Contenido
El 61
Cada ruta de autobús establece una visión de la ciudad. El 61 conecta el final de la calle Narváez con Moncloa. Cuando uno se sube en la calle Doce de Octubre está cerca del Retiro, del Hospital del Niño Jesús y de lo que fue la estación del tren de Arganda, que hoy es una zona residencial conocida como Retiro 2. En tiempos de Franco también estuvo en esta zona la redacción del diario Pueblo que luego pasó al edificio que hoy es Ministerio de Sanidad. De aquellos tiempos se acuerdan los camareros de Rafa, una marisquería de otros tiempos en la que reina Antonio Resines y en la que cenaba Emilio Romero, una especie de Pedro Jota del franquismo también experto en titulares e imprecisiones. Es una zona residencial de gran comodidad que suma a su cercanía al Retiro el hecho de conservar dos bulevares, el de Ibiza y el de Sainz de Baranda, algo raro en el Madrid actual que permite disfrutar cuando hace buen tiempo de numerosas terrazas al aire libre.
La calle Narváez, en honor al espadón de Loja que marcó su tiempo en el reinado de Isabel II, articula un barrio que se puede considerar adjunto al barrio de Salamanca y que se desarrolló durante la primera mitad del siglo XX. El 61 la recorre por completo y capta su carácter comercial y mesocrático. Algunos secretos de la calle son el mencionado Rafa, donde se puede tomar el mejor marisco de Madrid si se tiene dinero para pagarlo, la horchatería de la esquina con Jorge Juan con una tradición que incluye la oferta, en peligro de extinción, de agua de cebada y, hasta hace poco, la perfumería Butragueño de la que salió el futbolista conocido como el Buitre, que marcó una época con su estilo de juego. El momento cumbre de la calle se produce en el cruce con O`Donnell que trae aires de Vicálvaro y del límite oriental de la almendra central madrileña. Presidido en la distancia por la gran torre de comunicaciones que llamamos el pirulí en su entorno hay numerosas casas de alto nivel. Es especialmente valorada la casa del arquitecto Lamela, que busca un aprovechamiento máximo de las horas de sol. También merecen un comentario algunos trabajos en la zona de Gutiérrez Soto, que fue en los años centrales del XX el mejor intérprete de un cierto confort madrileño y algún detalle de fantasía con ascensores y montacargas cercanos a Farenheit 451 y la ciencia ficción blanda de algún otro arquitecto menos conocido.
Pasado O´Donnell, Narváez se proyecta hacia un cruce de caminos que acumula la intersección de las calles Goya y Alcalá, la Avenida de Felipe II, corta y cargada de paradas de autobús, uno de los edificios más grandes de El Corte Inglés y el Palacio de los Deportes. Para colmo le metieron una escultura gigante de Dalí con un gran interés para entender el carácter confuso que tiene en lo cultural la ciudad de Madrid. El sistema de semáforos y cruces en la confluencia de Goya y Alcalá es un ejercicio de peligro digno de observarse con las precauciones debidas. En medio del torbellino, si se es aficionado, se recomienda tomarse una caña en la Cruz Blanca.
Más allá Conde de Peñalver tiene como Narváez un gran peso comercial que se acentúa en las proximidades de Goya con Alcalá, pero que se mantiene en el resto. Arquitectónicamente hay que destacar el chaflán de la esquina con Hermosilla que fue el cine Salamanca, un espacio enorme dedicado ahora a gran almacén y, al final de la calle, el hospital de la Princesa que ocupa la última manzana en la confluencia con Diego de León.
Conde de Peñalver tiene su bulevar en el cruce con Juan Bravo. Una simetría con Narváez y sus bulevares de Ibiza y Sainz de Baranda. En este caso también hay terrazas. El bulevar articula un conjunto de calles comuneras, Padilla Bravo y Maldonado, donde abundan las clínicas y en su momento estuvo Radio Popular FM, un referente del tardofranquismo rockero, el diario Madrid, que se hizo famoso por su periodismo de oposición y su voladura final, y el pub Dickens donde Benet sentó cátedra y Savater, Marías y otros tomaron nota. En esa zona han comprado los chinos un gran local para centro cultural.
