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Misión Rosetta: a la caza del cometa 67/P

Una aventura espacial en busca de nuestros orígenes
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                                                                          “Somos una imposibilidad en un mundo imposible"
 Ray Bradbury 

En los próximos días, el módulo Philae de la misión Rosetta de la Agencia Espacial Europea (ESA) se separará del satélite y aterrizará sobre el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko. Lo hará 10 años después de haber iniciado su asombrosa aventura a través del Sistema Solar. Hace unos meses, cuando me dieron el soplo de esta misión espacial, supe enseguida que aquí había una buena historia. Un satélite lanzado desde la Tierra para perseguir a un cometa con nombre ruso, darle caza y aterrizar sobre él. Nunca antes se había intentado nada igual. Llevaba muchos días con la cabeza hecha una bala de paja, sin una idea fresca a la que sacar jugo, bebiendo y fumando más de la cuenta y durmiendo poco. Hasta que esta historia cayó en mis manos como un pajarillo de un nido. No le di más vueltas y me puse manos a la obra.

El mundo de la astrofísica se abrió para mí con la calidez de los brazos de la hermosa dama medieval que aguardaba impaciente en el castillo el regreso de su guerrero. Sistema Solar, planetas, estrellas, órbitas, cometas… ¡Cometas! Según avanzaba en mis indagaciones iba comprendiendo la extraordinaria trascendencia de esa misión. El proyecto Rosetta, elaborado por la ESA, consistía en perseguir al cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko —llamado así por los dos científicos de la Universidad de Kiev (Ucrania) que lo descubrieron en 1969 y que tiene unos cinco kilómetros de diámetro— en su viaje alrededor del Sol. Al final de la escapada se posaría sobre el 67P y enviaría a la Tierra información de alto valor sobre los orígenes del Sistema Solar, del que formamos parte. La respuesta a la pregunta ¿de dónde venimos? la teníamos al alcance de la mano.

Pero ¿por qué los cometas son tan apreciados, tan claves para resolver uno de los grandes enigmas de la historia de la Humanidad? La respuesta no podía ser más estimulante: porque son testigos directos de la creación del Sistema Solar hace unos 4.500 millones de años. No se han alterado, como les ha ocurrido a los planetas. Se trata de objetos de pequeño tamaño compuestos de hielo, polvo y roca. Observados desde un telescopio se parecen a una bola de nieve sucia. Suelen tener órbitas muy alargadas y están muchísimo tiempo alejados del Sol. Cuando se acercan al Sol el núcleo se calienta y el hielo se sublima, pasa al estado gaseoso, por lo que se forman las características comas o cabelleras de miles de kilómetros. Son objetos congelados en la noche de los tiempos y no se descarta que se pudieran hallar en su seno moléculas orgánicas complejas. Los cometas son cuerpos casi vírgenes que proceden de la nube de Oort, en los confines de nuestro Universo, casi a un año luz del Sol, y que varios millones de años después de la formación de la Tierra impactaron sobre nuestro planeta, por lo que se sostiene la teoría de que fueron los encargados de traernos el agua, elemento básico para la formación de la vida. ¡Toma ya! Así que en las entrañas de los cometas podría hallarse la información clave para entender nuestros orígenes, el principio de todo. La excitación se iba haciendo más poderosa según avanzaba en mis investigaciones.

La bella durmiente

Volvamos a la misión. Rosetta se lanzó el 3 de marzo de 2004, tras dos intentos fallidos, y ha sobrevolado tres veces la Tierra y una Marte para tomar impulso. Su nombre recuerda al de aquella estela egipcia en cuyas inscripciones el francés Champollion encontró la clave para la comprensión de los jeroglíficos. Lleva 10 años viajando por el espacio con rumbo al 67P/Churyumov-Gerasimenko. En ese periplo estelar sobrevoló dos asteroides, el Steins y el Lutetia, y se recibió una información clave para entender su composición. Pude confirmar que las fotografías enviadas por Rosetta tras el encuentro con los asteroides son de una belleza que sobrecoge. Después llegó el momento de desenchufarla y ponerla a dormir. El satélite sólo se alimenta de energía solar, que capta a través de sus paneles, por lo que en junio de 2011 fue puesto en hibernación cuando se encontraba en pleno espacio profundo. El Sol ya no le podía servir energía al encontrarse a una distancia de 800 millones de kilómetros, próximo a la órbita de Júpiter. Se puede decir que durante estos casi tres años Rosetta ha estado abandonada a su suerte, aunque mantenía su rumbo hacia el cometa. Sin el poder de la energía del Sol, el satélite sólo operó con un computador en modo limitado.

