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Cambios visibles rumbo a dónde
La Habana. Galiano esquina Boulevard de San Rafael. Mediodía. Sol terrible en todo lo alto, 90 por ciento de humedad. Plaza con árboles y bancos, todos ocupados por personas absortas, concentradas en la pantalla del móvil. Los únicos con la mirada alzada son los vendedores espontáneos de tarjetas para conectarse a internet vía wi-fi. Oficialmente sólo las venden en las oficinas de ETECSA, la compañía de telefonía cubana, pero ahí no hay, están agotadas. En la calle se encuentran fácil, a 1 CUC más caro que en la tienda, 3 CUC en total por una hora de conexión (el CUC es una de las dos monedas del país, con valor equivalente al dólar). Sentados en uno de los bancos de la plaza, Heidy y Adrián, una pareja de universitarios, intentan conectarse a internet, su primera vez. Han venido porque quieren comunicarse con la madre y el hermano de él, que están en Virginia, Estados Unidos. Les han contado que deben utilizar IMO, la única aplicación con la que se pueden realizar videoconferencias en Cuba, y Facebook, pero no tienen ni idea de cómo funcionan. Después de muchos intentos, lo consiguen. En cuanto aparece la madre en la pantalla a Adrián se le anegan los ojos: “mamá, por favor, deja de llorar”, “prometo traer al niño la próxima vez para que lo veas, ahora ya sé”. Hablan apenas cinco minutos y se vuelven para Alamar, un barrio en las afueras de la ciudad, donde viven con su hijo en un micro, uno de los edificios feos y de mala calidad tan característicos de la Revolución, que se construyeron masivamente para dar solución a la necesidad de vivienda. Son muy jóvenes, deben tener veintipocos, estudian y trabajan y tienen claro que no quieren irse del país.
Este es una de las tantas zonas wi-fi (la wifi, le dicen) repartidas por la ciudad, plazas repletas a todas horas de cubanos de todas las edades, sexo y color. Actualmente hay 200 puntos en todo el país, según publicó Yurisander Guevara en Juventud Rebelde este 8 de septiembre. La velocidad de conexión deja todavía mucho que desear, pero ya permite realizar llamadas, visualizar o enviar vídeos y fotos, algo impensable hasta hace nada. Las conversaciones son mayoritariamente con la familia o la pareja, a menudo a un volumen alto, sin pudor a ser escuchados, no importa quién esté al lado. Además de los puntos de conexión oficiales están floreciendo puntos improvisados en cualquier esquina, montados por particulares que disponen de internet y comparten la señal al precio de un CUC la hora por dispositivo.
Uno de los temas de conversación más frecuentes, ya no sólo en el teléfono, en la calle, es el dinero. Todo el mundo habla de dinero todo el rato. Es constante: me conseguí esto por tanto, están vendiendo esto a tanto, aparecieron aquellos por tanto… La lucha del día a día ha aumentado con la inflación. Los precios están supersónicos en comparación con los sueldos. Sí, en los mercados venden fruta y verdura de temporada a precios asequibles, con algunas excepciones –los tomates por ejemplo ahora están a 20, 25, 30 y hasta 35 pesos moneda nacional la libra, lo que equivale a dos euros el kilo– y el Estado sigue entregando productos básicos subvencionados por la libreta que no alcanzan para pasar el mes pero ayudan. Sin embargo, hay muchos otros básicos, como el aceite, la leche o el papel higiénico, que son más caros que en Europa. O el pescado y la carne de res (ternera), a los que se le suma la odisea de averiguar dónde y cómo conseguirlos.
También es cierto que cada vez hay más cubanos con poder adquisitivo gracias a los negocios particulares (básicamente los que tienen contacto con los turistas: taxistas, casas particulares que alquilan habitaciones por día y bares y restaurantes) y a las remesas que mandan los que viven en el extranjero a sus familias. Son los únicos que pueden pagar los 45 CUC de un ventilador de pie, 780 por una nevera o un aire acondicionado sencillos, o los 1384 que cuesta un congelador muy básico. Las shopping –tiendas con productos importados– están llenas y la gente compra. No hay mucha variedad tampoco, cuatro cosas, que vienen mayoritariamente de España, Francia, Turquía, China y Vietnam. Mucho producto de marca blanca de Spar y Auchan. En el supermercado de Miramar pegado al Centro de Negocios, los carros pasan por caja llenos hasta arriba. Una de las varias tiendas Adidas de La Habana está a tope un día entre semana. En el centro comercial de Carlos III hay cola para llevarse un electrodoméstico. La Fábrica de Arte Cubano, el mega espacio de ocio que abrió hace unos años en El Vedado, donde hacen conciertos, exposiciones, teatro y cine, está repleta todos los fines de semana de turistas y nacionales a la par.