El 61, que hasta entonces lleva una trayectoria de sur a norte, gira a la izquierda y se dirige hacia el oeste por la calle de Diego de León. Otro general decimonónico fusilado por orden de Espartero después de haber intentado apoderarse por la fuerza de la reina niña. Un general joven y romántico que capturó la imaginación de las gentes y que ascendió en el callejero presidiendo una calle importante del Barrio de Salamanca por la que solo circula el 61. Y eso no es cualquier cosa porque los autobuses no son lo mismo cuando comparten calle con otros como ellos y, por tanto, ni absorben tanto la personalidad de la calle ni la marcan tanto. El 61 comparte Narváez con el Circular, el 26 el 63 y alguno más que no viene al caso porque no la recorre entera. Conde de Peñalver la comparte con el 26 de punta a cabo. Pero Diego de León es sólo suya y eso permite que en ese tramo sean uno y lo mismo. Un autobús distinguido que prácticamente no se baja del generalato y que con ese número primo y la picudez que aporta el uno hace pensar en algo antiguo y un punto distante. Diego de León es una de las vías confortables del Barrio de Salamanca con amplias aceras, sin mucho tráfico y con mucho arbolado. También una calle comercial sin grandes alharacas. En ella estuvo la sede de Radio Juventud donde primero pincharon el debut de Luz Casal en la música con aquel encuentro en el ascensor y donde está la sede de la Conferencia empresarial, CEOE, en el cruce con Príncipe de Vergara. En otro registro hay que recordar el quiosco de lotería El As de Oros, hoy desaparecido, que embelleció la calle en su momento con la reproducción a colores del naipe muy cerca de la cafetería Chiquito.
Diego de León arranca en Serrano, conocido como el “general bonito”. Tuvo trato con la reina Isabel II y luego presidió el gobierno provisional cuando se la expulsó del reino y antes de que se seleccionara a Amadeo de Saboya para ocupar el trono.
Al cruzar Serrano, el paisaje lo domina la Embajada de Estados Unidos. El autobús baja a la Castellana por la cuesta que forman las calles Hermanos Bécquer y General Oráa. En la primera tiene su domicilio la hija de Franco y eso le ha dado siempre su toque de morbo a la calle, aunque también en ciertos ambientes se celebra la coincidencia de la calle de los Bécquer y la de Serrano porque se suele achacar a aquéllos la producción del libelo gráfico los Borbones en pelotas. En el caso del General Oráa hay que señalar que la calle tiene la singularidad de empezar en una dirección que luego endereza para adaptarse al plano en damero del Barrio de Salamanca.
El cruce de la Castellana es un momento notable. Al 61 se le suma el 16 que le acompañará en el resto del trayecto hasta Moncloa conformando, según se mire, peculiares capicúas. La rotonda la preside Emilio Castelar en uno de los monumentos más rotundos que se construyó en 1908 por suscripción popular. Castelar, a los efectos, representa al republicano moderado que acepta la monarquía a la vez que es símbolo del parlamentarismo, de la abolición de la esclavitud y de la revolución liberal que encarnan tres muchachas, libertad, igualdad y fraternidad en lo alto de la tarta. Algún cañón y otro símbolo militar están por algo, pero sobre todo porque no puede haber referencias al siglo sin que sobresalgan espadones o quepis. Desde la plaza se puede observar el jardín de la Embajada americana con la residencia del embajador mostrando su perfil amable.
