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III: Del vértigo de morirse

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I. Melodía
La melodía suena siempre por debajo y por encima del ritmo, y es más dañina y reveladora. La melodía convierte un cumpleaños en un crimen, una fiesta en un secreto letal, un viaje en un adiós. La melodía descubre la realidad que hay tras la pulsión hipnótica del ritmo. Sigues bailando pero sabes que ya se ha roto todo por dentro. Sonríes pero sudas. Pides disculpas, tiempo, elipsis. Y sientes que reptas mientras te escondes en la oscuridad, en el baño, en las afueras. Escuchas a los grillos, sin saber si son grillos. El frío es nuevo pero la piel es la misma. Otra fiesta de despedida. Una melodía tapándome los ojos al saltar.

II. Ritmo.
Escribo mi cuenta atrás cada semana sin saber si sigo un ritmo lento o rápido. Sólo sé que me cuesta no escribir más y que me gustaría publicar menos. El ritmo es una fórmula extraña y voluble. Siempre he creído más en la sorpresa que en el reloj. Más dinamita y menos agujas, por resumirlo muy mal.

Llevo casi un mes ensimismado, me asusto sólo por las noches, cuando me fallan esas pastillas para dormir que son el ventilador, el sofá, la serie Crímenes imperfectos o los episodios antiguos de CSI New York. Pero es imposible no advertir que las cuatro veces que he contado mi veredicto he buscado principalmente desahogarme, librarme de una carga, mostrar confianza en cada receptor, y apenas he reparado en lo que esas palabras podrían provocarle. Mis confesiones están hechas de agonía y egoísmo.

El caso más cercano es el de mi mujer. Por supuesto me ha abrazado y me ha regalado esas palabras de ánimo y apoyo que todo el mundo imagina por deformación social. Pero no he sido capaz de preguntarle nada más, ni de plantearle cómo asume esto, cómo organiza su vida para este año y sobre todo para los posteriores, no le he preguntado qué necesita, no he estado pendiente de ella al margen de pedirle (o más bien indicarle) que necesito aturdir mis inminentes días, noquear este tiempo de subasta y sauces.

III. La piscina
El insomnio sustituye el sueño por el hambre y aprovecho la visita a la cocina para anotar algunas palabras en mi agenda:

piscina

salvarme

agosto

viaje

La piscina está en la casa de campo a la que me retiro cada verano durante el mes de agosto. Al evocarla surge la convicción irrefutable de que esa piscina va a salvarme. Siento el impulso de acercarme a mi madre muerta para despertarla y decirle: “Ya puedes estar tranquila: voy a salvarme, madre. Ya puedes descansar”. Pienso en telefonear a mi mujer, que a esas horas está volviendo de trabajar en una ciudad lejana, y proponerle que deje su empleo nocturno y venga a mi lado. Me acuerdo de mi hermano, y de mi mejor amigo, y también quiero decirles que he encontrado la solución a los problemas que atormentaban sus vidas. Estoy convencido de que yo voy a salvarme y de que conmigo se salvarán todos ellos.

Busco galletas de chocolate y escribo esas palabras en la agenda, en la columna correspondiente al veinte de junio, el día previsto para acercarme a comprobar cómo está esa casa que durante el resto del año permanece cerrada y deshabitada, apenas vigilada de cuando en cuando por una familia del pueblo. La casa no guarda nada que pueda interesar a nadie (una cama, una mesa, dos sillas, una pequeña nevera y un fogón son todo su inventario), así que siempre hago ese viaje de rutina sin otra preocupación que comprobar los desperfectos que pueden haber causado las lluvias o las nevadas, o los estropicios propios de los pájaros y roedores que hayan logrado colarse en alguna habitación. Sin embargo, hoy pienso en la piscina (apenas una alberca con una vieja lona que impide, y no siempre, que caigan en ella conejos, zorros y topos y mueran ahogados), y siento un súbito temor a que la piscina haya sido destruida por granizos o por vándalos, y a que con ella se pierdan inevitablemente todas mis posibilidades de salvación. Me dejo caer en la cama y comienzo a sudar de manera exagerada. Imagino de nuevo la piscina, ahora invadida por animales irreconocibles, y entiendo que toda mi vida está resumida en las pocas palabras que he apuntado en la agenda:

piscina

agosto

salvarme                            

viaje

O, más que resumida, lo que indica es mi ineludible final: la destrucción de la piscina, que representa mi vida, la fecha de mi adiós en poco más de un año, y la única forma de salvación que a estas alturas me queda: la muerte, el viaje definitivo.

Pero ¿por qué la piscina representa mi vida? Lo entiendo muy pronto. Esa pequeña piscina fue la base invisible de mi estancia en la casa de campo, una estancia que a su vez suponía la esencia de mi propia existencia. Mi vida no habría sido posible sin esos periodos de exilio voluntario, y esos periodos no habrían sido soportables si no hubiesen tenido la misión cotidiana de limpiar esa piscina. Una piscina en la que, sorprendentemente, jamás he llegado a bañarme, pero a la que he proporcionado todo tipo de cuidados y atenciones durante la mayoría de las horas que he pasado en esa casa.

Cuidar la piscina significaba cuidar de mí mismo. Mantenerla limpia era impedir que entraran en mí, al menos durante esos días, todas las inmundicias que me envenenaban el resto del año. La depuración del agua era la de mi propia vida. Pero este año la piscina no ha aguantado tanta contaminación y se ha dejado vencer. Este año no hay piscina, ni vida.

Y IV. Sesgo
Todo lo veo ya sin ganas de mirar ni espacio para apreciarlo, sin distancia, sin crédito ni perspectiva, como un viejísimo cacharro de feria. Averiado pero en marcha, atento a la taquilla y no a los niños. No encuentro tiempo para el recuerdo, el archivo, el aliento. Todo lo veo sin ver, todo se escapa, me engaña el mundo y estoy cansado, no sé mirar, no me importa el foco. Todo lo veo sin fuerza para entender, sin líneas para sujetar mis preguntas. Porque ya es más fácil dejar de ver, cerrar los ojos, recordar y ajustar la memoria a mis nuevas leyes. Muy despacio. Y en silencio. Sin mirar. Me aburren las preguntas, me hago el tonto, me escapo. Todo lo veo sin verme. Ajeno y débil. Incomprensible ya. La vida me sesga. Mi encuesta se ríe del margen de error. La vida se escapa, se escurre y huye de las muestras de confianza.

 

Ilustraciones de PG, 2016.