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¡Que vienen los federales!

Un forastero recorre la calle del Dr. Fourquet y ve indicios de un nuevo Madrid D.F.
¿Qué se está moviendo en el mundo de las galerías de arte en Madrid?

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Para un gallego que se ha establecido en Madrid hace poco, la vida en la ciudad resulta por momentos demasiado rápida. Por momentos demasiado lenta.

Huyo de un lugar de nacimiento idéntico al que Thomas Bernhard tomaba como imposible de elegir, pero del que podríamos huir si amenazara con aplastarnos. Mi huida es hacia adelante, y sin embargo me ata una sensación de profundo arraigo con el lugar que habité hasta hace seis meses. Esa sensación me confirma que las cosas siguen estando como hace décadas, cuando el habitante de provincias bajaba a la capital buscando una oportunidad, o por lo menos luces permanentemente encendidas. Establecido en Madrid, la idea es salir a la calle y cruzarte con gente, pertenecer a un lugar para delimitar mínimamente tu área, saludar al quiosquero o al camarero que pregunta en tono retórico: ¿oscuro, verdad? Pero en el Madrid de un foráneo es poco habitual toparse con estos gestos amables que te atan a la comunidad.

Me han traído a Madrid Elena y el arte, ellas. Recorro sin prisa exposiciones que antes concentraba en cortas visitas de dos o tres días. Ahora es distinto: desde hace tiempo saco adelante una incipiente actividad en el campo del comisariado y escribo cuando puedo, sobre lo que considero merece la pena escribir.

Desde mis primeros viajes a Madrid, hay un lugar que me seduce como si de alguna de las ciudades invisibles se tratase. Es una franja situada en un espacio atípico, que por la calma me recuerda a casa, que por la prisa me recuerda a esas visitas fugaces. Me encuentro un lunes de otoño, alrededor de las 19h, en el barrio de Lavapiés, en la calle del Dr. Fourquet. Es una calle como otra cualquiera, aunque la escasez de bares la convierten en un rincón un tanto sombrío, con luces blancas que rebotan sobre blancas paredes y salen a la calle con un carácter artificial, iluminándola de un modo frío, que para nada invita a entrar ni hace presagiar lo que allí podríamos encontrarnos un soleado día de aperturas.

Me he aficionado recientemente a esa aplicación que te permite visualizar los lugares del planeta entero como si estuvieses allí, sin moverte de tu casa —demasiadas vueltas para evitar dar su nombre—. Imaginemos que en 2030 podamos echar mano de esa aplicación y pasear por nuestra calle en 2014. Esa sensación es la que invade a uno a la hora de contar dónde, cuándo, cómo y por qué la actividad artística del Dr. Fourquet ha tenido lugar.

¿Dónde está Dr. Fourquet? Si echamos un vistazo al callejero de Madrid, la calle se encuentra en Lavapiés, dividida en dos por la calle Argumosa, testigo de décadas de movimientos sociales, okupación y abandono por parte de los poderes locales. Lavapiés es de los últimos núcleos de resistencia de un proceso de cambio que parece detenerse entre Atocha y Embajadores. El primer tramo de Fourquet, el que une Santa Isabel y Argumosa, recibió primero los nombres de calle Sin Salida y calle de la Yedra hasta 1871, año en el que tomó del segundo tramo el nombre actual, en recuerdo del doctor Juan Fourquet y Muñoz (1807-1875).

La calle luce hoy una cantidad de galerías de arte —catorce para ser exactos— inaudita en la geografía ibérica. De modo que ésta no es la historia de una calle más; lo sería si desde hace veinticinco años su situación estratégica no hubiese convertido la mayor parte de sus locales comerciales en sedes de un importante número de galerías que funcionan a modo de antiguo gremio que ha decidido dejar a un lado diferencias para hacer de este lugar el centro neurálgico del arte en la capital.

Afanado en descubrir más, pregunto a quien probablemente sea la que mejor conoce el fenómeno Fourquet. Ella es Cristina Guisado, que regenta desde 1991 Pepita is Dead, una tienda especializada en ropa y complementos vintage situada en el número 10. Cristina me cuenta que en estos momentos el suyo es el comercio más antiguo de la calle, que recuerda cuando en la plaza del Reina no había ascensores y su espacio era ocupado por un apeadero de autobuses en vez de terrazas y bancos. También recuerda un gran parking de varios pisos haciendo esquina con Argumosa, en el mismo emplazamiento que pasó a ocupar un nuevo edificio con la oficina de Caja Madrid, Bankia y ahora nadie.