El rumbo sigue hacia el oeste. La calle está dedicada a Arsenio Martínez Campos el general que facilitó la restauración de los Borbones y que tiene en el Retiro una bonita estatua a caballo enfrente del Florida Park y de espaldas, aposta, al monumento a Alfonso XII del estanque. La calle no es comercial. Está la Embajada de Colombia y la Fundación Ortega y Gasset-Marañón, en terrenos que cedieron las misioneras bostonianas para la formación de mujeres. Después de ser Residencia de Señoritas (liberal) y Colegio Mayor Santa Teresa (franquista), se rescató para sede del liberalismo a la madrileña. También hay un palacete en la esquina de Zurbano que tuvo sus glorias y ahora es clínica estética. El British Council donde estuvo el Colegio Británico. Juzgados, colegios, la sede de la Comisión Fulbright, el Museo Sorolla y el teatro Amaya que fue el único cine de la calle. En el número 14 se acaba de restaurar la sede de la Institución Libre de Enseñanza y vivienda de Francisco Giner de los Ríos. Otro siglo XIX, enraizado en el krausismo, cuando la calle se llamaba del Obelisco y Julián Sanz del Río soñaba en los atardeceres de Illescas con una España un poco alemanizada. La Institución fue una sociedad anónima que promovía una religiosidad compatible con la ciencia y la cultura moderna y que, por diversas casualidades de la vida, tuvo éxito creando un colegio infantil que marcó época. Sus seguidores fueron personajes claves de la modernización española en el primer tercio del siglo XX y Franco los demonizó. Ahora han mantenido la casa antigua y han levantado un edificio ultramoderno con una mezcla singular de luz y tensión.
Martínez Campos en su cruce con Santa Engracia genera una plaza presidida por una iglesia sin personalidad que le da nombre a la estación de Metro. La plaza está dedicada a Sorolla. Nadie la llama por su nombre, ni los carteros, y todos la conocen como Iglesia. Es el comienzo del barrio de Chamberí. El 61 continúa por Eloy Gonzalo sin cambiar de rumbo, pero el cambio de nombre marca en este caso un rotundo cambio de aires. Otro tipo de casas. Quedan algunas con mucho sabor de dos o tres alturas, y un comercio abundante. En mi memoria una tienda, Ordovás, ya desaparecida, y la óptica Cottet que patrocinaba el concurso de “guapa con gafas” y que continúa. Llegando a Quevedo, el hospital homeopático de San José, tan misterioso, que ahora se ha convertido en sede madrileña de la universidad de Alcalá de Henares. Frente por frente a este hospital hubo una gran casa de empeños del Monte de Piedad de Madrid, gemela de la que se transformó en la Casa Encendida. En los años setenta, cuando bajaron los empeños, se tiró y se edificó el actual mamotreto que es propiedad de Altadis. Mantiene en lo alto el reloj gemelo al de la Ronda de Valencia. Dos relojes que fueron comprados a la vez a principios del siglo XX y que todavía dan la hora en lugares claves de Madrid.
Conviene recordar que Eloy Gonzalo, inclusero y héroe del Cascorro, está asociado a la épica popular de la guerra de Cuba y tiene un importante monumento en Madrid en una de las entradas principales del Rastro. Cuando el 61 llega a Quevedo se enfrenta a una plaza singular. Quizá la más importante dedicada a un escritor en Madrid. Arranque de Bravo Murillo que fue la derecha eficaz del moderantismo isabelino y cuya obra cumbre fue lanzar las obras del Canal que trajeron el agua. En ella confluyen Eloy Gonzalo, Fuencarral y San Bernardo. El escultor encargado fue Querol y merece fijarse en los detalles aunque la obra está inacabada.
El 61 retoma su rumbo con una difícil maniobra que supone tomar la calle Arapiles, por la que parece que se va a dirigir hacia el oasis sesentero de la plaza del Conde del Valle de Súchil, girar a la derecha por Magallanes y retomar el rumbo hacia el oeste por Fernando el Católico. Un cierto contrapunto al callejero decimonónico, aunque se mantenga el continuo catolicón y guerrero.
