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Bigoterías
¡Ah, de los bigotes, nadie me responde!, salvo un cartel de mostachos tipográficos, Typestaches (que aunque lo parezca, no tiene nada que ver con una publicidad de los tipos de pistachos transgénicos, ahora tan en discusión), “recortados”, digamos, al modo o en el espíritu de las distintas tipografías que cada vez circulan más sigilosamente por el mundo.
De los bigotes tipográficos tengo desplegada ante mí una generosa y divertida muestra, que me ha regalado el editor Manuel Ortuño, “mi editor” como yo le llamo enfáticamente. Por ahora mi favorito es el llamado Mr. Colonna. Por cierto, y para que cada uno se lleve lo suyo, hay que preguntarse por qué todos son misters, no hay ninguna miss, ni aquella que la prensa tardofranquista exhibía en sus páginas cada semana bajo el título de “Guapa con gafas”. ¡Qué falta de serenidad con las bigotudas! ¿Qué pensarían Frida Kahlo, La de Bringas (Galdós), Patti Smith?
Pero regreso a Mr. Colonna, que me pone de veras, porque es un bigote fino, de trazo doble y alzado hacia arriba, que se expande con cierta sorna en las comisuras, lo que me hace pensar que es el bigote idóneo para un individuo desocupado, misterioso, grácil, sin atropellos de agenda. Mr. Colonna es un jovial diletante, no un “influencer”. Y seguro que no engulle superalimentos. ¡Faltaría más! De pelo, digo.
Antes de pasar a mayores, a esa vida tan práctica y poco galante que se desarrolla fuera del mundo de las letras y sus misterios —estábamos hablando del mundo impreso, claro, no del expreso, que solamente conoce los humos, literales o figurados, de quien no puede pararse a rizar las guías de su bigote—, y sólo por un instante, ¡paciencia!, abandonaremos los medios de comunicación desbigotados, cuyos otros encantos no dudo que un día voy a penetrar, y yo, al menos ahora, me concentraré, ¡si al fin y al cabo son unos pelillos a la mar y no nos va a llevar toda la noche!, en estas guías, paréntesis, puentes y alas delta de nariz . Lo haré con minucioso afecto, porque bajo una adecuada nariz y, desde luego, con la ayuda de un mentón prominente, uno puede permitirse esos bigotazos que ningún actor, banquero o detective se resistiría a manejar como un arma de persuasión. Y eso, por no hablar del dueto cómico Cejas y Bigotes, de gira actualmente por Latinoamérica.
Manuel me ilustra sobre la parte emocional de la tipografía; su belleza, su capacidad de expresión, su respeto y su utilidad. Para empezar, “tipografía” procede del griego y vendría a ser algo como “golpe de letra”. Me gusta mucho ese origen porque concuerda a la perfección con los golpes de risa y los golpes de calor que estamos sufriendo estos días. El golpe tipográfico, sin embargo, te despierta y te refresca. Vamos a ello.
Le pregunto a M. O. cómo elige él sus tipografías y me cuenta que siempre en función de lo que quiere mostrar, de qué sentimientos intenta transmitir. Una de sus favoritas es la Garamond: un bigote sencillo y claro, que tiene pinta de paréntesis horizontal y que facilita la lectura. Un tipografía “amiga” de los escritores y que él ha utilizado por ejemplo para Mark Twain o para Leopardi. Suave y sencilla. En su correspondencia más personal emplea la Times New Roman, y para sus libros de fotos y catálogos de arte, una tipografía que no estorbe, de las que se llaman “letras de palo”, sin “serifa”, es decir, sin adornos: ¡me encantan las jergas tipográficos y los gritos de guerra que inspiraron, como aquel republicano de “Huelo a tinta, imprenta y libertad”!
¿Hay tipografías narcisistas?
Claro, me responde, la Baskerville, que es muy difícil de leer, un poco como las mujeres guapas, de mírame y no me toques, y la Bodoni, que es un gran invento de Giambattista Bodoni en el siglo XVIII: todos la quieren. Miro mi cartel de bigotes y de estas últimas sólo acierto a encontrar, efectivamente, a la Bodoni, una especie de canapé de seda color níspero en medio de un decorado de una ópera de Mozart para recostarse en él y enseñar por debajo del deshabillé un piececito desnudo. Un bigote tenor y tentador.
Dejando a estas bellezas a un lado, ¡pero en realidad, quién podría!, hay que ocuparse también de un tema de bigotes: la tipografía gótica, que marcó carácter y tuvo su mayor representante peliagudo en Hitler, ¡qué le vamos a hacer! (y también, por qué no decirlo, en las euskal tabernas), y las estridentes y salvajes tipografías que se utilizan en publicidad y en campañas políticas, la Rockwell o la Cooper Black, que te hacen pensar en Donald Trump merendándose a un pinche chicano, como única opción del weekend.
En cuanto empecé a escribir de bigotes ya barruntaba yo que no todo iban a ser alegrías; y eso que he pasado de largo, ¡aposta!, por el bigote más comercializado del mundo, el de Salvador Dalí. Como más que un bigote humano, es un bigotillo de morsa o de alguna especie acuática, tampoco figura entre las tipografías civilizadas. Y eso, hay que reconocerlo, es un acierto más del mundo libre. Me refiero, claro está, al de los animales y sus bigotes. Ellos merecen un estudio un poco más detallado; es decir, fraternal (por mal que suene la palabra).
Nota bene:
“Y no por mucho jalarse del bigote hacia arriba
pudo el Diablo evitar convertirse en Ángel Caído:
triste figura” (autor mexicano desconocido).
Dibujo de Fátima de Burnay.
La autora del artículo y el historiador y crítico de arte Ángel González García fotografiados por © Luis Asín.