Ella llegó cuando Carmen Gamarra e Isabel Garrigues ya ocupaban un gran local que comunicaba dos espacios en los números 10 y 12. De hecho, ese local flanqueaba la pequeña tienda de Cristina. La galería Gamarra y Garrigues era por entonces uno de los grandes referentes del país. Su llegada no fue casual; en 1980 se habían empezado las obras de restauración del edificio del Hospital San Carlos y desde 1986 ya funcionaban las dos primeras plantas como salas para exposiciones temporales, pasando entonces a llamarse Centro de Arte Reina Sofía.

En 1991 se establecían en el 12 de Fourquet Pepe Cobo, John Weber y Brooke Alexander. La galería Weber, Alexander y Cobo fue el segundo gran desembarco en la calle que, junto con el museo, convirtió la zona en un enclave crucial para el panorama artístico madrileño.

Días después, me cuenta el pintor Antón Lamazares, saliendo del Matadero y caminando por el Paseo de las Delicias hacia Atocha, que recuerda las inauguraciones de Gamarra y Garrigues, su imponente espacio y el gran momento que se vivía. También recuerda el local de Weber, Alexander y Cobo. Lamazares no es el único que destaca lo imponente de aquella galería; descubro una crítica de Pablo Jiménez en un ABC de las Artes y las Letras de 1991 donde se informa de las monumentales proporciones de las dos grandes salas que albergaba el número 12 y de una programación —Hamish Fulton, Richard Long, Baldessari, Mapplethorpe, Allan McCollum, Sol LeWitt, Artschwager, Richard Tuttle, Hans Haacke o Ulrich Rückriem— que a su criterio “podría hacer sonrojar a muchas de las iniciativas públicas”.

Sigo recabando información y ahora son Marta Rincón, Rocío Gracia y Sergio Rubira los que me cuentan que en 1992 se sumó Ginkgo, un proyecto que habían iniciado Mitsuo Miura y Arturo Rodríguez en 1989 en un cuarto piso sin ascensor de un viejo inmueble de la calle Alcalá, que pasó a ocupar el número 8 de Fourquet y que, tres años después, por falta de espacio, se trasladó al 6. Ginkgo permaneció en Fourquet hasta 1998, año en el que, inmersa en la difícil situación de asimilar éxito e inviabilidad económica, cerró sus puertas definitivamente. Marta Rincón llegó en 1997 y fue la primera; buscaba prácticas tras haber finalizado un máster en museología y acabó quedándose contratada. Me cuenta cómo el renovado bar en el que ahora se cita el público en cada apertura —en la esquina de Fourquet con Santa Isabel— era con sus anteriores regentes conocido como El Guarro, que servía bocadillos y cervezas en dudosas condiciones sanitarias. Después Rocío Gracia llegó para ofrecerse como becaria y más tarde Sergio Rubira; ambos pasaron por la galería recién licenciados, seducidos también por las luces de la calle y probablemente por las intervenciones que sobre sus muros ya habían llevado a cabo en los inicios artistas como Manolo Quejido, Nacho Criado, Carlos Franco o Mitsuo Miura. Después llegarían más murales —Jon Mikel Euba, Alicia Martín, Jordi Colomer—, más exposiciones y una generación de artistas renovada. Cuentan que no eran simples becarios, que eran tenidos en cuenta y que allí aprendieron.

Es entonces cuando me pregunto qué falló para que hoy sólo quede Helga de Alvear de aquellos prometedores e iniciáticos noventa. No es difícil de entender; nací en 1984, pero basta buscar en Internet la palabra economía al lado del número 90 y recordar la etapa en la que apenas una década me contemplaba. A la apertura constante de espacios se contrapuso el inicio de la desbandada como consecuencia de la crisis económica que desde comienzos de aquella década desestabilizaba el país. Si Weber, Alexander y Cobo abandonaban la calle en 1994, al año siguiente se establecía en su espacio Helga de Alvear, que continúa a día de hoy, convertida en una institución a nivel nacional. En 1996 le llegó el cierre a Gamarra y Garrigues y el local doble del 10 y 12 pasaron a ocuparlo en 1999 Guillermo Martín, Inés López-Quesada y Carolina Silva al frente de Espacio Fourquet, para quedarse posteriormente sólo con el 10. El 12 se convirtió entonces en el Nietzsche, un bar de copas y exposiciones que permaneció varios años allí. En el número 5 se establecerá en 1999 la Asociación Cultural Cruce, que llegaba a la calle tras haber regentado desde 1994 un local en la calle Argumosa. El objetivo de Cruce es la producción y difusión del arte y el pensamiento contemporáneo, manteniendo a día de hoy su local en el mismo emplazamiento.

