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XII: Las profundidades

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¿Cómo reaccionar cuando te comunican que te queda un año de vida? 
Los últimos días de El Herrador
es una confesión ritual en la que el protagonista —colaborador habitual 
de El Estado Mental que prefiere mantenerse en el anonimato— se atreve a 
contar sus actos, decisiones y reflexiones antes de estar muerto.

I. Las profundidades (I)

Cuando hablo, o más bien: cuando recuerdo lo que he dicho, me gustaría tener un contador de palabras. Como en los procesadores de texto, pero de palabras pronunciadas. Me pondría un máximo de cien palabras al día. Programaría un aviso para cuando ya llevase la mitad. Una segunda alarma al llegar a las 80. Y una última señal cuando hubiese pronunciado 98. Lo justo para poder decir “Buenas noches”, “Hasta mañana”. O incluso para, llegado el momento, decir sólo “Adiós” y dejar callada mi última palabra.

y II: Las profundidades (II)

He tardado en hacerlo más de lo previsto, pero finalmente he logrado aislarme un poco del mundo. En lugar de volver a escaparme, estrategia que nunca ha trasladado su éxito a ninguno de mis regresos, le he pedido a mi mujer y a mi hijo que sean ellos los que, breve y simbólicamente, dejen la casa durante unos días. Es evidente que esto puede interpretarse como un acto de cobardía o de pereza, pero me he convencido de que es mejor comenzar los cambios que me he propuesto en el espacio en el que tendré que desarrollarlos en lugar de importar nuevas rutinas, costumbres y abstinencias adquiridas en lugares lejanos y en circunstancias ajenas.

Se fueron ayer por la tarde y lo primero que hice fue desconectar todas las pantallas. Se llevaron el iPad y yo apagué el iMac, este MacBook y mi iPhone. Sí: he sido un iDiot de Apple desde que la Universidad me ayudó a financiar mi primer Mac SE 1/20. Después de quedarme a solas con un libro, un gesto ya tan extraño que hasta parece heroico, me permití dormir más de quince horas.

Al levantarme, voy a comprar agua y comida suficientes como para abastecerme esta etapa austera y para no tener que hablar ni relacionarme con nadie. Mi única disponibilidad es a través del teléfono fijo, que sólo tienen mi mujer, mi hermano… y todas las empresas de adsl del mundo. No voy a necesitar ese imaginario contador de palabras en este tiempo.

Enciendo este MacBook para escribir y enviar esto y ahora lo cerraré. No sé si voy a volver a abrirlo durante mi destierro interior, por así llamar a este encierro voluntario.

Quizás no haya crónica más fiel de estos días que mi silencio.

*

P. D. “La fe es ciega / la justicia es ciega / el amor es ciego / las estatuas son ciegas / y es evidente que los árboles / no dejan ver el bosque / juro que a partir de ahora dejaré de pagar el recibo de la luz”. Ánimo, animal.

 

P. G., Sin título 1 y 2, 2016.