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X: Palabras de fogueo

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I. Amenazas

Leo lo que publiqué el jueves pasado y sólo puedo interpretarlo como el delirio libérrimo de alguien que no sabe cómo cambiar de rumbo, cerrar la puerta o destruir su memoria. Quizás mi inesperada vehemencia se ampara en todos esos ejemplos cotidianos de impunidad hiriente. Ni el sol ni la pereza logran derretir nuestras palabras de fogueo: protestas que explotan sin causar bajas, ni daños, ni siquiera miedo. Sólo un ruido que no altera la paz de las momias.

II. Porcentajes

No sé por qué me detuve en un enlace de un documental estadounidense que hablaba de los éxitos de la educación en la República de Finlandia. La confianza de los responsables finlandeses azotaba la siempre grotesca extrañeza de Michael Moore. Pero al margen de los subrayados y de la inocencia, me sacudió escuchar la evidencia de que la infancia es el período más breve de la vida. Me sentí muy ridículo al verme aferrado a mi plazo, una caducidad que aún no sé si me sitúa en el target de hombre maduro, de anciano prematuro o de deshecho vital.

III. Las terceras personas

Me han hecho llegar las palabras de una mujer argentina que me agradece este ejercicio que me atrevo a arrojar, entre la confesión y la catarsis. Uno nunca sabe por qué escribe. Ni siquiera por qué vive. Son siempre las demás, las terceras personas, las únicas que saben encontrar un sentido (generoso, excesivo, balsámico) a nuestros miedos y socorros.

IV. Insumisos

Me gustaría que en esta ocasión mis palabras se mostrasen sin imágenes. A veces las imágenes son como esa banda sonora insoportable que emborrasca nuestros días. Todo altera lo que acompaña. Todo pervierte la compasión, la compañía, el cuidado: porque la atención se parece demasiado a una amenaza. El cariño, el control. La disciplina y su batalla interminable contra la distancia.

V. La vida exagerada

Ahora escribo desde mi realidad. Otra vez. Desde mi absurda atalaya de almenas como alambres y escurridizas piedras. La enfermedad siempre resiste al tratamiento. La enfermedad es una muralla llena de flechas y aceite hirviendo. La enfermedad es uno mismo, o acaba siéndolo después de tanto tiempo. Siempre fui mi temor, y lo demás sólo fue torpe coartada. Yo ya soy esa parte de mí: ya no soy yo la otra.

