Contenido

Ciertas formas de hedonismo

Aitor + Igor + Jonathan + Jordi = Arquitectura-G

Arquitectura-G. Aitor, Igor, Jonathan y Jordi. Los Ge. Han trabajado, mitad por azar, mitad por necesidad, con el interior de la arquitectura como materia prima y, en poco tiempo, han sabido delimitar a partir de algunos efectivos microcosmos interiores su propio hábitat en el panorama de la arquitectura barcelonesa, todo un bastión sobre el ruido ambiente.

Modo lectura

Sin abandonar ese espacio intramuros fundaron hace tres años Indoors, una editora de muebles que les permite producir diseños propios y ajenos. Y, por si fuese poco, también han extendido sus brazos de Shiva multitarea hacia el terreno de la edición, colaborando regularmente con la revista Apartamento. Todo muy siglo XXI.

Quieren jugar el partido en casa y nos citan para charlar de noche. Parece que la cosa irá de bares y, por deseo expreso de los entrevistados, el maratón de cócteles comienza a las 19:30h en el Giardinetto, un bar-restaurante diseñado hace cuatro décadas por Federico Correa y Alfonso Milà, verdadero tótem de una Barcelona elitista, cultural y voyeur, quién sabe si ya desaparecida o simplemente dispersa (sigan leyendo, aquí desvelamos el misterio).

Aderezan la charla con muchas de sus obsesiones: los setenta, Ricardo Bofill, la creciente brevedad del tiempo, la noche, el Studio PER, el azar. Pero también con mobiliario, estancias, alcobas y sofás circulares, la casa apócrifa de Messi o la fantasmogénesis. Pero, sobre todo, nos hablan de hedonismo: de sombras, jardines, de casas en las que poder hacer el amor en cualquier rincón, como la de los Regàs o el chalé de Seedorf.

Todo un despliegue de piezas fragmentarias que nutren un imaginario donde alta y baja cultura se confunden sin demasiados problemas éticos ni estéticos. ¿Serán los Ge, sin saberlo, los portadores del legado oculto y lejano de la estirpe de Robert Venturi por estos lares?

 

— Escena uno —
GIARDINETTO

Llego puntual y todavía está cerrado. Los Ge bajan de un taxi. Llaman al camarero (parece que tienen su número de teléfono), que sale algo mohíno a abrirnos desde dentro. Demasiado pronto y ya comienzan con los cócteles.

GUILLERMO: ¿Por qué me habéis citado en el Giardinetto?

IGOR: Es un lugar que nos atrae. Se está a gusto. Supongo que en cierta forma nos gustaría parecernos a lo que esto representa.

AITOR: Es triste, porque no hay un Giardinetto de nuestra generación. Aquí, como en Boccaccio, han sucedido muchísimas historias, de ésas que impregnan los lugares con algo especial. Pero tampoco puede decirse que sintamos nostalgia porque, de hecho, es algo que ni siquiera hemos vivido. Quizás más bien lo que no existe es un movimiento tan identificable como lo había entonces. Para empezar porque hay diez veces más arquitectos y diseñadores que en esa época.

GUILLERMO: ¿Nada de nostalgia?

IGOR: Para mí lo nostálgico es buscar algo grupal cuando en realidad, hoy en día, no existen grupos. Una cosa es que una serie de gente se junte por afinidades de manera natural y otra es forzarlo.

 

GUILLERMO: Yo creo que en Barcelona sí existen grupos de arquitectos que comparten un mismo paradigma, aunque no pertenezcáis directamente a ninguno. Hay equipos que participan de principios muy claros, reivindican el mito del artesano, volver a los materiales tradicionales, a lo local. Todos esos argumentos repetidos constantemente han consolidado la existencia de uno o varios grupos. Sin embargo, vuestros referentes son diferentes de los suyos. Vosotros os presentáis más como francotiradores.

JORDI: La austeridad puedes encontrarla en todos los casos, incluso en nuestros proyectos. La diferencia es que no creemos necesario hacer bandera de nada.

AITOR: Hablando de comida, el arquitecto Oscar Tusquets hace una buena reflexión al respecto cuando compara la cocina japonesa con la china. La primera tenía muy buena materia prima y la presentaba rudamente, mientras que la cocina china, con el material más pobre, levantaba auténticos palacios.

