Contenido

Glenn Greenwald & Bill Keller

Objetividad y subjetividad en periodismo

Cabría pensar que se trata de una discusión entre la vieja y la nueva escuela de periodismo, pero sería un error enmarcar este intercambio en esos términos. Siempre hubo periodistas dispuestos a tomar partido de forma más o menos pública. Esta vez el debate que sacude al periodismo estadounidense desde hace un año cuestiona la credibilidad de los medios y el control ejercido por el gobierno para atajar las filtraciones. La administración Obama, que en campaña prometía ser la más transparente frente a la prensa, ha resultado ser más litigante y guerrera que ninguna hasta la fecha. Según el informe El gobierno de Obama y la prensa del Committee to Protect Journalists, seis trabajadores del gobierno y dos subcontratados, incluido Edward Snowden, han sido encausados desde 2009 apelando al Acta de Espionaje de 1917, acusados de filtrar información clasificada a la prensa, mientras que previamente, en toda la historia de EE. UU., sólo había habido tres casos así.

Modo lectura

Así las cosas, ¿tiene sentido un periodismo activista? ¿Se puede tomar partido y ofrecer información fidedigna? ¿Es la objetividad un eufemismo para referirse al respeto que un medio tiene a su gobierno? Sobre todo esto escribieron el octubre pasado la nueva estrella periodística detrás del caso Snowden, Glenn Greenwald, y Bill Keller, exdirector de The New York Times, en las páginas de ese diario.

Apenas un año antes, en el otoño de 2012, Glenn Greenwald había llamado a la redacción del diario The Guardian en Nueva York para anunciar que tenía la historia del siglo y, unos meses después, había destapado el espionaje masivo que realiza la National Security Agency estadounidense. Abogado especializado en Derecho Constitucional y Civil, montó su propio despacho y estuvo involucrado en casos sobre libertad de expresión. Trasladó su residencia a Brasil junto a su pareja, David Miranda, porque las leyes de inmigración no le otorgaban a éste los papeles para residir legalmente en EE. UU. 
Beligerante y combativo, Greenwald ha obtenido el Premio Pulitzer al Servicio Público y acaba de lanzar un nuevo proyecto periodístico, First Look Media, cuya primera publicación online,  The Intercept, ahonda en los papeles de Snowden. 

Bill Keller entró a formar parte de la plantilla de The New York Times en 1984, el diario para el que trabajó como corresponsal en Sudáfrica y Rusia, y que acabó dirigiendo desde 2003 hasta 2011. Gran articulista de opinión y ganador también de un Pulitzer, el documental Page One ofreció un resumen de sus años como director y los retos a los que el mítico diario ha hecho frente bajo su mandato. Esta primavera anunció que se embarcaba como director en The Marshall Project, un nuevo proyecto periodístico organizado como una fundación sin ánimo de lucro y enfocado en noticias relativas al sistema penal estadounidense. 

 

QUERIDO GLENN:

Llegamos al periodismo desde dos tradiciones distintas. Yo me he pasado la vida trabajando en periódicos que enfatizan el reporterismo agresivo pero imparcial, que esperan que los reporteros y sus editores guarden sus opiniones para sí mismos a menos que pasen (como yo lo hice) a escribir en unas páginas claramente identificadas como la sección de opinión. Tú vienes de una tradición activista, primero como abogado, luego como bloguero y columnista, y dentro de muy pronto como parte de parte de una aventura nueva de periodismo independiente financiada por el fundador de eBay, Pierre Omidyar. Tu escritura parte de un punto de vista claramente expresado.

El crítico de medios de comunicación de Reuters, Jack Shafer, celebraba este verano la tradición del periodismo que toma partido en una columna titulada “De Tom Paine a Glenn Greenwald” y lo enfrentaba a lo que calificaba de “ideal corporativo”. Él no explicaba esta expresión, pero no creo que lo dijera como halago. Henry Farrell, que escribe para el blog de The Washington Post, ha escrito más recientemente que publicaciones como The New York Times  y The Guardian “tienen relaciones políticas con los gobiernos que hace que se pongan nerviosos a la hora de publicar (y por tanto validar) determinado tipo de información”, y sugería que vuestro nuevo proyecto con Omidyar representará una bienvenida vía de escape a estas relaciones.

