Contenido

¿Por qué Obama fue a Estonia?

Es 3 de septiembre de 2014 y Europa está al borde de la guerra. Hay un conflicto bélico sin resolver en Ucrania, donde la cuenta de los muertos ha subido ya a varios miles. La Unión Europea dice estar ultimando nuevas sanciones económicas a Rusia por su invasión al país vecino mientras los medios norteamericanos presionan y animan como auténticas cheerleaders a Barack Obama para que demuestre su poder militar ante el presidente ruso. Amenaza una nueva Guerra Fría. Como esa guerra que, en realidad, y en muchas zonas del mundo, fue una guerra al rojo vivo. 

Modo lectura

Ese mismo día en Estonia la gente mira al cielo y piensa con alivio que por lo menos no está nevando. Porque en Estonia nunca se sabe. Se supone que en verano no nieva, ni siquiera aquí, en el noreste de Europa, pero la mañana del pasado 17 de junio el país entero amaneció con el suelo blanco. Fue muy desconcertante, un mal augurio. En un día como hoy, para una nación pequeña que quiere seducir a ese visitante de ojos brillantes pero de luz oscura, para que nos quiera un poco más, que nos quiera ya desde el principio, ese tipo de anomalías naturales pueden acabar fácilmente en una depresión colectiva que dure décadas. Vidas enteras. 

Sin embargo hoy Dios parece estonio (y he aquí la paradoja: la gran mayoría de los estonios son ateos). “¡Ah, la vida es bella!” suspira el pueblo extasiado cuando un Barack Obama sonriente, alto y guapo baja las escaleras del Air Force One en Tallin. Entre el verdor que rodea al aeropuerto más lindo del mundo, varios testigos creen haber visto algunos alces delicados y tiernos cruzando el prado con elegancia. No es verdad, pero formará parte de la narrativa dominante para darle un aire angelical a esta visita. Como si el hombre que baja del avión no fuese el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas del país más poderoso del mundo. Militarmente, digo.

El ministro de exteriores estonio, Urmas Paet, un hombre con mofletes rosados y un traje demasiado ceñido, no puede parar de sonreír mientras le estrecha la mano al Hombre Más Importante del Mundo. Se entiende. Le pasaría a cualquiera que admira esa manera tan sutil de hacer política que caracteriza a los Estados Unidos... En el fondo, alrededor y delante de tanta ceremonia, de tantas banderas, se encuentran varias filas de militares en sus trajes de gala. Somos la nación que más militares per cápita aportó en la misión de OTAN a Afganistán, y también somos una de las pocas naciones europeas que destinan más del 2% de su PIB a gastos de defensa. Estados Unidos nos felicita por ello. Y así debe ser, nos dice el gobierno estonio, así todo funciona. En este orden de cosas estaremos a salvo de volver bajo la ocupación soviética.

La radio y la televisión nacionales cubren cada minuto, cada paso de la visita, casi con la misma rapidez que las redes sociales, donde abundan las fotos de la espera: la sala vacía de la rueda de prensa, la escalera, el suelo que será pisado por él. Hay selfies sin Obama y más tarde con Obama convertido en un punto negro por la distancia. Empieza su discurso y Estonia aguanta la respiración. ¡Por favor, por favor, que sea un discurso grande, histórico, uno de aquellos que se citará en los libros de historia! Y según The Atlantic, lo es. Ahora somos invencibles, ya estamos en el mapa, nos repiten los políticos estonios. Estamos a salvo.

El hombre que le escribe los discursos al Presidente Obama utiliza, entre las amenazas no tan veladas a Rusia, dos símbolos nacionales importantes: la frase del artista Heinz Valk durante la Revolución Cantada “un día ganaremos sí o sí” y una cita de Marie Under, una de las poetas más grandes de Estonia. Es un truco viejo, pero nos derretimos. Nos derretimos por las rendijas de las redes sociales al escuchar estas palabras en sus labios. Nos sentimos especiales y en dos horas la página oficial de Obama tiene miles de nuevos fans estonios. 

Todo lo que diga nos parece oro puro. Todo lo que haga, de una elegancia finísima. 