Me imaginaba ir de viajero a bordo de ese satélite que vagaba desconectado, dormido a través del espacio. ¿Por qué remotas regiones habría pasado? ¿A qué fantásticas visiones asistiría desde su interior a través de una ventanilla? Comprobé que Rosetta alcanzó en algún momento la órbita de Júpiter, el mayor cuerpo celeste del sistema solar, el planeta más brillante a simple vista después de Venus. Envuelto en el silencio de ese asombroso viaje espacial imaginaba asistir al espectáculo de sobrevolar sus remotos satélites, los mismos que descubrió Galileo Galilei un 7 de enero de 1610 y que dieron sentido al nuevo conocimiento del Universo, descartando para siempre la teoría geocéntrica, ésa que sostenía que la Tierra era el centro de todo. Frente a mis ojos aparecería Io, un mundo volcánico en plena actividad… Europa, el siguiente satélite, un cuerpo helado bajo el cual se especula la presencia de océanos líquidos de agua e incluso la presencia de vida, y también Ganímedes, con un diámetro de 5.200 kilómetros, el satélite más grande de todo el sistema solar. Y ya caería rendido por la fabulosa alucinación de contemplar los anillos de Júpiter; casi podría acariciar la estela de Halo y comprobar que tiene forma de toro en vez de anillo.

31 meses después de ese vagar dormido por esos confines del Universo, y tal como tenían previsto los científicos, su órbita trajo a la nave de vuelta. A 670 millones de kilómetros del Sol, al poder captar de nuevo la energía solar, el 20 de enero de 2014 se volvieron a conectar sus motores desde el centro de operaciones de la ESA. Y Rosetta despertó como la bella durmiente del cuento de hadas al ser besada por el príncipe.

Había que conseguir más pistas para dar sentido a la historia y el siguiente paso estaba claro: contactar con los científicos encargados de la misión. Mi objetivo era el centro de operaciones de la ESA. En principio, parecía pan comido. Ese centro estaba ubicado en Villafranca del Castillo, una localidad enclavada en el valle del Guadarrama, a unos 30 kilómetros de Madrid. Pero el acceso a ese tipo de información no estaba abierto a cualquier humano que lo demandara. El trabajo no iba a resultar tan fácil como pensaba. Antes de darme vía libre querían saber de mí, qué iba a hacer con esos datos y en qué medio iba a ser publicada la historia. Acostumbrado como estaba a burlar un sinfín de trabas a mi trabajo a lo largo de mi vida, torcí el gesto ante tanto formulismo. Pero fui a lo práctico y me afané en cumplir con todos los requisitos que me pedían. Transcurrieron varios días sin recibir respuesta. Cuando empecé a temer por el fracaso de mis gestiones, recibí la autorización para contactar con dos astrofísicos que participaban directamente en el proyecto Rosetta: Laurence O’Rourke y Michael Küppers. En el día y a la hora señalada, allí me planté a bordo de mi viejo Citroën Xantia.

Lista y a la espera de órdenes

Accedí con mi identificación al corazón de ese centro aeroespacial madrileño, enclavado en uno de los valles más bellos de la sierra. Una señorita muy elegante me acompañó hasta una sala de reuniones de grandes dimensiones y paredes blancas. Allí me dejó plantado y permanecí solo durante varios minutos hasta que apareció Laurence O’Rourke, un tipo de unos 40 años, rubicundo y espigado, que me saludó amablemente. Se manejaba con soltura en castellano aunque con un fuerte acento inglés, o al menos eso creía yo.

—¿Eres inglés? —le pregunté.

—¡Nooo, soy irlandés! —respondió, con orgullo de irlandés, pero sin manifestar enfado.

¡Vaya! Empezamos bien, pensé.

—Disculpa, he estado un poco torpe —solté con cierto sonrojo.

—No pasa nada, hombre —me dijo con cara de amigo bueno.

Y él mismo fue directo al grano:

—Así que quieres escribir una historia sobre Rosetta. Pues vamos allá.

—¿Qué se espera descubrir con esta misión?

—Estamos esperando saber más sobre la estructura del cometa, si es esférico o más alargado, su composición real, y qué está pasando ahí. Los cometas son cuerpos congelados en el tiempo desde que se creó el Sistema Solar y sospechamos que el agua de la Tierra procede de ellos.