Pero para mi gozo y esperanza, sobre todo para mi esperanza, celebro haber descubierto hoy, hace un minuto, que el tiempo es siempre infinito. Miro atrás y sólo encuentro trabajo, trabajo, trabajo y más trabajo. Pero me consta que entre tantísimo trabajo encontré tiempo para beber, para beber mucho, para beber y bailar durante varios días seguidos, una y mil veces. Y entre tanto trabajo y tanto vodka y tanto baile nunca me faltó tiempo para dormir, para dormir semanas enteras, de lunes a lunes, dormí incluso varios meses seguidos, y no dejé de trabajar ni de beber ni de bailar ni de soñar… no se puede soñar más de lo que yo he soñado… pero no sólo lo soñé: lo escribí, lo conté, lo reviví sin dejar de bailar, de beber, de caminar… porque caminé miles de kilómetros, y escuché millones de canciones y leí todos los libros y vi todas las películas y hasta leí las peores revistas una y mil veces cada una de ellas y me leí cada día diez periódicos y varios ensayos, toda la vida llena de amor y de dolor y de preguntas, toda la vida llena de belleza, boqueando ante la belleza, leí cien libros ajenos y estudié todo el tiempo y puse varios negocios y me reí, porque lo cierto es que apenas paré de reír todos estos años, con mejores o peores motivos y sin dejar de atender a mi padre, de jugar con mi hermano, de retar a mi cuñada, y de amar. A nada le dediqué más tiempo que a amar, quizás sí a masturbarme, vi cien veces cada escena porno, y vi todas las revistas porno y vi todo y lo vi antes y lo seguí viendo y mientras tanto venga a comer, a comer, a comer, a comer. Porque jamás dejé de comer ni de ir al bar y pedir tapas, toda mi vida entre tapas y entre amigos, entre tantísimos amigos y hasta entre enemigos y desconocidos, dedicándoles todo el tiempo, como a mi hijo, como a mi hijo, como a mi hijo, como a mi hijo, como a mi familia, a mi tío, a todo el mundo, siempre viendo la tele, sin parar, y los vídeos, y escuchando la radio, sin parar, y siempre en las fiestas. Mi vida sólo fue fiesta y también hospitales, análisis, ambulatorios, siempre entre médicos y bailando y viendo la tele, y en silencio, muchísimo tiempo en silencio y solo y en todas partes, en cualquier parte, dando vueltas, y nada de lo que he dicho puede compararse a lo que escribí y lo que escribí no puede compararse a lo que soñé y lo que soñé no puede compararse a lo que conté y lo que conté no puede compararse a lo que sentí, siempre sintiendo, siempre preguntándome, mil billones de preguntas al día, mientras deseaba, mientras deseaba y dejaba de desear y volvía al deseo y al desorden y al fútbol, porque he visto todos los partidos de fútbol, todo el deporte y los deportes y todos los peores programas de televisión, apenas hice otra cosa que ver la tele y comer y fumar sin que nadie supiese que fumaba, y beber y bailar y tirarme horas en los parques y en los montes, eso casi nadie lo sabe, cientos de días en los parques y en el coche y en más coches y en las motos y viajando y pensando y llorando, apenas hice otra cosa que llorar pero hablé con todo el mundo, no me queda nadie con quien hablar, no me quedan palabras ni aliento, pero incluso canté en las iglesias, de eso ni me acuerdo ni me importa, pero las iglesias también me robaron horas y horas y horas como el colegio, como la religión, como la universidad, como los masters, como el trabajo, toda la vida trabajando sin parar, toda la vida haciendo cuentas y acariciando a mi amor, toda la vida imaginando, imaginando, imaginando sin parar sin parar sin parar y pasando frío y sudando y dando vueltas en las camas y en el sofá y sudando y temblando y con mucho miedo con mucha alegría y jugando al ajedrez y al bingo y ganando siempre y perdiendo siempre y viendo la tele y escribiendo cartas y escribiendo siempre y diciendo cosas bonitas y diciendo cosas horribles, y comiendo y bebiendo y en las barras y contando chistes, diez mil millones de chistes y riéndome y en el tren toda la vida, diez mil viajes, cuatro millones de kilómetros en los trenes y tantos aviones y tantos mares y tantas guerras y tantas peleas, y dándome puñetazos siempre en las esquinas, eso tampoco lo sabe nadie, y dando golpes en los teléfonos, en las redes, en los litigios, en los juzgados, una vida entera en los juzgados, en las notarías, en los archivos, en las matemáticas, en la literatura en el arroz en la poesía, en los conciertos, tantos conciertos, infinitos, como el tiempo, como la sed, como la angustia, como el ciclón, como los campos, como las pérdidas, toda la vida diciendo adiós, toda la vida sonriendo, dando propinas, cambiando de rumbo, mirando la belleza (boqueando ante la belleza), intentando entender algo, toda la vida llena de preguntas, toda la vida llena de páginas, toda la vida llena de amor y de dolor y de fracasos, y de letras y de números y de bancos y de casas y de cuadros y de todo, y mucha gente, millones al día, números, magias, muertes, tantas muertes insoportables, y el ruido el ruido el ruido tanto ruido tantas campanas tanto fanatismo, tanto daño, tanta mentira, tanta gracia. El tiempo es infinito. Y la vida es exagerada. Muy exagerada.

 

P. G., Palabras de fogueo, 2016.