IGOR: Hay gente que se ha dedicado a hacer voto de pobreza, una ridícula exaltación de la austeridad. ¿Francotiradores?

 

GUILLERMO: Cuesta entroncaros. Vais un poco a la vuestra. A diferencia de lo que sucede con muchos otros arquitectos jóvenes de Barcelona, os veo conectados con referencias de otros ámbitos, como el diseño o la moda —de hecho, acabáis de realizar una exposición para Loewe—. Parecéis atentos a ciertas influencias internacionales ¿Cómo os veis dentro del panorama barcelonés?

IGOR: El hecho de que nos asocies con determinadas referencias internacionales me da mucha pena, sobre todo teniendo en cuenta que ha habido épocas en que lo local tenía una riqueza que ahora cuesta encontrar. Era más sofisticado, tenía un gusto por las cosas que en este momento no existe.

 

GUILLERMO: Eso os da cierta autonomía. Lo interesante de vuestros proyectos es que presentan una continuidad evidente, algo que, pese a que pueda parecer engañosamente iterativo, resulta un valor. ¿Cuántos proyectos estáis haciendo a la vez?

AITOR: Unos veinte, generalmente pequeños encargos.

 

GUILLERMO: Después de haber hecho tantas reformas y tener tantos proyectos domésticos por delante, ¿veis algún denominador común en el proceso?

AITOR: Quizás todavía sea demasiado inconsciente como para decir deliberadamente en qué consiste.

 

GUILLERMO: Predomina el interés por lo doméstico. En ese sentido, recuerdo que en una de las últimas entrevistas que hicieron a Rem Koolhaas sobre su nueva serie de muebles, dijo que al principio de su carrera decidió no diseñar mobiliario. Le parecía desalentador que todos se dedicasen a hacer cafeteras como Aldo Rossi o sábanas como Michael Graves. Sin embargo, parece que todo eso se ha subvertido y que de nuevo lo pequeño resulta un lugar propicio desde donde poder decir cosas.

AITOR: Nosotros estamos ahora, con Indoors, con muebles e interiores, porque es lo que nos ha tocado. Si nada más acabar la carrera hubiésemos tenido que hacer un palacio de convenciones o un museo, ¿realmente nos importaría que el tirador de la puerta estuviese fresado?

 

GUILLERMO: Ya que mencionas la carrera, ¿cómo valoráis vuestra educación como arquitectos?

IGOR: Aunque los fundamentos técnicos los hemos recibido en la escuela, lo más importante lo hemos aprendido fuera, en la biblioteca o con amigos, o por nuestra cuenta en internet. Sáenz de Oiza comenzó como profesor de instalaciones ¡Ve ahora a la universidad y que te dé una clase de instalaciones Sáenz de Oiza! Eso debía ser alucinante.

Quizás sea una de las personas que más me fascina hablando de arquitectura. Cuando lo hace, es muy llano pero a la vez brutal, al menos en los vídeos. Todo lo que dice son frases completas cargadas de sentido.

JORDI: Es una paradoja. Si hubiésemos preguntado qué opinaban de su educación los arquitectos dos generaciones atrás, te hubiesen hablado precisamente del lastre que suponían para ellos los estilos en su educación. Se quejarían de que en las aulas sólo se hablaba de Vitruvio, y desde el más puro academicismo.

AITOR: Yo no creo que en nuestro caso existiese una educación academicista con la cual romper.

 

GUILLERMO: Respecto a la educación, Enzensberger comparaba la cantidad de información que debían gestionar Erasmo de Rotterdam y una peluquera berlinesa. Más allá del conocimiento, deberíamos plantearnos cómo organizarlo y cómo llegamos a construir un discurso con él como arquitectos.

IGOR: De pequeño mi padre me decía que tenía que leer. Cuando acababa de leer una novela me planteaba qué había aprendido directamente y no lo tenía muy claro, pero al final tiene que ver con cómo puedes organizar tu universo, tu imaginario y también con tener maestros y unas ideas. Nosotros no es que hayamos renegado de esos maestros, es que no los hemos tenido.

 

GUILLERMO: Volviendo a la domesticidad, sobre el tema de la casa flotan muchos clichés. El modo mismo en que concebimos la casa predetermina su uso y, en cierta media, perpetúa o genera a su vez nuevos clichés.