El 61, que ha viajado siempre por calles anchas se encajona en una mucho más estrecha a pesar de llevar carril bus. Hasta este punto los cruces con otros autocares de la misma línea se hacían a la vista. Ahora el 61 baja por Fernando el Católico y luego sube por Fernández de los Ríos donde tiene el valor añadido de que los conductores por el espejo retrovisor pueden ver un fondo de calle con vistas al Parque del Oeste. Son calles de trabajo. Con comercio, pero sin mucho que destacar, si no es el teatro de la Abadía sobre Fernández de los Ríos. Fernando el Católico lleva una lenta cuesta abajo que se acentúa al final cuando el 61 remata su trayecto frente a lo que son las casas asociadas al complejo de lo que fue Ministerio y hoy es Cuartel General del Aire. Otra faceta de la obra de Gutiérrez Soto que en este caso se pone los galones y rescata las formas escurialenses en un ejercicio que, al menos de puertas para afuera, tiene poco que ver con el confort que trabajó en el entorno del barrio de Salamanca.
El 61 llega también a un límite. En los terrenos del cuartel del Aire estuvo antes de la guerra la cárcel Modelo y a partir del límite se construyó la ciudad universitaria. Durante mucho tiempo junto a la parada final del 61 y del 16 estuvo la oficina donde uno se podía hacer el carnet de estudiante. Abundan en la zona librerías, bares y restaurantes baratos. En el tramo de Isaac Peral que ambos autobuses recorren para retomar el camino de vuelta se pasa por delante de la cafetería Galaxia donde conspiró Tejero antes de hacerse mundialmente famoso.
Durante algunos años el 61 usó autobuses oruga. El modelo viajaba bien por las anchas avenidas pero renqueaba al encajonarse en las calles del barrio de Argüelles. Quizá el 61 con su recorrido entre límites antiguos de la ciudad, con su trayecto cuajado de militares también antiguos y con el paso cansino que produce una parada cada dos aceras y un número importante de semáforos en rojo, se ha convertido en un autobús ceremonioso. Un autobús que no toma nadie que tenga prisa.
El 61
Cada ruta de autobús establece una visión de la ciudad. El 61 conecta el final de la calle Narváez con Moncloa. Cuando uno se sube en la calle Doce de Octubre está cerca del Retiro, del Hospital del Niño Jesús y de lo que fue la estación del tren de Arganda, que hoy es una zona residencial conocida como Retiro 2. En tiempos de Franco también estuvo en esta zona la redacción del diario Pueblo que luego pasó al edificio que hoy es Ministerio de Sanidad. De aquellos tiempos se acuerdan los camareros de Rafa, una marisquería de otros tiempos en la que reina Antonio Resines y en la que cenaba Emilio Romero, una especie de Pedro Jota del franquismo también experto en titulares e imprecisiones. Es una zona residencial de gran comodidad que suma a su cercanía al Retiro el hecho de conservar dos bulevares, el de Ibiza y el de Sainz de Baranda, algo raro en el Madrid actual que permite disfrutar cuando hace buen tiempo de numerosas terrazas al aire libre.
La calle Narváez, en honor al espadón de Loja que marcó su tiempo en el reinado de Isabel II, articula un barrio que se puede considerar adjunto al barrio de Salamanca y que se desarrolló durante la primera mitad del siglo XX. El 61 la recorre por completo y capta su carácter comercial y mesocrático. Algunos secretos de la calle son el mencionado Rafa, donde se puede tomar el mejor marisco de Madrid si se tiene dinero para pagarlo, la horchatería de la esquina con Jorge Juan con una tradición que incluye la oferta, en peligro de extinción, de agua de cebada y, hasta hace poco, la perfumería Butragueño de la que salió el futbolista conocido como el Buitre, que marcó una época con su estilo de juego. El momento cumbre de la calle se produce en el cruce con O`Donnell que trae aires de Vicálvaro y del límite oriental de la almendra central madrileña. Presidido en la distancia por la gran torre de comunicaciones que llamamos el pirulí en su entorno hay numerosas casas de alto nivel. Es especialmente valorada la casa del arquitecto Lamela, que busca un aprovechamiento máximo de las horas de sol. También merecen un comentario algunos trabajos en la zona de Gutiérrez Soto, que fue en los años centrales del XX el mejor intérprete de un cierto confort madrileño y algún detalle de fantasía con ascensores y montacargas cercanos a Farenheit 451 y la ciencia ficción blanda de algún otro arquitecto menos conocido.