La historia de este primer tramo de la calle continuará con la llegada del nuevo siglo. Helga de Alvear y Espacio Fourquet serán, junto con Cruce, las encargadas del cambio de década, que verá llegar a Espacio Mínimo en el 2000 y tendrá que esperar hasta 2003 para ver cómo una nueva galería, la de Fernando Latorre, ocupará un local del número 3. Ya en 2007 se establece en el pequeño espacio del 1 la formada por Pedro Maisterra y Belén Valbuena. Ambos cerraban una etapa en la galería Parra & Romero para iniciar Maisterravalbuena, que será una de las encargadas de la última expansión de la calle, que llega hasta nuestros días.

Será esa misma tarde otoño, la de un lunes ya a oscuras, cuando Pedro Maisterra me abra las puertas de su galería y de su nevera. Sentados en la trastienda, en compañía de unas cervezas, Pedro comenta todos estos detalles, la decisión de abrir en esta calle su galería y la relación que desde el primer momento se estableció con el resto de moradores de Fourquet. 

Otra puerta a la que llamo es la de Julián Rodríguez, escritor extremeño que vive entre Cáceres y Madrid, del que descubrí su vinculación con el arte contemporáneo en la solapa de una de sus novelas. En 2011, inmersos ya en la crisis aplastante que nos ocupa, Casa Sin Fin sería de las primeras en nadar contracorriente y cuando el mercado editorial y el del arte se desplomaban en un viaje sin retorno, abría primero en Cáceres en 2010 y un año más tarde en el 11 de Fourquet. Casa Sin Fin, nacida como hermana pequeña de la editorial Periférica, plantea desde entonces un acercamiento al mercado del arte por una vía que se encuentra a medio camino entre la exposición y la teoría. En su pequeña sala en Fourquet podemos encontrar una propuesta muy distinta a la que la calle suele ofrecer, basada en la fotografía y en la edición como modo inseparable de mostrar los trabajos de Pedro G. Romero, Joan Fontcuberta o Javier Codesal, artistas de los que Julián me entrega algunas de sus referencias y yo devoro minutos después, mientras espero a mi amigo López para asistir a una conversación entre João Fernandes y Juan Luis Moraza en el MNCARS.

El caso de Maisterravalbuena será clave, ya que tras permanecer en el mismo local durante casi cinco años, en 2012 deciden ampliar y cruzan la calle para alquilar el 6, que fuera segundo emplazamiento de Ginkgo hasta su cierre. En esos meses, Joaquín García finaliza un largo periodo como director de Helga de Alvear y se establece como García Galería en el 8, el primer local que había regentado Ginkgo entre 1992 y 1995.

Alex Nogueras y Rebeca Blanchard buscarán también ampliar su actividad y abren un espacio en Madrid, manteniendo el que desde 2004 dirigían en Barcelona. En el 4 de Fourquet encontrarán el antiguo almacén de una empresa de saneamientos. Ese mismo año, Fernando Latorre dará por finalizado su paso por este enclave y tras diez años de actividad cerrará la galería del número 3. Ese espacio será elegido por Eva Ruiz para trasladar su galería desde la calle Villanueva. El de Ruiz será el paso más fugaz de todos, ya que meses después se sumará a Raquel Ponce y José Robles al proyecto de la Pro Gallery. La iniciativa, que en un primer momento pretendía establecerse en Fourquet, terminó por abrir como Ponce+Robles Art Gallery en el espacio que había ocupado hasta ese momento Raquel Ponce en solitario. El local pasará en 2014 a manos de THEREDOOM, proyecto nacido en Barcelona que, tras pasar por Nueva York, se ha establecido en Madrid. 

Me he entregado de lleno a la historia de la parte alta de la calle, la que desde los 90 vivió la llegada del Museo Reina Sofía con mayor actividad. Sin embargo, a partir del corte que Argumosa efectúa en el centro de Fourquet, comienza el segundo tramo y con él una historia no menos ajetreada.

Probablemente tengamos que contar la historia de ese segundo tramo partiendo del papel determinante que desarrollará la galería Espacio Mínimo. En un momento en que la calle parecía vivir una época de apagón, Pepe Martínez y Luis Valverde —que me reciben en su galería días después de iniciar este recorrido— optaron por dejar Murcia y establecerse en el número 17, decisión condicionada nuevamente por el lugar estratégico que ocupaba este enclave.