AITOR: Hay distintos casos de cliente. Hay algunos que tienen claro cómo vivir y hay otros que no y simplemente nos plantean enunciados más abiertos. Pero en ambos casos acabamos proponiendo aquello que creemos que es correcto. A nivel de necesidades —no de concreciones— seguimos el enunciado de lo que nos piden.

IGOR: Ya no hay algo generacional que nos lleve a hacer las cosas por una convicción absoluta, a tener la seguridad de que nuestro trabajo puede suponer una ruptura con lo que estamos haciendo. En el caso del arquitecto mexicano Luis Barragán, él hacía las cosas porque le gustaban. Me ha reconfortado leer sus escritos. Barragán busca lo equilibrado: si conseguimos eso, el cliente va a estar contento, hayas cumplido o no con sus voluntades.

 

GUILLERMO: En vuestro caso sois cuatro y eso os diferencia de un estudio tradicional, en el que el arquitecto solía rodearse de gente que trabajaba para él siguiendo una estructura más piramidal. ¿Existe un proceso de trabajo? ¿Surge vuestro lenguaje de un diálogo?

IGOR: Existe y tiene mucho que ver con los referentes. Cuando discutimos un proyecto tenemos una nebulosa de referencias alrededor. Los referentes sobrevuelan el trabajo, pero al final siempre acabamos preguntándonos: ¿esto está bien, esto está mal?

AITOR: Como las cosas que hacemos son de escala más bien pequeña, siempre hacemos maquetas a escala 1:20, un tamaño al que hemos aprendido a ver las cosas, a pensarlas y visualizarlas. Nos sirven también para presentar el proyecto al cliente, etc. Hay gente que ve en nosotros referentes que no ven en otros arquitectos de nuestra generación, el tema de las maquetas es uno; por otra parte, casi no mostramos planos.

IGOR: Cada uno de nosotros dibuja un poco a su manera. No tenemos un estándar. Si alguien quisiese publicar algo sobre nuestra obra sería difícil presentar una documentación coherente de todos los proyectos. No tenemos un libro de estilo.

 

— Escena dos —
BAR PASAJES

Parece que toca cambiar de bar. Los Ge deciden que nos acerquemos al centro, a un bar de regusto benjaminiano a medio camino entre el pasaje y el callejón, dotado de la domesticidad extraña propia de los vestíbulos de escalera. Entretanto veníamos hablando de revistas y la cosa se retoma por ahí.

GUILLERMO: ¿Habéis construido alguna casa que os dé vergüenza publicar?

IGOR, AITOR [al unísono]: No.

 

GUILLERMO: ¿No habéis hecho encargos por dinero?

IGOR: No.

AITOR: A veces hemos publicado el presupuesto de algunas reformas, muy bajo, y lo que ocurre es que mucha gente viene y quiere una casa así de barata, cuando el contexto en que se han construido es muy distinto, como sucede con el proyecto que hicimos en Extremadura.

IGOR: Alabar la arquitectura por su precio me parece lamentable, no es una carta presentación.

 

GUILLERMO: ¿En qué os basáis cuando empezáis un proyecto? ¿Os repartís entre vosotros los encargos?

IGOR: Sí, los repartimos. Aun siendo cuatro y diferentes entre nosotros, sí existe una evolución de intereses parecidos, quizás por contaminación. Probablemente ahora no haríamos los proyectos como los hicimos. La vivienda que estamos haciendo en la Floresta (Barcelona) es un ejemplo, llevaba cuatro años parada. Hasta ahora no hemos hecho una sola zapata, ni cimentación. Es bastante frustrante.

AITOR: Cuando estábamos estudiando no lo imaginábamos ni en el peor de los casos. Entonces veíamos que lo normal era diseñar teatros, museos, etc., y pensabas que estabas estudiando para hacer eso, y no es que fueras un flipado ni nada por el estilo, es que eso era lo normal.

IGOR: Hay algo muy importante para nosotros que es construir las cosas. Aun así no tenemos un método o un estilo de representación definidos.

 

GUILLERMO: No estoy muy de acuerdo.

IGOR: Todo lo que hacemos son al final herramientas pensadas para construir el proyecto. Nuestros planos suelen ser feos.

AITOR: Algunos hay más afortunados que otros, pero para nosotros el plano no es un proyecto. Hay gente para quien el plano es un fin, un proyecto. En cambio para nosotros es un medio, y cada vez más. El fin es construir.