Pasado O´Donnell, Narváez se proyecta hacia un cruce de caminos que acumula la intersección de las calles Goya y Alcalá, la Avenida de Felipe II, corta y cargada de paradas de autobús, uno de los edificios más grandes de El Corte Inglés y el Palacio de los Deportes. Para colmo le metieron una escultura gigante de Dalí con un gran interés para entender el carácter confuso que tiene en lo cultural la ciudad de Madrid. El sistema de semáforos y cruces en la confluencia de Goya y Alcalá es un ejercicio de peligro digno de observarse con las precauciones debidas. En medio del torbellino, si se es aficionado, se recomienda tomarse una caña en la Cruz Blanca.
Más allá Conde de Peñalver tiene como Narváez un gran peso comercial que se acentúa en las proximidades de Goya con Alcalá, pero que se mantiene en el resto. Arquitectónicamente hay que destacar el chaflán de la esquina con Hermosilla que fue el cine Salamanca, un espacio enorme dedicado ahora a gran almacén y, al final de la calle, el hospital de la Princesa que ocupa la última manzana en la confluencia con Diego de León.
Conde de Peñalver tiene su bulevar en el cruce con Juan Bravo. Una simetría con Narváez y sus bulevares de Ibiza y Sainz de Baranda. En este caso también hay terrazas. El bulevar articula un conjunto de calles comuneras, Padilla Bravo y Maldonado, donde abundan las clínicas y en su momento estuvo Radio Popular FM, un referente del tardofranquismo rockero, el diario Madrid, que se hizo famoso por su periodismo de oposición y su voladura final, y el pub Dickens donde Benet sentó cátedra y Savater, Marías y otros tomaron nota. En esa zona han comprado los chinos un gran local para centro cultural.
El 61, que hasta entonces lleva una trayectoria de sur a norte, gira a la izquierda y se dirige hacia el oeste por la calle de Diego de León. Otro general decimonónico fusilado por orden de Espartero después de haber intentado apoderarse por la fuerza de la reina niña. Un general joven y romántico que capturó la imaginación de las gentes y que ascendió en el callejero presidiendo una calle importante del Barrio de Salamanca por la que solo circula el 61. Y eso no es cualquier cosa porque los autobuses no son lo mismo cuando comparten calle con otros como ellos y, por tanto, ni absorben tanto la personalidad de la calle ni la marcan tanto. El 61 comparte Narváez con el Circular, el 26 el 63 y alguno más que no viene al caso porque no la recorre entera. Conde de Peñalver la comparte con el 26 de punta a cabo. Pero Diego de León es sólo suya y eso permite que en ese tramo sean uno y lo mismo. Un autobús distinguido que prácticamente no se baja del generalato y que con ese número primo y la picudez que aporta el uno hace pensar en algo antiguo y un punto distante. Diego de León es una de las vías confortables del Barrio de Salamanca con amplias aceras, sin mucho tráfico y con mucho arbolado. También una calle comercial sin grandes alharacas. En ella estuvo la sede de Radio Juventud donde primero pincharon el debut de Luz Casal en la música con aquel encuentro en el ascensor y donde está la sede de la Conferencia empresarial, CEOE, en el cruce con Príncipe de Vergara. En otro registro hay que recordar el quiosco de lotería El As de Oros, hoy desaparecido, que embelleció la calle en su momento con la reproducción a colores del naipe muy cerca de la cafetería Chiquito.