Pero los pudientes son minoría. El Estado ha anunciado recortes para salvar la economía, que está en recesión. Ante la escasez de petróleo en la isla, consecuencia de la crisis en Venezuela, el gobierno ha reducido en un 30 por ciento el combustible que entrega a los vehículos estatales, cuyos conductores antes vendían la cantidad que les sobraba a un precio económico en el mercado negro, básicamente a los choferes particulares que cubren rutas urbanas e interurbanas por pasaje (coches compartidos que tienen un precio fijo por pasajero). Por lo que ahora deben comprarlo en las gasolineras al precio oficial, mucho más caro que el que conseguían por la izquierda. Esto ha desembocado en un aumento del precio del viaje y una disminución de los vehículos que circulan, debido al control estatal a los coches para evitar los abusos y el cambio de orientación del negocio de algunos, a los que les resulta más rentable esperar hasta cazar a alguien dispuesto a pagar una carrera. Ante esta nueva crisis –la falta de combustible también puede afectar al suministro eléctrico– se han desatado todo tipo de especulaciones: hay rumores de apagones y de cortes de agua, a pesar de que hasta ahora han sido anecdóticos. Y el miedo a que llegue un segundo periodo especial. Todavía tienen frescas las anécdotas del primero, a la mínima salen los cuentos de los inventos que hicieron para sobrevivir en los 90, cuando se cayó el bloque socialista y entraron en una crisis profunda. En las fotos de esa época todo el mundo está en los huesos.
Los esperados cambios que se suponen al acercamiento progresivo a Estados Unidos no acaban de llegar. Entre septiembre y octubre se inauguran más de cien vuelos regulares entre diferentes ciudades de los dos países, lo cual se supone incrementará el flujo de turistas, ahora establecido en 3 millones al año. Pero queda mucho para que la economía del país pueda sostenerse por el turismo. Y, cuanto más se aproxima el fin del bloqueo, más cubanos se aventuran a irse. El miedo a que el gobierno americano derogue la Ley de Ajuste Cubana, que concede a los cubanos que llegan a tierra estadounidense amplios beneficios migratorios y ayudas económicas, ha provocado el aumento de las salidas irregulares del país, por mar en lancha y por aire y tierra, saltando fronteras latinoamericanas. El precio a pagar por emigrar ilegalmente es muy caro, no solo económicamente –la mayoría se vende la casa para poder pagar el viaje–, hay que negociar con los traficantes de personas y, a pesar de que no se sabe el número, está claro que algunos mueren en el intento. Un taxista de Santa Clara cuenta sin tapujos que está planeando dar el salto a Estados Unidos con toda la familia, todavía está averiguando por qué vía, alega que sus tres hijos no quieren vivir en Cuba porque no ven la posibilidad de prosperar. Tiene claro que quiere conservar su casa, por si tuviera que volver. Otra familia de la misma ciudad, una pareja joven con dos hijos, que vivía desahogadamente gracias a un próspero negocio textil, se fue hace poco porque no quería que los niños crecieran en Cuba. Otra pareja joven con una niña pequeña, también de Santa Clara, vende muebles y electrodomésticos entre los amigos. La casa ya está liquidada. Ahora falta acabar los trámites de reunificación familiar (la madre de ella hace tiempo que vive allá).