Pepe y Luis han sido testigos de las idas y venidas de los últimos quince años. Llegados en un momento en que la crisis de los 90 todavía mantenía gran cantidad de locales en desuso, aprovecharon la tesitura para establecerse cuando nadie lo hacía.

Tras un período inicial de recuperación económica, en 2011 pensaron abandonar el barrio, movidos por la nueva crisis que ya causaba estragos; sin embargo, fue la decisión de las nuevas galerías de establecerse en Fourquet la que los retuvo en el local que abre este segundo tramo y desde el que han visto la llegada de todas las galerías que han marcado el inicio de esta segunda década del nuevo siglo.

Empezaron en enero de 2013 con la llegada de Moisés Pérez de Albéniz, quien cerraba el largo período de su galería en Pamplona para buscar en Madrid un lugar donde sus propuestas gozasen de la trascendencia debida. Con ellos, llegada desde Chueca, cambiaba de barrio la histórica galería Fúcares, cuyo proceso de transformación ha culminado en 2014 con un cambio de dirección y bajo el nombre de F2. La llegada de Fúcares a Fourquet supuso una confirmación del gran momento que la calle comenzaba a revivir tras años a la deriva.

En los meses que siguieron a la llegada de Moisés Pérez de Albéniz y Fúcares, dos galerías más jóvenes ocuparon los locales del 35 y el 30, reforzando así la zona baja de la calle. Galería Alegría, fundada en Barcelona en 2010 por Sebastián Rosselló, llegó a Madrid en 2012 para abrir su segundo espacio en la Plaza de Cascorro. En julio de 2013 abandonó ese emplazamiento para engrosar la lista de galerías seducidas por las luces de neón de Fourquet. Dos meses después, con la galería Liebre, se produjo la última incorporación de este segundo tramo. Llegada desde el norte de la ciudad, Liebre se estableció en el 30, número también ocupado por Alimentación 30, un escaparate perteneciente a una vieja tienda de comestibles cuyos propietarios han cedido un espacio de forma temporal para albergar diferentes intervenciones artísticas coordinadas por la artista Valeria Maculan. También en 2013, la galería de Marta Cervera cambió su sede de la Plaza de las Salesas y abrió su nuevo espacio en el 28 de la calle Valencia, a escasos metros de Fourquet y por supuesto dentro de la ruta que establece la calle.

Con seguridad, el desarrollo del segundo segmento de la calle se ha debido en gran medida a la apertura del centro social y cultural de La Casa Encendida en 2002. Si la proximidad del MNCARS hacía de los primeros números de Dr. Fourquet una zona de mayor interés para la industria cultural, la llegada de este nuevo espacio y de los programas expositivos centrados en la difusión y formación de un sector artístico incipiente —Generaciones o Inéditos— ha dado a este tramo un punto de referencia. Como tercer centro de importancia cabe señalar la estación de Atocha y, más concretamente, el AVE como medio clave para conectar Fourquet con el resto del país. Todos coinciden en citar a Vicente Todolí como ejemplo del efecto que surte la cercanía de una vía de comunicación como el tren de alta velocidad. Es habitual verlo recorrer las exposiciones de la calle para, momentos después, abandonar la ciudad en tren.

Este nuevo período de apertura se vive también en el primer tramo de Fourquet. A García Galería y NoguerasBlanchard se sumó L21 en 2013, llegada desde Palma de Mallorca, que tomó el espacio que hasta 2012 había regentado Maisterravalbuena. L21 dio vida también a un espacio de intervenciones que, a modo de ventana, programa de forma paralela a la galería e invita a artistas externos a trabajar. Meses después llegó Bacelos, que mantiene su galería en Vigo y, tras un fugaz paso por la calle Apodaca, se hizo con un espacio en el 6. El local había pertenecido a la misma empresa de saneamientos que ocupara el local contiguo; en su caso, el rótulo de Saneamientos Ruma permanece en la fachada, dando la sensación, cuando las galerías bajan la verja, de que los locales permanecen en desuso.