Siento mucha admiración por la historia de los periodistas-cruzadistas de EE. UU., desde los autores de panfletos hasta los muckrakers, el Nuevo Periodismo de los sesenta y los mejores blogueros activistas de hoy. En sus mejores momentos, su fortaleza y pasión han sido un estímulo fundamental para acometer reformas genuinas (a menudo, como en la llamada Era Progresista, gracias a “las relaciones políticas con los gobiernos” de los periodistas). Espero que tu cobertura del hiperactivo programa de vigilancia que ha llevado a cabo la NSA conduzca a una explicación gubernamental que llega con retraso.

Pero el tipo de periodismo que practican The New York Times y otros medios mainstream —en sus mejores momentos— incluye muchas cosas de las que sentirse orgulloso también: revelaciones como Watergate o la tortura y las prisiones secretas, pasando por la mala fe de la industria financiera, e incluyendo la denuncia anterior a la filtración de Snowden sobre el abuso de autoridad de la NSA. Estos son momentos cumbre que me vienen a la cabeza, pero encontrarás ejemplos de ello en la edición de cada día. Los periodistas que forman parte de esta tradición tienen muchas opiniones, pero al dejarlas a un lado para seguir las pistas de los hechos de una historia —igual que un juez en la Corte se supone que tiene que dejar a un lado sus prejuicios para adherirse a la ley y la evidencia— a menudo acaban produciendo un resultado que es más sustancial y más creíble. La prensa mainstream ha cometido errores —episodios de excesiva credulidad, sensacionalismo, falsa ecuanimidad y falta de atención— por los que ha sido merecidamente azotada. Espero que digas que no ha sido azotada lo suficiente. Así que te paso el látigo.

 

QUERIDO BILL:

No hay ninguna duda de que los periodistas que trabajan en los medios del establishment, entre los que claramente se encuentra The New York Times, han producido sobresalientes reportajes en el ultimo par de décadas. Creo que nadie pone en tela de juicio que lo que se ha convertido (de manera bastante reciente) en el modelo estándar para un reportero —no mostrar la perspectiva subjetiva que uno tiene o lo que parece ser que son “opiniones”— excluya el buen periodismo.

Pero este modelo también ha producido mucho periodismo atroz y algunos hábitos tóxicos que están debilitando la profesión. Un periodista a quien le petrifica la idea de aparecer expresando cualquier opinión, con frecuencia se mantendrá lejos de frases afirmativas sobre lo que es verdad, y optará, por el contrario, por formulaciones cobardes que ofrecen poca ayuda, del tipo “esto es lo que ambas partes dicen y yo no voy a resolver el conflicto”. Así, se remunera la falta de honestidad de políticos y miembros de las corporaciones que saben que pueden contar con reporteros “objetivos” para amplificar sus mentiras sin que sean puestas en cuestión (y así el reporterismo se ve reducido a “X dice ‘Y’” en lugar de “X dice ‘Y’, y eso es falso”).

Peor aún, este límite sofocante sobre cómo se les permite a los reporteros que se expresen, produce una forma de periodismo autocastrado que se vuelve tan poco efectivo como aburrido. No llamar a la tortura, “tortura”, porque un miembro del gobierno pide que se use un eufemismo más agradable, o equiparar de manera algo perezosa una afirmación que puede demostrarse que es verdadera con una que puede demostrarse que es falsa, drena la pasión, la vitalidad, la energía y el alma del periodismo.

Lo peor de todo, este modelo se sostiene en un falso concepto. Los seres humanos no son máquinas guiadas por la objetividad. Intrínsecamente, todos percibimos y procesamos el mundo desde un prisma subjetivo. ¿Qué valor tiene pretender otra cosa?

La distinción relevante no es la que separa a los periodistas que tienen opiniones de los que no las tienen, porque esta última categoría es un mito. La distinción relevante es entre periodistas que honestamente muestran sus asunciones subjetivas y sus valores políticos, y aquellos que deshonestamente pretenden no tener ninguno o los ocultan a sus lectores.