—¿Antes se ha llevado a cabo una misión similar?

—No, ha habido misiones en las que hemos enviado sondas que han pasado cerca de los cometas, pero es la primera vez en la historia que vamos a posarnos sobre su superficie. En 1985, la sonda Giotto pasó por el cometa Halley. Antes de esa operación sólo se sabía acerca de los cometas que tenían una cola larga y poco más. Al sobrevolar Halley comprobamos que el cometa era una estructura de hielo muy oscura, como la nieve sucia. A partir de ese momento la comunidad científica se planteó algo más ambicioso: tomar contacto con un cometa, y se puso en marcha la misión Rosetta.

—¿Cuándo está previsto que se pose sobre el cometa?

—El aterrizaje está previsto para el 11 de noviembre de 2014. Estamos en la última fase, han sido 10 años apasionantes, sobre todo estos 31 meses en que el satélite ha estado apagado y no teníamos noticias de él. Todos recibimos con gran alegría la señal que nos envió Rosetta: Sistema operativo listo y a la espera de recibir órdenes. Ahora la sonda se encuentra a unos tres millones de kilómetros del cometa y está empezando a frenar para que cuando se aproxime la velocidad del satélite sea mínima y el módulo que lleva en su interior se pueda posar en el cometa.

—¿Qué nave se desprenderá del satélite y se posará sobre el cometa?

—Bueno, no es una nave, teniendo en cuenta que la sonda Rosetta es de un tamaño reducido de unos tres metros de largo por dos de ancho. El módulo que se posará en el cometa se llama Philae —igual que la isla egipcia donde fue encontrado el obelisco con los nombre de Cleopatra y Ptolomeo y del que se valió Champollion para descifrar el enigma jeroglífico.

Así que Philae, todo iba encajando.

—¿Dónde está ahora la nave?

—La sonda ha empezado a orbitar alrededor del cometa. Y lo hará hasta su contacto real, en noviembre. Esa información que recibiremos será de vital importancia para la humanidad. El momento del aterrizaje será una lucha contra las fuerzas de la naturaleza, un desafío a una velocidad y temperatura extremas.

—¿Cómo será el aterrizaje?

—El módulo será liberado por un conjunto de propulsores que la orientarán, sin margen de error, hasta la superficie del cometa. Allí se anclará, literalmente. Se clavará un arpón en la superficie para evitar un posible rebote o alejamiento del núcleo, teniendo en cuenta que allí la gravedad es mínima. Rosetta acompañará a Philae, orbitando sobre el cometa, hasta finales de 2015. Después se consumirá el combustible y los soportes electrónicos morirán al no poder soportar las temperaturas extremas. Ese será el final y allí quedará por los tiempos de los tiempos, a merced de las condiciones del espacio hostil.

En ese apasionante momento apareció Michael Küppers, el astrofísico alemán que también trabaja en la misión. A bocajarro le lancé mi primera cuestión, la más obsesiva:

—¿Se puede decir que el agua de la Tierra procede del impacto de los cometas?

—Creemos que sí, pero no se sabe aún con exactitud, de ahí la importancia de este proyecto. Sospechamos que el agua apareció en la Tierra unos 500 millones de años después de que se creó y que llegó con los cometas y asteroides que impactaron sobre ella. Ahora vamos a tener ocasión de confirmar todo esto.

—¿Qué más aprenderemos?

—Tendremos información sobre la composición de los gases que forman el cometa. Hay muchas posibilidades de encontrar elementos comunes con la Tierra.

—¿En qué podría consistir una próxima misión hacia otro cometa?

—Ufff, eso sería grandioso. Ahora sólo recibiremos buenas imágenes de ese cuerpo celeste, pero el siguiente paso sería la posibilidad de traer a la Tierra una muestra física de un cometa. Tener a tu lado un fragmento de un cometa sería lo más parecido a estar tocando el origen de la Tierra.

Dios salve a Júpiter

Abandoné el lugar satisfecho por los datos conseguidos, las notas que tomé latían vivas en el pequeño cuaderno que reposaba en el bolsillo de mi chaqueta. Al llegar a casa las puse inmediatamente en orden y seguí con mi investigación.