 

— Escena tres —
BAR LA PLATA

El camino sigue descendente, dirección mar. Acabamos en La Plata, donde sólo se pueden pedir cuatro o cinco tipos de platos. Menú: pescado frito, butifarra y ensalada de tomate con anchoas.

GUILLERMO: ¿Hacéis caso a los comentarios sobre vosotros?

IGOR: No.

 

GUILLERMO: En la revista Apartamento a menudo entrevistáis a arquitectos que han convertido su hogar en un verdadero experimento. Os fascinan personajes como Eduardo Longo o Ricardo Bofill que, como el protagonista de una novela de Joris-Karl Huysmans, han creado su propio mundo, una arquitectura que les permite protegerse de algo…

AITOR: Nos gusta la gente que ha sido capaz de crear un universo personal, una especie de cosmogonía propia. Muchas veces vemos cómo lo que nos interesan son las obras de su juventud. Nos ha pasado en muchos casos que, en lugar de hablar del pasado, quieren hablarnos del presente y de lo que hacen ahora, de lo que los mantiene vivos.

 

GUILLERMO: ¿Construiríais un experimento así para vosotros?

AITOR: Supongo que es algo que se genera con el tiempo.

 

GUILLERMO: Respecto a esa idea de experimento, vuestro trabajo con los muebles o las exposiciones que recientemente habéis diseñado, ¿os sirven para canalizar algo que no podríais materializar de otro modo?

IGOR: No, para nosotros es lo mismo. Los muebles permiten concretar algo de esa constelación que nos rodea. El esquema organizativo que tenemos es una nebulosa. Hay bastante aleatoriedad en la distribución de trabajos.

AITOR: No sé si las sillas son una prueba o un punto. No hacemos una gran novela por un lado y luego escribimos relatos eróticos aparte, todo es la misma cosa. Lo que agradecemos es la poca distancia que existe entre el primer dibujo, su ejecución y la realidad.

 

GUILLERMO: Otra de las cosas que se refleja en vuestras entrevistas para Apartamento es que os interesa la historia que hay detrás de cada proyecto, de cada casa. En vuestro caso concreto, ¿en qué medida influyen las historias en los proyectos que hacéis? ¿Cómo las utilizáis a la hora de enfocar vuestro trabajo?

IGOR: Creo que tu pregunta tiene que ver con la densidad. Cargar algo con cosas tuyas y que, al final, todo se entremezcle. Consiste en crear una historia. Lo que me gusta de Jorge Oteiza es precisamente eso: era alguien capaz de mezclar cosas muy reales con otras muy imaginarias y construir de ese modo su propio universo.

AITOR: Volviendo a la pregunta, creo que cada vez le falta más sedimento a la arquitectura.

 

GUILLERMO: A eso se suma una enorme burocratización de los proyectos. Al final, el papeleo acaba consumiendo una cantidad desproporcionada de recursos. Hay un desequilibrio enorme entre lo pensado, la generación del trabajo puro y duro y la hipernormativización de todo, de la que no se salva la arquitectura.

JONATHAN: Creo que no hay ningún proyecto nuestro en el que cumplamos estrictamente la normativa.

JORDI: Pero no militamos por ello en contra de la normativa como principio. Siempre intentamos conseguir algo dentro lo razonable. Lo que ocurre es que a veces cumple y a veces no. La normativa está pensada para minimizar el daño de lo peor.

AITOR: Sólo hace falta darse una vuelta por la ciudad y darse cuenta de que la mayoría de la arquitectura que hay es de muy mala calidad, pero la ironía es que sí cumple la normativa.

IGOR: Déjame volver al tema del tiempo. Una conocida tiene un hotel algo bohemio vinculado a la ópera al que una vez fuimos a tomar champán y donde nos contó una extraña teoría de un amigo suyo, que defendía que el tiempo de hoy en día no es el mismo que antiguamente. Creo que respondía a una teoría matemática. Un segundo de hoy es más breve que el de hace cien años. Pero volviendo a la densidad ¿Qué tiene, por ejemplo, un arquitecto como Smiljan Radic que no tengamos nosotros?

 

GUILLERMO: ¿Qué exactamente?