Más aun, todo periodismo es una forma de activismo. Cada decisión periodística necesariamente abraza unas asunciones altamente subjetivas —culturales, políticas o nacionalistas— y sirve a los intereses de una facción u otra. El abogado que trabajó en el Departamento de Justicia de Bush, Jack Goldsmith, alababa en 2011 lo que calificaba de “patriotismo de la prensa americana”, y a lo que esto se refería era a su alineación para proteger los intereses y las políticas del gobierno de EE. UU. Eso puede (o no) ser algo noble, pero lo que está claro es que no es objetiva: es bastante subjetiva y activista de la manera clásica.

Pero, al final, la única métrica verdadera del periodismo que debería importar es su exactitud y fiabilidad. Yo, personalmente, pienso que mostrar de forma honesta los valores subjetivos que uno tiene, en lugar de esconderlos, hace un periodismo más honesto y fiable. Pero ningún periodismo —desde el más objetivo al más apasionadamente opinante— tiene ningún valor real a menos que esté firmemente anclado en hechos, evidencias y datos verificables. La afirmación de que periodistas que claramente expresan su opinión no pueden producir buen periodismo es tan inválida como la afirmación de que el periodismo libre de perspectivas tampoco puede hacerlo.

“VIVIMOS EN UN MUNDO DE MEDIOS AFINES A TENDENCIAS POLÍTICAS EN EL QUE LOS CIUDADANOS CONSTITUYEN CÁMARAS DE RESONANCIA PARA SUS PROPIAS CREENCIAS. [POR ESO] CREO HOY MÁS QUE NUNCA EN LA ENORME NECESIDAD DE UN PERIODISMO IMPARCIAL, PORQUE [...] ES DEMASIADO FÁCIL SENTIRSE INFORMADO SI NUNCA TE ENCUENTRAS CON INFORMACIÓN QUE PONE EN CUESTIÓN TUS PREJUICIOS”
Bill Keller

 

QUERIDO GLENN:

Yo no pienso en ello como reporteros que pretenden carecer de opiniones. Pienso en reporteros que ponen en suspenso sus opiniones y que dejan que la evidencia hable por sí sola. Y es importante que no sea un ejercicio individual, sino una disciplina institucional, con editores que tengan el cometido de desafiar a los escritores si estos han dado poca bola a hechos contrarios o a argumentos que los lectores pueden querer conocer.

La cuestión es que una vez que has declarado públicamente tus “asunciones subjetivas y valores políticos”, es parte de la naturaleza humana querer defender esto, y resulta tentador el omitir o minimizar algunos hechos, o enmarcar la discusión de manera que sostenga tu punto de vista claramente expuesto. Algunos lectores, a sabiendas de que escribes desde una postura de izquierdas o de derechas, mirarán el trabajo de reporterismo con una suspicacia justificada. Por supuesto, puede que lo hagan de todas maneras —denostando lo que sea que hayan leído porque ha salido en el liberal The New York Times—, pero creo que la mayoría se fía más de nosotros porque intuye que hemos llevado a cabo las diligencias pertinentes, no hemos simplemente argumentado a favor de un caso.

Una vez vi una encuesta entre los lectores del Times en la que se les preguntaba si pensaban que The New York Times era liberal. La mayoría dijo que sí. Luego se les preguntaba si pensaban que era justo. Una amplia mayoría dijo que sí. Y creo que podría vivir con esto. Ahora trabajo en las páginas de opinión, pero como reportero y editor he entendido mi trabajo no como un medio para decirle al lector lo que pensaba, o lo que éste debía pensar, sino para contarle lo que necesitaba saber para que pudiera decidir por su cuenta.

Tienes razón, claro, cuando apuntas que algunas veces el resultado de ese proceso es menos excitante que una apasionada polémica. Algunas veces el fair play se convierte en una equivalencia falsa, o se siente como un eufemismo. Pero resulta algo simplista decir, por ejemplo, que a menos que uses la palabra “tortura” estés fallando en el test de valentía o tapando el mal. Claro que yo considero que el waterboarding es tortura. Pero si un periodista me ofrece una descripción detallada de waterboarding, hace mención a la larga lista de regímenes políticos monstruosos que lo han practicado, y luego plantea el debate legal sobre si supone una violación de un estatuto específico o un acuerdo internacional, no me importa si usa esa palabra o no. Estoy contento y plenamente informado para poder sacar mi propia conclusión.

