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SEMANA XLVII: Lo que rechazo también me define

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Prólogo de la Tercera Parte

Sé que estaba contando algo, pero sé que lo he olvidado: no puedo decir nada de aquel relato. Siento el eco de un atentado en el cerebro, recuerdo algo parecido a un bisel en la nuez, algo que toma la forma de una caperuza que encierra al verbo. Le doy vueltas a todo y no puedo parar. Reviso mis notas y siento que mirar las fechas de mi diario es un desafío. Descubro borrones que me resultan inquietantes. Compruebo que en estos cuatro meses no he encontrado la fórmula adecuada para organizar mi despedida. Todo ha sido, todo es, tan real como desesperado. Antes de acabar el año me estrangularon la tráquea, pero eso no me impidió seguir imaginando que sería capaz de vivir fuera de plazo. Mi tarea se ha limitado a llenar el vacío de mi innegociable hibernación. Durante las primeras semanas no dejé de pensar en los coatíes, sin saber cómo son los coatíes, mientras mezclaba nuevas métricas con exigentes dosis de emociones y placebos. La desesperación de los médicos golpeaba sus propios diagnósticos y violentaba sus presupuestos, y mientras ellos discutían yo exageraba mi sonrisa y ocultaba mis cálculos.

Al final, me dejaron salir del mundo aséptico que se le impone a quien está sometido al pronóstico de su óbito. Pasé las primeras horas cruzando calles y plazas, corriendo de un cajero a otro, mientras esquivaba a la gente en llamas. Horas después, al llegar a casa, me dediqué a abrir todas las persianas para que entrara la oscuridad.

Así es como recuerdo esta pausa involuntaria que me colocó en un nuevo punto de partida.

*

TERCERA PARTE

SEMANA XLVII: Lo que rechazo también me define

I. Anuencia

Es muy extraño desaparecer antes de desaparecer. Porque cualquier palabra que pretendes quemar en tu ausencia sólo puede oler a humo y a escarnio. Oler a eso, o intentar no oler.

La brumación no deja de ser un consentimiento, una docilidad genética o cultural, una parálisis de la voluntad o del coraje. En estos cuatro meses escribí sin la responsabilidad de poder ser leído. Así que escribí de otras cosas, o dejé de escribir, o me propuse listas de asuntos mecánicos, automáticos, inconscientes… El corredor de la muerte tiende a generar presos disciplinados. Las rutinas del condenado le permiten acudir a su ejecución en modo no terrenal, arropado por la anuencia.

II. La tarea

Una tarde opaca prolongó de manera artificial y amenazante esas horas en las que no sabes si eres siesta o merienda, si ya han abierto los bazares o están cerrando las farmacias. A partir de ese malestar decidí subir a la buhardilla.

Tiré al suelo los libros amontonados sobre el sofá y me dejé caer sobre su piel agrietada. Miré las montañas de mi pasado y decidí recuperar una vieja idea. Tomé una determinación, algo que siempre es más fácil que elegir un rumbo, y me propuse desprenderme de todo lo que no me definía y elegir (¿o salvar?) exclusivamente aquello que me identificaba: las piezas exactas de mi puzzle vital. Los píxeles de mi autorretrato. Me atrevería, por fin, a concretar mi legado. Al pensarlo me sentí menos culpable. Y no fue difícil asumir que dejaría como herencia un centenar de libros y de discos, algunas películas, cartas, fotografías, una decena de objetos, una selección de mis textos y mi viejo impermeable. Encontré un baúl de metal donde tendría que guardarlo todo. Un trasto que podría permanecer en un rincón hasta que, cualquier día, mi hijo decidiese abrirlo y.

Así podría vivir mis últimos meses con la paz de no arrojar a mi familia las sobras de mi vida.

Seleccionar este legado fue más entretenido que traumático, mucho más creativo que destructor. Compré cien cajas y las fui llenando de cosas sentenciadas (pero lo que rechazo también me explica). Completé once lotes, sin guion ni método. Cuando tuve terminado el primero no pude evitar imaginar una historia ad hoc sobre lo que su contenido me inspiraba. No era una crónica asociada a los recuerdos depositados en esa caja. Escribí casi sin darme cuenta un breve relato sobre el primer lote, lo imprimí, lo guardé en un sobre y lo añadí al pack. En su anverso escribí “Lote 1”. Y en el reverso puse mi nombre: El Herrador. Llamé a mi amigo Pablo y le dije que tenía un regalo para él. Era diciembre y los días eran templados, y no hubo mañana en la que no me despertase con el ánimo dispuesto para crear un nuevo lote. En pocos días, se me acabaron los amigos.

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LOTE 000

Ficha técnica:

1. Les amants tristes, de Leo Ferré. (1974, Barclay/Movieplay). VINILO
2. Los Ronaldos / Brighton 64. Mini LP. (1987, EMI Odeon). VINILO
3. I’m Your Man, de Leonard Cohen. (1988, CBS). VINILO
4. AXCESS Premier Issue. Cyberculture. (1993). MAGAZINE EN PAPEL
5. H. Psycho! (2000). MAGAZINE EN PAPEL
6. Flowers In The Dirt, de Paul McCartney. (1989, EMI). CD
7. Érase una vez Paco de Lucía. (1972, 1973, FONOGRAM. 1994, ORBIS). CD
8. Diario de un ascensor en un bloque de dos plantas con azotea, de Elena Román. (2010, Diputación de Granada). LIBRO
9. Terminal libre. SONY ERICSSON. Prehistoria del siglo XXI. Rojo Ferrari. 2.0 Megapixels. MÓVIL
10. Dominó. Estructuras Metálicas Morales. José Antº Morales. Villarubia (sic), Córdoba. Mediados del siglo XX. Caja de madera bien pegada y ensamblada. Fichas legales. Piezas sin contar. JUEGO DE MESA POPULAR

Texto del Lote 000:

No sé a qué hora llegaste. Los hombres de punto y telarañas jugaban al dominó y hacían tanto ruido como trampas. Eran trampas infantiles, sólo un recurso para atreverse a dar voces. Eras demasiado delgada para ellos, una mujer en un mundo hostil, una presa inalcanzable. El único hombre respetable de aquella taberna del 64 era un judío que estaba pidiendo fruta. Creo que te fijaste en él, pero de la manera en la que uno se fija en la persona que lo acompaña involuntariamente en un ascensor. Él era el siglo XX y tú pensabas en el XXII. Llevabas las cejas pobladas y despeinadas, como los tejados de una aldea gala, como una resistencia sindical. Yo jugaba con las aceitunas, pretendiendo que nada tuviese la menor importancia. Cuando se acercó el camarero le pediste dos periódicos y una ficha de dominó. La blanca doble. Antes de que plantase el servilletero entre nuestras manos, entre mi pulgar petrolífero y tu anular, me fuiste diciendo muy lentamente pero sin remedio que te ibas a Canadá. Te fuiste cuando llegó un gol vespertino del equipo local. Los hombres se hicieron salvajes y libres durante tres segundos, no por más de dos gestos. Después se condensaron sus alientos, me protegió tu paz.

Fotografía: PG, 2017: Electricity.