IGOR: Más capacidad de concentrar densidad. Una vez leí un artículo de Ábalos y Herreros donde criticaban ese concepto, pero en realidad hablaban de algo distinto a lo que yo me refiero. La densidad para mí consiste en tener la capacidad de superponer varias capas sobre algo con la ayuda del tiempo. Por ejemplo, los carpinteros con los que trabajamos haciendo muebles son casualmente los mismos que hacían el mobiliario a Federico Correa y Alfonso Milà. Ellos nos contaban cómo Milà solía pasarse tardes enteras mirando un mueble, una silla. Se quedaba ahí, callado, observando qué sé yo, quizás la proporción de la barra del restaurante Flash Flash. Así una tarde entera. Hacer eso hoy en día es imposible, primero porque te llaman al móvil o te suena el WhatsApp.

AITOR: Hoy haces una foto con el móvil deprisa, vas en el metro y la vas mirando interrumpidamente… Lo hacemos todos ¡Imagínate poder hacer eso durante toda una tarde!

IGOR: Por ejemplo, un edificio como Torres Blancas hoy en día sería imposible.

 

GUILLERMO: Allí se juntaron muchas cosas, empezando por el promotor. Pero, por cierto, más que con la densidad, os conecto con ciertas formas de hedonismo.

IGOR: Me encanta que nos conecten con eso.

 

GUILLERMO: Aunque sea una frivolidad lo que voy a decir, hablando sobre vosotros con gente muy distinta, muchas veces me han dicho que Arquitectura-G es muy masculina. Además os encanta provocar en ese sentido, como habéis hecho con el anuncio de la Balensiya, un balancín de Indoors sobre el que se sienta una chica desnuda.

AITOR: Somos postfeministas [ríen].

IGOR: Una clienta nos dijo algo similar hace poco. Creo muchísimo en lo masculino y lo femenino, no tienen nada que ver, ¡pero de ahí a pensar que haya cosas masculinas o femeninas! Sí existe, en cambio, una interpretación distinta del ojo masculino y del ojo femenino, pero las cosas no tienen atributos de género por sí mismas.

AITOR: ¿Creéis que si fuésemos dos hombres y dos mujeres el producto sería diferente?

 

— Escena 4 —
COCTELERÍA NEGRONI

Ha llegado el momento de la noche en que ya no es necesario formular siquiera las preguntas. La conversación continúa…

IGOR: Volviendo al hedonismo, los proyectos que hacemos a veces exigen recurrir a inventos, a soluciones diseñadas expresamente, que no son de catálogo y que, quizás, envejecen más deprisa, pero que a la vez transmiten una extraña sensación de confort. Son cosas que se deterioran pero a la vez mantienen su porte. Es algo que hacía también Enric Miralles, un arquitecto en el que nos hemos ido fijando los últimos años.

AITOR: Seguro que hay arquitectos que se enorgullecen al decir que en una casa construida por ellos hace cincuenta años todo cierra como el primer día. Alguien te podría argumentar eso como signo de buen hacer. Creo que hablas más del cariño puesto en las cosas.

IGOR: La última vez que comimos en el Flash Flash estábamos en la barra, junto a la pared, y vi cómo la esquina se había comenzado a abrir. Confieso que sentí cierto placer en eso. El día que se rompen las cosas de catálogo lo hacen de un modo que obliga a sustituirlas irremediablemente. Sin embargo hay otras cosas que se pueden permitir mantenerse medio rotas.

 

GUILLERMO: Habláis de Miralles y otros arquitectos, ¿pero usáis referentes que no provengan de la arquitectura?

IGOR: Bueno, depende del proyecto. Hicimos hace poco un concurso para un hotel y nos basamos muchísimo en algunas pinturas para la propuesta de iluminación. Siempre las tomamos de un modo muy literal, explicativo y visual.

 

GUILLERMO: Parece además que tenéis muchos referentes del mundo del diseño y la moda.

IGOR: Aunque cada vez me interese menos, la moda es para mí más cercana que el mundo del arte. Antes seguía bastante el mundillo pero, aunque sigue habiendo algunos personajes que me fascinan, no estoy tan al día.

AITOR: La primera vez que leí algo sobre Issey Miyake fue leyendo a Tusquets. Me fascinaba, veía en sus pliegues cierta arquitectura, pero ahora la verdad es que me cuesta más.

 

GUILLERMO: ¿Un decálogo?

AITOR: Podríamos hablar más de procedimiento que de objetivos.

 

GUILLERMO: ¿Cuál?