Si Jack Goldsmith, el abogado de la administración Bush, hubiera alabado a la prensa de EE. UU. por, según dices tú, “su alineación para proteger los intereses y políticas del gobierno de EE. UU.”, entonces estaría en total desacuerdo con él. Hemos publicado muchas historias que ponen en cuestión las políticas y los intereses del gobierno. Pero eso no es exactamente lo que Goldsmith dice. Él dice que el NYT y otros grandes medios de comunicación toman en consideración, y de manera seria, la idea de que publicar algo puede poner en peligro la seguridad nacional; es decir, que alguien puede morir como resultado de ello. Eso es verdad. Escuchamos respetuosamente sus reclamaciones, y luego tomamos nuestra propia decisión. Si no nos convencen sus argumentos, publicamos la información con feroces objeciones por parte del gobierno. Si sí nos convencen, esperamos o retenemos los detalles.

¿Qué normativa impondrías tú sobre la publicación de información que según algunos pone en peligro la seguridad nacional? Y me hago cargo que esto no es una pregunta enteramente hipotética. ¿Dejarías que el gobierno expusiera su caso?

 

QUERIDO BILL:

Por qué los periodistas que esconden sus opiniones van a sentirse menos tentados por la propia naturaleza humana para manipular su reporterismo que aquellos que son honestos sobre sus opiniones? En todo caso, esconder tu punto de vista permite a un reportero un margen mayor para manipular su reporterismo, porque el lector no es consciente de esos puntos de vista que están escondidos, y por lo tanto no puede tenerlos en cuenta.

Por ejemplo, no supe hasta mucho tiempo después de los hechos que John Burns [corresponsal del NYT] albergaba una visión bastante favorable sobre el ataque a Irak. En 2010 y 2011 no sólo admitió que no previó la matanza y la destrucción que la invasión infligiría, sino que también veía a los soldados estadounidenses como “ángeles evangelizadores” y “liberadores”. ¿Eso le convierte en un activista más que en un periodista? No lo creo. Pero como lector de verdad hubiera deseado conocer su punto de vista en aquel momento en el que él estaba cubriendo la guerra para poder tenerlo en cuenta.

Creo que es muy difícil argumentar que el tono ostensiblemente “objetivo” que requieren los grandes medios genera mayor confianza por parte del público, dada la baja estima con la que el público juzga a esas instituciones mediáticas. Más que preocupaciones en torno a inclinaciones ideológicas, el colapso de la credibilidad de los medios es resultado de cosas como la ayuda prestada al gobierno de EE. UU. para diseminar las falsedades que condujeron a la Guerra de Irak y, de forma más general, la flagrante servidumbre al poder político; patologías exacerbadas por la prohibición de hacer cualquier afirmación clara y declarativa sobre las palabras y acciones de los políticos, por miedo a ser acusados de tendenciosos.

Nadie cuestiona que se debe tener en cuenta, antes de publicar una información, los peligros que ésta puede conllevar para vidas inocentes. Pero yo no doy más peso a las vidas de estadounidenses inocentes que a las de inocentes no estadounidenses, ni tampoco sentiría una lealtad especial con el gobierno de EE. UU. frente a otros gobiernos a la hora de decidir qué publicar. Cuando Goldsmith elogió el “patriotismo” de los medios estadounidenses, quería decir que los medios de EE. UU. tienen una lealtad especial hacia los puntos de vista y los intereses del gobierno de EE. UU.

Supongo que uno puede argumentar que esto es como tiene que ser. Pero sea cual sea ese estado mental, claramente no es objetivo. Es nacionalista, subjetivo y activista, que es mi argumento principal: todo periodismo es subjetivo y es una forma de activismo, incluso cuando hay un intento por tratar de pretender que esto no sea así.

No tengo ninguna objeción al proceso por el cual la Casa Blanca tiene permiso para conocer de antemano la publicación de secretos sensibles.

