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VII: No dejamos nada

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I. La cuarentena
Sin apenas darme cuenta he cruzado esta cuarentena inicial de mi adiós. Después del fracaso de despedida de hace unos días, vuelvo a intentarlo, ahora a solas, reunido con mi alcohol, mis drogas y mi angustia. Esta vez no me caigo, no me caigo al suelo, no me caigo físicamente, pero siento cómo se derrumban mi cabeza y mi valor. En algún momento rompo a llorar.

Me acuesto muy angustiado pero poco a poco me voy calmando. Pienso en cuánto me gusta conducir sin prisas pero sin reglas. Me río al convencerme de que prefiero los coches rotos y gastados, como los zapatos. Busco en internet documentales para alcanzar el sueño, pero no hay ningún documental sobre la paciencia, la templanza ni el pan de molde. Me duermo acunado por la garantía de que mañana, al despertar, entienda que ya ha acabado todo esto.

II. La abstinencia falaz (o el síndrome sin abstinencia)
Me parece increíble que determinase así, como si fuese fácil, que iba a poder dejar mis adicciones como primera decisión de mi nueva (y breve) vida. Nadie puede pensar que algo así es posible. Me ampara o justifica el estado en el que caí al conocer la noticia, pero ahora me doy más pena que risa. Y, sin embargo, estoy decidido a intentarlo. En primer lugar, porque quiero ser consciente de lo que me quede de vida. En segundo lugar, porque no quiero (al menos: no todavía) iniciar un ascenso delirante en mis consumos. Pero sobre todo porque sé que estar sano me ayuda a enfrentar mi enfermedad y a pelear contra sus síntomas. Mi plan ahora es estar tres semanas arreglando papeles, ordenando cosas, escribiendo esto… y alejado de todo. Después, pasar un mes más alejado aún. Puede parecer egoísta buscar ese aislamiento cuando tengo el resto de la eternidad para estar solo. Es egoísta, sin duda, quitarle mi compañía a mis seres queridos durante ese tiempo. Y más sabiendo que cuando vuelva apenas nos quedarán nueve meses (una gestación) para estar juntos. Pero sé que ese paso es fundamental para todo: que sin ese paso no seré capaz de otra cosa que de seguir huyendo, evadiéndome, distrayéndome y despidiéndome de mentira, como he hecho hasta ahora. Sé que sin ese paso no voy a lograr comenzar a vivir. Ya no puedo plantearme la posibilidad de vivir un año. Espero, al menos, ser capaz de saber vivir durante nueve meses.

III. La madurez
Mientras retiro de la pecera el cuarto pez muerto de este verano me sorprendo preguntándome si voy a morir antes de haber alcanzado la madurez. No hace demasiado tiempo que escribí sobre la sensación de no haber comenzado a madurar hasta que nació mi hijo. En realidad, era un supuesto muy optimista o exagerado, pues creo que pasaron varios años desde el nacimiento de Ángel hasta que yo empecé a madurar. Mi generación ha sufrido, está demostrado, una prolongación antinatural y enfermiza de su adolescencia. Nuestros hábitos, deseos y conductas son las mismas desde hace tres décadas. Es algo contra lo que no es fácil luchar, y las circunstancias sociopolíticas no han ayudado mucho: hemos vivido o flotado en una paz tramposa, más transitiva que de verdadera transición, en la que lo fácil era caer en la inercia y repetirlo todo interminablemente. Nuestra adolescencia también fue una burbuja. Siempre nos sentimos demasiado jóvenes hasta ese demoledor momento en el que nos dimos cuenta de que ya éramos demasiado viejos. O de que ya estábamos muertos.

Y IV: El editor
A través de El Estado Mental recibo la noticia de que hay un editor interesado en publicar en papel esta obra semanal que firmo como El Herrador. Es algo que me hace sentir bien, por supuesto, pero tengo claro que mi compromiso es ir publicando aquí estos escritos hasta que ya no pueda hacerlo. Aun así, me hacen llegar el email de este editor. Y lo leo emocionado. Sus palabras son generosas y actúan como una medicina.

Desde aquí, le reitero mi gratitud. Pero este proyecto nace y se consume en estas páginas líquidas del siglo XXI. Y no sé si después tiene sentido reunirlo en un libro que, necesariamente, será póstumo. Para qué hacerlo, si, como bien hemos aprendido, no dejamos nada.

 

En portada, fotograma de La vida en tiempos de guerra (Todd Solondz, 2009) capturado por bswise.

Fotografía de Hector e Balcazar.