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XIV: Serán nerviosas

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I. Los soberbios
Mi vida (cada vez que escribo la palabra vida, a falta de tierra, pongo letras de por medio) no ha cambiado todo lo que quería en estas dos semanas de clausura voluntaria. Aunque no sé si voluntaria es una palabra admisible, aceptable, porque jamás está libre de sospecha. Disfrazado de superhéroe atrapado por el enemigo feroz, la derrota no me resulta extraña. Es más inexplicable mi fe sin fundamentos, sin estadísticas, sin red. Quince días después de recluirme me sigo mintiendo cada noche. Soborno mis horarios. Hago arreglos contra mí mismo. Me traiciono con fruición, espanto, derrota y alegría. Eso que llamé “la lectura irresponsable” me sirvió de coartada al principio. Pero dejo de leer esos libros que he usado como salvavidas. No tengo juicio ni paladar ahora para apreciar palabras que no son mías. Mi egocentrismo, en esta soledad que grita su fin (diez, nueve, ocho…), ha explotado. Me tomo el pulso mientras rezo para que se apague. Cada noche escupo mis latidos hacia el techo, y pretendo dibujar en él constelaciones sin luz, diseñar una galaxia ciega sobre mis ojos. Es otra fantasía de prejubilado (me gusta la idea de prejubilarme para morir, es como el mejor corte de mangas posible de un pobre autónomo). Pero es otra cosa la que me despierta, me solivianta y me impide dormir. Algo parecido a ese asqueroso pudor de los soberbios. La injustificable desvergüenza de aparentar un conocimiento, un estilo, un talento o una fe que nunca tuve ni supe tener.

II. Serán nerviosas mis risas
Me desconcierta reírme tanto. La risotada estentórea siempre me pareció nauseabunda. Es cierto que, en estos momentos, mis carcajadas sólo pueden incomodar a los insectos que me acompañan, natural y civilizadamente más silenciosos que yo. Pero me ha sorprendido, a veces incluso me ha cautivado, esta inesperada propensión al jaleo, al solitario llanto espasmódico del hombre solo y cobarde. Es inevitable desear establecer que la risa nos salva. Pero es muy fácil destrozar el valor de ese anhelo recordando nuestras risas peores, las más públicas e innecesarias.

III. Life Converters
Cada pequeño episodio de mis días puede convertirse en una novela barata, un tratado de filosofía fósil o un suplemento de periódico fúnebre.

Hoy vuelvo a estar cautivo de mis verdugos. Pero sin ellos ni escribo, ni nunca supe vivir, ni ahora sabré morir.

 

Fósil, PG, 2016.