De hecho, con WikiLeaks, quienes abogaban por la transparencia más radical fueron a la Casa Blanca y buscaron una guía para publicar los temas sobre las guerras de Irak y Afganistán, pero la Casa Blanca declinó responder, y luego cometió la temeridad de criticar a WikiLeaks por publicar material que dijeron que debía haber sido retenido. Ese proceso de prepublicación es razonable periodísticamente (los periodistas deben tener tanta información relevante como puedan obtener antes de tomar decisiones sobre la publicación) y legalmente inteligente (cualquier abogado del Acta de Espionaje te dirá que este tipo de consulta puede ayudar a la hora de probar las intenciones del periodista). Durante la cobertura del tema de la NSA que he hecho —no sólo con el Guardian sino con medios de todo el mundo—, la Casa Blanca recibió notificaciones de los editores antes de la publicación (aunque en la amplia mayoría de los casos sus requerimientos de que determinada información fuese suprimida fueron obviados, debido a la falta de motivos específicos para esta supresión).

Mi objeción no es ante el proceso mismo, sino ante situaciones específicas que conducen a la supresión de información que debería ser pública. Sin ánimo de ser rencoroso, creo que la decisión en 2004 del NYT de retener una historia sobre la NSA a petición de la administración ha sido una de los episodios más indignantes de este tipo, pero hay muchos otros.

En esencia, yo veo que el valor del periodismo se sostiene en una doble misión: dar información exacta y vital al público, y en su habilidad única para ejercer un control frente a aquellos que ostentan el poder. Cualquier norma no escrita que interfiera con cualquiera de estos dos pilares es lo que considero la antítesis del periodismo de verdad, y deben ser ignoradas.

 

QUERIDO GLENN:

Nacionalista” es la palabra que usas para describir el estado mental de la prensa estadounidense, y es una etiqueta que lleva una carga desagradable. Es el lado oscuro del (igualmente simplista) patriotismo. Sugiere lealtad ciega y chovinismo. Asumo que no la usas por casualidad. Y no puedo realmente dejarlo pasar.

The New York Times es global en la recolección de noticias (tiene 33 delegaciones fuera de EE. UU.), en su plantilla (para empezar, su director ejecutivo es británico) y especialmente en sus lectores. Pero es, desde su raíz, una empresa estadounidense. Y esa identidad acarrea beneficios y obligaciones. Los beneficios incluyen una constitución y una cultura que, comparada con la de la mayor parte del mundo, favorece la libertad de prensa. (Es por eso que tus editores de The Guardian han buscado aliarse con nosotros en más de una ocasión en aventuras periodísticas sensibles, buscando amparo del Acta Británica de Secretos Oficiales en nuestra Primera Enmienda.) Las obligaciones incluyen sobre todo pedir cuentas al gobierno cuando viola la ley, traiciona nuestros valores o falla a la hora de cumplir con sus responsabilidades. Hemos gastado considerable energía periodística en exponer la corrupción y la opresión en otros países, pero el pedir cuentas empieza en casa.

Como cualquier labor llevada a cabo por seres humanos, la nuestra es imperfecta, y a veces decepcionamos. Los críticos desde la izquierda, incluido tú, estaban indignados cuando se enteraron de que retuvimos la historia sobre las escuchas de la NSA durante más de un año, hasta que yo estuve satisfecho y consideré que el interés público estaba por encima de cualquier daño potencial que esta información pudiera acarrear a la seguridad nacional. Los críticos de la derecha estaban aún más furiosos cuando en 2005 la publicamos. Gente honorable puede estar en desacuerdo con estas decisiones, con publicar o con no hacerlo, pero esos juicios son resultado de cálculos largos, duros e independientes, de poner en la balanza riesgos y responsabilidades, y no del “vasallaje al gobierno estadounidense”.

¿Nuevo tema? Pierre Omidyar, tu nuevo empleador, piensa que se ha encontrado con el futuro del periodismo y que ése eres tú. En una entrevista dijo que la confianza en las instituciones está cayendo y que ahora el público quiere conectar con las personalidades. Así que está construyendo una constelación de “estrellas solistas imbuidas de pasión”: investigadores-cruzadistas. Sé que no hablas en nombre de Omidyar, pero tengo algunas preguntas sobre como ves este nuevo mundo.

