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Notas sobre feminidad

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MOMENTO BIKINI. En el número de primavera de una conocida revista de modas se habla del “sprint final” de una celebridad, de la que se dice que ha dedicado “cuatro meses de esfuerzo y constancia para conseguir una nueva figura antes del verano”. Una páginas antes se lee: “¿Quieres acabar con esa zona conflictiva que te amarga el momento bikini? Todavía estás a tiempo”. Se trata, según dice más abajo, de “modelar los muslos”. Aún más arriba se habla del “culo” (por fortuna esta vez no ponen “los glúteos”) y de la celulitis y la flaccidez, y viene una fotografía con el culo de una mujer joven que lleva unos shorts sin dobladillo, o más bien rotos un poco por encima de donde estaría el dobladillo; los shorts son de tela de vaqueros y están deshilachados por la rotura, como es muy corriente, con la malicia de que al andar asome alternativamente la parte baja de los famosos “glúteos”.  Me acuerdo también de la observación mía de entonces de que no había nada más asexuado que las fotografías de moda, tanto por la ropa como por las modelos y sus posturas. Unas letras superpuestas a la foto dicen: “No te quedes sin lucir una de las prendas estrella del verano”. Debajo vienen fotografiados seis recipientes cosméticos, con sus precios.

No había vuelto a ver este tipo de revistas desde que mi madre las compraba. De aquel tiempo recuerdo Elle  y Vogue. Me acuerdo también de la observación mía de entonces de que no había nada más asexuado que las fotografías de moda, tanto por la ropa como por las modelos y sus posturas. Se trataba, claro está, de ropa muy cara. Probablemente han sido la cosmética y la publicidad lo que ha cambiado radicalmente aquella situación. La revista a la que me refiero me ha resultado bastante más indecente, de hecho, que cualquier revista pornográfica. Este efecto tal vez se debe, a mi entender, a la pintoresca diferencia de que, mientras en las revistas de moda como Elle o Vogue la cierta o más bien fingida buena conciencia permite un atrevimiento como más natural y desenvuelto, en cambio la jerga exageradamente procaz de la pornografía no hace más que manifestar torpemente la mala conciencia.

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UN HARÉN MENTAL. “Psicológicamente considerado, el amor humano se diferencia del puramente animal —dice Abel Martín en su tratado de Lo universal cualitativo— por la exaltación constante de la facultad representativa, la cual, en casos extremos, convierte al cerebro superior, al que imagina y piensa, en órgano de excitación del cerebro animal. La desproporción entre el excitante, el harén mental del hombre moderno (en España, si existe, marcadamente onanista)y la energía sexual de que el individuo dispone, es causa de constante desequilibrio. Médicos, moralistas y pedagogos deben tener esto muy presente, sin olvidar que este desequilibrio es, hasta cierto grado, lo normal en el hombre. La imaginación pone mucho más en el coito humano que el mero contacto de los cuerpos”.

En tiempos de Abel Martín ya existía, sin duda, la pornografía; no sólo la escrita, sino también la pintada. Respecto de esta segunda, el testimonio más conocido lo dejaron los hermanos Bécquer, más o menos contemporáneos de Abel Martín (las fechas de éste que nos dan Mairena o Machado son 1840-1892), si bien ellos hicieron uso de la misma para una burla satírica política sobre Isabel II.

Abel Martín habla ya de “harén mental del hombre moderno”, pero la fotografía ha convertido ese “harén mental” (no diré “visual”, pues visual es también el mental: el propio Abel Martín, si nos atenemos estrechamente a su teoría, insistiría, sin duda empecinadamente, en esta equiparación), “fotográfico”.

Así pues, conforme al texto de Abel Martín, aplicado a la situación actual, la fotografía ha llegado a ser un sustituto privilegiadísimo del esfuerzo de la representación mental imaginaria para constituir el “harén mental del hombre moderno”. Bien es verdad que ya era posible en tiempos de Abel Martín —y resulta inverosímil que no fuera una de las primeras cosas que se le ocurriese a una notable mayoría de los fotógrafos— la idea de fotografiar a una mujer desnuda; pero no es necesario encarecer el abismo que media entre esa vergonzante tentación y el imponente desarrollo posterior tanto de los medios técnicos de la fotografía (hoy no sólo estática sino también móvil) como de las costumbres de la cada vez más voluntariosamente dúctil y adaptable sociedad.

