.

De repente, algo flotaba en el techo y se escondía en mi pupitre. Rodeaba mis piernas y se metía en mis fosas nasales. Salía expulsado y se escondía en mi oído. Me había acompañado a la hora del baño. Me había observado dormir. ¿Estaba Dios en los ojos de los pósters de mi habitación? ¿Estaba Dios en los ojos de los Backstreet Boys?

(de su primer libro, Vida de provincias)

 

— 2—

Vicente Monroy 
(Toledo, 1989)

googleo: “estoy soñando enfrente de una noche
que parece volver de alguna parte”

pero no estoy soñando, estoy googleando

 

— 3—

Luna Miguel 
(Madrid, 1990)

Pudrición del corazón

Creo en los ácaros, en el modo en el que los ácaros se adhieren a nuestros restos.

Creo en el sistema respiratorio de los felinos, en su tos aguda y agitada. En su tos en forma de óbito.

Creo en el amor entre especies, en el guiño fraternal de la mascota alimentada.

Creo en lo que creo y en lo que invento, en el color de las frutas contagiosas. Creo en la cocción, en el aroma, en la papilla, en la roña cuando caducan los lácteos estivales.

Creo en el pelaje calicó, en la metáfora de la mandíbula de Buda.

Creo en las amistades sencillas, en el jazmín, en la papiroflexia.

Creo ciegamente en el color negro, en el modo en que su hambre abraza nuestros despojos.

(de Los estómagos)

 

— 4—

Miguel Rual 
(Oviedo, 1992)

QUIERO SER UNA CEBOLLA
para que incluso cuando estés contento
pueda hacerte llorar

(de Parts of us)

 

— 5—

Óscar García Sierra 
(León, 1994)

voy a empezar a construir la casa por el tejado y tú vas a empezar a construirla por el enchufe de al lado del wáter y vamos a coincidir casualmente en la nevera un viernes por la noche. 

me voy a mudar al armario donde tu madre guarda su vestido de novia. vamos a mantener una dieta equilibrada a base de ácaros para comer y antiácaros para cenar. 

te voy meter en cajas de cartón y voy a hacer agujeros con forma de corazón para que puedas respirar pero te falte el aire.  

voy a teñirme el pelo de color “korea del norte”. vas a teñirte el pelo de color “línea 5 del metro”.

voy a cocinar mis poemas y vas a lamer la cara de la primera persona que te encuentres por la calle para quitarte el mal sabor de boca. 

(fragmento de Greenpeace)

María Mercromina

María Mercromina es veterinaria y a veces escribe. Trabaja en temas de ganadería ecológica (en @catedrageuco) y con cabritas (@acriflor). Tiene un cuaderno de campo: http://mmercromina.wordpress.com