En una entrevista con mi viejo amigo David Cay Johnston dijiste que la cobertura de los gobiernos y de otras grandes instituciones va a cambiar radicalmente por la omnipresencia del contenido digital. Los gobiernos y las empresas dependen de vastos tesoros de información. Todo lo que hace falta es, dijiste, acceso y una conciencia preocupada para crear a un Edward Snowden o un Bradley Manning. Pero a mí me parece que se necesita otra cosa: estar dispuesto a jugártelo todo. Manning está cumpliendo una condena de 35 años por las filtraciones de WikiLeaks, y Snowden se enfrenta toda una vida en el exilio. Las mismas herramientas digitales que hacen tan fáciles las filtraciones también dificultan no ser pillado. Ésa es una razón, creo, por la que la abrumadora preponderancia del periodismo de investigación viene de periodistas que cultivan sus fuentes durante meses o años, no de gente “de dentro” que de repente decide confiarle a alguien a quien nunca ha conocido un USB lleno de secretos. ¿De verdad piensas que Snowden y Manning representan el futuro del periodismo de investigación?

“LA DISTINCIÓN RELEVANTE NO ES LA QUE SEPARA A LOS PERIODISTAS QUE TIENEN OPINIONES DE LOS QUE NO LAS TIENEN, PORQUE ESTA ÚLTIMA CATEGORÍA ES UN MITO. LA DIFERENCIA ES ENTRE PERIODISTAS QUE HONESTAMENTE MUESTRAN SUS ASUNCIONES SUBJETIVAS Y SUS VALORES POLÍTICOS, Y AQUELLOS QUE DESHONESTAMENTE FINGEN NO TENER NINGUNO O LOS OCULTAN A SUS LECTORES”
Glenn Greenwald

 

 

QUERIDO BILL:

Para entender lo que quiero decir al usar la palabra “nacionalista” examinemos el ejemplo que hemos discutido: la exclusión de la palabra tortura por el NYT a la hora de describir las técnicas de interrogación durante la administración Bush. Dices que el uso de esta palabra es innecesario porque describieron las técnicas en detalle. Vale, pero NYT (junto con otros medios) usa la palabra tortura para describir estas mismas técnicas sin reserva alguna cuando son empleadas por países que son adversarios de EE. UU. Eso es lo que quiero decir cuando digo “nacionalismo”: tomar decisiones periodísticas que se ajustan y están en línea con los intereses del gobierno de EE. UU.

No hago un uso peyorativo del término (por lo menos no del todo), sino simplemente descriptivo. Demuestra que el periodismo tiene un punto de vista y una serie de intereses con los que está en línea, aunque haga un esfuerzo para ocultarlo. En lo que respecta a nuestras fuentes, realmente no entiendo las distinciones que haces entre Snowden y otras fuentes más tradicionales.

Snowden fue a los periodistas que trabajan para periódicos que se cuentan entre los más respetados del mundo. No nos cayeron simplemente hard drives en el regazo: trabajamos durante bastante tiempo para entablar una relación de confianza y para crear un marco que nos permitiera informar sobre este material. ¿En qué medida es esto distinto de la decisión de Daniel Ellsberg de llevar los Papeles del Pentágono al NYT a principios de los setenta?

Dicho esto, has apuntado algo interesante e importante sobre los peligros a los que hacen frente las fuentes. Pero no se trata sólo de gente como Manning o Snowden quienes están haciendo frente a casos judiciales y largas penas en prisión. Los estadounidenses que han dado la voz de alarma y acudieron a medios más tradicionales —gente como Tom Drake y Jeffrey Sterling— también se enfrentan a
graves cargos criminales interpuestos por una administración que, como ha señalado el exconsejero general de su periódico, James Goodale, ha sido la más vindicativa a la hora de atacar el proceso de recolección de noticias que ninguna otra desde Nixon.

E incluso periodistas en este proceso como el ganador del Pulitzer que forma parte de su redacción, Jim Risen, se enfrentan a la amenaza real de acabar en prisión.

El clima de miedo, que ha sido deliberadamente cultivado, significa que —tal y como lo expone la periodista del New Yorker Jane Mayer— el proceso de recolección de noticias ha llegado a un parón. Muchos de los reporteros de temas de seguridad nacional del NYT como Scott Shane han hecho advertencias parecidas; que las fuentes están asustadas de usar los medios tradicionales de trabajo  con reporteros por las agresiones de la administración de Obama. La vigilancia ubicua obviamente aumenta este problema de manera exponencial, ya que la recolección de metadata vuelve casi imposible la comunicación entre una fuente y un periodista sin que el gobierno lo sepa.