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POSES. El fotógrafo es uno de los grandes destructores del feminismo, artífice de lo que ahora se ha dado en llamar, con expresión seguramente bastante apropiada, “el siglo de la feminidad”. Fue una desgracia que el auge del feminismo coincidiera con el de la fotografía. El fotógrafo ha sido indudablemente decisivo en cuanto pedagogo de un rasgo de carácter de importancia máxima: la sumisión, una cualidad importantísima.

La sumisión que consigue el fotógrafo no la ha logrado jamás el confesor, no digamos ya ningún otro varón, ni siquiera en funciones de amante. Asombran las inauditas poses que el fotógrafo consigue que ponga la mujer retratada, sin ser ella capaz de percibir ni recelar el tremendo ridículo que tendrían algunas de esas poses en cualquier otra circunstancia que no fuese la de exhibición pública en revistas: revistas de moda, suplementos dominicales de los diarios, revistas del corazón, revistas femeninas, revistas pornográficas, revistas de consejos y terapias, revistas de lanzamiento personal y, en general, la variada inserción publicitaria en toda clase de prensa.

Naturalmente, depende mucho de la clase de revista que sea y de la intención de la fotografía el grado de sometimiento que supone cada pose. Por ejemplo, las poses de las revistas pornográficas son por supuesto más indecentes, pero nunca llegan, ni de lejos, al retorcimiento grotesco y sinsentido de las fotografías que he designado como “de lanzamiento” (a veces “de relanzamiento”) a las que se someten actrices, cantantes, frecuentadoras de la prensa del corazón y no sé quiénes más, si presentadoras de ropa de moda o novias de futbolistas, maguer sean sólo sospechadas.

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EL SIGLO DE LA FEMINIDAD. Se habla del siglo xxi como el siglo de la feminidad. Cabe hacerlo en tácita contraposición con el siglo xx, designado en algunas ocasiones como “el siglo del feminismo”, no sin reflejar sobre éste y sobre el feminismo en cuanto tal un juicio de valor peyorativo. La “feminidad” vendría a ser como la redención, la Nueva Alianza que en el siglo xxi se establece entre el mercado y las mujeres. A decir verdad, ya en las últimas décadas del siglo xx, conforme aumentaba el número de las mujeres que cobraban sueldos que les permitían cierta autosuficiencia económica, el mercado se fue sintiendo cada vez menos amenazado por el feminismo; es más, las industrias del ramo de la cosmética o de la lencería, es decir, las de consumo predominantemente femenino, se dieron cuenta rápidamente de hasta qué punto esas mujeres que ganaban dinero constituían para ellas un filón de oro.

En el marco de esa Nueva Alianza entre el mercado y las mujeres, el ya exhausto feminismo es desdeñado para dar paso a la feminidad. El poder del mercado y de su ideología no sólo ha vencido, sino que se diría que también ha convencido: esto es al menos lo que parece, dado que muchas mujeres que siguen denominándose feministas no dejan de afirmar el éxito de su causa, si bien ninguna niega que se trata de un éxito relativo o incluso que deja aún mucho que desear; son poquísimas, en cualquier caso, las que admiten la catástrofe.

El triunfo del mercado no ha sido sólo económico, sino también mental, pues ha logrado embotar la sensibilidad y hasta la percepción del actual estado de cosas, logrando una clientela que acepta no sólo sin crítica, sino con enorme gratitud, la oferta que se le brinda. La falta de exigencia, de resistencia y no digamos de reacción adversa hacen pensar que la Nueva Alianza instauradora de la feminidad es, respecto del primitivo feminismo, un pacto con el diablo, más que cualquier otra cosa.

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LA NUEVA ALIANZA. Precisamente es en la publicidad donde el actual feminismo ha mantenido una vigilancia más constante sobre lo ofensivo que para las mujeres pueden resultar determinados anuncios. Pero aquí es donde, a partir de los pocos anuncios que se estiman susceptibles de ser denunciados, se deduce un criterio tan sorprendentemente específico y limitado que no puede turbar ni un minuto el sueño a los gestores de las agencias de publicidad. Es esta tolerancia con los promotores del mercado lo que más me hace pensar en un pacto con el diablo. Los poquísimos anuncios que han merecido ser denunciados —y que han sido, por lo que estimo, consiguientemente retirados por los publicitarios sin resistencia alguna— se limitan a un tipo sumamente restringido, que los define como “anuncios sexistas”, acusación que recae principalmente sobre aquellos en los que la imagen de la mujer aparece acompañada por la de un varón y la posición relativa entre una y otro sugiere una actitud o disposición marcadamente pasiva o, por así decirlo, “súccube” —ya sea en sentido literal o implícitamente metafórico— por parte de la primera.

