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Nuevas notas tontísimas

Historia sagrada y penaltis
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Cristiano Ronaldo, que se depila más que un gladiador romano, empieza a tener, a pesar de su genio deportivo y su pasión por la moda, una aire retadoramente místico; eso no es sexy, lo siento. Contemplarle el otro día, el de la gran kermesse madridista —kermesse es una palabra compuesta de origen neerlandés , “kerkmis”, que enlaza iglesia (kerk) y misa (mis)—, adorando La Copa tras el triunfo del Madrid, ora postrado, ora evolucionando a su alrededor en un estadio chorreante de soberbia, era un poco irrisorio. El caso es que en su papel de adorador y vigía, más que un beodo de la gloria, se daba el aire a un oscuro chamán a la manera de los que salían en las películas de Cecil B. DeMille, justo cuando la gente del cine, ellos sí, ensayaban con la ayahuaska. Me sobrecogió. Y cuando uno tiembla, recuerda y rebusca entre papeles para aplacar el gusanillo. Collin de Plancy, en el año de 1821, en sus Anecdotes du dix-neuvieme siecle anotó esta analogía: “hace un par de años un predicador inglés comparaba el cristianismo con el pot-au-feu (nuestro potaje). La marmita sería La Iglesia, decía; la carne, la palabra de Dios; y el caldo, sus vapores, representaban sin duda la gracia que desciende hasta nosotros desde lo alto”. Y ahora viene lo más sustancioso, digo yo, porque remataba el asunto, en plan tecno (a Le Corbusier le habría encantado) añadiendo que “los tres pies del caldero son el símbolo de la Trinidad”. ¡Caldo que levantaría a un muerto, vive dios!

Pero estas gansadas no son cosas solamente del pasado. Yo nací en 1955 y aquí sigo, también jugando. En ese mismo año, en el mes de junio, una época tan eminentemente festiva, a cierta fraternidad evangélica se le ocurrió esta idea que dudo en calificar de peregrina, porque, aunque no lo parezca, es casi tan artera como el test de inteligencia que proponía el poeta Auden y del que ninguno hemos salido indemnes; probadlo y me decís. Aquí se trataba de un Gran Concurso Bíblico que animaba a todos los jóvenes (a partir de los quince años) a componer un equipo de fútbol con personajes de La Biblia. Lo difícil —¡todo el mundo querría ser Moisés!— consistía en explicar razonadamente por qué cada cual elegía a su personaje y por qué en un determinado lugar: de defensa, guardameta, etc. La mejor respuesta se premiaba con 50.000 francos.

No tengo constancia escrita de quién se elevó con el talón de esta alineación divina. Pero, ¡ay!, nada más tentador que una apuesta imposible. He echado media tarde en averiguar las fechas de nacimiento (lo juro) de mis favoritos: Zidane, Cruyff, George Best, etc. No sé cómo no me iluminó el Señor (no confundir con Míster) y comencé por el que sin lugar a dudas, y teniendo quince años entonces (nació en 1940), a buen seguro hubiera sido un joven y apuesto, nada vengativo Yahvé, o un jovial y flexible pichichi: Pelé.

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Nota bene: Ya cuando pensaba que nadie hay como Pelé para rematar felizmente la jugada, salta la liebre de un aristócrata poco ilustrado. El Conde de Gobineau, en un ensayito sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-1855) aseguraba, el muy sandío, que en el escalón más bajo de la “fuerza muscular” se encuentran los negros. No se atrevió a comentar lo de la fuerza psíquica, que también derrochan, no fueran sus lacayos, oriundos de Tanzania, a derramar sobre su pechera almidonada todo lo que contenía la pesada bandeja de plata a la hora del almuerzo.

 

En la portada, un dibujo de Fátima de Burnay, 2016.
En la foto, la autora del artículo junto al historiador y crítico de arte Ángel González García. © Foto de Luis Asín.