En su despacho del Instituto de Astrofísica de Granada esperaba mi llamada Pedró José Gutiérrez Buenestado, doctor en Ciencias Físicas, coinvestigador de Osiris, una de las cámaras que captarán las imágenes del cometa, y autor del libro Cometas y asteroides. La charla telefónica derivó hacia esa remota época en la que la Tierra estuvo sometida a un incesante bombardeo de cometas y asteroides.

—Se conoció como el “bombardeo pesado tardío” —me informó el doctor—. Ese bombardeo pudo traer la vida a la Tierra. Moléculas orgánicas pueden existir en otros planetas, pero para que surja la vida se requieren unas condiciones especiales atmosféricas, de distancia respecto al Sol, etc., que sólo se dan en la Tierra.

Inquieto por ese maldito bombardeo indagué acerca de las posibilidades de que pudiera repetirse algo parecido en este momento. Gutiérrez Buenestado me tranquilizó.

—En estos momentos sería muy improbable porque ya existen órbitas estables, al contrario de cuando ocurrió aquel cataclismo, que estaban anárquicas, en plena formación.

—De todas formas, ¿podrían desmandarse algunos asteroides y poner rumbo a la Tierra?

—Muy difícil, porque Júpiter nos protege del posible camino errático que pudiera tener un cometa o un asteroide. Júpiter los absorbería. No en vano tiene nombre de dios romano, o griego (Zeus). En la mitología, era el padre de todos los dioses y todos los hombres.

Ya más tranquilo hablamos de esos cuerpos celestes llamados cometas y no ocultó su tremenda admiración por ellos.

—Son los objetos más fascinantes del cielo. Uno puede asombrarse por las estrellas, las constelaciones o los planetas, pero cuando se tiene ocasión de contemplar un cometa todo cambia. Cuando el cometa es visible, su magnífica cabellera se puede extender en el cielo millones de kilómetros. Es escalofriante y puede provocar terror; de hecho, en ciertas culturas antiguas se les atribuían malos augurios. Pero no, los cometas son buenos y muy bellos.

La historia de la caza del cometa ya iba tomando cuerpo e iban encajando las piezas, aunque me propuse completar mi trabajo con los datos referidos al origen del proyecto. ¿Quién diseño y fabricó esa nave espacial que, gracias a su largo y complejísimo viaje, podría aportarnos las claves de nuestra existencia? Logré saber que ingenieros españoles tuvieron buena culpa de ello y realicé las gestiones precisas para acercarme a uno, Jesús Uriarte, ingeniero de Telecomunicaciones y responsable del diseño y la fabricación de componentes claves del satélite Rosetta a través de la multinacional Thales Alenia Space, ubicada en el Parque Tecnológico de Tres Cantos (Madrid). El doctor Uriarte ya no estaba en activo, se había jubilado un año atrás, pero aceptó de buen grado el reto.

—Fui el responsable de la ingeniería digital. Hicimos la oferta y tuvimos que competir contra otras empresas españolas y extranjeras. Al final, ganamos el proyecto y optamos a tres equipos. Uno de ellos era esencial, el que controlaba las señales de imagen, lo que se llama el Space Bus. Es uno de los proyectos más importantes que hemos hecho, y eso gracias a los ingenieros españoles. La verdad es que estuve dos años dedicado en exclusiva al asunto, sin vacaciones, y luego, cuando el trabajo estuvo terminado, me echaron a la calle. En fin, ya pasó, y ahora lo sigo todo a distancia y con mucho gusto, orgulloso de haber participado en algo tan importante.

Estaba llegando al final, y mientras le daba vida y sentido a este relato no dejaba de pensar en esa asombrosa persecución del cometa que continuaba en el espacio, a cientos de millones de kilómetros de nosotros. En busca de las semillas de la vida, esa invencible y extenuante tarea del ser humano, de los científicos y pensadores, para explicarnos a nosotros mismos el extraño y apasionante origen de nuestra existencia. Y pensaba con melancolía en el módulo Philae al concluir su misión. Una misión abocada al sacrificio, pues cuando allá por el año 2015 pierda su conexión con la Tierra, sus sistemas se apagarán dulcemente y perecerá congelado en ese confín del Universo.

Ya tenía la historia. Había llegado el momento de echar un trago para celebrarlo, pero antes sentí la necesidad de pasarme por la cocina de mi casa y abrir el grifo del agua. Nunca antes me había cautivado tanto la visión del chorro de ese preciado líquido que había llegado hasta nosotros en el corazón de un cuerpo celeste desde un lugar tan remoto de nuestro Universo. Para darnos la vida.