Contenido

Nueva sensibilidad

oy millennial y, como miembro de esta generación de nombre galáctico, he sido frecuentemente tachada de consentida, narcisista, egocéntrica, impaciente y hasta de ni-ni por parte de baby boomers y Gen Xers. Los millennials somos los jóvenes nacidos entre principios de los ochenta y finales de los noventa. Los últimos niños del siglo XX y los primeros adolescentes del nuevo milenio. Somos los hijos y alumnos de los baby boomers y los sobrinos y primos pequeños de los integrantes de la Generación X quienes, a la misma vez que recelan, guardan cierta esperanza en nosotros desde que su mundo se desmorona. 

Modo lectura

Recuerdo un titular en la prensa nacional durante la recesión de 2012: “Millennials, la generación malcriada que quiere cambiar el mundo”. Por un lado,  el insulto nos viene de haber crecido en una época de prosperidad económica caracterizada por un alto nivel de bienestar y seguridad. Mientras que esa suerte de espíritu revolucionario es, entre otros factores, consecuencia de una personalidad forjada en las nuevas experiencias vitales ofrecidas por un mundo tecnológico.

Los de mi generación ostentamos el título de primeros nativos digitales de la historia porque, a pesar de no haber nacido ya rodeados de todo tipo de gadgets como nuestros hermanos y primos pequeños de la Generación Z, fuimos creciendo al mismo tiempo que la tecnología y realizamos el cambio de analógico a digital de forma natural a una edad temprana. De estar todo inventado, de repente, todo pasó a estar por inventar y nosotros teníamos la suerte de encontrarnos entre ese primer grupo de exploradores y conquistadores en habitar una nueva tierra llamada Internet.

 

 Breve historia generacional de Internet 

Cuando Internet llegó a nuestras casas a principios y mediados de los años dos mil, la Red era una especie de selecto mundo paralelo en el que podías empaparte del ambiente y rodearte de la gente con la que te hubiera gustado que tu entorno más cercano te hubiera bendecido. Pasar muchas horas delante del ordenador aún estaba mal visto y hasta estaba considerado como una actividad propia de outsiders por los mismos que hoy no pueden pasar ni un solo día sin su smartphone. Fueron los últimos años de bonanza, una época más individualista también digitalmente. En aquella época Facebook aún no existía y eran MySpace y Fotolog las redes que triunfaban.

Fotolog era una página que mezclaba el concepto de red social con el de blog. Te permitía subir una foto al día acompañada de un texto y los usuarios aprovechaban aquel espacio para contar su día, copiar la letra de una canción con la que se sentían identificados o contestar tests en los que desvelaban información sobre sus gustos y preferencias. Por otro lado, MySpace constituyó, sin duda, el antecedente más directo de la red social de Mark Zuckerberg, pero el nivel de interacción entre usuarios fue mucho menor en ésta. MySpace fue una red que en su pico de fama estuvo siempre más orientada hacia el “yo”. Nos encontrábamos en plena época dorada de las tribus urbanas y lo importante era customizar tu perfil lo máximo posible para distinguirte y venderte a un determinado tipo de amigos y contactos con gustos afines.

Sin embargo, nuestra relación con Internet ha ido poco a poco evolucionando, y mientras los inmigrantes digitales siguen viendo la Red como una herramienta, para nosotros se ha convertido en una extensión de la vida real sin la que, además, ya no concebimos el mundo. Pero, en cierto modo, si se ha producido este cambio es porque Internet también ha ido cambiando con nosotros. Con la llegada de los timelines (ese espacio en el que van apareciendo en tiempo real las publicaciones de nuestros amigos), los reblogs y los retuits (ambos consistentes en mostrar a través de tu usuario lo que otros han publicado), las redes sociales han adquirido un enfoque más colectivo y, mientras que en Fotolog y MySpace tú eras el centro y protagonista absoluto de todas tus cuentas, las redes que manejamos ahora, como Facebook y Twitter, conforman comunidades sólidas en las que los demás son exactamente igual de importantes que tú. El objetivo principal es compartir una información que, además, gracias a los smartphones y las tablets, nos llega de forma inmediata a cualquier rincón de nuestro día a día y de la que, prácticamente, acabamos enterándonos aunque no queramos. Somos, por tanto, una comunidad a pesar de la percepción de aislamiento con la que frecuentemente se nos asocia. Una comunidad generadora de contenidos y colaborativa.