El que sean estos anuncios denunciados como “sexistas” los únicos que a las nuevas “feministas” (las que, a sabiendas o no, han suscrito la Nueva Alianza con el mercado, aun cuando siguen empleando el mismo nombre que sus predecesoras) les resultan insultantes para las mujeres, unido a la gran receptividad que sugiere el enorme incremento de los anuncios dirigidos al consumo de productos específicamente femeninos, hace pensar que, lejos ya de los viejos recelos que suscitaba el feminismo de la época de los hippies, entre el mercado y las mujeres se ha producido una nueva y gratificante amistad ajena a cualquier clase de suspicacias y de reservas. Algunos podrían achacarla a una creciente pérdida de sensibilidad respecto a las demandas del feminismo, pero se trata más bien de la sonriente tolerancia que acompaña a una fidelidad incondicional.

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SÓLO PARA HOMBRES. Es de suma importancia resaltar cómo la primera y más relevante distinción entre los muchos tipos de revistas en papel cuché en los que se exhiben abundantemente fotografías de mujeres se manifiesta del modo más cabal en el consumo: los compradores de revistas pornográficas son, al menos de momento, principalmente los varones; en principio, se trata de revistas “sólo para hombres”.

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"LA PROTAGONISTA ERES TÚ". Cuando hay artículos en las revistas femeninas que incitan a las lectoras a conocerse, a saber cómo son, a averiguar de qué equipo son, incluso a hacer encuestas con cuestionario con tres o cuatro variantes, A, B, C, D, y una solución al final, con una combinatoria de muchas soluciones, pienso en las mujeres —muchas también— que saben cómo son y lo declaran. Aquellas a las que se les somete a averiguarlo se sienten obligadas a ser de alguna manera, lo cual es terrible, porque eso no puede redundar más que en una gran falacia, salvo aquello en que no es necesario averiguar, como “soy perezosa”, “me gusta el chocolate” y otras cosas de escaso interés.

Así es como el mercado de la feminidad de la industria cosmética, perfumera, de la moda, ha ido inventando un mundo fantasmagórico y cada vez más complicado de ocurrencias inverosímiles que acaba por inventar desde la nada ese fantasma social que llaman la mujer, en singular.

Hay muchas mujeres que saben cómo son y se autodefinen, a veces con supersticiones, como la referencia astrológica, el signo del zodiaco: “Soy una géminis de pura cepa —declaraba una tal Kylie Minogue en El dominical, suplemento ilustrado de El Periódico, en julio de 2010—; tengo dos personalidades bien diferenciadas que muchas veces se compensan”.

Las revistas femeninas que incitan a las mujeres a conocerse, a saber cómo son, las compelen, por lo pronto, a ser de alguna manera; una manera de ser que no se conforma con cualidades superficiales que no necesitan ninguna averiguación, como la pereza o el gusto por el chocolate ya citados, sino que piden o exigen rasgos mucho más sofisticados que componen personalidades totalmente inexistentes. La que se entere de que es géminis, como Kylie Minogue, se pondrá a buscar la dualidad de su ser, y no hay duda de que la encontrará.

El eslogan publicitario de la revista Psychologies dice: “Porque la protagonista eres tú”. La palabra protagonista está específicamente asignada a la literatura, a la ficción narrativa o teatral. Las revistas femeninas que incitan a las mujeres a conocerse, a saber cómo son, las compelen, por lo pronto, a ser de alguna manera. Don Jacinto Benavente, cuando estaba en su esplendor, escribía a veces una pieza pensando ya de antemano en los rasgos y las capacidades de un determinado actor o actriz de la plantilla general de los actores disponibles; no hace falta decir que el prestigio de don Jacinto hacía que la actriz a la que decía de antemano: “Estoy terminando una obra pensando en ti como protagonista y quiero que la protagonista seas tú”, deliraba de satisfacción. Pero en este caso el tú apelado era una persona determinada con su nombre propio; no así, en cambio, en el del eslogan publicitario de la revista Psychologies. Este tú, hoy difundido en casi toda la publicidad, es el que inauguró, por lo que creo, el eslogan de El Corte Inglés: “Especialistas en ti”. El tú de la publicidad es, respecto del de don Jacinto, anónimo y divergente; es un truco que ya inventó aquel niño chistoso al que se le ocurrió escribir en una tapia de una calle “Tonto el que lo lea”. Es un chiste tonto, abusivo y fraudulento, pero que dice mucho de la verdadera naturaleza de la publicidad: la contradicción entre la reproducción infinita del objeto y la individualidad particular del cliente destinado. Esta clase de apelación también se usaba en la Antigüedad, pero con la flexión verbal propia de la apelación de imperativo, y no unido a un demostrativo sino a un nombre común, en vocativo —caso verbal propio de la apelación—, por ejemplo: “Siste viator”.

