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El 1

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El trayecto del 1, Cristo Rey-Prosperidad, expresa con crudeza las contradicciones madrileñas. La tensión entre el integrismo y los ideales republicanos en la primera línea de autobuses de la ciudad. Isaac Peral, Princesa, Liria, la Torre de Madrid son un arranque pacífico del recorrido.

La Plaza de España es como siempre un lugar complicado. Alguien tendrá que estudiarlo y explicarlo mejor. Es una plaza que no es una plaza. Un espacio raro y sin centro que te hace sentir incómodo desde que te aproximas y de cuya incomodidad cuesta un poco salir. Hay que alejarse para dejar de notarla. No sé explicarlo. Quizá sea el desnivel, quizá el tráfico con su tendencia a rebosar. Quizá esa sensación de que los coches que vienen de subir la Cuesta de San Vicente vienen sin aire y acaban de llegar a Madrid. No lo sé. Ni la cercanía de la iglesia de Ventura Rodríguez, ni el monumento al Quijote infunden calma.

Pero se sale. Rápidamente te olvidas, entretenido en las carteleras de los cines y de los teatros, en la animación de las aceras y en los recuerdos. La boca de metro de Santo Domingo en plena Gran Vía o el cine Rex o, no digamos, el edificio Capitol que lleva asociado aunque no lo mires el anuncio de Schweppes. Todos ellos lugares claves de mil vidas.

"La puerta de Alcalá no tiene discusión. Cada vez que el 1 la circunda es como si estuviera nueva"

Callao pasa ahora por un mal momento. No es que los anteriores fueran buenos pero lo que hay ahora es un agujero. Algo en Callao se ha descascarillado y habrá que esperar a que se arregle. Hasta el viajero de la línea 1 puede percibir la incomodidad justo  en ese momento en que  el autobús gira a la izquierda para entrar en uno de los espacios madrileños más ricos, plácidos e intensos, que es el que va desde Callao a la Red de San Luis. El 1 lo recorre con una autoridad que sólo puede tener el autobús que por su número reclama la mayor antigüedad y dominio del trayecto.

Después la cuesta abajo. Sin señales especiales. Quizá Chicote,  pero realmente nada significativo hasta  el final cuando la Gran Peña se enfrenta a Grassy, a la salida de la calle Caballero de Gracia y al edificio Metrópolis. Un final que es el principio de la Gran Vía y que ayuda a entender el aristocratismo madrileño y su dificultad para entenderse con las formas modernas de la vida aérea.

La llegada a la calle de Alcalá es la llegada al territorio Palacios. El Círculo, el Cervantes, el Palacio de Comunicaciones, tres edificios de un mismo arquitecto,  aunque según se acerca uno a la Plaza de Cibeles, la diosa, ayudada por el jardín del Palacio de Buenavista que hoy es cuartel general del Ejército de Tierra, insufla un clasicismo terrenal y sensato. Si el pasajero va sentado en el lado izquierdo del autobús se puede centrar en la serenidad de Cibeles, entronizada en su carro, y en la elegancia de los leones, metamorfosis de Hipómenes y Atalanta, que conectan con el cuadro de Guido Reni colgado a menos de doscientos metros en el Museo del Prado.

Correos es ahora Ayuntamiento y centro cultural. Se ha hecho una acera gigantesca delante del edificio que contrasta con las estrecheces en las otras tres esquinas y los madrileños estamos inquietos esperando a ver qué olores, qué humores y qué otras cosas salen de esa fábrica y se contagian a la plaza y a la ciudad. La apuesta del Alcalde Gallardón al traspasar el Ayuntamiento desde el Madrid de los Austrias al Madrid dieciochesco de Cibeles y al edificio siglo XX de Palacios, se supone que responde a un aire modernizador. Algunos sospechamos en el gesto un titubeo respecto del Madrid austríaco que, si no se explica, puede convertirse en una simple renuncia al conocimiento del pasado y a las claves naturales de la ciudad.

El autobús sube hacia la puerta de Alcalá. El recorrido culmina. La puerta de Alcalá no tiene discusión. Cada vez que el 1 la circunda es como si estuviera nueva. Ningún pasajero se cansa de verla y siempre hay algún detalle, alguna luz, que enriquece el momento. Los autobuses que pasan son autobuses felices y se arraciman en la puerta grande del Retiro. Se obstaculizan unos a otros y es uno de los pocos momentos en el que una cierta dificultad del tráfico no se entiende como angustia, sino como felicidad, como juego.

La salida no es tan buena. Aunque afortunadamente se ha recuperado el semáforo para peatones en la parte oriental de la plaza, el tramo de la calle Alcalá hasta Velázquez, en honor del tráfico de vehículos, ha suspendido el paso peatonal en superficie entre el Retiro y la iglesia de San Manuel y San Benito, condenando a quien quiera pasar de un lado a otro a un infecto subterráneo.

El 1 no lo puede evitar. Tiene que correr, cambiarse de carril y dejar atrás, casi sin mirar, al monumento a Góngora que se esconde en esa parte del Retiro y a la iglesia que debe su nombre a dos benefactores italianos. El giro a la izquierda hace que el 1 emboque la calle Velázquez y vuelva la calma. Horizontes largos flanqueados por árboles frondosos. La solidez del Hotel Wellington, la elegante sencillez de la calle Villanueva, la rotundidad de los nombres en juego: Goya, Jorge Juan. Las posibilidades enormes. El 1 sigue su rumbo hacia la Prosperidad.