Así que sí: junto con nuevas tecnologías que aumenten la privacidad, creo que también gente valiente e innovadora que da la voz de alarma como Maning y Snowden son cruciales para abrir un camino entre tanta oscuridad y que entre un rayo de sol. No debería necesitarse coraje extremo y determinación para incluso ir a la cárcel unas décadas o toda la vida para dar la voz de alarma sobre acciones equivocadas del gobierno, hechas en secreto. Pero así es. Y esto es un inmenso problema para la democracia al que deberían hacer frente todos los periodistas unidos. Reclamar la libertad de prensa básica en EE. UU. es un ímpetu importante para nuestro nuevo proyecto.

 

QUERIDO GLENN:

Claramente estamos de acuerdo en que la querencia por el Acta de Espionaje y su buena disposición para encarcelar a los reporteros que protegen a sus fuentes han generado un clima muy hostil para el periodismo de investigación de cualquier tipo. Estamos de acuerdo en que es algo deplorable y es malo para la democracia.

Hay otras cosas en las que estamos de acuerdo, pero este intercambio no estaba pensado para sentar las bases de un acuerdo, así que antes de terminarlo me gustaría regresar a lo que pienso que es nuestro desacuerdo más fundamental. Insistes en que “todo periodismo tiene un punto de vista y unos intereses que promover, aunque se haga un esfuerzo por ocultarlo”. Así que, por lo tanto, no tiene sentido intentar ser imparcial. (Esquivo la palabra “objetivo” porque sugiere un estado mítico y perfecto de la verdad.) Más aún, en un caso tras otro, cuando los medios generalistas están involucrados, estas convencido de que tú, Glenn Greenwald, sabes cuáles son esos intereses controladores. Nunca se trata de algo tan inocente como un sentido de fair play o la determinación de dejar que el lector decida; tiene que tratarse de una servil falta ante las poderosas fuerzas políticas.

Creo que la imparcialidad es una aspiración que merece la pena en periodismo, aunque no se alcance a la perfección. Creo que en la mayoría de los casos te acerca más a la verdad porque impone una disciplina de poner a prueba todas las asunciones, incluyendo especialmente las tuyas propias. Esa disciplina no surge de manera natural. Pienso que el periodismo que parte de una predisposición públicamente expresada es más difícil que llegue a la verdad y tiene menos posibilidades de resultar convincente para aquellos que no están convencidos de antemano. Y sí, los escritores son más dados a manipular la evidencia para apoyar un declarado punto de vista que uno que mantienen en la esfera privada, porque está en juego el orgullo.

Señalas de manera acertada que la búsqueda de la equidad es un estándar relativamente nuevo en el periodismo estadounidense. Un lector no tiene que ir muy atrás en la hemeroteca —incluida la de este periódico— para encontrar el tipo de periodismo cargado de opinión que tú apoyas. Tiene el alma que tu añoras. Pero ante un oído contemporáneo a menudo resulta sermoneador y sospechoso. 

Creo hoy más que nunca en la enorme necesidad de un periodismo imparcial, porque vivimos en un mundo de medios afines a tendencias políticas, en el que los ciudadanos construyen cámaras de resonancia para sus propias creencias. Es demasiado fácil sentirse informado si nunca te encuentras con información que pone en cuestión tus prejuicios. 

Has señalado que el público estadounidense tiene una opinión muy baja de los medios. Has declarado, sin base a ninguna evidencia que yo haya podido encontrar, que el declive de la estima es resultado de la cegadora servidumbre al poder político. ¿De veras? Me parece más plausible que la erosión en el respeto a los medios puede explicarse por el hecho de que gran parte de su contenido es trivial, superficial, sensacionalista, redundante y, sí, ideológico y polémico.

