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Yo hubiera o hubiese cumplido 60 años

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Félix Francisco Casanova (1956-1976) falleció de forma dramática en el cuarto de baño de su casa. Cuando lo sacaron de la bañera, ya era demasiado tarde. Murió con los pulmones anegados de gas y la lucidez que dan los 19 años. A esa edad, en esas circunstancias, y siendo un joven poeta, la palabra suicidio alimentó el mito; aunque es un hecho imposible de confirmar. Lo que sí es seguro es que dejó una ráfaga de luz en la literatura española. Varios libros de poesía, una novela con un pie en la lírica y un diario íntimo son el legado de este joven poeta canario al que la crítica, siempre rápida con las etiquetas, suele comparar con Arthur Rimbaud. El pasado 28 de septiembre Félix Francisco Casanova habría cumplido 60 años. Nadie sabe qué habría sido de su prometedora carrera. ¿Quizá el tráfico de armas como el autor de Una temporada en el infierno? Improbable, aunque poco importa; especular es un ejercicio de ficción. En cambio, leerlo es reivindicarlo. Traerlo al presente.

De su madre, Conchita Martín, heredó unos ojos verdes y la afición por la música. Cuentan que ella tocaba el piano con las ventanas abiertas para el disfrute del vecindario. Conchita murió de manera prematura antes de que lo hiciera su hijo. Su padre, Félix Casanova Ayala, fue un conocido poeta que se abrazó al postismo, un ismo tardío de las vanguardias, junto a Carlos Edmundo de Ory, Gloria Fuertes y Fernando Arrabal, entre otros. Además de ejercer la crítica literaria y el periodismo, el padre del joven poeta fue uno de los fundadores del partido Unión del Pueblo Canario. De ideas comunistas, fue encerrado durante una temporada por el bando franquista durante la Guerra Civil española. Más tarde se licenció en Odontología y se marchó de Madrid.

En Mortal y rosa Francisco Umbral asegura que está oyendo crecer a su hijo, como si éste fuera un animal fantástico que emite sonidos de otros mundos. Algo parecido le ocurre a Félix Casanova Ayala. Instalado ya en las Islas, el poeta padre va a arrimar el oído a la voz incipiente del niño. Sus primeros versos se van a convertir en racimos nuevos de palabras que Félix Casanova Ayala no reconoce dentro de los libros que forman su biblioteca. La figura del padre va a ser determinante en la formación de Félix Francisco Casanova, aunque el niño demuestra que tiene una personalidad singular. Desde edad temprana, mientras otros críos juegan con las piezas del mecano, Casanova se lanza a por las palabras para crear un universo poético y personal. En el prólogo de su diario íntimo, Yo hubiera o hubiese amado, escribe el padre: “Para hablar de Félix Francisco he de referirme a la persona marcada por el genio de la poesía. Desde temprana edad —ya a los siete u ocho años— solía sorprenderme con frases insólitas que yo me preguntaba dónde podría haber leído. Eran giros sueltos, casi surrealistas y esotéricos, cuyas fuentes me era imposible inquirir en ninguno de los libros de mi biblioteca que pudiera caer en sus manos. Él no sabía contestarme, pero me decía que había leído mis libros de poesía. Sin embargo, en mi poesía no estaban aquellas claves”.

El joven Casanova crece ávido de material con el que hacerse una cultura. Bebe de todas las fuentes posibles. El cómic, el rock, el jazz y la música clásica lo alimentan tanto como las lecturas que hace. Lo vive todo con intensidad y fulgor. Cualquier juego con su hermano José Bernardo —tres años menor— es una excusa para descubrir nuevos caminos. Más adelante crea un grupo llamado Hovno —mierda en checo—. Además de tocar la guitarra y flirtear con su imagen icónica de estrella del rock, escribe un manifiesto junto a su colega Ángel Mollá. Como muchos que se inician en la literatura y la música, las letras de las canciones van a ser una fuente de inspiración, el punto de partida para escribir poesía. Las colaboraciones en medios locales también van a ser una constante. Cualquier canal es válido para hacerse oír.

El joven rubicundo comienza a publicar poesía. Los premios del circuito provincial se fijan en él. Con Invernadero gana el Julio Tovar en 1973. Y con Una maleta llena de hojas recibe el Matías Real en 1975. El Don de Vorace, su única novela, es premiada con el Benítez Pérez Armas en 1974. Su protagonista es Bernardo Vorace, un joven que busca la muerte vía suicidio. Pero a pesar de que lo intenta de diferentes maneras, no lo consigue. El Don de Vorace está escrito con la fiebre del poeta, en apenas dos meses. Hay ecos de El túnel de Sábato en clave paródica. También está presente la huella de Kafka. Se mueve en el terreno del monólogo y los diálogos delirantes. Es tierno y macabro. Delirio, irracionalidad y la libertad de querer ser uno mismo se mezclan en esta novela lírica y desbordante. Para redactarla, su padre se puso al mando de la máquina de escribir, mientras el joven dictaba. Había prisa. El Premio Benítez Pérez Armas estaba a la vuelta de la esquina.

De nuevo la figura paternal. La memoria olvidada es un libro que el propio Félix Casanova Ayala se encarga de publicar después de que el joven de melena jimmorrisiana —disculpen el neologismo— haya fallecido. Además de un libro al alimón, Cuello de botella, donde padre e hijo incurren en una inhabitual camaradería poética. El diario Yo hubiera o hubiese amado también es rescatado por su padre. En él se recogen las percepciones del año 74 de un joven inquieto, alegre y vivaz, hambriento de música y libros. Pululan alrededor de este trabajo el espíritu de un joven que busca en el arte una manera de interpretar y ensanchar su propio mundo.