De repente Fourquet ya no es Fourquet y su propuesta se etiqueta con un Madrid D.F. que recuerda a la histórica muestra que en 1980 inauguró las salas de exposiciones temporales del Museo Municipal de Madrid (Fuencarral, 78). Ángel González García, instigador de aquel paso de página que suponía el reivindicar a una nueva generación de pintores, hablaba así del D.F. en un texto que se ha convertido en el manifiesto de una época caracterizada por la necesidad de cambio. Cuenta Ángel González que “antes de convertirse en D.F., Madrid era una ciudad destinada a una muerte próxima y, sin duda, provechosa para la pintura. Ya casi había alcanzado ese ‘sepulchral feeling’ que Oldenburg apreciaba en Chicago. ¿Será que los tiempos han cambiado? La alegría del color, maleducada y faldicorta, amenaza con arruinar aquella acidez elegante y descarnada, aquella golfería sabia que en 1971 despuntaba ya en algunos de estos pintores. Esto es, no nos engañemos, el fin de una época: el último día del verano; la última zambullida colectiva en la piscina de los setenta. El fin del comienzo, y basta ya de digresiones”1

Con lo visto hasta ahora puedo hacerme una idea de lo que Dr. Fourquet ha vivido en los últimos 25 años. Emilia García-Romeu atiende mi llamada y aclara mis dudas. Actualmente ella es una de las responsables de Entreacto, un programa por el cual la facultad de Bellas Artes y las galerías se dan la mano para mostrar durante unas horas, entre montaje y montaje, el trabajo de algunos estudiantes recién graduados. Emilia conoce Fourquet desde principios de los 90, trabajó en la recepción de Weber, Alexander y Cobo, y por supuesto fue testigo de las grandes exposiciones que pasaban entonces por la calle. Instalaciones de difícil salida a nivel coleccionismo, quizá porque la apuesta fuese demasiado arriesgada.

Fourquet es un microcosmos capaz de ver pasar a artistas por sus galerías, de plantearse si el coleccionismo en España tiene la dimensión adecuada para tal número de galerías y también de si ese coleccionismo está lo suficientemente consolidado. Con todo, las previsiones que tanto Pedro Maisterra como Luis Valverde o Moisés Pérez de Albéniz plantean son esperanzadoras. Se trabaja en común para consolidar un panorama estable, para evitar considerar al coleccionista como un mero cliente. Se intenta que las colecciones crezcan más allá de los límites de una galería y que la fidelización no esté reñida con la posibilidad de incluir a artistas de otras. Así lo ve Maisterra, que considera el modelo antiguo erróneo, ya que limitaba a cada galería a trabajar con una lista de coleccionistas a los que jamás se les ofrecía la posibilidad de encontrar a otros artistas tocando a la puerta de otro espacio.

Pérez de Albéniz también considera que el modelo años cincuenta se desvanece. Ya no se vende decoración, se trata con un perfil de coleccionista informado, que visita ferias, que está al tanto del desarrollo del panorama artístico a nivel internacional y que sabe perfectamente por qué entra en una galería y lo que ha venido a buscar.

Todo indica, también, que la calle ha sido tan atractiva como dura a la hora de sacar adelante proyectos. La convivencia con establecimientos de otro calado ha enriquecido las relaciones de galeristas y vecinos, dándose situaciones que parecen impensables en otras zonas de la ciudad. Pregunto a un par de ancianos que salen de un portal, con su carrito de compras en mano; la vida en la calle ha dado un giro, comentan, la cantidad de gente que se junta a menudo ha convertido Fourquet en una calle conocida, algo que se agradece. También son conscientes de que a las grandes aglomeraciones de una inauguración sigue el silencio; la calle es tranquila y por las noches aquí no se ve un alma.

A la importancia que ha cobrado la zona en los últimos dos años hay que sumar también el espejismo que supone en ocasiones ver la calle llena de gente durante una apertura. Pedro Maisterra señala que el entusiasmo les hace olvidar que el único modo de subsistencia pasa por las ventas, y que abarrotar la calle no siempre es sinónimo de ello. También es consciente de que el formato de espacio abierto al público no se corresponde con las exigencias del mercado actual y que, cada vez más, es en la trastienda donde se saca adelante una galería. El número de coleccionistas que acuden a una inauguración es menor y la tranquilidad que ofrecían antes las visitas previas para la posible compra se han visto afectadas por ese trasiego. Sin embargo, también reconoce el momento dulce que se vive respecto a esa pérdida de miedo del espectador a la hora de entrar en sus locales.