En la frase “La protagonista eres tú” hay que notar además el sustantivo que se usa: “protagonista”, nacido ya en Grecia como término del lenguaje referido a la ficción —sobre todo la teatral— y empleado en todas las lenguas que lo han heredado para designar al personaje principal de la trama o argumento. No deja de constituir una gran ingenuidad la de inventar el eslogan publicitario la mencionada revista; porque a poco que se atienda —ya sea con la mayor ingenuidad o con un punto de malicia—, surge inmediatamente por detrás un yo que lanza a ese tú, uno que lo dice, cosa que sin duda habría querido evitar el autor del eslogan. Éste habría querido que ella fuese la protagonista per se, por naturaleza, sin que nadie le hubiese asignado ese papel; si lo fuese de hecho, en los hechos, no habría querido que el que dice tú fuese un yo con la función de asignar papeles, sino una especie de espectador que da cuenta de lo que por sí mismo aparece en escena. Pero es que en verdad hay una ficción, hay una comedia y hay un don Jacinto Benavente, un autor. La cosa equivale a lo que resulta de las mujeres que menos se ayudan a sí mismas, las víctimas de los libros de autoayuda: hacen lo que les manda el “autoayudante”.

La pretensión de halago o adulación del eslogan de la revista, “La protagonista eres tú” —que, aparte de todo, parece estar dirigido a una niña más que a una persona mayor— suena profundamente ofensivo; y digo profundamente ofensivo no como un adverbio externo de mero encarecimiento, sino por su alcance, por lo desagradablemente entrometido de la ofensa, que no se detiene siquiera en hacer como si se le dijese un “ya verás lo que vamos a hacer por ti”, ni “cuántas satisfacciones te vamos a proporcionar”, sino, directamente, “lo que vamos a hacer de ti”. Como si se le dijese: “Aquí, en las páginas de esta revista, eres la protagonista, te hacemos el personaje más importante de tu vida, la prima donna de tu ópera, la primera actriz del reparto de tu comedia”.

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ASIGNATURA PENDIENTE. Todo toma un aire de ficción, de imitación, de patrones ya establecidos, de recurrencias consabidas, tópicas. Así, por ejemplo, el repelente melodrama de la maternidad, que tanto énfasis adquiere en las revistas del corazón. En muchas de ellas es espectacular la explotación que hacen toda clase de mujeres de su maternidad. Es raro que se use la fórmula “tener un hijo” (raro, al menos, cuando no se trata del primero), lo usual es “ser madre”. En esta forma de hablar debe de haber influido, al menos en parte, aquella repugnante literatura que se hizo un tiempo atrás (hoy ha disminuido) sobre que “la mujer” (se usaba siempre el singular) se “autorrealizaba” siendo madre; para unos “totalmente”; para otros, “sobre todo”; para otros, en fin, “solamente”, “verdaderamente”, “exclusivamente”. Fue, claro está, en los tiempos de la “autorrealización”, con toda aquella inmunoideología pedagógica del “deber ser”. Las mismas mujeres hacen después la más obscena ostentación de su maternidad: de cómo les gusta su hijo, de lo felices que están con él, de cuánto les cuesta separarse. En el caso de las famosas, su “carrera”, que suele ser “artística” o relacionada con el mundo de la moda y del espectáculo, las obliga a viajar constantemente. Pero los hijos son, al fin, lo más importante de su vida. “Mi hijo es lo mejor que me ha pasado en mi vida”, se suele oír, en frase que es traducción del inglés americano, pues en castellano el complemento directo de “me ha pasado” nunca es una persona, sino un hecho. Será que les parece que esta forma de hablar, imitando la del cine, tiene más caché.

En fin, lo que llegan a decir algunas mujeres sobre su maternidad y aditamentos, o sobre el trato con sus hijos, su felicidad, su infinito amor causa un cierto sonrojo.

Rafael Sánchez Ferlosio

Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927) es escritor. Es autor de libros como El Jarama o Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, y ha recibido el Premio Cervantes y el Nacional de las Letras.