Glenn, te deseo suerte en tu nuevo proyecto y espero que sirva de inspiración para que otros muchos multimillonarios metan dinero en periodismo. Te daré un consejo que no me has pedido. Hay muy poco de lo que has dicho sobre NYT que no haya sido expresado ya en las propias páginas el periódico, aunque de una forma más suave. La autocrítica y la capacidad de corregir errores, y yo he tenido una considerable experiencia en ambas cosas, no son divertidas, pero son tan sanas para el periodismo como la independencia y el respeto a la verdad. La humildad es tan fundamental como la pasión.

 

QUERIDO BILL:

Creo que hay algún juego semántico con las palabras y en la manera en que quieres resumir nuestro debate. Mi idea del periodismo requiere absolutamente equidad y rigor con los hechos. Pero creo que esos valores pueden avanzar si uno es honesto sobre su punto de vista y sus asunciones subjetivas, más que si se emplea ese tono de voz de Dios, ese punto de vista ubicuo que implícitamente sugiere que los periodistas están por encima de los puntos de vista normales y la lealtad a ciertas facciones que plagan el mundo de los no periodistas y de los temidos activistas.

En la raíz de la perspectiva institucional del NYT y su metodología a la hora de informar se encuentran una serie de más que cuestionables y subjetivas asunciones políticas y culturales sobre el mundo. Y salvo algunas notables excepciones, el NYT, por su diseño o por otros motivos, ha servido a los intereses de las mismas élites y facciones poderosas. Su trabajo no es menos activista, subjetivo o conducido por la opinión que el de los nuevos medios a los que a veces regaña de forma condescendiente.

 

Ignasi Aballi, Listado (errores) I, 2008

 

EL CASO RISEN

Dos premios Pulitzer avalan la trayectoria del reportero de The New York Times James Risen; su aspecto remite a los reporteros de viejas películas en blanco y negro. Ahora, su negativa a testificar en el juicio contra un exoficial de la CIA, Jeffrey Sterling, puede llevarle a la cárcel. En 2003 investigó y escribió un reportaje junto a Eric Lichtblau sobre un programa de escuchas ilegales de la administración Bush. El entonces director del periódico, Bill Keller, y el editor encargado de la delegación de Washington, Philip Taubman, echaron el freno. El gobierno alegaba que el reportaje ponía en peligro la seguridad nacional. “Tres años después del 11-S, nosotros, como país, aún estábamos traumatizados, y nosotros, como periódico, no éramos inmunes”, ha explicado Keller años después. “No fue un arrebato patriótico. Era la sensación ineludible de que el mundo era un sitio peligroso.”
Pasaron trece meses hasta que finalmente, espoleados por la aparición del libro de Risen State of War. The Secret History of the CIA and the Bush Administration, dieron luz verde a la publicación. Edward Snowden se ha referido a aquel episodio de “no publicación” —que muchos consideran que facilitó la victoria electoral de Bush frente a Kerry en 2004, y que sin duda permitió al gobierno ganar tiempo para encontrar los subterfugios legislativos que autorizaban en secreto las escuchas— para explicar por qué no confió en The New York Times y buscó la ayuda de Greenwald.
Como en toda buena historia, hay tres finales en el aire. HBO ha comprado los derechos de esta crónica en la que los reporteros luchaban por la publicación del reportaje y los editores aguantaban las presiones del gobierno, hasta que la publicación final del artículo se saldó con otro Pulitzer. Primer final feliz, como el del editor Taubman, que hoy dirige un curso en la Universidad de Stanford titulado “La necesidad de saber” y predica en su aula que es mejor errar por publicar demasiado que por no hacerlo. El tercer final de esta historia sigue pendiente tras el recurso ante el Tribunal Supremo de Risen. Veremos si acaba entre rejas por no querer testificar en el juicio de su presunta fuente.

Andrea Aguilar

Andrea Aguilar (Madrid, 1978), periodista licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en 2007 y trasladó su residencia a Nueva York. Colaboradora del diario El País desde hace más de un década, ha publicado su trabajo en revistas como The Paris Review, El Malpensante, Reading Room Journal o Revista Anfibia

Fotografías de Sergio Moraes y Javier Rojas - Cordón Press

Ignasi Aballí (Barcelona, 1958) es artista. Ha expuesto, entre otros museos, en el MACBA (Barcelona), MNCARS (Madrid y Fundación Serralves (Oporto).