Diego de León arranca en Serrano, conocido como el “general bonito”. Tuvo trato con la reina Isabel II y luego presidió el gobierno provisional cuando se la expulsó del reino y antes de que se seleccionara a Amadeo de Saboya para ocupar el trono.
Al cruzar Serrano, el paisaje lo domina la Embajada de Estados Unidos. El autobús baja a la Castellana por la cuesta que forman las calles Hermanos Bécquer y General Oráa. En la primera tiene su domicilio la hija de Franco y eso le ha dado siempre su toque de morbo a la calle, aunque también en ciertos ambientes se celebra la coincidencia de la calle de los Bécquer y la de Serrano porque se suele achacar a aquéllos la producción del libelo gráfico los Borbones en pelotas. En el caso del General Oráa hay que señalar que la calle tiene la singularidad de empezar en una dirección que luego endereza para adaptarse al plano en damero del Barrio de Salamanca.
El cruce de la Castellana es un momento notable. Al 61 se le suma el 16 que le acompañará en el resto del trayecto hasta Moncloa conformando, según se mire, peculiares capicúas. La rotonda la preside Emilio Castelar en uno de los monumentos más rotundos que se construyó en 1908 por suscripción popular. Castelar, a los efectos, representa al republicano moderado que acepta la monarquía a la vez que es símbolo del parlamentarismo, de la abolición de la esclavitud y de la revolución liberal que encarnan tres muchachas, libertad, igualdad y fraternidad en lo alto de la tarta. Algún cañón y otro símbolo militar están por algo, pero sobre todo porque no puede haber referencias al siglo sin que sobresalgan espadones o quepis. Desde la plaza se puede observar el jardín de la Embajada americana con la residencia del embajador mostrando su perfil amable.
El rumbo sigue hacia el oeste. La calle está dedicada a Arsenio Martínez Campos el general que facilitó la restauración de los Borbones y que tiene en el Retiro una bonita estatua a caballo enfrente del Florida Park y de espaldas, aposta, al monumento a Alfonso XII del estanque. La calle no es comercial. Está la Embajada de Colombia y la Fundación Ortega y Gasset-Marañón, en terrenos que cedieron las misioneras bostonianas para la formación de mujeres. Después de ser Residencia de Señoritas (liberal) y Colegio Mayor Santa Teresa (franquista), se rescató para sede del liberalismo a la madrileña. También hay un palacete en la esquina de Zurbano que tuvo sus glorias y ahora es clínica estética. El British Council donde estuvo el Colegio Británico. Juzgados, colegios, la sede de la Comisión Fulbright, el Museo Sorolla y el teatro Amaya que fue el único cine de la calle. En el número 14 se acaba de restaurar la sede de la Institución Libre de Enseñanza y vivienda de Francisco Giner de los Ríos. Otro siglo XIX, enraizado en el krausismo, cuando la calle se llamaba del Obelisco y Julián Sanz del Río soñaba en los atardeceres de Illescas con una España un poco alemanizada. La Institución fue una sociedad anónima que promovía una religiosidad compatible con la ciencia y la cultura moderna y que, por diversas casualidades de la vida, tuvo éxito creando un colegio infantil que marcó época. Sus seguidores fueron personajes claves de la modernización española en el primer tercio del siglo XX y Franco los demonizó. Ahora han mantenido la casa antigua y han levantado un edificio ultramoderno con una mezcla singular de luz y tensión.
