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Sálvora

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Como todo lo relativo al celuloide y los soportes analógicos, desde hace años la profesión de farero –como la de proyeccionista– parece condenada a desaparecer, pero ajeno a ello, cada noche el haz de luz de los faros barre impasible mar y costa, una imagen que siempre me ha hecho pensar en un gigantesco proyector de cine desencadenado y en sesión continua.

Hace unos años viajé con mi novio a la pequeña isla de Sálvora, en las Rías Baixas (Galicia), donde mi tío Julio trabaja como farero desde hace más de 35 años. Entre charlas, comidas y paseos, filmé en un par de rollos de súper 8 el mar y las gaviotas, las enormes rocas erosionadas por el viento, el camino que conduce del puerto al faro, los prismas de cristal de la óptica giratoria, las habitaciones y los curiosos objetos que hay en ellas. A la vuelta del viaje, con acordes aprendidos de mi tío, JC escribió esta preciosa canción, “La isla” (Dos Gajos), y algunas de las imágenes que yo había filmado, una vez telecinadas, se plegaron a ella como un guante, narrando nuestra llegada y el descubrimiento entusiasmado de ese lugar mágico.

Tiempo después, como suelo hacer con todo lo que filmo, escaneé las mismas tiras de fotogramas para así poder ver las imágenes ampliadas y congeladas, cosa que un proyector de cine no permite (al detenerlo, la bombilla se apaga automáticamente, pues de no hacerlo la imagen ardería al instante). Además de la perforación lateral de la película y las anomalías y veladuras que el ojo no capta durante la proyección, los escaneados permiten también observar el lugar en el que se tocan dos planos, la frontera entre dos tomas editadas en cámara, donde en ocasiones se producen collages involuntarios e insólitos. 

Seleccioné y reordené los fotogramas buscando generar, por un lado, una mínima narrativa y, por otro, componer rimas entre series de imágenes fijas a partir de relaciones basadas en los colores, las formas, los materiales y también lo que cada imagen significa para mí en un terreno puramente subjetivo. En paralelo, pedí a mi tío que seleccionara algunas anotaciones representativas de los libros de servicio del faro. Si hasta su llegada a la isla estos manuscritos sólo habían servido para reseñar averías o incidencias laborales, a partir de entonces se convirtieron en un fascinante cuaderno de bitácora para la expresión libre, informal y muy imaginativa de sucesos diversos, y un nexo de comunicación entre los tres escritores sucesivos que se encargan del faro. Sálvora surge así de la unión de las imágenes y las palabras. 

 

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Sálvora es el #11 de la colección Pusilánime, una iniciativa editorial autogestionada creada para publicar pequeños proyectos gráficos. 

En portada, la autora del artículo con su tío y el perro Brico, en 1985.