Bigoterías
¡Ah, de los bigotes, nadie me responde!, salvo un cartel de mostachos tipográficos, Typestaches (que aunque lo parezca, no tiene nada que ver con una publicidad de los tipos de pistachos transgénicos, ahora tan en discusión), “recortados”, digamos, al modo o en el espíritu de las distintas tipografías que cada vez circulan más sigilosamente por el mundo.
De los bigotes tipográficos tengo desplegada ante mí una generosa y divertida muestra, que me ha regalado el editor Manuel Ortuño, “mi editor” como yo le llamo enfáticamente. Por ahora mi favorito es el llamado Mr. Colonna. Por cierto, y para que cada uno se lleve lo suyo, hay que preguntarse por qué todos son misters, no hay ninguna miss, ni aquella que la prensa tardofranquista exhibía en sus páginas cada semana bajo el título de “Guapa con gafas”. ¡Qué falta de serenidad con las bigotudas! ¿Qué pensarían Frida Kahlo, La de Bringas (Galdós), Patti Smith?
Pero regreso a Mr. Colonna, que me pone de veras, porque es un bigote fino, de trazo doble y alzado hacia arriba, que se expande con cierta sorna en las comisuras, lo que me hace pensar que es el bigote idóneo para un individuo desocupado, misterioso, grácil, sin atropellos de agenda. Mr. Colonna es un jovial diletante, no un “influencer”. Y seguro que no engulle superalimentos. ¡Faltaría más! De pelo, digo.
Antes de pasar a mayores, a esa vida tan práctica y poco galante que se desarrolla fuera del mundo de las letras y sus misterios —estábamos hablando del mundo impreso, claro, no del expreso, que solamente conoce los humos, literales o figurados, de quien no puede pararse a rizar las guías de su bigote—, y sólo por un instante, ¡paciencia!, abandonaremos los medios de comunicación desbigotados, cuyos otros encantos no dudo que un día voy a penetrar, y yo, al menos ahora, me concentraré, ¡si al fin y al cabo son unos pelillos a la mar y no nos va a llevar toda la noche!, en estas guías, paréntesis, puentes y alas delta de nariz . Lo haré con minucioso afecto, porque bajo una adecuada nariz y, desde luego, con la ayuda de un mentón prominente, uno puede permitirse esos bigotazos que ningún actor, banquero o detective se resistiría a manejar como un arma de persuasión. Y eso, por no hablar del dueto cómico Cejas y Bigotes, de gira actualmente por Latinoamérica.
Manuel me ilustra sobre la parte emocional de la tipografía; su belleza, su capacidad de expresión, su respeto y su utilidad. Para empezar, “tipografía” procede del griego y vendría a ser algo como “golpe de letra”. Me gusta mucho ese origen porque concuerda a la perfección con los golpes de risa y los golpes de calor que estamos sufriendo estos días. El golpe tipográfico, sin embargo, te despierta y te refresca. Vamos a ello.
Le pregunto a M. O. cómo elige él sus tipografías y me cuenta que siempre en función de lo que quiere mostrar, de qué sentimientos intenta transmitir. Una de sus favoritas es la Garamond: un bigote sencillo y claro, que tiene pinta de paréntesis horizontal y que facilita la lectura. Un tipografía “amiga” de los escritores y que él ha utilizado por ejemplo para Mark Twain o para Leopardi. Suave y sencilla. En su correspondencia más personal emplea la Times New Roman, y para sus libros de fotos y catálogos de arte, una tipografía que no estorbe, de las que se llaman “letras de palo”, sin “serifa”, es decir, sin adornos: ¡me encantan las jergas tipográficos y los gritos de guerra que inspiraron, como aquel republicano de “Huelo a tinta, imprenta y libertad”!
¿Hay tipografías narcisistas?
Claro, me responde, la Baskerville, que es muy difícil de leer, un poco como las mujeres guapas, de mírame y no me toques, y la Bodoni, que es un gran invento de Giambattista Bodoni en el siglo XVIII: todos la quieren. Miro mi cartel de bigotes y de estas últimas sólo acierto a encontrar, efectivamente, a la Bodoni, una especie de canapé de seda color níspero en medio de un decorado de una ópera de Mozart para recostarse en él y enseñar por debajo del deshabillé un piececito desnudo. Un bigote tenor y tentador.
Dejando a estas bellezas a un lado, ¡pero en realidad, quién podría!, hay que ocuparse también de un tema de bigotes: la tipografía gótica, que marcó carácter y tuvo su mayor representante peliagudo en Hitler, ¡qué le vamos a hacer! (y también, por qué no decirlo, en las euskal tabernas), y las estridentes y salvajes tipografías que se utilizan en publicidad y en campañas políticas, la Rockwell o la Cooper Black, que te hacen pensar en Donald Trump merendándose a un pinche chicano, como única opción del weekend.
En cuanto empecé a escribir de bigotes ya barruntaba yo que no todo iban a ser alegrías; y eso que he pasado de largo, ¡aposta!, por el bigote más comercializado del mundo, el de Salvador Dalí. Como más que un bigote humano, es un bigotillo de morsa o de alguna especie acuática, tampoco figura entre las tipografías civilizadas. Y eso, hay que reconocerlo, es un acierto más del mundo libre. Me refiero, claro está, al de los animales y sus bigotes. Ellos merecen un estudio un poco más detallado; es decir, fraternal (por mal que suene la palabra).
Nota bene:
“Y no por mucho jalarse del bigote hacia arriba
pudo el Diablo evitar convertirse en Ángel Caído:
triste figura” (autor mexicano desconocido).
Dibujo de Fátima de Burnay.
La autora del artículo y el historiador y crítico de arte Ángel González García fotografiados por © Luis Asín.