Martínez Campos en su cruce con Santa Engracia genera una plaza presidida por una iglesia sin personalidad que le da nombre a la estación de Metro. La plaza está dedicada a Sorolla. Nadie la llama por su nombre, ni los carteros, y todos la conocen como Iglesia. Es el comienzo del barrio de Chamberí. El 61 continúa por Eloy Gonzalo sin cambiar de rumbo, pero el cambio de nombre marca en este caso un rotundo cambio de aires. Otro tipo de casas. Quedan algunas con mucho sabor de dos o tres alturas, y un comercio abundante. En mi memoria una tienda, Ordovás, ya desaparecida, y la óptica Cottet que patrocinaba el concurso de “guapa con gafas” y que continúa. Llegando a Quevedo, el hospital homeopático de San José, tan misterioso, que ahora se ha convertido en sede madrileña de la universidad de Alcalá de Henares. Frente por frente a este hospital hubo una gran casa de empeños del Monte de Piedad de Madrid, gemela de la que se transformó en la Casa Encendida. En los años setenta, cuando bajaron los empeños, se tiró y se edificó el actual mamotreto que es propiedad de Altadis. Mantiene en lo alto el reloj gemelo al de la Ronda de Valencia. Dos relojes que fueron comprados a la vez a principios del siglo XX y que todavía dan la hora en lugares claves de Madrid.
Conviene recordar que Eloy Gonzalo, inclusero y héroe del Cascorro, está asociado a la épica popular de la guerra de Cuba y tiene un importante monumento en Madrid en una de las entradas principales del Rastro. Cuando el 61 llega a Quevedo se enfrenta a una plaza singular. Quizá la más importante dedicada a un escritor en Madrid. Arranque de Bravo Murillo que fue la derecha eficaz del moderantismo isabelino y cuya obra cumbre fue lanzar las obras del Canal que trajeron el agua. En ella confluyen Eloy Gonzalo, Fuencarral y San Bernardo. El escultor encargado fue Querol y merece fijarse en los detalles aunque la obra está inacabada.
El 61 retoma su rumbo con una difícil maniobra que supone tomar la calle Arapiles, por la que parece que se va a dirigir hacia el oasis sesentero de la plaza del Conde del Valle de Súchil, girar a la derecha por Magallanes y retomar el rumbo hacia el oeste por Fernando el Católico. Un cierto contrapunto al callejero decimonónico, aunque se mantenga el continuo catolicón y guerrero.
El 61, que ha viajado siempre por calles anchas se encajona en una mucho más estrecha a pesar de llevar carril bus. Hasta este punto los cruces con otros autocares de la misma línea se hacían a la vista. Ahora el 61 baja por Fernando el Católico y luego sube por Fernández de los Ríos donde tiene el valor añadido de que los conductores por el espejo retrovisor pueden ver un fondo de calle con vistas al Parque del Oeste. Son calles de trabajo. Con comercio, pero sin mucho que destacar, si no es el teatro de la Abadía sobre Fernández de los Ríos. Fernando el Católico lleva una lenta cuesta abajo que se acentúa al final cuando el 61 remata su trayecto frente a lo que son las casas asociadas al complejo de lo que fue Ministerio y hoy es Cuartel General del Aire. Otra faceta de la obra de Gutiérrez Soto que en este caso se pone los galones y rescata las formas escurialenses en un ejercicio que, al menos de puertas para afuera, tiene poco que ver con el confort que trabajó en el entorno del barrio de Salamanca.
El 61 llega también a un límite. En los terrenos del cuartel del Aire estuvo antes de la guerra la cárcel Modelo y a partir del límite se construyó la ciudad universitaria. Durante mucho tiempo junto a la parada final del 61 y del 16 estuvo la oficina donde uno se podía hacer el carnet de estudiante. Abundan en la zona librerías, bares y restaurantes baratos. En el tramo de Isaac Peral que ambos autobuses recorren para retomar el camino de vuelta se pasa por delante de la cafetería Galaxia donde conspiró Tejero antes de hacerse mundialmente famoso.
Durante algunos años el 61 usó autobuses oruga. El modelo viajaba bien por las anchas avenidas pero renqueaba al encajonarse en las calles del barrio de Argüelles. Quizá el 61 con su recorrido entre límites antiguos de la ciudad, con su trayecto cuajado de militares también antiguos y con el paso cansino que produce una parada cada dos aceras y un número importante de semáforos en rojo, se ha convertido en un autobús ceremonioso. Un autobús que no toma nadie que tenga prisa.