“¿Por qué Obama va a Estonia?”, me pregunta un amigo español con una incomprensión mal disimulada en su voz. Luego otro me hace la misma pregunta igual de sorprendido. Me hubiera gustado contestarles que esa pregunta nos ofende (¡Si inventamos Skype, por Dios! ¿Hacen falta más razones?). Si lo verdaderamente extraño es que no hubiera venido antes… Pero teniendo en cuenta la solemnidad exigida ante un evento histórico de esta magnitud (en Estonia no se bromea con esta visita y el vídeo del cómico estadounidense Jon Stewart sobre el hecho fue compartido por muy poca gente), les contesto con mi voz de locutora de radio que Obama no va sólo porque en Estonia se ubica el Centro de Defensa Cibernética de la OTAN, que también, y tampoco porque nos elogian por nuestras políticas neoliberales en Wall Street Journal, en Huffington Post y en Financial Times, que también, sino: “Es por el conflicto bélico a punto de estallar con Rusia”. 

Es decir, es por la guerra. Es por la maldita guerra y por el maldito Putin que viene el presidente de los Estados Unidos a la frontera entre la Unión Europea y Rusia justo ahora, y se le recibe con esa alegría exaltada, ese orgullo y júbilo. Le recibimos como al salvador de una nación entera, al héroe que hemos estado esperando, al padre que nos protegerá cuando el enemigo ataque. Lo peor es que puede que para nosotras y nosotros lo sea. 

Porque aun estando a miles de kilómetros, aun estando en Centroamérica, me roza el miedo latente que siente la gente que vive en Estonia o en cualquier país demasiado cerca de Rusia. Por el cinismo, la crueldad y la arrogancia de Vladimir Putin. Ante su fuerza, su imprevisibilidad, su poder en el mundo y ante los hechos trágicos, devastadores de la historia, que tienen la tendencia a repetirse, necesitamos saber que no estamos solos; que si nos atacan, nos ayudarán a defendernos. Que esta vez no nos dejarán morir en las garras de Rusia solo porque somos muy pocos y un país muy pequeño que estratégicamente no importa. 

“¿Quién nos ayuda? Ahora, ya, en este momento,” escribió Marie Under en 1943 bajo la ocupación rusa. Porque en aquel entonces el mundo guardó silencio cuando morimos. Obama la cita para poder contestar lo que un país deseaba, necesitaba, anhelaba escuchar entonces y aun hoy. Dice que nos ayudará “la OTAN, incluido el ejército de los Estados Unidos. Ahora, ya, en este momento”. Se oye un suspiro de alivio de un pueblo entero. Momentáneamente nos sentimos un poco más seguros en un mundo donde una ya no sabe muy bien quiénes son los buenos y quiénes los villanos, cuáles son las decisiones acertadas sin que se conviertan en malas a largo plazo, en quién podemos confiar y no descubrir más tarde que nos ha traicionado y en qué palabras encontrar consuelo sin temer que resulten ser las que nos condujeron a la muerte. 

El miedo se ha hecho más grande. La militarización de la política, de la vida cotidiana, del lenguaje, lo alimenta, lo naturaliza. La visita de Obama lo hace. La sensación de seguridad es ilusoria, es una ficción, todo el mundo lo sabe, pero es agotador, frustrante vivir temiendo constantemente, y por eso la gente le cree. Necesita creer. Porque puede llegar un momento en que una ya no sepa si a la hora de la verdad —cuando por la frontera se asomen los tanques rusos como ya ocurrió antes; cuando empiecen a matar a la gente; cuando tu padre, tu hermano y tus primos tengan que ir a asesinar y ser asesinados, y tu madre, tus hermanas y tus primas sean violadas y torturadas igual que hace más de medio siglo— no le pedirás a gritos justo a Obama que venga y les pare los pies. Con todo lo que esto implica. Porque sientes que tus discursos de amor, de negociación y de paz no conmueven ni salvan a nadie, porque la Unión Europea no está ni se la espera, porque tú en tu pequeñez simplemente no puedes con las balas, los misiles, con la fuerza del grande. Porque todo se reduce a cómo ganar la guerra. Y entonces, entre Obama y Putin, en el este de Europa siempre elegiremos a Obama. Sin saber muy bien si esa decisión a la larga no se convertirá en una muy mala. 

Porque vencer en la guerra no es vencer en la paz. 

“La paz”, dijo María Zambrano, “es mucho más que una toma de postura: es una auténtica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo de ser persona”. 

Y la estamos perdiendo. Si no la hemos perdido ya. 

Anna-Maria Penu

Anna-Maria Penu es escritora, politóloga y periodista. Se especializa en temas políticos, sociales y económicos. Es autora de los libros Minu Hispaania (Mi España, 2008) y Kes kardab Aafrikat? (¿Quién teme a África?, 2011), publicados ambos en Estonia. Vive en Panamá.