No hay cifras oficiales de los cubanos que viven fuera del país. Tampoco sobre la cantidad de emigrantes cubanos con intención de llegar a los Estados Unidos que se han quedado bloqueados en países latinoamericanos, ante la presión de Washington para que sean retornados a La Habana. La política de comunicación del gobierno se centra únicamente en temas que convienen políticamente, de manera que sólo se informa a modo de comunicado oficial, el resto no existe. A principios de julio, por ejemplo, Raúl Castro anunció la sustitución de los ministros de economía y de cultura, sin dar explicación alguna sobre la causa de su destitución. Ahora interesa explicar los nuevos impuestos que se impondrán a los trabajadores y todos los medios estatales, prensa, radio y televisión, se centran en exponer estas medidas. Hace poco el gobierno conminó a los periodistas que simultaneaban su trabajo en medios oficiales con colaboraciones en medios alternativos a que dejaran de hacerlo. Ante esta amenaza, los de Santa Clara hicieron público un manifiesto reclamando libertad de prensa y “el derecho a poder publicar en medios digitales o impresos que no representan ofensas a la dignidad plena del hombre y la mujer, ni significan una amenaza a la soberanía de nuestro país. (…) Nadie altera nuestros textos ni negociamos nuestras posturas revolucionarias. Ahora más que nunca somos y debemos ser responsables de nuestra opinión”. Un mes más tarde, José Ramírez Pantoja, periodista de Radio Holguín desde 2006, fue despedido por publicar en su blog personal la intervención íntegra de Karina Marrón González, subdirectora del Granma, el periódico oficial, en el pleno nacional de la Unión de Periodistas de Cuba, en el que defendió la necesidad de evolución de la prensa en el país. Ramírez declaró recientemente en una entrevista al uruguayo Fernando Ravsberg, corresponsal del periódico Público y autor del blog Cartas desde Cuba, que la prensa cubana necesita “mayor autonomía”, “ser más cercana a la realidad del país y menos triunfalista”, y debe “denunciar los problemas de las personas”, en lugar de ser el instrumento “para que los dirigentes hagan declaraciones de los sobrecumplimientos”. A raíz de la publicación de esta entrevista, Ravsberg fue amenazado con ser expulsado del país.
Mariela Mon García, coordinadora general de la asociación Centro de Intercambio y Referencia-Iniciativa Comunitaria de Cuba (CIERIC), reflexionaba hace tres meses en una conferencia en Casa América Catalunya “cómo vamos poder caminar en este nuevo horizonte de manera sólida si no tenemos cultura de debate, de transparencia, de vivir del trabajo sin tener que resolver…”“Este país hizo una Revolución hace 57 años y ahí se quedó”, comentaba un cantautor habanero estos días, “no ha pasado nada más”. Silvio Rodríguez declaró en 2010 en Miami, en la que fue su primera visita a Estados Unidos después de 30 años de no pisar el país, que “la evolución es una necesidad constante de las sociedades y los seres humanos, que necesitan siempre evolucionar y a veces hacer una revolución”. Está claro que los cambios son visibles, pero no tanto a dónde conducen.
En portada, Heidy y Adrián.
De arriba abajo, parque de la esquina de Galiano y San Rafael; tienda de congelados del centro comercial Carlos III y mujer en un balcón en la calle San Rafael.
Fotografías de la autora del artículo.
Cambios visibles rumbo a dónde
La Habana. Galiano esquina Boulevard de San Rafael. Mediodía. Sol terrible en todo lo alto, 90 por ciento de humedad. Plaza con árboles y bancos, todos ocupados por personas absortas, concentradas en la pantalla del móvil. Los únicos con la mirada alzada son los vendedores espontáneos de tarjetas para conectarse a internet vía wi-fi. Oficialmente sólo las venden en las oficinas de ETECSA, la compañía de telefonía cubana, pero ahí no hay, están agotadas. En la calle se encuentran fácil, a 1 CUC más caro que en la tienda, 3 CUC en total por una hora de conexión (el CUC es una de las dos monedas del país, con valor equivalente al dólar). Sentados en uno de los bancos de la plaza, Heidy y Adrián, una pareja de universitarios, intentan conectarse a internet, su primera vez. Han venido porque quieren comunicarse con la madre y el hermano de él, que están en Virginia, Estados Unidos. Les han contado que deben utilizar IMO, la única aplicación con la que se pueden realizar videoconferencias en Cuba, y Facebook, pero no tienen ni idea de cómo funcionan. Después de muchos intentos, lo consiguen. En cuanto aparece la madre en la pantalla a Adrián se le anegan los ojos: “mamá, por favor, deja de llorar”, “prometo traer al niño la próxima vez para que lo veas, ahora ya sé”. Hablan apenas cinco minutos y se vuelven para Alamar, un barrio en las afueras de la ciudad, donde viven con su hijo en un micro, uno de los edificios feos y de mala calidad tan característicos de la Revolución, que se construyeron masivamente para dar solución a la necesidad de vivienda. Son muy jóvenes, deben tener veintipocos, estudian y trabajan y tienen claro que no quieren irse del país.
