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XIII: Ciencia y ficción

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I. Ficción

Llevo siete días sin hablar con nadie. Ni una palabra pronunciada, ni una palabra escrita y enviada. O sí: sí he escrito algo. Algo extraño, por su contenido y porque lo he escrito a mano, con unos suaves y baratos bolígrafos de tienda de chinos, en uno de esos incómodos moleskines que tan celebrados fueron por algunos de los peores escritores de este siglo. Es un diario de mi vida en esta ciudad interior en la que he convertido mi casa. Un reflejo de este hogar sin familia ni timbres, sin pantallas, sin horas. Llevo siete días sin hablar, siete días entrenándome para no hacerme esas preguntas que se hacen las madres para justificar sus llamadas: ¿estás bien, vida mía?, ¿está bien todo el mundo? Y todo mi mundo apenas es hoy mi hijo, mi mujer y mi hermano. En ese diario he anotado, sin saber por qué, versiones golpeadas por la memoria de algunos poemas que escribí hace años. Y también he apuntado cada día todo lo que he comido, el agua que he bebido, los escalones que he subido y los que he bajado (con alivio al comprobar que ambos números coinciden siempre), las horas que he pasado acostado, tumbado en el sofá, sentado y de pie, y los minutos que he caminado cada mañana, antes de que se despierten las perezosas calles de agosto. Por supuesto he escrito otras cosas menos rutinarias (mi abuela decía rutinosas, no sé si esta palabra es correcta pero me suena muy bien). Algunos de esos asuntos acabarán antes o después, de una manera o de otra, en estas páginas. O no. Pero he logrado no pulsar ningún botón de encendido, excepto el de este portátil, hoy. No sé lo que ha pasado fuera de estos muros: quizás por eso estoy logrando conocer mejor lo que está pasando dentro de ellos. Y por eso mismo necesito hablar hoy.

II. Ciencia

No recuerdo bien, y no me permito consultarlo en internet ni tengo paciencia para buscarlo en enciclopedias o manuales, las clásicas fases del duelo, o las comúnmente aceptadas. Pero supongo que en estos días de desconexión he acudido a ellas para analizar mis reacciones (y su traducción o reflejo en esa docena de textos previos que ya he publicado aquí). Creo que la última era la aceptación. Si esto es cierto, en esta ocasión, como en tantas otras de mi vida, comencé por el final. La primera, de eso sí estoy seguro, era la negación, y por esa no he pasado, aunque no me extrañaría que la estuviese reservando para el final: adoro los berrinches. Entre uno y otra, estaban la depresión y la ira. No me consta, salvo en episodios puntuales que no creo haber confesado, haber sido presa de la ira. La depresión sí creo que apareció en mis penúltimos capítulos, o al menos eso señalaron algunos lectores. En cualquier caso, estas etapas estaban atribuidas a la muerte de algún ser querido. Y todavía está por demostrar que yo sea para mí algo parecido a eso.

III. La irresponsabilidad de leer

Cuando uno cree que tiene más cosas que decir suele darse cuenta, al hacerlo, de que no tenían la menor importancia. Es algo muy parecido a los sueños. En las abundantes, largas e ininterrumpidas dormilonas que me he regalado esta semana no he dejado de soñar. Pero me he prohibido escribir sobre eso. Ni siquiera en el molesto moleskine. Escribir sobre mis sueños me entretiene demasiado, me gusta de una manera adictiva, me consume mucho tiempo y mucha energía. He preferido dedicarme a leer, porque creo que hace años que no leo con tranquilidad y sin alarmas, límites o responsabilidades. Leer lo que quiera durante el tiempo que quiera y a la hora que quiera. ¿Hay algo más envidiable? La irresponsabilidad de leer es lo mejor de estos días: la única garantía de no olvidar el propósito real de esta pausa.

 

P. G., Pausa horizontal, Pausa vertical y Pausa espacial (en orden de aparición), 2016.