 

 Nuevos sinceros 

Pero puede que otro gran factor que haya moldeado nuestro espíritu se produjera incluso antes del desembarco en nuestras vidas del primer ordenador con Windows 95. Y es que fuimos niños criados en la cultura del sé tú mismo y llevamos bien arraigadas en nuestra personalidad la autenticidad y la fidelidad a uno mismo como valores esenciales. Un estudio reciente señalaba que más del 50% de los millennials encuestados prefería no tener empleo a estar en un trabajo que odiaran, así como que su elección de carrera no estuvo definida por el salario sino por el estilo de vida. Tal vez porque vimos a nuestros padres dejarse la piel en trabajos poco gratificantes para pagar una hipoteca y no alcanzar así la felicidad. Pero también porque estuvimos expuestos durante nuestra infancia, a través de sitcoms como Padres forzosos, El príncipe de Bel Air o Cosas de casa, a un movimiento cultural que se preocupaba de temas morales como respuesta al cinismo y la ironía posmodernos. Este movimiento, que nació a mediados de los ochenta y se bautizó como “nueva sinceridad”, lejos de haber desaparecido, vive ahora un nuevo momento de gloria con el éxito de series como Modern Family o Cómo conocí a  vuestra madre y cineastas de la talla de Wes Anderson, Sofia Coppola y Judd Apatow, cuyos personajes muestran sin complejos la vulnerabilidad e ingenuidad del ser humano y viven determinados a encontrar su propio sentido de la vida.

No cabe duda de que habernos expuesto en Internet durante la mayor parte de nuestra vida y, sobre todo, en la adolescencia, ha contribuido a reforzar nuestro ego. A través de blogs, vlogs, redes... nos hemos regodeado en nuestra personalidad, en lo que nos hace únicos y diferentes, resaltando nuestros mejores atributos y obviando los malos. Hemos aprendido a mostrar la mejor versión de nosotros mismos y, lo que es más importante, nos hemos empoderado al saber que no estábamos solos. 

No obstante, ahora que Internet es una extensión de la vida real, cada vez nos mostramos de manera más natural y espontánea. Con la inmediatez que nos proporciona un móvil y un buen paquete de datos, abrimos Twitter o Facebook y pecamos de quejicas, de ingenuos, de prepotentes, de enamorados... Ya no sólo mostramos la parte bonita y divertida de nuestras vidas, también plasmamos la parte sucia unas veces en arrebatos y otras con sinceridad, porque ésa es nuestra vida y la vida es así.

Nos caracterizamos, por tanto, por ser una mezcla de opuestos. Somos irónicos pero sinceros. Nostálgicos pero modernos. Nuestra subcultura hipster anhela épocas que no ha vivido imitando cortes de pelo propios de otras generaciones y vistiendo ropa vintage. En Instagram pasamos nuestras fotos por filtros que hacen envejecer el momento que se nos acaba de escurrir entre los dedos como si hubiera sucedido en un pasado lejano y, a la misma vez, nos gusta vivir en el futuro. Adoptamos las nuevas formas de comunicación, nos entendemos mediante iconos e imágenes; enviar a través de Snapchat una foto que tan sólo existirá durante diez segundos de nuestras vidas es suficiente para decirlo todo... 

Somos egocéntricos pero nos preocupa el medio ambiente y el futuro. Somos los niños que crecieron en la prosperidad económica pero que ahora viven un duro despertar en el que para la supervivencia sólo nos queda confiar en nuestros recursos naturales: esas habilidades y esa confianza adquiridas en la autoexploración llevada a cabo en la Red. Porque sabemos que las cosas se pueden hacer de manera diferente, porque nosotros mismos lo hemos experimentado, porque nos hemos desarrollado y definido como personas en un mundo global perfectamente interconectado en el que las antípodas de nuestros pequeños universos han estado a un solo clic de distancia y donde hemos encontrado un lienzo en blanco en el que expresarnos y hacer las cosas de manera alternativa, sin corsés ni intermediarios. Lo que ha configurado una mentalidad colectiva más tolerante, informada y creativa. Lo que ha configurado una nueva sensibilidad para una nueva era.

María Yuste

María Yuste (1988) ha escrito para medios como Vice, PlayGround y El Butano Popular. Edita un blog colaborativo sobre los años dos mil (Efecto2000.tk) y escribe su primer libro.

Josefina Andrés (1987) es diplomada en fotografía artística y ha trabajado para revistas como Vogue, Vice y Rolling Stone.