Este es una de las tantas zonas wi-fi (la wifi, le dicen) repartidas por la ciudad, plazas repletas a todas horas de cubanos de todas las edades, sexo y color. Actualmente hay 200 puntos en todo el país, según publicó Yurisander Guevara en Juventud Rebelde este 8 de septiembre. La velocidad de conexión deja todavía mucho que desear, pero ya permite realizar llamadas, visualizar o enviar vídeos y fotos, algo impensable hasta hace nada. Las conversaciones son mayoritariamente con la familia o la pareja, a menudo a un volumen alto, sin pudor a ser escuchados, no importa quién esté al lado. Además de los puntos de conexión oficiales están floreciendo puntos improvisados en cualquier esquina, montados por particulares que disponen de internet y comparten la señal al precio de un CUC la hora por dispositivo.
Uno de los temas de conversación más frecuentes, ya no sólo en el teléfono, en la calle, es el dinero. Todo el mundo habla de dinero todo el rato. Es constante: me conseguí esto por tanto, están vendiendo esto a tanto, aparecieron aquellos por tanto… La lucha del día a día ha aumentado con la inflación. Los precios están supersónicos en comparación con los sueldos. Sí, en los mercados venden fruta y verdura de temporada a precios asequibles, con algunas excepciones –los tomates por ejemplo ahora están a 20, 25, 30 y hasta 35 pesos moneda nacional la libra, lo que equivale a dos euros el kilo– y el Estado sigue entregando productos básicos subvencionados por la libreta que no alcanzan para pasar el mes pero ayudan. Sin embargo, hay muchos otros básicos, como el aceite, la leche o el papel higiénico, que son más caros que en Europa. O el pescado y la carne de res (ternera), a los que se le suma la odisea de averiguar dónde y cómo conseguirlos.
También es cierto que cada vez hay más cubanos con poder adquisitivo gracias a los negocios particulares (básicamente los que tienen contacto con los turistas: taxistas, casas particulares que alquilan habitaciones por día y bares y restaurantes) y a las remesas que mandan los que viven en el extranjero a sus familias. Son los únicos que pueden pagar los 45 CUC de un ventilador de pie, 780 por una nevera o un aire acondicionado sencillos, o los 1384 que cuesta un congelador muy básico. Las shopping –tiendas con productos importados– están llenas y la gente compra. No hay mucha variedad tampoco, cuatro cosas, que vienen mayoritariamente de España, Francia, Turquía, China y Vietnam. Mucho producto de marca blanca de Spar y Auchan. En el supermercado de Miramar pegado al Centro de Negocios, los carros pasan por caja llenos hasta arriba. Una de las varias tiendas Adidas de La Habana está a tope un día entre semana. En el centro comercial de Carlos III hay cola para llevarse un electrodoméstico. La Fábrica de Arte Cubano, el mega espacio de ocio que abrió hace unos años en El Vedado, donde hacen conciertos, exposiciones, teatro y cine, está repleta todos los fines de semana de turistas y nacionales a la par.
Pero los pudientes son minoría. El Estado ha anunciado recortes para salvar la economía, que está en recesión. Ante la escasez de petróleo en la isla, consecuencia de la crisis en Venezuela, el gobierno ha reducido en un 30 por ciento el combustible que entrega a los vehículos estatales, cuyos conductores antes vendían la cantidad que les sobraba a un precio económico en el mercado negro, básicamente a los choferes particulares que cubren rutas urbanas e interurbanas por pasaje (coches compartidos que tienen un precio fijo por pasajero). Por lo que ahora deben comprarlo en las gasolineras al precio oficial, mucho más caro que el que conseguían por la izquierda. Esto ha desembocado en un aumento del precio del viaje y una disminución de los vehículos que circulan, debido al control estatal a los coches para evitar los abusos y el cambio de orientación del negocio de algunos, a los que les resulta más rentable esperar hasta cazar a alguien dispuesto a pagar una carrera. Ante esta nueva crisis –la falta de combustible también puede afectar al suministro eléctrico– se han desatado todo tipo de especulaciones: hay rumores de apagones y de cortes de agua, a pesar de que hasta ahora han sido anecdóticos. Y el miedo a que llegue un segundo periodo especial. Todavía tienen frescas las anécdotas del primero, a la mínima salen los cuentos de los inventos que hicieron para sobrevivir en los 90, cuando se cayó el bloque socialista y entraron en una crisis profunda. En las fotos de esa época todo el mundo está en los huesos.