La asociación de comerciantes de la zona considera la llegada de estos espacios como revitalizadora para la calle, y la implicación de los vecinos se confirma día a día. Julián Rodríguez comentaba también la relación que guarda Fourquet con Belleville en París, que, alejado del centro cultural de la ciudad, ha visto establecerse allí a un gran número de galerías. Podríamos pensar también en Oporto, en una calle como Miguel Bombarda, que igualmente ha supuesto durante años un epicentro para el mercado del arte en el norte de Portugal.

También es inevitable hablar de gentrificación; pensar si este tipo de procesos son beneficiosos a la larga o si más bien suponen una pérdida de identidad de barrios como Lavapiés. No son muchos los galeristas que han elegido este barrio también para vivir. Luis Valverde me comentaba que a su llegada a Madrid se establecieron allí como galeristas y como habitantes, aunque hoy viven en otra zona de la ciudad.

Un lunes a las 19h Dr. Fourquet es, aunque no lo parezca, el mismo lugar que días antes, en plena apertura de temporada: se abarrota hasta los topes. Esto no parece afectar a un modelo que cada vez pasa menos por la venta a pie de calle. El trabajo del galerista se saca adelante casi al cien por cien desde los despachos o en visitas a puerta cerrada; el envío de dosieres o el paso por ferias de todo el mundo choca con la exigencia de mantener abierto al público un número de exposiciones que se ha reducido a lo mínimo.

Agotado el modelo, es posible que con él se haya agotado también el papel de la galería como sala de exposiciones. Sin embargo, nadie duda a estas alturas del momento Fourquet, con la aparición incluso de espacios como Cave Canem, librería afincada en el número 11 con una estrategia contraria a la de las grandes cadenas. Trabajan con un catálogo amplio pero muy seleccionado y ofrecen la posibilidad de charlar y descubrir alguna joya desconocida gracias a sus apasionados libreros. También el solar del número 24 que desde 2008 alberga una plaza gestionada por los vecinos como medida urgente para convertir un terreno baldío en un lugar para la reunión y el diálogo. Esto es una Plaza es un oasis en un barrio que nota, como todos, los recortes en los servicios de limpieza. Madrid está sucia actualmente, eso lo ve un foráneo o un madrileño de toda la vida. La cantidad de niños que en un día soleado podemos encontrar en ese solar es la verdadera vida que necesita un barrio.

Reviso notas en un cuaderno que poco a poco ha ido creciendo de forma considerable. Encuentro una entrevista al diseñador David Delfín en la que cuenta que su estudio se encontraba en el número 17 de Fourquet (no sé si donde actualmente está Espacio Mínimo o en alguna de las tiendas del mismo número) justo cuando el reloj va a marcar las 20h y la calle se prepara para pasar otra fría noche a solas. Enfrente, en el 18, los artistas Abraham Lacalle y Jacobo Castellano regentan el Noestudio, una experiencia iniciada en 2012 junto con Miki Leal y Jaime de la Jara, pero de la finalmente sólo continúan los dos.

Reviso un caótico plano que he ido elaborando, superponiendo fechas, nombres, y corrigiendo lo que iba confirmando con la ayuda de todas las personas que han estado tras el teléfono y tras las puerta de las galerías, bares, librerías y demás establecimientos del barrio. 

Mientras escribo, comento con diferentes personas los datos recabados. Algunas observan con sorpresa los avances del novato y otras aportan nueva información o, para mi desgracia, cuestionan la que aporto. Y así, como quien no quiere la cosa, voy completando un trayecto empezado en el número uno de Fourquet que me ha llevado hasta el fondo, que no hasta el final.Caigo en la cuenta de que cada una de las calles de Madrid hace las veces de un pequeño pueblo que ha visto ir y venir a tantos. En tiempos de crisis, cuando todo parece venirse abajo, hay quienes se crecen ante las condiciones adversas para regalarnos momentos de los que, casi sin darnos cuenta, estamos participando.

  • 1. Ángel González García: “Niagara Falls: Consideraciones precipitadas sobre cierto realismo”, en Los Esquizos de Madrid. Figuración madrileña de los 70, MNCARS, Madrid, 2009.

Fotos de Manolo Laguillo, 2014. Cortesía Galería Casa sin Fin.

¡Que vienen los federales! fue el título de la crítica de Francisco Calvo Serraller publicada en el suplemento Artes de El País el 25 de octubre de 1980 con motivo de la exposición Madrid D.F. celebrada en el Museo Municipal de la ciudad.

Gracias por toda la información y la implicación a Pedro Maisterra, Luis Valverde, Cristina Guisado,
Emilia García-Romeu, Moisés Pérez de Albéniz, Julián Rodríguez y Manolo Laguillo.