Finca Carpe Diem
Se trata de la remodelación de una casa de mediados del siglo xx, todo un adefesio, en un bello y tradicional veraneadero en la cordillera, pero cerca de la ciudad. El programa fue desarrollado al tiempo que la obra avanzaba, e incluyó finalmente habitaciones para el agregado y su familia, otra para el chofer, un laboratorio para cultivar orquídeas, y el reciclaje de aguas y basuras para hacer todo el conjunto más ecoeficiente.
Como escribio Lawrence Durrell en Naos “si uno se detenía a reflexionar, podía establecer los orígenes de cada una de las partes de la finca” y, como en la hacienda donde Hesíodo apacentaba su ganado, los anteriores propietarios del adefesio “habían continuado la obra sin volver la mirada ni una sola vez, ampliando la edificación y confundiendo estilos y atmósferas”, y sin embargo, “el conjunto tenía cierta homogeneidad”.
El camino que sube a su parte posterior, ahora con guayacanes amarillos en medio del bosque húmedo tropical que rodea la propiedad, bordea el invernadero para las orquídias, construido demoliendo parte de la cubierta de la casa, por lo que también es visible desde el interior. Al final del camino se llega al estacionamiento, donde arranca un alto muro rojo nuevo que separa la parte del agregado y el chofer y lleva al zaguán.
Al laboratorio, en uno de los cuatro cuartos existentes, se accede directamente desde afuera, y una escalera, también nueva, va a la cubierta, convertida en una azotea con un tendal cuya cubierta a 45˚ fue lo último que se agregó, para, junto con el alto invernadero, remediar el tedio de una extensa azotea en medio del paisaje, y vincular la casa con la pequeña vivienda del agregado, igualmente remodelada, que quedó para los huéspedes.
Otro de los cuartos es para los familiares, y se hizo un baño social y una terraza para el principal, que comparte un jacuzzi, en un patio nuevo, con el cuarto-sala de la TV. Este se encuentra unido por una gran puerta delizable al salón-comedor-cocina, un sólo espacio ahora duplicado por un espejo al fondo, y vinculado al corredor con puertaventanas y una chimenea abierta a los dos lados. Al lado hay una oficina y un patio de servicio.
La nueva terraza tiene un asadero y nuevos estanques reflejan un cerro lejano y los pájaros que llegan. Los muros están encalados, el suelo de las terrazas es de hormigón abujardado y el del corredor está pulido. En el piso interior, puertas y muebles son de madera, las puertaventanas de aluminio negro, como el granito de los mesones de cocina y baños, y la cubierta metálica del tendal y la de la casa de huéspedes son rojas.
El viento, la lluvia, las fuentes y pequeñas cascadas, y los gansos, pavos reales y pájaros suenan “juntos pero no revueltos”, como se dice por estos rumbos, y las cosas se duplican en los estanques. Las distintas matas huelen diferente a diferentes horas del día. El jardín está iluminado de noche, cuando la casa se convierte en otra casa, lo que también sucede cuando baja la densa niebla de la cordillera y la rodea al caer la tarde.
Desde el inicio se usó lo que iba quedando listo, comenzando por un brasero para poder estar afuera en el frío atardecer. Dos años fueron suficientes para transformar la cliente (buena alumna) en un mecenas y el adefesio que había en una casa incitante: AD-EX la llamamos. Como en Naos, hay “una nobleza agreste que hacía [hace] que todos los que iban [van] a visitarla o a morar en ella se encariñaran [encariñan] con la casa.”
Benjamin Barney-Caldas
Benjamin Barney-Caldas (Cali, 1941) es arquitecto, historiador, viajero, profesor en Colombia, Panamá y México, columnista en diversos medios y autor de AZ Las palabras de la arquitectura (2012) entre otros libros. Su Casa de la queja (2000) ha sido premiada y muy difundida.
Fotografías de Sylvia Patiño Spitzer (Cali), fotógrafa y editora. Ha diseñado y publicado más de diez libros de gran formato, entre ellos María (2002), El Alférez Real (2003), La Vorágine (2006), Risaralda (2013), Arte y arquitectura religiosa en el Valle del Cauca (2007) y Mompox (2011).