Los esperados cambios que se suponen al acercamiento progresivo a Estados Unidos no acaban de llegar. Entre septiembre y octubre se inauguran más de cien vuelos regulares entre diferentes ciudades de los dos países, lo cual se supone incrementará el flujo de turistas, ahora establecido en 3 millones al año. Pero queda mucho para que la economía del país pueda sostenerse por el turismo. Y, cuanto más se aproxima el fin del bloqueo, más cubanos se aventuran a irse. El miedo a que el gobierno americano derogue la Ley de Ajuste Cubana, que concede a los cubanos que llegan a tierra estadounidense amplios beneficios migratorios y ayudas económicas, ha provocado el aumento de las salidas irregulares del país, por mar en lancha y por aire y tierra, saltando fronteras latinoamericanas. El precio a pagar por emigrar ilegalmente es muy caro, no solo económicamente –la mayoría se vende la casa para poder pagar el viaje–, hay que negociar con los traficantes de personas y, a pesar de que no se sabe el número, está claro que algunos mueren en el intento. Un taxista de Santa Clara cuenta sin tapujos que está planeando dar el salto a Estados Unidos con toda la familia, todavía está averiguando por qué vía, alega que sus tres hijos no quieren vivir en Cuba porque no ven la posibilidad de prosperar. Tiene claro que quiere conservar su casa, por si tuviera que volver. Otra familia de la misma ciudad, una pareja joven con dos hijos, que vivía desahogadamente gracias a un próspero negocio textil, se fue hace poco porque no quería que los niños crecieran en Cuba. Otra pareja joven con una niña pequeña, también de Santa Clara, vende muebles y electrodomésticos entre los amigos. La casa ya está liquidada. Ahora falta acabar los trámites de reunificación familiar (la madre de ella hace tiempo que vive allá).
No hay cifras oficiales de los cubanos que viven fuera del país. Tampoco sobre la cantidad de emigrantes cubanos con intención de llegar a los Estados Unidos que se han quedado bloqueados en países latinoamericanos, ante la presión de Washington para que sean retornados a La Habana. La política de comunicación del gobierno se centra únicamente en temas que convienen políticamente, de manera que sólo se informa a modo de comunicado oficial, el resto no existe. A principios de julio, por ejemplo, Raúl Castro anunció la sustitución de los ministros de economía y de cultura, sin dar explicación alguna sobre la causa de su destitución. Ahora interesa explicar los nuevos impuestos que se impondrán a los trabajadores y todos los medios estatales, prensa, radio y televisión, se centran en exponer estas medidas. Hace poco el gobierno conminó a los periodistas que simultaneaban su trabajo en medios oficiales con colaboraciones en medios alternativos a que dejaran de hacerlo. Ante esta amenaza, los de Santa Clara hicieron público un manifiesto reclamando libertad de prensa y “el derecho a poder publicar en medios digitales o impresos que no representan ofensas a la dignidad plena del hombre y la mujer, ni significan una amenaza a la soberanía de nuestro país. (…) Nadie altera nuestros textos ni negociamos nuestras posturas revolucionarias. Ahora más que nunca somos y debemos ser responsables de nuestra opinión”. Un mes más tarde, José Ramírez Pantoja, periodista de Radio Holguín desde 2006, fue despedido por publicar en su blog personal la intervención íntegra de Karina Marrón González, subdirectora del Granma, el periódico oficial, en el pleno nacional de la Unión de Periodistas de Cuba, en el que defendió la necesidad de evolución de la prensa en el país. Ramírez declaró recientemente en una entrevista al uruguayo Fernando Ravsberg, corresponsal del periódico Público y autor del blog Cartas desde Cuba, que la prensa cubana necesita “mayor autonomía”, “ser más cercana a la realidad del país y menos triunfalista”, y debe “denunciar los problemas de las personas”, en lugar de ser el instrumento “para que los dirigentes hagan declaraciones de los sobrecumplimientos”. A raíz de la publicación de esta entrevista, Ravsberg fue amenazado con ser expulsado del país.
Mariela Mon García, coordinadora general de la asociación Centro de Intercambio y Referencia-Iniciativa Comunitaria de Cuba (CIERIC), reflexionaba hace tres meses en una conferencia en Casa América Catalunya “cómo vamos poder caminar en este nuevo horizonte de manera sólida si no tenemos cultura de debate, de transparencia, de vivir del trabajo sin tener que resolver…”“Este país hizo una Revolución hace 57 años y ahí se quedó”, comentaba un cantautor habanero estos días, “no ha pasado nada más”. Silvio Rodríguez declaró en 2010 en Miami, en la que fue su primera visita a Estados Unidos después de 30 años de no pisar el país, que “la evolución es una necesidad constante de las sociedades y los seres humanos, que necesitan siempre evolucionar y a veces hacer una revolución”. Está claro que los cambios son visibles, pero no tanto a dónde conducen.
En portada, Heidy y Adrián.