Aunque editado y premiado en el circuito canario, y publicado también por el sello Hiperión bajo el título de La memoria olvidada, a principio de los noventa, los libros de Casanova han sido de difícil acceso. Para hablar de su obra hay que mencionar al poeta navarro Francisco Javier Irazoki. Éste cuenta que lo conoció a través de algunos cartas que el canario enviaba a la redacción de Disco Express, donde Irazoki hacía crítica musical a mediado de los 70. Sus poemas y sus comentarios inteligentes en seguida captaron su atención. Según explica el editor de Demipage, David Villanueva, Irazoki es el máximo responsable de que en 2010 el sello madrileño se decidiera a publicar tres libros de Félix Francisco Casanova.

Me pongo en contacto con el editor de Demipage. (Saludos).

—¿Por qué decidiste publicar la obra de un poeta como Félix Francisco Casanova, prácticamente desconocido?

—Francisco Javier Irazoki me había hablado de él. Entonces decidí irme a las Islas Canarias a investigar para enterarme mejor de quién era y de dónde y cómo vivía. Allí conocí a su hermano José Bernardo y me vine con un texto: El informe Casanova. Hasta ahora la obra prácticamente no había trascendido. Una vez en Madrid lo estuve moviendo y todos coincidieron en que allí había algo nuevo, a pesar del tiempo que hacía que se había publicado.

—¿Qué es lo que más te gustó de sus textos?

—Tenía una manera muy singular de contar las cosas. Su poder de síntesis. El ritmo. Las expresiones y palabras que inventaba. Y sobre todo que a su tierna edad ya controlaba el ejercicio de la prosa que se le supone sólo a la gente experimentada. ¡No tenía ni veinte años!

—¿Tienes previsto publicar algo más de Félix Francisco Casanova?

—Sí, estamos preparando las obras completas. No hay una fecha fija. Yo espero que salgan en otoño del 2017. Irazoki es quien está dirigiendo la edición.

¿Qué es lo que atrapa a Irazoki de este poeta al que muchos han llamado maldito o malogrado? Lo primero es decir que Irazoki no piensa que sean correctos ninguno de esos calificativos. Lo contacto. Me manda algún enlace y se pone amablemente a mi disposición. Básicamente, las conclusiones que saco son que Félix Francisco Casanova es diferente a otros poetas. Aunque murió joven, maduró de una manera muy rápida. Con 19 años ya tenía el tono que otros muchos escritores tardan años en conseguir. Su evolución va de unos primeros años con una poesía llena de imágenes a una sobriedad basada en lo esencial y lo misterioso. Según Irazoki, quema las etapas de creación a gran velocidad. El refinamiento formal compacta de manera precisa con un léxico rico y unos elementos mínimos que se sintetizan en una obra corta y atractiva. Intuyo que no hay por qué hacer de la brevedad una lectura negativa. Los escritores no se pueden comparar con la gallinas ponedoras, dice Irazoki. Me acuerdo de las palabras del poeta ibicenco Vicente Valero: “La poesía no es un don vitalicio”. ¿Cuántos artistas hay que siguen repitiendo la fórmula que un día les dio cierta relevancia sin haber cambiado nada en ella?

Fernando Aramburu es otro de los valedores de la obra de Casanova y uno de los que me da las claves de por qué lo llaman el Rimbaud canario o español. Las ocurrencias luminosas, el entusiasmo, la calidad y originalidad, las imágenes enigmáticas, el salto del proceso de aprendizaje a través de la imitación y lo demoniaco son algunas de las características comunes. El autor de Patria es sucinto cuando se refiere a que él sólo señaló la montaña cuando destacó la literatura de este joven estudiante de filología, escritor y poeta.

En al red se encuentran estudios académicos de la obra de Casanova y algunas anécdotas. Lo clasifican como un escritor canario del boom de los setenta. Con Eduardo Westerdahl, Agustín Espinosa o Pedro García Cabrera. Otros, en cambio, lo acercan a Eduardo Hervás, Antonio Maenza, Eduardo Haro Ibars, Pedro Casariego o Aliocha Coll. Pero la única relación que tiene con ellos es la muerte prematura, y, eso sí, la fiebre por la literatura. A todos el arte les toca profundamente y lo incorporan como una forma de vida.

En la actualidad hay un premio literario en Las Palmas que lleva el nombre del poeta. Incluso se convirtió en el personaje secundario de una novela de los ochenta, La casa del mar. Son rastros, huecos por los que se filtró el personaje, pero también la persona. Hay también algunas versiones de sus poemas que han trascendido musicalmente. Busco en YouTube una canción en la que Jabier Muguruza musicaliza el poema A veces, cuando me aprisiona la noche. Suena enclenque por los altavoces del ordenador. Aunque se puede sentir la hondura…

A veces, cuando la noche me aprisiona
suelo sentarme frente a una cabina telefónica
y contemplo las bocas que hablan
para lejanos oídos.
Y cuando el hielo de la soledad
me ha desvenado,
los barrenderos moros
canturrean tristemente
y las estrellas ocupan su lugar,
yo acaricio el teléfono
y le susurro sin usar monedas…

Retrato de Félix Francisco Casanova publicado por el blog del Grupo Li Po.

Su padre, el también poeta Félix Casanova Ayala, en una foto familiar publicada por el diario La Opinión de Tenerife.

Tres libros de Félix Francisco Casanova publicados por la editorial Demipage; en 2017 saldrán sus obras completas.

El poeta navarro Francisco Javier Irazoki, máximo responsable de la reedición de los libros de Casanova. Foto de Barbara Loyer para Ritmos 21.