AITOR: Hacer de todos los proyectos una maqueta muy grande, a escala 1:20. Es lo único que se repite entre proyectos. Es algo que, por cierto, no proviene de nuestra formación universitaria, donde existía un culto a la maqueta. Allí parecía un fin en sí mismo, debía estar bien acabada. No era tanto una herramienta como una forma de pasar a limpio el proyecto.

IGOR: Otra característica de nuestro trabajo es que no hay documentos en limpio.

 

GUILLERMO: Aparte de los procedimientos, volvamos al tema de los decálogos o los objetivos.

AITOR: Dominar el mundo [risas]. Sería muy pretencioso por nuestra parte tener un decálogo de objetivos.

IGOR: Vamos acumulando una serie de referentes y al final todo se destila según esos deseos. Luchamos al máximo para que se ejecuten, por encima de modas o incluso del cliente.

AITOR: Hay algo que tiene que ver con la construcción del confort, con la producción de los factores que pueden desembocar en conseguir estar en un espacio de forma placentera. Tiene que ver con el hedonismo al que te referías al principio.

IGOR: Me da pavor el hecho de que ese hedonismo no se refleje en los documentos. Vemos las casas que nos gustan y puedes percibir que sus habitantes se lo pasaban bien.

 

GUILLERMO: ¿Todo son proyectos privados? ¿Forma parte del decálogo?

IGOR: Dejamos de presentarnos a concursos. Nos presentamos a unos diez y nos pareció una pérdida de tiempo y de ilusión, los que ganaban siempre eran proyectos tristes. Creo que vimos que no nos interesaba meternos en eso. Pensamos que debíamos aplicar todo ese tiempo a otras cosas más personales, como el mobiliario, cosas que han dado frutos. Además empezaron a entrar algunos proyectos privados. No sé, simplemente tomamos la decisión.

 

GUILLERMO: Pero teníais libertad máxima.

IGOR: Igual es lo que no nos va, tener libertad máxima.

 

GUILLERMO: Recuerdo el cuento de Adolf Loos en que el arquitecto lo diseña todo, hasta las pantuflas del cliente. El ámbito doméstico es difícil para el arquitecto porque actúas directamente sobre la vida íntima de las personas, con todos sus riesgos. Por otra parte resulta contradictorio diseñar el hedonismo, porque siempre parece surgir de factores incontrolables, aunque haya cosas que puedan favorecerlo. ¿Os imponéis un límite? ¿Dónde paráis?

IGOR: Tiene que ver con nuestros intereses. Queremos hacer un sofá circular de obra que hemos intentado poner en varios sitios hasta lograrlo. El límite al final está en lo que queremos hacer y en cómo lo encajamos en cada propuesta. Hay una sensibilidad previa frente al cliente y al programa. El límite es el programa. A partir de ahí es una cuestión de persuasión.

Antes nuestra obsesión era que las cosas no estuviesen diseñadas. Uno de los primeros pisos fue para mi hermana. Ese piso no estaba muy diseñado. La idea era que las habitaciones perimetrales pudiesen intercambiar su uso en el futuro, que lo único fijo fuese el centro. Había tomas de tele e instalaciones por todas partes que permitían el cambio.

AITOR: A día de hoy somos más deterministas que antes. Ahora diseñamos más el uso de cada estancia, incluso del mobiliario.

IGOR: Si hacemos un salón, cada vez nos cuesta más prescribir un sofá estándar, preferimos hacer un sofá de obra que genere un lugar específico. Es algo que jamás hubiésemos hecho de estudiantes, un sofá con forma cóncava.

 

GUILLERMO: ¿Para quién os gustaría hacer una casa?

IGOR: Para Iker Jiménez.

 

GUILLERMO: ¿Creéis en el más allá?

AITOR: No, pero las ciencias ocultas sí nos gustan.

 

GUILLERMO: ¿Habéis tenido alguna experiencia?

AITOR: Me gusta que saques este tema porque hace poco tuvimos una experiencia extracorpórea de camino al estudio, de noche.

IGOR: Una fantasmogénesis…

AITOR: Fue una experiencia extracorpórea por mi parte que ni siquiera viví.

[Risas.]

Guillermo López

Guillermo López (1980) es arquitecto y cofundador del estudio MAIO. Escribe regularmente en publicaciones especializadas y es editor de la revista Quaderns d'arquitectura i urbanisme.